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Barcelona 29-I-2006

Sobre la encíclica Deus caritas est, “La Vanguardia”, Barcelona

Deus caritas est, dice el texto latino de San Juan que el Papa ha querido escoger como título de su primera encíclica. Dios es amor, se lee en casi todas las traducciones de esa frase. ¿La caridad y el amor se identifican? En parte sí y en parte no. El Catecismo de la Iglesia Católica recuerda que la caridad es la virtud con la que amamos a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos, por amor a Dios. Más adelante, afirma que “la caridad asegura y purifica nuestra capacidad humana de amar”.

Porque el hombre necesita amar y ser amado. El amor fiel, correspondido, delicado, es el anhelo más profundo del corazón. La entera existencia consiste en una búsqueda del amor verdadero, una lucha para superar los obstáculos que se alzan ante nosotros, y dentro de cada uno de nosotros.

Jesucristo es la plenitud de la Revelación: en Él conocemos a Dios; en Él conocemos plenamente al hombre, como enseña el Concilio Vaticano II y como Juan Pablo II repetía con frecuencia. En Cristo descubrimos nuestra vocación y nuestra grandeza. Y parte esencial de ese descubrimiento es la caridad, el amor que Jesucristo ennoblece y purifica. Porque Cristo nos ha traído, con su Amor, el gaudium, la alegría y la paz.

Con la palabra amor se ha producido una especie de inflación: la usamos quizá demasiado, a veces para referirnos a sentimientos efímeros, o incluso, como hace notar el Papa, a manifestaciones de egoísmo. Sin embargo, con el término caridad ha sucedido quizá lo contrario, una especie de restricción semántica: lo empleamos tal vez demasiado poco, sólo para referirnos a ciertas actividades, ejercitadas por algunos, en casos especiales. Pero la caridad no se expresa de forma excepcional, sino que forma parte de la identidad cristiana: “en esto conocerán todos que sois mis discípulos: si os tenéis amor unos a otros”, dijo el Señor. Los paganos reconocían a los cristianos por ese rasgo: “mirad cómo se aman”, exclamaban. El amor cristiano constituye una disposición moral que se proyecta en una enorme variedad de acciones. Caridad significa servir, comprender, consolar, escuchar, sonreír, acompañar, corregir, animar, pedir perdón y perdonar, dar y recibir. La caridad se expande como en círculos concéntricos: desde las relaciones personales, a la sociedad entera.

En el origen de la familia se encuentra el amor de los esposos, que crea el ambiente donde nace la vida; el hogar que acoge con afecto al nuevo ser; el clima propicio para madurar como personas.

El mundo del trabajo se ve enriquecido por la caridad. Ejercitar la propia profesión de acuerdo con el precepto evangélico significa realizarla por amor, con deseo de servir, poniendo el corazón, pensando en los demás. Santificar el trabajo equivale a convertirlo en expresión de amor a Dios y ocasión de entrega a los demás, impregnarlo de justicia y de caridad.

La geografía de la Iglesia está embellecida por esos focos de luz: lugares donde los cristianos procuran trabajar y servir en silencio por amor. Basta pensar en África, el continente más necesitado de la cooperación de todos. Allí, la Iglesia manifiesta su amor, también “como acto eclesial”, con palabras de Benedicto XVI, como parte esencial de su misión. La caridad empuja a la magnanimidad, a no permanecer indiferentes ante las necesidades de los demás. El Santo Padre resume así este proceso de expansión de la caridad: “El amor es divino porque proviene de Dios y a Dios nos une y, mediante este proceso unificador, nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea todo en todos” (n. 18). Aquí se encuentra la explicación de la perenne juventud de la Iglesia.

En la caridad radica también la clave de la nueva evangelización. En sustancia, la tarea de difundir el Evangelio consiste en lograr que muchas personas experimenten la caridad cristiana, que sus inteligencias se abran a la luz de la fe gracias al lenguaje del amor, ese idioma universal que todos estamos en condiciones de entender. La fe, en efecto, como escribe San Pablo, obra mediante la caridad.

San Josemaría Escrivá afirmaba sin rodeos: “El principal apostolado que los cristianos hemos de realizar en el mundo, el mejor testimonio de fe, es contribuir a que dentro de la Iglesia se respire el clima de la auténtica caridad”.

Cristo, en la Última Cena, calificó como “nuevo” el precepto de la caridad: “un mandamiento nuevo os doy, que os améis unos a otros, como yo os he amado”. Era nuevo entonces y sigue siéndolo ahora, para todos, dos mil años después. Si abordamos la lectura y la meditación de la encíclica con la sana curiosidad de quien sabe que está por descubrir algo nuevo, con la inteligencia y el corazón abiertos, encontraremos la permanente novedad de esa maravillosa revelación: Dios es amor, que se irradia a todos y a cada uno de los hombres. Y se cumplirá el deseo de Benedicto XVI: que esta encíclica “ilumine y ayude nuestra vida cristiana”.

Romana, n. 42, enero-junio 2006, p. 86-87.

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