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Mensaje del 15 de diciembre (con ocasión de la Navidad)

Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!

En las fiestas de Navidad, es lógico que sigamos teniendo muy presentes los conflictos que sacuden la tierra de Jesús y el resto del mundo. Sabernos hijos de un mismo Padre nos lleva a considerar lo que sucede en todas partes como algo muy próximo, muy nuestro. «Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él» (1 Co 12,26). Procuremos ser generosos en oración y sacrificio, sabiendo que «el menor de nuestros actos hecho con caridad repercute en beneficio de todos» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 953). Al mismo tiempo, pidamos al Señor su gracia para que esa preocupación por la paz en el mundo nos lleve también a formular propósitos concretos, a hacer lo que está de nuestra parte para llevar la paz a nuestros propios ambientes de familia, de trabajo, etc.

«Paz, verdad, unidad, justicia. ¡Qué difícil parece a veces la tarea de superar las barreras, que impiden la convivencia humana! —comentaba san Josemaría— Y, sin embargo, los cristianos estamos llamados a realizar ese gran milagro de la fraternidad» (Es Cristo que pasa, n. 157). La contemplación del Nacimiento de Jesús puede ser una especial ocasión para quitar obstáculos que nos separen de los demás y poner nuestra atención en lo que nos une. No dejemos que las diferencias tengan la última palabra en nuestras relaciones personales. Al dirigir nuestra mirada hacia el pesebre, hacia ese Niño que nace por todos y para todos, podemos encontrar la fuerza necesaria para perdonar, para pedir perdón, para comprender y querer.

El portal de Belén también nos habla de pobreza. Jesús nació con pocas cosas, pero con mucho amor: el de María, José y los pastores. Como señalaba el Papa Francisco, «todos eran pobres, unidos por el afecto y el asombro; no por riquezas y grandes posibilidades. El humilde pesebre, por tanto, saca a relucir las verdaderas riquezas de la vida: no el dinero y el poder, sino las relaciones y las personas» (Homilía, 24-XII-2022). Cristo nos muestra que el mejor regalo que podemos hacer en estas fechas no es algo material, sino la oración y el cariño. Tratemos de extender este afecto a las personas más necesitadas, con cercanía humana y acompañando cada ayuda concreta con una petición a Dios. Así, aunque no podamos solucionar la pobreza material, más personas experimentarán la riqueza de sentirse queridas.

La Virgen María, que supo acoger con serenidad y amor todos los momentos de la vida de su Hijo, nos ayudará a encontrar la paz y la alegría que provienen de dejar que Jesús nazca también en nuestros corazones.

Roma, 15 de diciembre de 2023

Romana, n. 77, julio-diciembre 2023, p. 194.

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