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Participación en la II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos

Mons. Javier Echevarría participó, como miembro de designación pontificia, en la II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, que se desarrolló en Roma del 1 al 23 de octubre y tuvo como tema «Jesucristo, vivo en su Iglesia, fuente de esperanza para Europa».

El Prelado del Opus Dei intervino en la IV congregación general, el 4 de octubre. Una síntesis de la intervención fue publicada por L'Osservatore Romano con el título: "Mostrar a Europa el verdadero rostro de la Iglesia".

Este es el texto aparecido en la edición castellana del mismo periódico:

«Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios (Jn 6, 68). Este gran mensaje de fe y esperanza hemos de hacerlo presente hoy día, con renovada fuerza, ante todos los hombres y todas las mujeres que habitan las tierras de Europa. Para eso, la Iglesia debe ofrecer ante todo un nítido ejemplo de comunión plena en la fe, en el culto y en la disciplina.

Como ha subrayado con fuerza y claridad la Relatio generalis, sólo desde una fe y una moral, aceptadas sin reservas, se puede emprender la nueva evangelización que está esperando nuestro continente. En consecuencia, se hace cada vez mayor nuestra responsabilidad pastoral en relación con la credibilidad de la Iglesia, en la que han de brillar aquellas cualidades teológicas innatas e inamisibles, que expresan su íntima condición sacramental: la unidad, la santidad, la catolicidad y la apostolicidad.

La unidad de la Iglesia requiere que sean manifiestos los vínculos de comunión; es decir, la profesión de una misma fe, la celebración común de los sacramentos y la sucesión apostólica por medio del sacramento del orden. La evidencia de unidad sin sombras en cada Iglesia local, de las Iglesias locales entre sí, y de todas ellas con la Iglesia de Roma, atrae a las personas de buena voluntad y promueve una unidad aún más intensa. Es también cierto, por desgracia, lo contrario, y eso debe estimular nuestro sentido de responsabilidad.

La santidad de la Iglesia debe manifestarse en su decidido combate contra el pecado personal y sus consecuencias individuales y sociales. Tiene una gran importancia pastoral ayudar a los fieles en esa lucha, pues si se debilita en su conciencia el sentido del pecado queda debilitado también el entero testimonio evangelizador de la Iglesia ante la sociedad. Debe darse, pues, un relieve especial a la pastoral del sacramento de la penitencia.

La catolicidad y la apostolicidad de la Iglesia, que dicen evidente referencia a la extensión de la misión de la Iglesia y a su radicación en la sucesión apostólica, deben manifestarse también con "romanidad" —si me es permitido expresarlo así—, entendida ésta como un profundo sentido de orientación y de respetuosa atención hacia la Sede de Pedro. Cuanto más se advierta esa "romanidad" en la existencia cotidiana de los pastores y de los demás fieles, tanto más eficaz será nuestra contribución a la edificación de la Iglesia en Europa y, desde Europa, en el mundo entero».

Romana, n. 29, Julio-Diciembre 1999, p. 226-227.

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