envelope-oenvelopebookscartsearchmenu

Con ocasión de la XI Jornada Mariana de la Familia, en el Santuario de Nuestra Señora de Torreciudad. (4-IX-1999)

1. María Santísima se puso en camino y fue deprisa a la montaña[1] de Judá. Al considerar estas palabras, cabe decir que Nuestra Señora emprende una peregrinación hasta el lugar donde reside su prima Isabel. El Santo Padre Juan Pablo II ha mostrado que toda la existencia de la Virgen fue una «peregrinación de la fe»[2], que sólo termina cuando es glorificada corporalmente en los cielos. También nosotros estamos de camino hacia la morada definitiva, el Cielo, que alcanzaremos si llevamos a cabo en la tierra lo que nos exige nuestra personal vocación cristiana.

Toda peregrinación a un santuario constituye un símbolo elocuente de la fe que nos une a Cristo. Al acudir hoy a Torreciudad para esta Jornada Mariana de la Familia, buscamos anticipar de algún modo la felicidad que nos aguarda tras nuestros pasos por este mundo: el encuentro para siempre con la Santísima Trinidad, con la Virgen, los Ángeles y los Santos. En la oración preparada por el Papa para este último año de preparación al Jubileo del 2000, pedimos a Dios: «Haz que todos tus hijos sientan que en su caminar hacia ti, meta última del hombre, les acompaña bondadosa la Virgen María, icono del amor puro, elegida por ti para ser Madre de Cristo y de la Iglesia»[3]. Se lo rogamos con la confianza de hijos que invocan a un Padre que es Omnipotente y Misericordioso.

Como proclama el texto de la segunda lectura[4], la efusión del Espíritu Santo en el Bautismo nos convirtió en verdaderos hijos de Dios, que pueden exclamar Abba, Padre. Injertados en Jesucristo, participamos de la Filiación divina del Verbo, que es nuestro Hermano mayor, ya que ha tomado la naturaleza humana en el seno purísimo de María. Ser hijos de Dios en Cristo trae para nosotros, de modo inseparable, la realidad de ser —como Jesús— hijos de Santa María.

La undécima Jornada Mariana de la Familia se encuadra en el marco de las celebraciones que conmemoran los veinticinco años de este Santuario de Nuestra Señora de los Ángeles, promovido por el Beato Josemaría. En los cinco lustros transcurridos, son ya incontables los peregrinos que han escuchado la llamada de la Virgen en este lugar —¡venid a mí![5]-, siguiendo los pasos de los romeros que, durante casi un milenio, peregrinaron a este lugar mariano.

2. La imagen de la Virgen de Torreciudad representa a Nuestra Señora como trono del Verbo encarnado. Ella es el Asiento de la Sabiduría, el Trono de la gracia y de la gloria. Adeamus cum fiducia ad thronum gratiæ, ut misericordiam consequamur![6]. Estas palabras fueron motivo de meditación agradecida para el Beato Josemaría, que repetía de corazón: «adeamus cum fiducia ad thronum gloriæ ut misericordiam consequamur!». Acudamos, pues, al Trono de la gracia, de la gloria, para alcanzar misericordia. Juan Pablo II nos recomienda que, de forma especial, recurramos este año precisamente a la misericordia de Dios Padre. Y nos resultará muy fácil, si nos dirigimos a la Reina y Madre de misericordia, que nos anima: yo soy la Madre del amor hermoso, del temor, y de la sabiduría, y de la santa esperanza; en mí, toda gracia de camino y de verdad; en mí, toda esperanza de vida y de virtud[7].

En la Carta apostólica preparatoria del Jubileo, el Papa nos exhorta también a emprender «un camino de auténtica conversión»[8]. Como presupuesto, nos invita a que cada uno realicemos el «redescubrimiento y la intensa celebración del sacramento de la Penitencia»[9]. Éste era, cabalmente, el tipo de prodigios divinos que el Beato Josemaría esperaba de Torreciudad. En una ocasión, escribía: «un derroche de frutos espirituales espero, que el Señor querrá hacer a quienes acudan a su Madre Bendita ante esa pequeña imagen, tan venerada desde hace siglos. Por eso me interesa que haya muchos confesonarios, para que las gentes se purifiquen en el santo sacramento de la penitencia y —renovadas las almas— confirmen o renueven su vida cristiana»[10].

Nos hemos reunido aquí, en esta solemne celebración de la Santa Misa, para mostrar nuestra gratitud a la Santísima Trinidad: la Eucaristía es acción de gracias. Hoy se alza también desde nuestras almas el agradecimiento a Dios Padre, rico en misericordia, porque en el curso de veinticinco años ha derramado abundantemente su perdón en este santuario, haciendo experimentar a una muchedumbre de mujeres y de hombres la dicha de retornar a Dios. Entre esas almas nos encontramos también todos y cada uno de nosotros. Hemos de reconocer, en efecto, que quizá, aun sin abandonar del todo al Señor, con nuestras faltas de amor nos hemos alejado a veces de Dios; por eso acudimos con frecuencia al sacramento del Perdón.

Cuando la soberbia o el amor propio, la vanagloria o la envidia, amenacen con sumirnos en la soledad y en el resentimiento, que oscurecen la mente y el corazón, roguemos a la Virgen que encienda las luces de nuestra alma. ¡Acudamos confiadamente al Trono de la gracia, a María!

Cuando la sensualidad y la tendencia desordenada a los bienes materiales pretendan enturbiar nuestra mirada, que la Virgen limpie la casa de nuestra alma. ¡Acudamos confiadamente al Trono de la gracia, a María!

Cuando la perezosa resignación ante los defectos y miserias personales entibie nuestra lucha por ser santos, y comencemos a escondernos en una triste mediocridad, que nuestra Madre nos busque y nos encamine. ¡Acudamos confiadamente al Trono de la gracia, a María!

3. Al entregar a la Iglesia la Bula por la que convocaba el Jubileo del año 2000, el Romano Pontífice advertía que «no podemos ir solos al encuentro con el Padre. Debemos ir en compañía de cuantos forman parte de "la familia de Dios"»[11].

Juan Pablo II, ya desde los comienzos de su Pontificado, pedía a Nuestra Señora que, «así como es Madre de la Iglesia, sea también Madre de la "Iglesia doméstica"; que, gracias a su ayuda materna, cada familia cristiana pueda llegar a ser verdaderamente una "pequeña Iglesia", en la que se refleje y reviva el misterio de la Iglesia de Cristo»[12].

El Papa explica que el Jubileo ofrece también la oportunidad de meditar sobre «las problemáticas relacionadas con el respeto de los derechos de la mujer y con la promoción de la familia y del matrimonio»[13]. Hoy, ante la Virgen de Torreciudad, con urgencia filial le suplicamos su poderosa intercesión por todas las intenciones del Santo Padre; pero, en esta Jornada Mariana de la Familia, es lógico que pongamos a los pies de Nuestra Señora aquellas que más directamente se refieren a la familia y al matrimonio: a nuestras familias y a las de todo el mundo, tan necesitadas de ayuda muchas veces.

Los cristianos hemos de sabernos protagonistas principales del momento actual, buscando el ideal asequible de la santidad, que el Beato Josemaría volvía a proponer cuando hablaba de las familias cristianas como de «hogares luminosos y alegres»[14]. Cada una de vuestras familias debe ser, con la gracia de Dios y con vuestro esfuerzo personal, un punto de referencia, un foco de luz para muchas otras familias y para la entera sociedad civil. Es cierto que no faltan los obstáculos; es verdad que la familia sufre fuertes embates; pero tenemos a nuestro favor el designio divino, que quiere servirse de los hogares cristianos como fuente eficacísima de regeneración del hombre y de la sociedad.

No cedáis, por tanto, al desaliento; no penséis que es insignificante lo que podéis hacer; afrontad ese desafío con generosidad. Acudid con iniciativa a esos frentes en los que se pone en juego el futuro de la familia; servíos de la variedad de medios que ofrece la civilización actual, para propagar vuestros ideales; participad con coraje y optimismo en iniciativas que afronten ese desafío con espíritu cristiano; fomentad la unidad con las demás familias, por ejemplo, a través de los cauces asociativos que potencian la voz que, aislada, no se deja escuchar... En definitiva, no descuidéis ningún procedimiento honrado para lograr que los gobernantes y legisladores reconozcan en la práctica el papel central de la familia en la sociedad, la respeten y la protejan. Y todo esto, ¿por qué?, ¿por amor a Dios? Sí, ciertamente y en primer lugar. Pero también por amor a los hombres y a las mujeres, nuestros iguales: convenceos de que la felicidad en esta tierra sólo se encuentra cuando se busca adecuar la propia conducta a los designios divinos. Si queremos que las familias sean un foco de paz, de concordia, de alegría, ayudemos a que sean familias verdaderamente cristianas.

4. Me he referido antes a los frutos espirituales, que el Beato Josemaría esperaba de Torreciudad: en primer lugar, la conversión personal, sellada con el sacramento de la Reconciliación; y, como consecuencia inmediata, la pacificación de las familias y de los hogares, mediante la paz y la alegría de Jesucristo.

De este modo —decía el Fundador del Opus Dei—, los esposos cristianos «recibirán con agradecimiento los hijos que el cielo les mande, usando noblemente del amor matrimonial, que les hace participar del poder creador de Dios»[15]. ¡No tengáis miedo a los hijos que Dios quiera enviaros! Cooperad generosa y responsablemente con el Creador en la transmisión de la vida humana! Entonces, como señalaba el Beato Josemaría, «Dios no fracasará en esos hogares, cuando Él les honre escogiendo almas que se dediquen, con personal y libre dedicación, al servicio de los intereses divinos»[16].

Acercaos también a la Virgen en vuestras vicisitudes familiares. Cada familia cristiana ha de ser un trasunto de la de Nazaret. De este modo, aun en medio de las dificultades que podáis atravesar, aseguraréis la alegría y la paz de vuestras casas. Si os abandonáis confiadamente en María, Ella os concederá que vuestro hogar sea siempre un refugio amable para cada miembro de la familia, donde palpe siempre un ambiente de entrega generosa a los demás, que va forjando el alma para los grandes ideales humanos y divinos.

Si alguna vez el egoísmo acecha la unidad de vuestra familia o trata de introducir en vuestro corazón afectos que pueden enturbiar el amor hermoso, del que María es Madre, adeamus cum fiducia...!: ¡volved inmediatamente al Trono de la gracia y de la gloria, para alcanzar misericordia!

Si se insinúa en vuestra existencia, quizá con el paso de los años, el cansancio o la rutina, capaces de anegar el cariño y la solicitud alegre por la propia familia; si la visión humana os dificulta comprender el honor que os manifiesta Dios, al elegir para Sí alguno de vuestros hijos, ¡llamad con fuerza a María, para alcanzar misericordia!

Estad bien seguros de que lograréis esa misericordia, porque jamás se ha oído decir que haya vuelto con las manos vacías ni uno sólo de cuantos han acudido a la protección maternal de la piadosísima Virgen María. Venid a mí, nos sugiere generosa y maternalmente: saciaos de mis frutos. Y el principal, que encierra todos los demás, es Jesús, fruto bendito de su vientre, que dentro de unos momentos recibiremos en la Sagrada Eucaristía.

María Santísima nos trae a Dios y nos conduce a Él. Hemos venido a su Santuario de Torreciudad, y Ella nos invita a adorar a la Trinidad Santísima en el Sacrificio eucarístico que vamos a ofrecer, como en toda nuestra vida. Así sea.

[1] Evangelio (Lc 1,39).

[2] Cfr. JUAN PABLO II, Carta enc. Redemptoris Mater, 25-III-1987, n. 2.

[3] JUAN PABLO II, Oración para el tercer año de preparación al Jubileo.

[4] Cfr. Gal 4, 4-7.

[5] Primera lectura (Sir 24, 19).

[6] Heb 4, 16.

[7] Sir. 24, 24-25 (Vg).

[8] JUAN PABLO II, Carta apost. Tertio Millennio Adveniente, 10-XI-1994, n. 50.

[9] JUAN PABLO II, Carta apost. Tertio Millennio Adveniente, 10-XI-1994, n. 50.

[10] BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Carta 17-VI-1967.

[11] JUAN PABLO II, Homilía, 29-XI-1998.

[12] JUAN PABLO II, Exhort. apost. Familiaris consortio, 22-XI-1981, n. 86.

[13] JUAN PABLO II, Carta apost. Tertio Millennio Adveniente, 10-XI-1994, n. 51.

[14] BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, n. 22.

[15] BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Carta 17-VI-1967.

[16] BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Carta 17-VI-1967.

Romana, n. 29, Julio-Diciembre 1999, p. 229-233.

Enviar a un amigo