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Mensaje del 20 de julio

Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!

Ya habéis tenido ocasión de conocer muchos detalles del viaje que he realizado durante las pasadas semanas. Con estas líneas, quiero mencionar brevemente uno de los muchos motivos de mi alegría en esos días.

En países distintos, con diversas lenguas y costumbres, ha sido estupendo experimentar, una vez más, la unidad en la diversidad.

La unidad de la Obra, como participación de la unidad de toda la Iglesia, se fundamenta radicalmente en la Eucaristía y se expresa —debe expresarse— especialmente en la fraternidad. Con cuánta fuerza san Josemaría nos exhortaba: «¡Que os queráis!». Un querer que es comprender, interés sincero por cada persona, oración, espíritu de servicio. Unidad necesariamente abierta, que se expande en afán apostólico.

Todo esto es don de Dios y también responsabilidad de cada una y de cada uno. Y, al experimentar tantas veces nuestras limitaciones, sin desaliento pidamos a la santísima Virgen, Madre del Amor Hermoso, que todos podamos decir al Señor: «Has dilatado mi corazón» (Sal 119, 32).

Os pido también que me acompañéis con la oración los días que, a mediados de agosto, iré a estar con vuestras hermanas y vuestros hermanos de Tierra Santa y tendré la alegría de rezar en esos lugares santos.

Pamplona, 20 de julio de 2022

Romana, n. 75, Julio-Diciembre 2022, p. 202.

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