Nel giornale “El País” di Madrid, in data 31 dicembre 1994, è stata pubblicata un’intervista al Prelato dell’Opus Dei, che riportiamo integralmente.
1. Usted ha sido llamado a ser el Prelado del año 2000. Con la perspectiva de un nuevo milenio, ¿qué servicio puede prestar una institución como el Opus Dei a la sociedad? ¿Cuál es su significado dentro de la Iglesia?
En este fin de siglo se están produciendo cambios cada vez más acelerados. Estamos inmersos en un mundo en el que la rapidez de la comunicación, el intercambio entre culturas diversas, el desarrollo de la tecnología y tantas otras cosas traen consigo nuevas y cambiantes formas de organización social. Ante esa situación es lógico que muchos se interroguen sobre el futuro. Los católicos —pienso que como una alegre necesidad— también nos planteamos esa cuestión, y, al hacerlo, dirigimos la mirada a Jesucristo, para encontrar ahí respuesta a nuestros interrogantes.
Considero que ése es el contexto adecuado para entender y valorar el servicio específico que el Opus Dei desea prestar a la sociedad: ayudar a hombres y mujeres de nuestro tiempo a que reflexionen sobre el contenido y las consecuencias de su fe, sin abandonar sus obligaciones cotidianas; más aún, amándolas y, por eso, buscando a Dios en el trabajo bien hecho, en la familia, en las responsabilidades sociales. Y todo ello con apertura a lo que los cambios pueden aportar.
2. El Papa Juan Pablo II, en su reciente Carta Apostólica sobre el próximo Jubileo, ha hecho un fuerte llamamiento a la “penitencia y reconciliación”, animando a todos a “un examen de conciencia”. Con la frescura de quien acaba de llegar a una alta responsabilidad, ¿ve usted cosas que cambiar en el Opus Dei? ¿Líneas que corregir? ¿Nuevos mensajes que difundir entre los fieles que le han sido confiados?
Los miembros del Opus Dei, como tantos otros cristianos, terminamos la jornada —cada uno por su cuenta, en el momento que le resulta más oportuno— con unos minutos dedicados al examen de conciencia. La consideración de errores y pecados —en la Escritura leemos que incluso el justo peca siete veces cada día— trae a los labios y al alma, espontánea, la petición de perdón. Sí, nos sabemos pecadores que aspiran a amar con locura a Jesucristo y a los que la certeza del amor misericordioso de Dios da fuerzas para acometer el trabajo de cada día.
Por lo que se refiere a cambios en el Opus Dei, le recordaré un dato que no se me va de la cabeza: cuando yo nací, ya había sido fundado el Opus Dei. Fundar le correspondió al Fundador. A sus sucesores compete la responsabilidad de ser fieles a la misión originaria y de profundizar con iniciativa en el legado que nos ha sido encomendado.
Porque la historia no se detiene. Debe haber, pues, creatividad. La creatividad genuina está en la aplicación del espíritu. En un reciente viaje a Lituania —una nación y unas gentes que han sufrido y a las que debemos por eso especial aprecio— he comprobado el impacto que produce el Opus Dei con su mensaje sobre el trabajo, en un país donde tantas personas se encuentran desmotivadas en su profesión. En Jerusalén, el espíritu de apertura a todos, sin distinción de razas ni de credos, tiene gran atractivo. En Japón, la idea de buscar el encuentro con Dios nuestro Padre durante la jornada es recibida como agua en tierra sedienta... Esa rica variedad de experiencias representa un estímulo para seguir adelante con una actitud permanente de fidelidad y creatividad.
3. El reciente Sínodo sobre la vida consagrada puso de manifiesto que, en los institutos religiosos, existen crisis de identidad y un clima reivindicativo, especialmente de una mayor participación femenina en las decisiones de la Iglesia. ¿Ocurre lo mismo en su Prelatura? ¿Por qué sí, o no?
No comparto los juicios sobre la existencia de una crisis o un clima de reivindicación generalizados respecto a la vida consagrada. La vocación religiosa constituye un don del Espíritu Santo para la Iglesia y para la humanidad: los ejemplos, incluso solamente en España, serían innumerables. Permítame señalar, por otra parte, una aclaración previa: la Prelatura del Opus Dei tiene, en la Iglesia, una naturaleza y una misión específicas, diferentes de las que son propias de las Órdenes y Congregaciones religiosas. Los fieles del Opus Dei son cristianos corrientes, hombres o mujeres que se esfuerzan por vivir la fe y la caridad cristianas en medio del mundo, en las más diversas situaciones sociales y profesiones.
Una vez dicho eso, déjeme que me extienda hablando de la misión de la mujer, que considero crucial. El camino hacia el pleno reconocimiento de la igualdad de derechos y oportunidades de la mujer ha sido largo y a veces amargo. Aunque quedan injusticias, sobre todo en algunos países, se ha progresado mucho y hoy reconocemos como abominables algunas formas de discriminación que en realidad han pervivido hasta hace bien poco tiempo. Pero los logros conseguidos no pueden ocultar que —para defender la igualdad— en ocasiones se ha caído en actitudes agresivas contra la diferencia que existe entre el hombre y la mujer.
En esta cuestión es preciso llegar a una nueva síntesis, donde tiene mucho que decir el sentido cristiano de la dignidad humana: nueva síntesis entre igualdad de derechos y reconocimiento de la diversidad, en un contexto de respeto.
Las mujeres del Opus Dei procuran vivir a fondo su existencia cristiana, tanto las madres de familia que gastan su vida en el hogar como las que descuellan en otras tareas. Me viene ahora a la memoria la distinción que recibió una de ellas, no hace mucho, en Holanda: empresaria del año. Es preciso que la mujer, sin complejos, pero también sin falsas retóricas, asuma a fondo el papel que, hoy y ahora, en la sociedad de nuestros días, está llamada a desempeñar. La Iglesia, el mundo del trabajo, el hogar, la cultura, la política, necesitan de ella.
4. La Obra, como la Iglesia, se ha expandido recientemente más por el Tercer Mundo que por las regiones desarrolladas. ¿A qué se debe ese fenómeno? ¿Cómo lo valora?
¿Considera, de verdad, que la Iglesia se ha extendido recientemente sobre todo por el Tercer Mundo? Por mi parte pienso que la expansión en esas áreas es el reflejo y la consecuencia del impulso evangelizador que comenzó hace siglos. Y, de otra parte, en el Primer y en el Segundo Mundo hay también, en este momento, muchos fermentos de vida cristiana profunda y renovada.
Si volvemos la mirada atrás podemos comprobar que gracias a los largos viajes y a los sacrificios de los evangelizadores, mundos nuevos recibieron la fe. Con el tiempo, aquella fe informó una cultura que pervive llena de vigor en muchos países, aunque en otros conozca dificultades y problemas. Pero la fe no se encuentra, en modo alguno, confinada en una única área cultural o económica, ni vinculada a determinadas situaciones sociales.
La cuestión clave no está, por lo demás, en el análisis de un pasado ya muy conocido, sino en otear el futuro. La realidad sigue siendo que el Espíritu sopla donde quiere. ¿Cuáles serán los nuevos ámbitos de la evangelización? A mí me gusta pensar que la historia tiene reservada, también para nosotros, la sorpresa de conocer aventuras y horizontes nuevos. Tal vez, la sorpresa de descubrir el valor de lo que está cerca y no somos capaces de ver. Quizá especialmente —y sin quizá— en esta “vieja” Europa.
5. ¿Sigue siendo el Opus Dei una institución predominantemente española o de países de habla hispana?
Para pertenecer a la Prelatura hay que ser católico. Por ese motivo, la geografía del Opus Dei es la geografía de la Iglesia católica. La labor del Opus Dei comenzó en España, pues allí, en 1928, quiso el Señor que naciera. Después se ha extendido por otros muchos países, desarrollándose más, como es lógico, allí donde hay más bautizados: en Latinoamérica, en Italia, en Estados Unidos... Pero también por otras naciones. Piense que, cuando murió nuestro Fundador, el beato Josemaría Escrivá, el Opus Dei estaba ya presente en las cinco partes del mundo. Y durante los 19 años en que Mons. Álvaro del Portillo ha sido Prelado del Opus Dei, se ha comenzado la labor en 20 países: desde Suecia hasta Hong-Kong, desde Costa de Marfil hasta Israel. Lógicamente la proporción de españoles es cada vez menor.
6. En España, las polémicas encendidas sobre el Opus Dei renacieron hace dos años, con motivo de la beatificación del fundador, el beato Josemaría Escrivá de Balaguer. ¿Cómo explica la persistencia de esas disputas? ¿Considera deseable y posible superarlas?
Por mi parte, considero superadas esas polémicas, también porque fueron promovidas por una minoría. Pienso que supusieron el último capítulo de una etapa que terminó el 17 de mayo de 1992, en la Plaza de San Pedro, un día que recuerdo siempre con emoción. Lo he comprobado, por ejemplo, con ocasión del fallecimiento de Mons. Álvaro del Portillo y de mi posterior nombramiento como Prelado: hemos recibido una cantidad abrumadora de muestras de aprecio hacia la Obra y hacia nuestro Fundador.
Hay, sin duda, algunas excepciones. Tal vez inevitables, pues es lógico que se produzcan reacciones ante una presencia cristiana como la que los fieles del Opus Dei aspiran a promover, es decir, una presencia viva, que no se deje homologar por los rasgos agnósticos de la cultura hoy dominante en algunos ambientes: la historia de los primeros siglos del cristianismo me confirma en esa convicción.
7. ¿Cómo valora la evolución de España en esta última década?
Me trasladé a Roma en 1950. Desde aquí, mi impresión es que España se ha integrado en las estructuras políticas y económicas de un mundo, el occidental, del que siempre formó parte cultural e históricamente. Un país también que comparte los problemas y las esperanzas de los países más avanzados. En España, como en el resto de Europa y Norteamérica, aparecen múltiples contrastes: un gran desarrollo tecnológico y económico, con un alarmante aumento del desempleo y de la marginación; una amplia referencia al discurso ético, acompañada por no pocas actitudes amorales; una mayor disponibilidad para convivir, junto a una proliferación de intolerancias y fundamentalismos.
Desde un punto de vista religioso, comparto enteramente los diagnósticos publicados por la Conferencia episcopal española: nuestro país es un gran campo para la acción apostólica y evangelizadora —dentro de un clima de respeto, sosiego y concordia—, que puede y debe continuar sintiendo su responsabilidad respecto a otras naciones y prestar especial atención a los más desfavorecidos.
8. En este periodo de cambios, no sólo de siglos, sino de fronteras, de ideas y de liderazgos bajo los que se ha desarrollado y consolidado la Obra, ¿ve aspectos preocupantes para el futuro del Opus Dei y, en general, para la Iglesia?
Desde luego, me duelen los signos de descristianización o de increencia y me inquietan la violencia y la pasividad ante la pobreza. No es posible no sentirse profundamente herido ante la multiplicación de conflictos y ante la miseria doliente que los medios de comunicación nos dan a conocer, al menos en parte, llamando así a nuestra conciencia. Esas personas que sufren son imagen de Cristo, portadoras de dignidad y merecedoras de respeto. Existen muchas realidades que se clavan en el alma y hacen daño.
Pero son más los motivos de esperanza, como nos ha invitado a considerar Juan Pablo II en su carta sobre el Tercer Milenio. La cuestión decisiva radica en la libre apertura de los hombres a los designios redentores de Dios; concretamente, al amor de Dios que se nos ha revelado en Cristo Jesús. Esa apertura espiritual rompe las cadenas del egoísmo y permite emplear las energías en el servicio a los demás, en la construcción de la “civilización del amor” predicada por los Papas. Por esa razón, para mí tienen fuerza de programa unas palabras que el Fundador del Opus Dei repetía con vigor: conocer a Jesucristo, y darlo a conocer, llevarlo a todos los lugares y caminos de la tierra. Dios, Cristo: un panorama siempre nuevo que ofrece al mundo siempre nueva esperanza, más aún al amparo de la Virgen.
Romana, n. 19, Luglio-Dicembre 1994, p. 296-300.