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Entrevista concedida a Cesare Cavalleri , Studi Cattolici (Milán, mayo 2005)

1. Catorce encíclicas, quince exhortaciones apostólicas, once constituciones apostólicas, cuarenta y cinco cartas apostólicas, innumerables discursos, audiencias, homilías... El magisterio de Juan Pablo II resulta inabarcable por extensión y profundidad. Es imposible, por tanto, sintetizarlo en la respuesta a una pregunta en el marco de una entrevista. Sin embargo, ¿cuáles son, a su modo de ver, las líneas de fuerza del pensamiento del Pontífice que nos acaba de dejar, tanto en el campo dogmático como en el moral?

Yo diría que el pensamiento de Juan Pablo II se sintetiza en una palabra, más que en unas líneas. En una Palabra escrita con mayúscula: Cristo, el Verbo de Dios hecho Hombre. En el comportamiento, Cristo como único modelo de conducta. En el campo teológico, Cristo como objeto y fundamento de la fe. Pero esa Palabra, esa Persona, Cristo, no es sólo la clave del pensamiento del Papa: es la razón de ser de su vida. ¡Qué difícil es distinguir entre vida y magisterio en Juan Pablo II!

Lo dejó bien claro el mismo Papa en la encíclica Redemptor hominis, considerada el documento programático de su pontificado: “La única orientación del espíritu, la única dirección del entendimiento, de la voluntad y del corazón es para nosotros ésta: hacia Cristo, Redentor del hombre; hacia Cristo, Redentor del mundo. A Él nosotros queremos mirar, porque sólo en Él, Hijo de Dios, hay salvación” (n. 7).

Durante las pasadas semanas, tantos hombres y mujeres, cristianos o no, han manifestado su reconocimiento a la figura de Juan Pablo II por motivos aparentemente muy diversos, como su santidad, su denuncia de los totalitarismos, su lucha por la paz, su confianza en los jóvenes, su defensa de la vida, su apoyo a la familia, su preocupación por los marginados, su valentía ante el dolor y la enfermedad. En mi opinión, esa variedad de percepciones, todas acertadas, expresan que en Cristo se encuentran las vías de solución a los grandes problemas del hombre. Asimismo, es significativo el hecho de que muchas personas hayan vuelto a Cristo tras la muerte del Papa.

2. La solidez del armazón teológico del magisterio de Juan Pablo II se basa en una precisa antropología. Es bien conocida la simpatía con que el filósofo Karol Wojtyla ha estudiado las obras de Husserl y de Edith Stein, pero en su último libro, Memoria e identidad, el Papa ha relativizado explícitamente la aportación de la fenomenología y ha vuelto a poner de relieve el valor del realismo tomista. La relación entre razón y fe, tema al que el Pontífice ha dedicado expresamente una encíclica, ¿cómo ha de plantearse?

Karol Wojtyla, Juan Pablo II, se nos ha marchado al Cielo con la misma pasión intelectual que le había llevado a adentrarse en la fenomenología y muy tocado por el misticismo de Edith Stein. A la vez, todo su Magisterio está empapado por la doctrina de Tomás de Aquino, como puso de manifiesto en una de sus visitas a la Universidad Pontificia Angelicum. Pienso que ese cambio al que usted alude puede ser objeto de estudio para especialistas. Con independencia de esos matices, considero evidente que, por su capacidad de diálogo con las corrientes filosóficas modernas, el pensamiento de Juan Pablo II es en sí mismo un fruto de la armonía entre la razón y la fe.

En estos tiempos de esoterismo y de pesimismo de la inteligencia, el Papa se ha erigido en un valiente defensor de la razón. Ha expresado confianza en la posibilidad que posee el entendimiento humano de conocer la verdad. Y ha presentado la fe como una luz, no como un límite: la fe cristiana ilumina la inteligencia en su esfuerzo por comprender la realidad.

De alguna manera, la fe protege a la razón de la superstición y del miedo, a la vez que invita a reconocer la existencia del misterio. La fe ayuda a la razón a percatarse de sus límites, pero también a recuperar la confianza en la grandeza de sus posibilidades.

3. En sus 104 viajes apostólicos por todo el mundo, en sus 146 peregrinaciones italianas, en sus visitas a 317 de las 333 parroquias de Roma, Juan Pablo II ha ejercitado plenamente su papel de Pastor universal, de Primado de la Iglesia italiana y de obispo de la Urbe. Este Papa, presentado por algunos como “mediático” por su uso inteligente y profundo de los medios de comunicación, ha privilegiado siempre el contacto directo con la realidad. ¿En qué medida los mass media son instrumentos de evangelización? Y, en este contexto, ¿qué repercusión apostólica cabe esperar de la extraordinaria y eficaz cobertura mediática que han tenido el funeral de Juan Pablo II y la elección de Benedicto XVI?

El papel que juegan los medios de comunicación en la sociedad determina la importancia que la Iglesia les atribuye. En sentido estricto, no se trata de una cuestión instrumental, sino más bien cultural: los medios de comunicación son fuente de conocimiento y factor de educación; crean modelos de conducta, hasta llegar a ser algo así como “cátedras de moralidad”. Es lícito preguntarse por la legitimidad y los límites de su poder. Pero, sobre todo, los católicos han de sentir la responsabilidad de estar presentes en ese areópago, lugar privilegiado para la expresión de la fe.

Los acontecimientos de estos días ofrecen una señal inequívoca: las televisiones, la radio, la prensa de todo el mundo han narrado con arte y con respeto ceremonias litúrgicas de gran belleza, y han logrado que centenares de millones de personas se trasladen idealmente a Roma, para rezar por el Papa, para despedir a Juan Pablo II y para recibir a Benedicto XVI. La respuesta masiva de las audiencias ha confirmado a los editores en su decisión de dar generosa cobertura a los acontecimientos. El llamado “sistema” de los medios de comunicación se ha ajustado como un guante a la mano de la Iglesia, que es universal, espiritual, eterna: nada hay más verdadero, ni más fascinante.

4. La afluencia de muchedumbres, y especialmente de jóvenes, en los viajes apostólicos y la impresionante movilización popular que hemos testimoniado con ocasión de las exequias del Pontífice han suscitado dudas en algunas personas acerca de la real incidencia en las conciencias de esos impulsos emotivos, sin duda nobilísimos pero tal vez fugaces. ¿Usted qué piensa al respecto?

Desde luego, es un error confundir religión con sentimiento. Pero sería también equivocado minusvalorar las emociones. Ya he aludido antes a este tema. Conmoverse ante la muerte de un ser querido, anhelar la presencia de un padre, son reacciones profundamente humanas. Así, la respuesta emocionada de tantas personas durante estas semanas viene a confirmar que la Iglesia es de verdad una familia, que es joven y está viva, como decía Benedicto XVI el 24 de abril.

Por otra parte, las profundas emociones que hemos vivido pueden tener consecuencias prácticas importantes: se imprimen en la memoria del corazón, son difíciles de olvidar; impresionan el ánimo de los más jóvenes, y dejan una huella indeleble; remueven la frialdad que a veces nos inunda con el pasar de los años; nos salvan del escepticismo. Nuestra historia personal está formada por la vida ordinaria y también por episodios memorables.

Pienso que mucha gente, pasada la hora del sentimiento, conservará el recuerdo de haber participado en un momento histórico, de haber experimentado una realidad espiritual de gran intensidad, un momento de gracia. En definitiva, se acordará de haber escuchado una llamada de Dios, que ha vuelto a tocar a la puerta del corazón. Estoy convencido de que durante estos días han madurado muchas respuestas a esa llamada, muchas decisiones de entrega a Dios, de amor fiel, de compromiso, de coherencia cristiana y humana.

5. A propósito del entusiasmo popular despertado por Juan Pablo II, hay quien ha afirmado que la gente acudía a aplaudir al cantante pero no apreciaba la canción. De hecho, son bien conocidas las dificultades que encuentra el magisterio de la Iglesia para plasmar la conducta práctica, también la de los cristianos, en materia de derecho a la vida, de moral sexual, de estabilidad familiar... ¿Cómo se configura hoy en día el problema de la coherencia de quien no duda en declararse católico?

Cuando acudimos a escuchar a una persona con autoridad moral, estamos expresando aquello que buscamos, no aquello que ya poseemos. Sucede en ámbito religioso, pero también en otros campos, porque la existencia es siempre, de algún modo, búsqueda, camino, deseo, anhelo de algo mejor, más bello, más justo.

A este propósito vienen a mi memoria unas palabras de Juan Pablo II, que comentan la famosa frase de San Agustín: «Nos has hecho, Señor, para ti e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en ti» (San Agustín, Confesiones, I, 1). “En esta inquietud creadora —dice Juan Pablo II— bate y pulsa lo que es más profundamente humano: la búsqueda de la verdad, la insaciable necesidad del bien, el hambre de la libertad, la nostalgia de lo bello, la voz de la conciencia” ( Redemptor hominis, 18).

Escuchar al Papa con atención —con esa inquietud— es hoy como un preámbulo de la fe, un principio de vida cristiana. Después de ese primer paso viene la decisión personal de coherencia, la búsqueda de la formación que ilumina, el anhelo de ejercitar la caridad que conforta, el recurso a los sacramentos que fortalecen.

Me atrevo a decir que el Papa cumple una importante misión atrayendo a los hombres de buena voluntad; después entra en juego la responsabilidad apostólica de los católicos, sacerdotes y laicos, que dan continuidad a la presencia de la Iglesia en todos los ambientes. Antes que pensar en la incoherencia por parte de algunos, prefiero pensar y rezar para que los acontecimientos que hemos vivido nos animen a renovar el propósito de ser más valientes para anunciar a Jesucristo, porque tantas personas nos están expresando, de muchos modos, que quieren conocerle, tratarle y amarle.

6. Usted ha estado con Juan Pablo II muchas veces, también fuera de las audiencias oficiales. ¿Nos puede referir un recuerdo personal?

Un recuerdo particularmente entrañable para mí está unido al fallecimiento de Mons. Álvaro del Portillo, mi predecesor como prelado del Opus Dei, el 23 de marzo de 1994. Ese día, Juan Pablo II vino a Santa María de la Paz, la iglesia prelaticia, donde habíamos instalado la capilla ardiente. Vino para rezar y, sin duda, también para manifestarnos su afecto paternal en aquel momento en que en el Opus Dei nos habíamos quedado sin padre. Ese episodio me parece un símbolo de la figura de Juan Pablo II: un padre fiel que siempre está cuando lo necesitas, que te consuela con afecto en el momento del dolor.

7. Es innegable que la historia del Opus Dei está estrechamente ligada al pontificado de Juan Pablo II, que ha erigido la Obra como Prelatura personal el 28 de noviembre de 1982, ha beatificado al fundador el 17 de mayo de 1992 y lo ha canonizado el 6 de octubre de 2002. ¿Cuál es la raíz de la sintonía de Juan Pablo II con el espíritu del Opus Dei?

Antes de responder, déjeme recordar que todas las instituciones y todos los fieles de la Iglesia se han sentido queridos por Juan Pablo II, que siempre ha puesto la máxima atención pastoral hacia lo que el Espíritu Santo suscita en la Iglesia. Por otra parte, en el Opus Dei deseamos servir a todos los Sucesores de Pedro, siguiendo el ejemplo de San Josemaría. Y, en fin, no puedo dejar de aludir al hecho de que Pablo VI, de venerada memoria, manifestó en varias ocasiones, tanto a Mons. Escrivá como a su primer sucesor, que deseaba ardientemente que se llegara a la solución jurídica del Opus Dei. En la primera audiencia que concedió a mi predecesor, S.E. Mons. Álvaro del Portillo, le comentó, para que nos lo transmitiera a todos, que consideraba a Mons. Josemaría Escrivá una de las figuras del siglo XX que más heroicamente habían respondido a la llamada de Dios.

Pienso que la raíz de la sintonía con Juan Pablo II, a la que usted se refiere ahora, brota de la pasión evangelizadora del Papa, de su amor al mundo, de su conciencia del papel de los laicos en la misión de la Iglesia. Las preocupaciones pastorales del Santo Padre, su amor al hombre, su elevada visión del trabajo que dignifica a la persona, le hacían apreciar el espíritu del Opus Dei, y el mensaje de santificación del trabajo y de la vida ordinaria. Por parte de la Prelatura, hemos intentado corresponder a ese afecto, a ese aliento de fidelidad a la Iglesia, con el deseo de no defraudar las expectativas del Santo Padre y de secundar lealmente sus enseñanzas. En estos momentos, todos los recuerdos de estos años se transforman en motivo de gratitud.

8. 1.338 beatos y 482 santos proclamados por Juan Pablo II. ¿Es un aspecto de la aplicación del Concilio Vaticano II, cuyo núcleo consiste en la propuesta renovada de la llamada universal a la santidad?

Sí, ciertamente. Algunos, además, han visto en esas cifras tan altas de beatificaciones y canonizaciones un esfuerzo del Papa por poner el mensaje de Cristo al alcance de cada hombre y de cada mujer. Efectivamente, en una sociedad secularizada como la nuestra, hay que abrir todas las vías de acceso a las almas, a los corazones. Y la vida de los santos es un extraordinario vehículo de comunicación de la fe: modelos vivos, atractivos, comprensibles para personas de todas las razas y culturas.

San Pablo llamaba “santos” a los primeros cristianos. Los santos son en cierto modo “uno de nosotros”. Demuestran que es posible seguir a Jesucristo. Su ejemplo alimenta nuestra esperanza. Considero que Juan Pablo II, también en esto, ha querido poner de relieve la realidad de que Jesucristo, el Buen Pastor, no hace discriminaciones, dirige a todos la gran llamada de la santidad, meta —no lo olvidemos— para la que ha sido creado el hombre, cada hombre, cada mujer. En mi opinión, por último, Juan Pablo II también ha querido decir que el Señor no está lejos de nadie, que se interesa por todos.

9. Juan Pablo II, el Papa del Totus tuus, ha empapado su vida de devoción mariana. Es innegable la conexión entre la vida del Papa y las apariciones de la Virgen en Fátima: el atentado del 13 de mayo, el tercer secreto en el que el mismo Papa se ha reconocido, la muerte de Sor Lucía (13 de febrero) poco antes de la del Papa... No le pido profecías, pero el tono apocalíptico de algunas interpretaciones de las apariciones marianas, de las que casi parece desprenderse que estamos llegando al final de los tiempos, dejan a uno pensativo.

Tengo mucha devoción a Nuestra Señora de Fátima, he rezado con frecuencia ante su imagen sencilla y materna, me conmueve la historia de los pastorcillos. Pero no sabría opinar sobre esas interpretaciones apocalípticas. No me siento inclinado, ni preparado. Sólo Dios logra leer entre las líneas del libro de la Historia. Yo vivo en la página de hoy: confío en el Divino Escritor y me agarro con fuerza a la realidad de que sus designios convocan a una vida llena de esperanza, basada en que el Hijo de Dios ha querido dar su vida por nosotros.

10. La brevedad del cónclave que ha elegido a Benedicto XVI transmite la imagen de una Iglesia muy unida, incluso unánime. ¿Cree que ya ha pasado el ciclón postconciliar y que se ha superado definitivamente la distinción, muchas veces artificiosa, entre “progresistas” y “conservadores”?

El cónclave se ha alzado ante los ojos de todos como una lección magistral de unidad, que sin duda marcará el futuro. Ha sido como un eco del “ubi Petrus, ibi Ecclesia” de San Ambrosio. Se ha cumplido también una vez más la aspiración que San Josemaría Escrivá formulaba con las palabras “omnes cum Petro ad Iesum per Mariam”: todos, con Pedro, a Jesús por María. Hemos visto cómo los cardenales, personas muy distintas entre sí, procedentes de zonas geográficas, mentalidades y experiencias muy variadas, han dejado de lado sus diferencias y se han estrechado enseguida en unión con Pedro.

La distinción entre «conservadores» y «progresistas» es un a priori que corresponde a la aplicación de un esquema político simple a una realidad rica y profunda. Interpretar el cónclave de ese modo es como ver la realidad en blanco y negro. Pienso que también en esto se observa un notable progreso, a medida que muchos comentaristas conocen mejor la naturaleza de la Iglesia.

Desde el comienzo de esa reunión, no he dejado de considerar que toda la Iglesia, con su oración y su mortificación, había entrado en la Capilla Sixtina, y que el Señor ha prometido que no deja de escuchar a los que rezan en su nombre.

11. Le agradecería un retrato de Benedicto XVI, tal como usted lo ha conocido.

Lo veo como una persona que sobresale por su inteligencia teológica, su certera visión de los problemas de la Iglesia y de la cultura, y su amplitud de horizontes. A eso hay que sumar su experiencia de largos años de servicio a la Iglesia y su honda vida espiritual. De su delicadeza y capacidad de escuchar puede dar testimonio cualquier persona que haya tenido ocasión de tratarle un poco.

Ante un mundo crispado y conflictivo, el Santo Padre se presenta lúcido y sereno, preparado para dar razón de la esperanza de la Iglesia, de la fe en su Maestro. Si a todo esto se añade que lo ha buscado el Espíritu Santo, me parece que es en grado sumo la persona adecuada para este tiempo.

12. ¿Qué le sugiere el nombre que el nuevo Papa ha escogido?

Personalmente, la decisión de referirse tanto a San Benito como a Benedicto XV, me recuerda la importancia que tienen para la Iglesia la cultura y el empeño por la paz. Pienso que en estos años los católicos tenemos la responsabilidad de hacer comprensible la fe ante nuestros semejantes, precisamente yendo a las raíces cristianas de la cultura, especialmente europea. Me refiero a la cultura en sentido amplio: el clima que crean a su alrededor las familias cristianas; la extensión de las obras de misericordia; y también la investigación científica, el cine y la literatura. Los católicos de hoy han de ser forjadores de paz y de culturas de vida.

A la mayoría de los católicos la elección del nombre nos ha causado sorpresa, junto a una sana curiosidad por conocer los motivos. La novedad del nombre es así otro recordatorio para unirnos más a la persona e intenciones del Papa, como él mismo no cesa de pedirnos.

13. ¿Qué es lo que más le ha llamado la atención de la actuación del Cardenal Ratzinger como prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe?

La capacidad de armonizar la caridad con el servicio a la verdad. Ha sido un buen ejemplo del veritatem facientes in caritate (Ef 4,15) que recomienda San Pablo. En el libro Informe sobre la fe leemos: “La definición dogmática es un servicio a la verdad, un don ofrecido a los creyentes por la autoridad querida por Dios. Los dogmas —ha dicho alguien— no son murallas que nos impiden ver, sino, muy al contrario, ventanas abiertas al infinito”. Son palabras que escribía el Cardenal Ratzinger pocos años después de ser puesto al frente de la Congregación para la doctrina de la fe. Pienso que son una de las claves de su actuación en ese dicasterio.

14. En un artículo publicado por el profesor Joseph Ratzinger, antes de ser cardenal, en la revista Studi Cattolici (n. 69, diciembre 1966) se lee una decidida defensa de la reforma litúrgica y, simultáneamente, una llamada de atención ante algunas aplicaciones precipitadas. ¿Piensa que este tema puede ser una de las prioridades del nuevo pontificado?

Una explicación de esa inquietud se encuentra en otras palabras del Cardenal Ratzinger, publicadas hace algunos años: “La inagotable realidad de la liturgia católica me ha acompañado a lo largo de todas las etapas de mi vida; por este motivo, no puedo dejar de hablar continuamente de ella” (Mi vida: memorias 1927-1977, p. 34). Si tomamos conciencia de que la liturgia es acción de Dios, abierta a la participación del hombre, entendemos mejor su centralidad en la vida cristiana. Pienso que Benedicto XVI es muy sensible a la sacralidad de la liturgia, donde cielo y tierra se unen en tan misteriosa belleza, y que vive a diario la fuerza del adagio lex orandi, lex credendi.

15. El programa pastoral de la Iglesia para el tercer milenio ha sido trazado por Juan Pablo II en la Novo Millennio ineunte . ¿Tendrá una papel fácil el nuevo Papa?

Me parece muy importante subrayar que, ahora y siempre, la aplicación de ese programa es responsabilidad de toda la Iglesia, no sólo del Papa: la abdicación por parte de los fieles —sacerdotes y laicos— de esa tarea supondría una comodidad de graves consecuencias. En su Encíclica Redemptoris missio, Juan Pablo II afirmaba: “Preveo que ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización y a la misión ad gentes. Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos” (n. 3).

La labor del Benedicto XVI será menos difícil cuanto más le sepamos apoyar todos los católicos con nuestra oración y nuestro trabajo, cada uno dando testimonio de Jesucristo en el lugar que ocupa en la sociedad. También en esto resultan muy apropiadas las palabras de S. León Magno: agnosce, christiane, dignitatem tuam! Todos estamos llamados a hacer la Iglesia, en plena adhesión al Santo Padre y a su Magisterio.

16. En la homilía de la misa pro eligendo pontifice, el cardenal decano, Joseph Ratzinger, ha hablado de una “dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos”. ¿Cuáles son los principales problemas morales que los cristianos deben afrontar hoy en día?

No resulta sencillo responder a una pregunta tan amplia. Podríamos hablar de muchos temas, pero prefiero mencionar solamente dos virtudes: la caridad y la castidad.

En primer lugar, pienso que los cristianos hemos de reavivar el convencimiento de que la caridad es la cumbre del mensaje evangélico. Caridad en sentido pleno, es decir, no sólo el gesto extraordinario, ocasional, sino la caridad constante, en la familia, con los amigos, entre los colegas; la preocupación por los enfermos, los pobres, los solitarios, los tristes, los necesitados; la caridad en el trabajo, en la política, en la economía. En realidad, estamos hablando de una virtud personal, de uno de los dones más grandes que puede ofrecer la Iglesia al mundo. Estamos hablando también del Espíritu Santo, que es el Amor increado, y de su acción en las almas.

En muchos ambientes, la castidad es —si me permite la expresión— una virtud ausente, exiliada, lo que produce un devastante perjuicio para la persona. Paradójicamente, se observa cierta vergüenza de mencionarla, mientras que se ha perdido la vergüenza para hablar en público de las más retorcidas perversiones, dando así cauce de normalidad a cualquier desorden. La pureza cristiana nos remite inmediatamente a Jesucristo, que pide a sus discípulos limpieza de mirada, de corazón y de conducta. Por desgracia, vivimos en una sociedad erotizada, donde el sexo se ha convertido en mercancía que se compra y se vende: estamos viendo las terribles consecuencias de ese penoso mecanismo, que animaliza a la criatura racional. Los católicos tienen que devolver al mundo el aprecio a la castidad, que está más unida a la caridad de lo que a primera vista puede parecer. En cierto modo, la castidad es una forma de la caridad: del amor a Dios, del respeto a uno mismo y a los demás.

17. San León IX, a quien los historiadores consideran el mejor Papa germánico del medioevo, condenó en el sínodo de Vercelli (1050) las erróneas teorías de Berengario de Tours sobre la Eucaristía. Quizá no es casualidad que Benedicto XVI, elegido el 19 de abril, fiesta litúrgica de San León IX, haya subrayado el hecho de que su elección haya tenido lugar durante el Año de la Eucaristía proclamado por Juan Pablo II.

Uno de los primeros documentos de Juan Pablo II —la Carta Dominicæ Cenæ, de 1980— trataba precisamente de la Eucaristía. Su última decisión pastoral, de fuerte simbolismo, ha sido centrar este año, que ha sido el último de su pontificado, en la Eucaristía. De ese modo, el primer sínodo de obispos que presidirá el nuevo Papa estará dedicado a la Eucaristía, “centro de la vida de la Iglesia” ( Catecismo de la Iglesia Católica, 1343) y fuente de su misión evangelizadora. Efectivamente, todo hace pensar en la Providencia ordinaria de Dios, que encuentra siempre el modo de ayudarnos a mirar “hacia el centro”, hacia la Eucaristía.

18. En una de las misas de acción de gracias por la beatificación de Josemaría Escrivá, el 19 de mayo de 1992, el Cardenal Ratzinger definió al fundador del Opus Dei “un gran hombre de Dios, que recorrió los continentes para dar a todos la valentía de la normalidad cristiana, que es precisamente la santidad: vivir el don que hemos recibido en el Bautismo”...

He observado que a Benedicto XVI le gusta considerar la vida cristiana como una semilla depositada en el alma en el momento del bautismo. Al principio parece insignificante, sin embargo se muestra eficaz frente al mal y, sobre todo, lleva el bien al mundo, trae agua limpia, por así decir: agua que fecunda todos los desiertos. Se trata, en el fondo, de la parábola evangélica del grano de mostaza, que resume la aspiración de todos los cristianos, y en consecuencia de los fieles del Opus Dei, metidos como estamos en medio del mundo. La misión de los católicos en la sociedad puede ser vista de esa manera: portadores de una pequeña —¡y a la vez grande!— semilla de paz y de alegría que madura dentro del alma y se difunde en el mundo.

19. En estos momentos, ¿en qué campos lleva a cabo prioritariamente el Opus Dei su servicio a la Iglesia?

El servicio que presta la Prelatura se resume en una tarea formativa, abierta a sacerdotes y laicos, hombres y mujeres, de todas las culturas y profesiones. La formación que proporciona el Opus Dei tiende a recordar una verdad esencial: que los cristianos estamos llamados a imitar a Jesucristo en nuestra vida cotidiana, que nuestra vocación es servir a los demás, quererles, precisamente a través de nuestra profesión y nuestras relaciones. Servir a los demás en la vida ordinaria, descubrir la dimensión de servicio que poseen todos los trabajos, es una forma excelente de anunciar a Jesucristo.

Me gustaría también puntualizar que la labor del Opus Dei se dirige a cada persona, no se limita a un sector de la sociedad. Pretende que cada cristiano se esfuerce por llevar la luz de Cristo a las personas que le rodean. Esto significa tanto transmitir el tesoro de la fe, como aprender de los demás, que han sido amados y redimidos por Cristo. También me llena de alegría afirmar que un fiel del Opus Dei —hombre o mujer— procura mirar a María, la mujer eucarística, que ha sabido hacer de su vida entera una oblación, en unión al Sacrificio de Cristo por todas las criaturas.

Romana, n. 40, Enero-Junio 2005, p. 68-77.

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