París 17-V-2006
Entrevista concedida a “La Croix”, París
El Opus Dei fascina e inquieta a la vez. ¿Qué correspondencia hay entre las necesidades del cristiano actual y su mensaje?
El Opus Dei se hace eco de la llamada que Cristo ha formulado para todos: «sed perfectos como mi Padre es perfecto» (Mt 5, 48). La misión de la Prelatura es difundir este mensaje y ofrecer una ayuda para ponerlo en práctica en la vida ordinaria, especialmente en el trabajo profesional. La espiritualidad del Opus Dei insiste en la alegría que se puede encontrar en la santificación del trabajo, en el valor de las cosas pequeñas cuando se hacen por amor.
La estrecha vinculación con el Papa forma parte de la identidad del Opus Dei. ¿En qué se manifiesta esa relación?
Como Prelado del Opus Dei, soy efectivamente nombrado por el Papa, y a él rindo cuentas por medio de la Congregación de los Obispos, con una relación quinquenal sobre la situación de la Prelatura semejante a la que hacen las diócesis. La misión del Opus Dei está claramente encuadrada por los Estatutos que la Santa Sede le ha dado.
Se acusa al Opus Dei de ser una “Iglesia en la Iglesia”. Su estatuto particular de Prelatura Personal es un caso único ¿Por qué no quieren depender de los Obispos locales?
El Opus Dei no es una Iglesia particular, pero presenta una cierta analogía con las diócesis. En efecto, el Opus Dei tiene a su cabeza un Prelado, posee un clero propio, tiene su “catedral” (Iglesia Prelaticia Santa María de la Paz en Roma), su tribunal, etc. En el seno de la Prelatura hay una cooperación orgánica entre laicos y sacerdotes, en bien de una misión que no es sectorial: reconciliar el mundo con Dios, según la bella fórmula de San Pablo. Los sacerdotes incardinados en la Prelatura, aproximadamente unos 1900 —y el próximo 27 de mayo tendré la alegría de ordenar otros 35—, dependen de mí. En cuanto a los fieles laicos, dependen de mí solamente en lo que concierne a sus compromisos espirituales y apostólicos en la Prelatura. La mayoría de ellos van a Misa en su parroquia.
¿Existe un peligro de conflicto de competencias con los obispos de las diócesis en las que viven los miembros del Opus Dei?
No, porque las jurisdiciones se yuxtaponen, sin jamás interferirse. Los fieles del Opus Dei se esfuerzan en responder a las orientaciones del Obispo de su diócesis, exactamente como todos los católicos animados de una auténtica sensibilidad eclesial. La prelatura es como un servicio que la Iglesia universal lleva a las Iglesias particulares. Por decirlo brevemente, el Opus Dei es una partecita de la Iglesia, no una “Iglesia en la Iglesia”. Esta acusación ha sido propagada en 1981 por personas que han puesto grandes medios financieros al servicio de una causa perdida, puesto que se trata de una calumnia.
¿En qué consiste la práctica del cilicio y de las disciplinas? Procurarse sufrimiento, ¿tiene sentido hoy?
Su pregunta plantea una cuestión muy marginal en relación con la realidad del Opus Dei. A San Josemaría le gustaba decir que las mejores penitencias son las que se presentan con ocasión del propio trabajo, que conlleva la vida ordinaria. Hablaba por ejemplo de la sonrisa cuando se está cansado, de terminar bien el trabajo empezado, de saber escuchar a los demás con paciencia y comprensión.
En cuanto a la mortificación corporal, pertenece al patrimonio espiritual de la Iglesia: Tomás Moro, Pablo VI, Madre Teresa de Calcuta, sor Lucia de Fátima la han practicado, por citar solamente algunos nombres. Incluso quienes no creen en Dios pueden percibir ciertos aspectos comprensibles de la mortificación voluntaria, como la solidaridad en el sufrimiento, el dominio del cuerpo, la conveniencia de una libre rebelión a la tiranía del placer. Naturalmente la mortificación corporal debe ser vivida con sentido común y moderación.
Se acusa frecuentemente al Opus Dei de ser una potencia financiera. ¿Cómo se financia y organiza la Prelatura?
La prelatura no tiene prácticamente otros gastos que el mantenimiento de sus sacerdotes. Los edificios necesarios para el desarrollo de las actividades de formación pertenecen a particulares o a entidades autónomas sin fines de lucro, de las que yo ignoro hasta el nombre. Evidentemente el Opus Dei no gestiona ninguna actividad comercial o financiera. Si un fiel del Opus Dei dirige una empresa, ésta estará ligada a él, no a la Prelatura, por la misma razón que si gana un torneo de tenis, el mérito corresponde sólo a él. Las iniciativas que se emprenden en ciertos ámbitos, por ejemplo en el de la ayuda sanitaria en el Congo, revisten siempre la forma de proyectos que tienen su propia financiación y que deben hacer cuadrar su propio balance. No se trata de fachada: este modo de actuar corresponde a la mentalidad profesional y laical de los gestores. Todo eso que algunos dicen, por tanto, es pura fantasía.
La práctica del secreto es lo que más pábulo da a las críticas al Opus Dei. ¿Qué utilidad tiene el secreto para la difusión de los valores del Evangelio?
Perdóneme, pero me parece que el argumento ya está obsoleto. Es esgrimido de vez en cuando como un espantajo, pero resulta poco creíble. Los centros de la Prelatura en todo el mundo y sus directores, pueden ser conocidos a poco que uno tenga cierto interés. Existen los anuarios diocesanos, la página web, y el boletín oficial de la Prelatura, Romana. ¿Qué más hemos de hacer? No vamos a hacer una campaña de marketing como si fueramos una empresa de teléfonos móviles. Ningún fiel de la Prelatura oculta su pertenencia al Opus Dei. San Josemaría Escrivá decía: “aborrezco el secreto”. ¿Entonces? Por un lado, en los comienzos del Opus Dei, algunos se extrañaban de que los miembros no llevasen hábito religioso. ¡Pero eso habría sido desnaturalizarlos! Por otro, la palabra “secreto” es atractiva. Cristo mismo nos ha dicho que si cumplimos las obras en verdad hay que ir a la luz, a fin de que sea manifiesto que nuestras obras están hechas en Dios (cfr. Jn 3, 22). Pero también la mano izquierda debe ignorar lo que hace la mano derecha (cfr. Mt 6, 3). Los fieles del Opus Dei, insisto, no se esconden, al contrario, intentan compartir su felicidad con los demás. Los mismos que te acusan de secreto te acusarán de hacer apostolado. Singular contradicción. Quizá esto responde a una necesidad de catalogarlo todo.
¿No hay contradicción entre el lado público de la Obra después de la canonización de su fundador y el lado cerrado, reservado a sus miembros?
Como en toda realidad humana, no se puede estar a la vez fuera y dentro. ¿Es imaginable que yo participe en el consejo de redacción de La Croix? No es mi sitio. De todas formas, el Opus Dei no está cerrado a los demás. Posiblemente es una de las instituciones de la Iglesia mejor conocidas hoy. Por ejemplo, en los últimos años distintos periodistas, por propia petición, han compartido durante algún tiempo la vida cotidiana de los fieles del Opus Dei, también aquí, en la curia de la Prelatura.
El libro El Código Da Vinci ha tenido un gran éxito. ¿Qué revela ese hecho en nuestra sociedad?
Le sorprenderá saber que no he leído el libro. Tengo muchos compromisos, y no me sobra tiempo para perderlo con ese género de novelas. Yo creo que ese éxito es, sobre todo, el éxito del dinero. Lo que me preocupa de la novela no son los ataques al Opus Dei, sino los ataques al Señor y a la Iglesia. Rezo todos los días por el autor, así como por quienes han intervenido en la película, porque quizá no se dan cuenta de que pueden herir a la gente y de que blasfeman. Este fenómeno, a la vez, muestra la sed de trascendencia, de aspiración al más allá, que hay en nuestra sociedad. Pero la novela y la película defraudan esas ansias, no responden a esas expectativas del hombre actual. En fin, todo esto pone de nuevo de manifiesto la necesidad de formación espiritual y religiosa. Hoy en día la gente está dispuesta a escuchar a quien sea. La pérdida de la fe lleva siempre a la superstición.
Romana, n. 42, enero-junio 2006, p. 97-99.