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Roma 20-IV-2006

En el primer aniversario de la elección de Benedicto XVI

Hace un año, Benedicto XVI fue elegido como Sucesor de San Pedro, tomando el relevo de Juan Pablo II. Un año es un espacio de tiempo muy corto en la historia de la Iglesia, pero suficiente para experimentar una vez más que en el paso de un Papa a otro, por encima de las diferencias personales, se manifiesta una continuidad.

Me gusta recordar que en la raíz de la continuidad se encuentra, ante todo, la asistencia del Espíritu Santo sobre la Iglesia y la oración de los fieles por su Pastor Supremo. La unidad de los católicos no supone uniformidad en lo opinable y mudable, sino comunión en la misma fe, en una idéntica esperanza, en la caridad fraterna que, si respondemos fielmente, hace que, en Jesucristo, seamos un solo corazón y una sola alma.

El mundo tiene necesidad de que todos en la Iglesia prestemos nuestra mejor lealtad a su misión de servicio, comprometidos con la verdad. Para esto, contamos ahora con el Papa Benedicto XVI que, junto a sus bien conocidas cualidades humanas, nos ofrece especialmente el testimonio firme de la fe en este Dios nuestro que es Amor. Quiera el Señor que los católicos secundemos la gracia que nos mueve a adherirnos con nuestra entera inteligencia al Magisterio del Papa, y a rezar diariamente y de corazón por su persona e intenciones.

Romana, n. 42, enero-junio 2006, p. 90.

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