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La Nación. Buenos Aires (4-X-2003)

¿Es el Opus Dei la voz representativa del sector más conservador de la Iglesia?

Me parece muy simplista moverse con esos esquemas. Pero ya que me pregunta le diré que sucede más bien lo contrario. El mensaje de la búsqueda de la santidad en medio del mundo dirigido a todos, de cualquier condición, sigue siendo revolucionario, de auténtica vanguardia. Como lo afirmó Pablo VI, es la enseñanza más central del Concilio Vaticano II, y queda aún mucho por hacer para llevarlo a la práctica.

¿Por qué prevalece la imagen de que el Opus Dei es elitista?

Quizá cada uno de esos sectores vea sólo lo suyo, y lo vea con poca perspectiva. Recuerdo que hace unos años un conductor de taxi pensaba que el Opus Dei era sólo para los taxistas. Quizá no gusta a todos la lógica de Dios, que pide a los cristianos que busquen ser fermento en el mundo.

¿A qué atribuye las críticas?

A la bondad de Dios, que bendice con la Cruz, y a las miserias de los hombres, las mías también. Y a la falta de información de quienes hablan así. Por lo demás, las personas que aprecian el Opus Dei son sin duda incomparablemente más numerosas que aquellas que critican. Ni las alabanzas deben conducir a una autocomplacencia -no somos mejores que los demás-; ni las críticas al nerviosismo o al desaliento; de todo, con la ayuda de Dios, es posible sacar el bien. Y a esos pocos que critican los quiero, los respeto: jamás los considero como enemigos.

¿Cuáles son los principales desafíos de la Iglesia en este siglo XXI?

Podrían cifrarse en la defensa y promoción de la santidad de la familia, en la formación de los sacerdotes, y en una mayor conciencia de la llamada de los laicos al apostolado.

¿Qué influencia ha tenido el Opus Dei durante el pontificado de Juan Pablo II?

Haría falta más perspectiva histórica para contestar a esta pregunta: el pontificado de Juan Pablo II sigue su curso. De todas maneras, más que en estos últimos 25 años pienso en la influencia de las enseñanzas de san Josemaría la importancia del mensaje evangélico de la santificación del trabajo. Lo más importante en la Iglesia es lo que Dios hace, a pesar de nuestras limitaciones y errores personales.

¿Cómo ve el nivel de religiosidad de la sociedad en el mundo?

El concepto «religiosidad» es muy amplio. Pero donde crece el ateísmo práctico, quizá como nunca en la historia, proliferan los vendedores de los varios ídolos de humo: el dinero, el placer, el poder. Pero allí mismo, como hace veinte siglos en el imperio romano, no faltan los jóvenes y menos jóvenes que saben mirar la realidad de modo radical, con sentido y responsabilidad trascendentes y no aceptan ser tratados sólo como un mercado.

¿Cómo se comprende el avance de la indiferencia ante lo religioso con el auge del fundamentalismo religioso, asociado muchas veces a la expansión del terrorismo?

¿Quién podría contestar a esa pregunta? La gran afluencia de jóvenes en las Jornadas Mundiales de la juventud desmiente en parte ese avance de indiferencia religiosa. Sin duda, la abundancia de bienes materiales puede ahogar y con frecuencia ahoga el espíritu. Los cristianos estamos llamados a vivir en el mundo, pero sin ser mundanos. La disgregación moral que registra la sociedad actual en tantos aspectos muestra cómo una sociedad sin Dios se tambalea. El fundamentalismo representa la otra cara de la misma moneda: es un peligro al acecho cuando no se anuncia la libertad con la que Cristo nos ha liberado.

Romana, n. 37, julio-diciembre 2003, p. 59-60.

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