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Con ocasión del nombramiento de doctores “honoris causa” en la Universidad Austral. Buenos Aires, 29-IX-2003

1. Apertura de la sesión

Es para mí motivo de gran alegría y de profundo agradecimiento a Dios tener la oportunidad de compartir con vosotros esta solemne ceremonia, en la que tres prestigiosos profesores se incorporarán al claustro de la Universidad Austral con el máximo grado académico de Doctores honoris causa.

La universidad constituye un ámbito de trabajo apasionante, donde se forjan desarrollos científicos, avances técnicos, conquistas del pensamiento que influyen de modo decisivo en la configuración de la sociedad humana. Esa ayuda produce resultados admirables de auténtico progreso, cuando se respeta y ama la naturaleza y la dignidad de la persona humana, llamada a vivir en unión de unos con otros y destinada a tratar a Dios, Creador y Padre nuestro, y a gozar de Él eternamente.

Para toda comunidad universitaria representa un desafío la reponsabilidad de ofrecer ese servicio a la sociedad, evitando el riesgo de caer en explicaciones reductivas de la dignidad humana y sobrenatural de toda mujer y de todo hombre. La Universidad Austral ha aceptado este gran reto y, bajo la inspiración de las enseñanzas de San Josemaría Escrivá, viene trabajando en este sentido desde sus comienzos.

San Josemaría, con gran sensibilidad humana, percibió la importancia del quehacer universitario y, con sobrenatural entusiasmo, impulsó a millares de cristianos de todas las razas, condiciones sociales y continentes a promover el servicio a la humanidad y la difusión de la luz de la Revelación divina en los más variados ámbitos del trabajo humano. Precisamente por esto, se interesó especialmente por los saberes universitarios que se desarrollan desde la cátedra y el laboratorio (cfr. Camino, n. 338) gracias a una labor rigurosa y constante, y siempre con el más delicado respeto a la libertad de las conciencias.

Todos nosotros compartimos ese aprecio, de hondas raíces cristianas, por la labor universitaria. Como conozco la ilusión que os mueve en vuestra tarea, permitidme estimular aún más vuestra responsabilidad, de modo que sintáis con mayor intensidad la urgencia de difundir una cultura del trabajo serio y perseverante. Vuestro país y el mundo entero esperan el ejemplo de una investigación y una enseñanza que animen a muchos más a esforzarse por desentrañar la verdad, por contribuir a resolver las grandes cuestiones de nuestra época, por mejorar la sociedad, por atender a los más necesitados y asumir esta responsabilidad mediante el esfuerzo diario por realizarla, para que vuestra ilusión profesional y vuestro entusiasmo en esta estupenda aventura cuajen en frutos abundantes e informen los diversos ambientes de este país.

Los ideales y la responsabilidad que acabo de mencionar han movido al Consejo Superior de la Universidad Austral a reconocer la labor académica de tres grandes universitarios, que hoy honramos con el doctorado honoris causa. Sus logros suscitan el aprecio de quien valora el trabajo bien hecho, y despiertan, en la comunidad universitaria, el deseo de seguir su ejemplo. Con estas disposiciones nos adentramos en esta colación de grados.

2. Discurso de clausura de la sesión

La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, encierra una riqueza y unidad insondables, que nunca llegaremos a comprender plenamente y que despierta nuestro anhelo por penetrar, cada vez más, en la verdad de su ser.

Esta pretensión palpita en el corazón de todo verdadero profesor universitario; es el ansia de poder expresar algo más sobre el hombre y de enriquecer nuestra comprensión acerca de la persona. Desde los más variados ámbitos y disciplinas se investigan las múltiples dimensiones del ser humano, y se ensayan argumentos que den una explicación razonada de los fenómenos sensibles, psíquicos y espirituales.

Las ciencias a las que han dedicado su vida los tres nuevos doctores que hoy honramos, comparten con distintos métodos y en diferentes niveles, este esfuerzo por ahondar en el conocimiento de la persona humana y promover su dignidad. La brevedad de la ceremonia me impide detenerme de modo proporcionado en el elogio que estos hombres del saber merecen. Pienso que entenderéis mi sabor agridulce ante la necesidad de ser escaso en las palabras, no en el aprecio, ni en la estima, ni en la admiración hacia cada uno de estos tres ilustres profesores.

En el campo de las neurociencias, el Profesor Tomas Hökfelt ha alcanzado logros de gran importancia. Junto al reconocimiento internacional merecido por sus valiosas investigaciones en el Instituto Karolinska, es preciso resaltar su interés por formar a numerosos estudiantes de todo el mundo. Esta actitud de generosa dedicación revela el talante humano y cristiano del Dr. Hökfelt, y constituye un ejemplo elocuente de cómo hacer compatibles un trabajo de alta exigencia y perfección, con un aprecio real por sus colaboradores, a quienes ha brindado su guía y ayuda con atenta solicitud.

Al indagar los mecanismos físicos y químicos reguladores de la actividad del cuerpo humano, el científico advierte que el método experimental no agota la realidad, sino que —para comprenderla cabalmente— se requiere prestar atención a otras ciencias y buscar como guía última la dimensión sapiencial de la teología y de la filosofía[1]. En palabras de Juan Pablo II, la Filosofía contribuye directamente a formular la pregunta sobre el sentido de la vida y a trazar la respuesta[2]. Por eso, es camino para conocer verdades fundamentales relativas a la existencia del hombre[3]. Mediante este saber, y más concretamente en el campo de la lógica, el Doctor Ignacio Angelelli, profesor en la Universidad de Texas-Austin, ha desarrollado una fecunda labor de investigación, internacionalmente reconocida, y se ha dedicado a las tareas docentes como buen maestro. Sus logros académicos y sus escritos son manifestación de esta actitud de servicio a los demás, por medio de la Filosofía.

Para una comprensión profunda de la persona humana, hay que considerar también su carácter relacional y su ser comunicativo. El hombre está esencialmente abierto a Dios, a las demás personas humanas y, de otro modo, al universo físico. Crece y alcanza su plenitud en la comunicación interpersonal. En la existencia de cada uno, poder transmitir una idea o una sensación, manifestar la intimidad para compartirla con un ser querido, o expresar un fenómeno estético, son posibilidades que enriquecen al yo, y confirman su carácter relacional. El profesor Alfonso Nieto, Rector de la Universidad de Navarra durante más de una década, quizá apoyándose en su capacidad de trato humano y cristiano, ha sabido explorar el arte de la comunicación en varias de sus formas contemporáneas. Su esfuerzo en defensa de la persona se ha dirigido a comprender con mayor hondura la función humanizadora de los medios de comunicación, que exigen una responsabilidad y una vocación de servicio, de las que el Doctor Nieto se ha hecho portavoz.

Tres profesores de diferentes áreas académicas, con trabajos que se unen armómicamente en el servicio a favor del ser humano. La defensa de la persona constituye y constituirá siempre un rasgo esencial del mensaje de la Iglesia, como ha señalado Su Santidad, Juan Pablo II al inicio de su Pontificado: La Iglesia desea servir a este único fin: que todo hombre pueda encontrar a Cristo, para que Cristo pueda recorrer con cada uno el camino de la vida, con la potencia de la verdad acerca del hombre y del mundo[4]. La Prelatura del Opus Dei, nacida en la Iglesia y de la Iglesia como una parte suya para servirla, tiene la misión peculiar de abrir caminos de vida cristiana a quienes desean santificarse a través del trabajo profesional en medio de las realidades seculares. En momentos históricos en los que algunas manifestaciones culturales, sociales y políticas ofrecen concepciones reductoras de la criatura racional, cuando no verdaderamente contrarias a su dignidad y destino eterno, es oportuno hacer resonar audazmente otras palabras del Santo Padre cuando afirma que el sentido de la cultura debe ser a medida de la persona humana[5].

Inspirada por la figura y el mensaje de San Josemaría Escrivá, la Universidad Austral, desde su propio ámbito —el de la investigación y la docencia—, cultiva la aspiración a dar luces y ser guía para construir una nueva cultura, en la que todo hombre y toda mujer vean respetada su más íntima identidad y descubran en sus corazones la imagen de Dios Uno y Trino, en cuya Vida están llamados a participar.

No se trata de una meta utópica, ni de una mera declamación de intenciones inoperantes. Tenemos el convencimiento de que, como afirmara el Fundador del Opus Dei en una circunstancia similar a ésta, “la Universidad (...) al estudiar con profundidad científica los problemas, remueve también los corazones, espolea la pasividad, despierta fuerzas que dormitan y forma ciudadanos dispuestos a construir una sociedad más justa”[6]. Hemos de tener muy presente que una Alma Mater ha de mantener siempre el deseo de fomentar, en su Claustro, en los alumnos y en todo el personal que aquí trabaja, el noble afán de adquirir un serio y sólido prestigio profesional, entendido también como servicio, con el fin de transformar nuestro mundo en tierra de honrada convivencia, de leal y coherente adhesión a los designios del Creador.

Muchas son las urgencias ante las cuales el espíritu cristiano no puede permanecer insensible[7], nos recuerda Juan Pablo II en el nuevo milenio que comenzamos. Agradecemos la esforzada tarea de los tres nuevos Doctores que han sabido responder a esas urgencias con su dedicación esmerada y que están decididos a seguir respondiendo a los desafíos que se presenten. Con la ayuda de Dios y la maternal intercesión de Nuestra Señora de Luján, deseo que todos dirijamos nuestros esfuerzos y desvelos al unísono, afrontando así los grandes retos de nuestro tiempo.

[1] Cfr. JUAN PABLO II, Carta enc. Fides et Ratio, 14-IX-1998, n. 81.

[2] Cfr. JUAN PABLO II, Carta enc. Fides et Ratio, 14-IX-1998, n. 3.

[3] Cfr. JUAN PABLO II, Carta enc. Fides et Ratio, 14-IX-1998, n. 5.

[4] JUAN PABLO II, Carta enc. Redemptor hominis, 4-III-1979, n. 13.

[5] Cfr. JUAN PABLO II, Discurso a los participantes en el Encuentro Mundial de docentes universitarios, 9-IX-2000.

[6] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Discurso en el acto de investidura de doctores «honoris causa» por la Universidad de Navarra, 7-X-1972; en Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, EUNSA, Pamplona 1993, p. 98.

[7] JUAN PABLO II, Carta apost. Novo Millennio ineunte, 6-I-2001, n. 51.

Romana, n. 37, Julio-Diciembre 2003, p. 50-53.

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