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En la Misa de celebración del 10º aniversario de la Universidad Campus Biomédico, Basílica de San Apolinar. Roma, 15-X-2003

1. Queridos docentes, estudiantes, médicos, enfermeras y personal administrativo.

Hoy celebramos la Misa de apertura del décimo año de vida de la Universidad Campus Biomédico. Diez años son pocos para un ser humano. Todavía menos para una institución universitaria. Con todo, los primeros años de vida son siempre muy importantes para definir el perfil de una persona y la identidad de una institución.

La Misa del primer año de vida fue celebrada, en esta misma fecha, hace diez años, por mi predecesor al frente de la Prelatura del Opus Dei, Mons. Álvaro del Portillo. En aquella ocasión, don Álvaro os animaba a “saber recibir con garbo y espíritu deportivo” las dificultades propias de todo inicio; y os recomendaba trabajar con espíritu de unidad y de comprensión, con optimismo. “Esta es la palabra clave —decía— que no debéis olvidar jamás: servicio! A través de vuestro trabajo como educadores, investigadores, estudiantes, y a través de las demás labores —todas importantes: las administrativas, de mantenimiento, de limpieza, etc.—, estáis llamados a servir a los demás con alegría”[1].

Sois una comunidad universitaria joven, hermana pequeña de otras muchas universidades llenas de historia con las que tenéis, desde el principio, estrechos vínculos de colaboración. Quienes nos sentimos implicados —en algunos casos, desde la primera hora— en esta noble aventura, experimentamos el deseo de dar gracias a Dios por haber sido llamados a afrontar la tarea de poner los fundamentos intelectuales, materiales y espirituales de una institución que, con la ayuda del Señor, dará muchos frutos —ya los está dando— a lo largo de los siglos.

2. El Sacrificio eucarístico, que hace presente la inmolación de Cristo en la Cruz es, al mismo tiempo, alabanza y hacimiento de gracias a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Uníos con alegría a la donación que Cristo hace de sí mismo sobre este altar con el ofrecimiento de vuestros sacrificios personales, de vuestro estudio y de vuestro trabajo, cualquiera que sea: enseñanza o aprendizaje, alta investigación, asistencia sanitaria o atención de losservicios básicos necesarios.

De un corazón agradecido no deben salir sólo palabras de agradecimiento sino, sobre todo, obras con las que se busque compensar por los dones recibidos. Quien tiene presentes los dones recibidos no se olvida nunca de agradecer.

El don que vosotros habéis recibido está ante vuestros ojos: no se trata tanto de los edificios (el policlínico, los ambulatorios, las aulas y los laboratorios para la investigación...) que han surgido en estos años, sino sobre todo de la ocasión que se os ofrece de trabajar, cada uno en su sitio, por mejorar la atención de los enfermos, por hacer progresar las ciencias biomédicas, por formar generaciones de médicos, ingenieros, enfermeras, dietistas.

¿Queréis hacer una gran Universidad? No os olvidéis de cuidar extraordinariamente bien los más pequeños detalles. Os recuerdo unas palabras de San Josemaría: “¿Has visto cómo levantaron aquel edificio de grandeza imponente? —Un ladrillo, y otro. Miles. Pero, uno a uno. —Y sacos de cemento, uno a uno. Y sillares, que suponen poco, ante la mole del conjunto. —Y trozos de hierro. —Y obreros que trabajan, día a día, las mismas horas... ¿Viste cómo alzaron aquel edificio de grandeza imponente?... —¡A fuerza de cosas pequeñas!”[2].

3. San Josemaría, a quien todos podéis considerar padre y patrono de vuestra Universidad, fue —como todos los santos— “un alma grande”, un verdadero magnánimo. Supo, en efecto, promover la realización de grandes obras —entre las que se cuentan varias universidades— en todo el mundo, con el fin de servir a todas las personas. ¿Y sabéis cómo consiguió hacerlo, y difundir en torno suyo este mismo espíritu? A fuerza de cumplir con perfección el trabajo cotidiano, cuidando con amor y por amor también las cosas pequeñas.

De modo especial quien tiene tareas docentes y educativas debe recordar que la fuerza verdaderamente esencial de su trabajo pedagógico consiste en saber convertir las acciones y los gestos más pequeños de todos los días en vehículos de cosas grandes. “Todo aquello — escribió también San Josemaría— en lo que intervenimos los pobrecitos hombres —hasta la santidad— es un tejido de pequeñas menudencias, que —según la rectitud de intención— pueden formar un tapiz espléndido de heroísmo o de bajeza, de virtudes o de pecados. Las gestas relatan siempre aventuras gigantescas, pero mezcladas con detalles caseros del héroe. —Ojalá tengas siempre en mucho —¡línea recta!— las cosas pequeñas”[3].

Cuando, al final de la jornada, demos un vistazo a las horas pasadas —cada persona hace, de un modo o de otro, un poco de examen al final del día—, preguntaos en la presencia de Dios: ¿he llegado con puntualidad a las clases que imparto o recibo? ¿He hecho esperar a los enfermos o a los compañeros de trabajo? ¿Atiendo a todos —colegas, estudiantes, pacientes, subalternos— con serenidad y respeto? ¿Cuido el orden y la limpieza en los lugares de estudio o de trabajo? ¿Me exijo en hacer buen uso y conservar los instrumentos a mi disposición? ¿Sé comprender y perdonar a quien comete un error o se comporta mal evitando, como recuerda San Pablo en la primera lectura (cfr. Rm 2, 1-2), el juicio temerario y la difamación? ¿Tengo la valentía y la caridad de corregirme y de corregir a los demás lealmente? ¿Sé perseverar en el trabajo comenzado?

Cuidando éstas y muchas otras cosas pequeñas —a veces no tan pequeñas— es como aseguraréis a la Universidad Campus Biomédico aquellos valores académicos específicos de los que toda universidad se enorgullece.

4. Nuestro pensamiento se dirige ahora al Santo Padre, que celebrará mañana, en unión con toda la Iglesia, el vigésimo quinto aniversario de su elección como Sucesor de Pedro. Son innumerables las personas, de todas las razas y religiones, que desean rendirle homenaje por la riqueza de sus enseñanzas, por la tenacidad con la que defiende la vida y la dignidad de las personas. Todos nosotros queremos agradecerle, sobre todo, su ejemplo de amor a Dios y de fortaleza cristiana.

En el Campus Biomédico se procura curar a los enfermos o, por lo menos, aliviarles los sufrimientos; se enseña a descubrir en cada enfermo la imagen y semejanza divina que todo hombre y toda mujer llevan consigo. Aquí estamos en las mejores condiciones para entender la gran lección que el Papa nos está dando en estos últimos tiempos: ayudarnos a comprender el valor salvífico del dolor; enseñarnos a amar y servir a los enfermos viendo en ellos a Cristo que sufre y es Redentor. Renovemos, pues, el propósito de apoyarlo con nuestro afecto, con nuestras oraciones, con el ofrecimiento de nuestro trabajo.

Pidamos al Señor, por intercesión de Nuestra Señora, la persona humana más grande y al mismo tiempo humilde ama de casa en el hogar de Nazaret, el arte divino y humano de hacer las cosas grandes con el sentido de nuestra pequeñez humana, y las pequeñas y más humildes con el sentido de nuestra grandeza de hijos de Dios. Así sea.

[1] MONS. ÁLVARO DEL PORTILLO, Homilía en la inauguración del primer año académico, 15-X-1993.

[2] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 823.

[3] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 826.

Romana, n. 37, julio-diciembre 2003, p. 41-44.

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