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Homilía durante la solemne concelebración eucarística en la fiesta litúrgica del Beato Josemaría, Basílica de San Eugenio (Roma, 26-VI-2000).

Filii sanctorum sumus!: somos hijos de santos, dice el texto latino del libro de Tobías[1]. Esta exclamación aflora hoy espontáneamente a nuestros labios, al conmemorar el vigésimo quinto aniversario del tránsito al Cielo del Beato Josemaría: ¡somos hijos de un santo! Al proponer a la veneración de los fieles las figuras de los santos, la Iglesia nos señala ejemplos que nos espolean a buscar la plenitud del amor de Dios, la santidad, cada uno según su personal vocación cristiana. Y, al mismo tiempo, nos anima, exhortándonos a confiar en su intercesión desde el Cielo.

El 26 de junio de 1975 el Señor llamó junto a Sí para siempre a quien había sido verdaderamente un Padre para nosotros. Aquella separación fue un desgarrón inesperado. Por unos instantes nos sentimos huérfanos, privados de la presencia fuerte y dulcísima del hombre que nos había mostrado los caminos de la santidad en el mundo. Pero muy pronto —mejor, inmediatamente— vimos que su ayuda se había hecho todavía más asidua y eficaz, como nos hizo observar Mons. Álvaro del Portillo, primer sucesor del Beato Josemaría en la guía del Opus Dei. Su intercesión atravesaba las barreras del tiempo y del espacio: se notaba en tantas necesidades pequeñas y grandes, espirituales y materiales. El camino de santidad «en medio de la calle», como le gustaba decir y que él había allanado con sus pasos en la tierra, se había hecho más hacedero desde que el Padre sostenía desde el Cielo cada uno de nuestros esfuerzos.

En estos veinticinco años su paternidad espiritual se ha dilatado muy notablemente. Hombres y mujeres de toda raza, lengua, cultura y condición social, experimentan su solicitud en todas partes y en las circunstancias más diversas. Como un buen padre, escucha nuestras súplicas, las hace suyas y las presenta al Señor. Es una experiencia que nos impide ser pesimistas y pensar en este mundo como si estuviera irremediablemente condenado a la degeneración moral (en la cultura, en los ambientes de trabajo, en los comportamientos cotidianos de la gente...). No podemos olvidar que hay mucha gente que reza, muchas almas que buscan a Dios. El Beato Josemaría se nos muestra cada día más como uno de los instrumentos elegidos por la Providencia para alimentar, canalizar y fecundar esta búsqueda, esta sed de lo divino. Elegidos para llevar el mundo a Dios. Es verdad lo que leemos en Camino: «Estas crisis mundiales son crisis de santos»[2]. Son palabras fuertes y no una simple reflexión teórica: es una llamada vibrante dirigida a nuestra conciencia de cristianos. Y nosotros debemos escucharla: debemos desear verdaderamente llegar a ser santos. El Señor lo quiere. ¿Lo queremos también nosotros? No es un objetivo imposible, un peso excesivo; es un signo de predilección divina, y por tanto un privilegio inmenso ¡Qué error sería —y en qué amargura caeríamos— si no escucháramos esta llamada!

Ya el Papa Pío XII, el primer Papa que conoció personalmente al Beato Josemaría, dijo de él: «Es un verdadero santo, un hombre enviado por Dios para nuestros tiempos»[3]. Tampoco Pablo VI dudaba en afirmar «el carácter extraordinario de su figura en la historia de la Iglesia»[4]. Y el decreto pontificio sobre las virtudes heroicas del Fundador del Opus Dei —el documento que concluyó la importante primera etapa del itinerario que lo ha llevado a los altares—, al comentar la actualidad de «su mensaje de santificación en y desde las realidades terrenas», no duda en declarar: «La actualidad de este mensaje está destinada a perdurar, por encima de los cambios de los tiempos y de las situaciones históricas»[5]. De año en año, su intercesión desde el Cielo crece en extensión e intensidad. Asistimos a verdaderos y propios milagros, muy numerosos, obtenidos en muchos países mediante la intercesión del Beato Josemaría. Como observa el decreto recién citado, «la fama de santidad del Siervo de Dios, ampliamente comprobada durante su vida, ha conocido después de su muerte una extensión universal, llegando a constituir en muchos países un auténtico fenómeno de piedad popular»[6].

El Breve apostólico de la beatificación describe del siguiente modo la influencia de su predicación y de su actividad sacerdotal: «Abrió nuevos horizontes para una cristianización más profunda de la sociedad. En efecto, el Fundador del Opus Dei ha recordado que la universalidad de la llamada a la plenitud de la unión con Cristo comporta también que cualquier actividad humana pueda convertirse en lugar de encuentro con Dios (...). [El Beato Josemaría] ha mostrado toda la potencia redentora de la fe, su energía transformadora tanto de las personas como de las estructuras en las que se plasman los ideales y las aspiraciones de los hombres»[7].

Pues bien, estos "horizontes" resultan nuevos todavía: la misión del Beato Josemaría está aún lejos de poder considerarse realizada. Más bien, podría decirse que la tarea de colaborar con Cristo recomienza continuamente con cada hombre y cada mujer que descubre la huella de Dios en el mundo y percibe la llamada divina que le invita a seguirla. Se reanuda con cada uno de nosotros. Nos corresponde tomar de nuevo esta misión. Jesús repite a cada uno las palabras que dirigió a Pedro en la pesca milagrosa: Guía mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca[8].

Pidamos al Beato Josemaría que nos ayude a levantar la vista por encima de las ocupaciones diarias, que frecuentemente nos llevan a cerrarnos en nosotros mismos y no ver más allá de nuestros problemas. Pidámosle que reavive en nosotros la conciencia de la misión apostólica a la que estamos llamados por el Bautismo. Padre, ayúdanos a ver a nuestro alrededor —en la familia, en el ambiente profesional, entre los conocidos y amigos— almas que llevar a Cristo. Padre, ayúdanos a gritar, como nos has enseñado: «¡Jesús, almas!... ¡Almas de apóstol!: son para ti, para tu gloria»[9]. Ayúdanos a escuchar la invitación imperativa de Cristo que nos llega desde el Evangelio de esta Misa: Guía mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca.

Si meditamos la vida de Cristo, comprenderemos que el discípulo —o sea, todo cristiano— debe ponerse al servicio del Maestro y difundir su doctrina, como nos recuerda el Padre en Camino: «Ten presente, hijo mío, que no eres solamente un alma que se une a otras almas para hacer una cosa buena. Esto es mucho..., pero es poco. —Eres el Apóstol que cumple un mandato imperativo de Cristo»[10].

Fuego he venido a traer a la tierra, y ¿qué quiero sino que ya arda?[11]. ¡Cuántas veces estas palabras de Jesús, que resonaban en sus oídos como un clamor apasionado, alimentaron la oración del Beato Josemaría! En este Año jubilar parece que la gracia divina nos mueve con más fuerza hacia mayores metas apostólicas. Si nosotros, con palabras que infunden esperanza y con el testimonio elocuente de la alegría que inunda a quien reencuentra el perdón de Dios, lográsemos que una sola persona se acercara al Sacramento de la confesión, habríamos conseguido un fruto maravilloso, un resultado que nos recompensaría de cualquier sacrificio.

Ayer se concluyó el Congreso Eucarístico Internacional. Han sido días de intensa unión de todos los cristianos con el Santo Padre, en torno al Santísimo Sacramento. Ahora, debemos seguir presentando a Jesús, realmente presente entre nosotros, nuestra oración continua por el Papa y sus intenciones, por los Obispos en comunión con Pedro, por la Iglesia entera. La Eucaristía edifica la Iglesia. El amor por las almas, el afán apostólico, tienen su alimento más eficaz en la unión con Jesús Sacramentado. Jesús, siempre vivo y en vela por nosotros, escondido en esa cárcel de amor que es el Sagrario, acoge nuestras confidencias, nuestros lamentos, nuestros suspiros, y, al mismo tiempo, nos invita a alzar los ojos hacia la humanidad que sufre a nuestro alrededor y tiene una urgente necesidad de reencontrar la luz de Cristo.

En el fondo, ¿qué es lo que estamos diciendo? ¿Cuál es la lección fundamental que nos ofrece el ejemplo del Beato Josemaría? Que somos Iglesia, y la Iglesia no puede dejar nunca de trabajar por el bien de los hombres. Que somos una sola cosa con Cristo, y Cristo vive por el bien de los hombres. Que en la Iglesia de Cristo todos debemos dar algo a los demás: el testimonio de una fe sin complejos, la constancia en la oración, la caridad de la comprensión y del consejo claro y desinteresado, la firmeza de la corrección cuando es necesario, la solidaridad de la ayuda fraterna y discreta.

Todo esto no es demasiado, porque Cristo mismo actúa y habla en sus apóstoles. Acudamos a su ayuda. Dirijámonos con confianza a la intercesión del Beato Josemaría. Él es el Padre que gastó cada momento de su vida por sus hijas y sus hijos. Escribió: «No puedo dejar de levantar el alma agradecida al Señor, de quien procede toda familia en los cielos y en la tierra (Ef 3, 15), por haberme dado esta paternidad espiritual, que, con su gracia, he asumido con la plena conciencia de estar sobre la tierra sólo para realizarla. Por eso, os quiero con corazón de padre y de madre»[12]. En el Cielo sigue siendo nuestro Padre. Y la vía que nos indica para hacer más seguro nuestro camino es María. A Ella, Reina de los Apóstoles, confiamos los anhelos apostólicos que este aniversario suscita en nuestro corazón. Amén.

[1] Tob 2, 18.

[2] BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, n. 301.

[3] Cfr. Josemaría Escrivá de Balaguer. Sacerdote. Fundador del Opus Dei. Anexo n.1 a los "Artículos del Postulador". Fama de santidad en vida, Roma 1979, p. 7.

[4] Ibid., p. 8.

[5] Decreto pontificio Sobre las virtudes heroicas del Ven. Josemaría Escrivá de Balaguer, 9-IV-1990.

[6] Ibid.

[7] Breve apostólico De beatificación, 17-V-1992.

[8] Evangelio (Lc 5, 4).

[9] BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, n. 804.

[10] Ibid., n. 942.

[11] Lc 12, 49.

[12] BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Carta 6-V-1945, n. 23.

Romana, n. 30, Enero-Junio 2000, p. 56-60.

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