Con ocasión de la inauguración de curso de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, Basílica de San Apolinar (Roma), 3 de octubre de 2023
Queridos hermanos y hermanas, «con las puertas del lugar donde se habían reunido los discípulos cerradas por miedo a los judíos, vino Jesús, se presentó en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con vosotros”. Y dicho esto les mostró las manos y el costado. Al ver al Señor, los discípulos se alegraron».
Como cada octubre, comenzamos un nuevo año académico con una celebración eucarística. Cristo Resucitado, que derramó su Sangre, se hace presente bajo las especies del pan y el vino, y nos transmite su paz. Los discípulos se llenaron de alegría, y también nosotros nos abrimos a esta alegría y paz, características de la Iglesia desde sus inicios.
Esta es una realidad que se hace presente en cada Misa y que vivifica nuestro compromiso a lo largo de todo el año académico. Como nos alentaba san Josemaría, busquemos que nuestro trabajo tenga como centro y raíz la celebración eucarística: Cristo que nos muestra su amor en la Cruz. En algunas pinturas, el Padre sostiene la Cruz con sus brazos y envía al Espíritu Santo hacia Jesús. El Crucifijo está presente en cada aula de la universidad para ayudarnos a mirarlo. Así, es más fácil que esta sea una comunidad de maestros y discípulos, familiar y alegre.
Como los discípulos en aquel primer día de la Resurrección, también nosotros escuchamos: «Paz a vosotros. Así como el Padre me envió, también yo os envío». Estamos aquí en Roma, junto al Papa, desde hace más o menos años, y el Señor quiere encomendarnos a cada uno de nosotros esta maravillosa tarea de transmitir la verdad. Así el mundo se llena de paz. «Paz a vosotros», dijo el Señor.
«Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les son perdonados; a quienes se los retengáis, les son retenidos”». Aún no es Pentecostés, pero Jesús piensa inmediatamente en el perdón que llega después de su sacrificio redentor y su Ascensión al Padre. El Paráclito infunde su aliento para hacernos partícipes del amor divino que perdona. Todos necesitamos perdón y paz: perdonar y ser perdonados. El Espíritu Santo ensancha nuestros corazones para volverse más comprensivos, más universales, amando las diferencias que en este contexto romano son muy presentes. San Josemaría al soñar con esta universidad pensaba en todos como romanos en el sentido de universales. Así que a la aspiración tradicional «Ad Iesum per Mariam», agregaba primero: «Omnes cum Petro: Omnes cum Petro, ad Iesum per Mariam».
Acabamos de escuchar lo que san Pablo escribió a los corintios: «Hay, sí, diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo; y diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; y diversidad de acciones, pero Dios es el mismo, que obra todo en todos». Esto es algo que se vive todos los días en la Iglesia y también en los pasillos, en las aulas de la universidad. San Pablo añade: «A cada uno se le concede la manifestación del Espíritu para provecho común. Porque así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, aun siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo».
Un solo cuerpo, muchos miembros. Pasado mañana comienza la Asamblea del Sínodo de los Obispos. Como nos ha pedido el Santo Padre, oremos mucho por esta intención. Lo pedimos al Espíritu Santo. En el día de Pentecostés, «aparecieron unas lenguas como de fuego, que se dividían y se posaban sobre cada uno de ellos. Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les hacía expresarse». También nosotros pedimos el don de las lenguas, en el sentido de saber encontrar temas, enfoques y formas adecuadas a las necesidades de las personas que encontramos en nuestros días.
Los Hechos de los Apóstoles dicen: «Y todos estaban fuera de sí y, llenos de asombro, decían: “¿no son galileos todos estos que están hablando? ¿Cómo es, pues, que nosotros les oímos cada uno en nuestra propia lengua materna? [...] les oímos hablar en nuestras propias lenguas las grandezas de Dios”». El milagro se repite a lo largo de toda la historia de la Iglesia. Los apóstoles y discípulos, hombres y mujeres, al recibir el Espíritu Santo, estaban reunidos en oración con María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia. A la intercesión maternal de María queremos encomendarnos con plena y gozosa confianza filial.
Romana, n. 77, julio-diciembre 2023, p. 187-188.