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En la XI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de Obispos Ciudad del Vaticano 6-X-2005

Beatísimo Padre, venerados y queridos hermanos en el episcopado, queridos hermanos y hermanas:

El Instrumentum laboris, en el n. 34, subraya la importancia del sentido de la sacralidad en la celebración de la Eucaristía. Quisiera detenerme en este tema, con el fin de proponer unos elementos de reflexión que puedan ser útiles para estudiar modos concretos de ayudar a los fieles a percibir de manera más viva el sentido de la sacralidad del Sacrificio eucarístico.

Es evidente que la liturgia alimenta la fe del Pueblo de Dios: por eso, una pérdida o disminución de la sacralidad en la celebración de la Eucaristía puede afectar a la fe en la presencia de Cristo en el Sacramento; y al contrario, una renovada acentuación de la sacralidad de este gran misterio hará posible que el Pueblo de Dios se vea fortalecido en su fe y sea ayudado a vivir santamente. Éste es el espíritu del Concilio Vaticano II, que, al proponerse acrecentar de día en día la vida cristiana entre los fieles, y promover todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en Cristo, consideraba que debía interesarse de manera especial por la liturgia[1].

El Instrumentum laboris afirma justamente que la aplicación de la reforma litúrgica según el espíritu del Concilio ha favorecido la participación de los fieles en la celebración del misterio cristiano. Sin embargo, recuerda también que se han producido errores, debidos precisamente al debilitamiento del sentido de la sacralidad en la celebración de la Eucaristía. A causa de su naturaleza sacramental, la Eucaristía exige unos signos y palabras concretos, y éstos, por tanto, no pueden ser descuidados o abandonados sin perjudicar a la economía sacramental.

Como subraya la Ordenación General del Misal Romano en el n. 42, habrá que poner atención para que las normas establecidas obedezcan al bien espiritual común del Pueblo de Dios, más que al gusto personal o al arbitrio del celebrante.

En el Instrumentum laboris aparece un elenco de abusos: pienso que es necesario actuar para que dejen de darse, a través de la aplicación de las directivas previstas en la Instrucción Redemptionis sacramentum. Estos abusos, como se puede leer en el documento, deben servir como punto de partida para nuestra reflexión. Pero también sería oportuno revisar algunas normas cuya aplicación —aun sin abusos— presenta aspectos manifiestamente negativos y favorece de hecho los abusos.

Por ejemplo, algunos aspectos concernientes a las Misas con un gran número de concelebrantes merecerían una profundización, tanto para defender la fe en el misterio eucarístico como para favorecer la actitud sagrada, interior y exterior, de los concelebrantes. Y no se trata sólo de las obvias dificultades de orden práctico. A causa del gran número de sacerdotes, acontece que muchos se quedan fuera del presbiterio y, a veces, están tan lejos del altar que no pueden ni siquiera verlo. En estos casos resulta muy débil la relación sacerdote-altar; las palabras hoc/hic de la consagración pierden su significado propio, no aplicable a realidades tan lejanas; la difícil simultaneidad sensible entre todos en la pronunciación de las palabras consecratorias genera no pocas dudas de orden simbólico-sacramental; la presencia de muchos concelebrantes fuera del presbiterio puede provocar en los fieles cierta confusión entre el sacerdocio ministerial y el sacerdocio común; etc.

Pensando, además, en las celebraciones que reúnen un gran número de fieles, me pregunto —inspirándome en una idea expresada por el entonces cardenal Ratzinger en su libro Guardare al Crocifisso — si no sería oportuno evitar la distribución general de la Comunión cuando ésta no se pueda llevar a cabo de modo digno[2].

Para enfrentarse a estos problemas, y a otros que ahora no es posible mencionar por la brevedad del discurso, quizá sería necesario estudiar la conveniencia de nuevas normativas, porque la experiencia está evidenciando que no es suficiente recordar las normas actuales: es decir, algunas de éstas deberían ser revisadas.

Una recuperación del sentido de sacralidad en las celebraciones eucarísticas, fruto de un verdadero amor a Cristo y de una sincera devoción, se traducirá para toda la Iglesia en un aumento de la práctica cristiana, de las vocaciones sacerdotales y del celo misionero, y también en una mejora general de la vida espiritual del Pueblo de Dios, del clero y de los laicos. Si recuperamos el respeto, la devoción y el amor que debemos tener siempre hacia el Misterio de la Eucaristía, éste se convertirá en fuente de vida y de atracción para muchas almas que se han alejado de la fe, y así como para los no católicos y los no cristianos.

[1] Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, n. 1.

[2] JOSEPH RATZINGER, Guardare al Crocifisso, Jaca Book, Milano 2005 (2ª ed), p. 86.

Romana, n. 41, julio-diciembre 2005, p. 292-294.

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