Al conocer la noticia del fallecimiento de Juan Pablo II, (Roma 2-IV-2005)
Hoy más que nunca es tiempo de rezar, muy unidos en Cristo, con el corazón lleno de agradecimiento a Juan Pablo II, que se ha gastado —día tras día, hasta el último aliento— para cumplir con su misión de Padre y de Pastor. La gratitud filial se mezcla hoy con el dolor, un dolor profundo y sereno. A lo largo de estos casi 27 años hemos aprendido a querer a Juan Pablo II con toda el alma, y ahora notamos en nuestro corazón el desgarrón de su ausencia.
Pero sabemos por la fe que Juan Pablo II ha atravesado “el umbral de la esperanza” y nos espera —con su bondad y paz habituales— en la casa del Cielo, que todos anhelamos. De la fe surge nuestra serenidad sobrenatural: no queremos ni podemos cancelar el dolor, pero lo vivimos con serenidad, convencidos de que Dios ha dispuesto lo mejor para tan fiel servidor de su Iglesia.
Es también el momento de rezar por el próximo Papa, al que los católicos ofrecemos ya desde ahora todo nuestro afecto filial. Pido a Dios que le conceda su gracia y su ayuda, para una tarea de tanta responsabilidad.
Personalmente, acudo con confianza a la protección de Juan Pablo II, siervo bueno y fiel del Señor, y le pido también que interceda ante Dios por su sucesor.
Romana, n. 40, enero-junio 2005, p. 77-78.