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Mensaje del 18 de noviembre

Doy muchas gracias a Dios por los días que he pasado en México. Una vez más he comprobado, por el cariño y la atención de tantísimas personas, que la Obra es verdadera familia.

Ante Nuestra Señora de Guadalupe, he recordado y procurado hacer mías las palabras de san Josemaría a la Virgen, también en su viaje a México: «Ahora sí que te digo con el corazón encendido: monstra te esse Matrem!». Y continuaba: «Si un hijo pequeño le pidiera esto a su madre, es seguro que no habría madre que no se conmoviera». Así acudimos nosotros al diálogo con el Señor y con la Virgen: con la confianza y naturalidad de los hijos.

Tenemos la seguridad de que Jesús y su Madre reciben nuestra oración en cualquier momento. Por eso, os animo a abandonar en sus manos las necesidades del mundo y de la Iglesia. Quizá recordáis que don Javier contaba cómo, en una ocasión, san Josemaría le preguntó: «¿Ya rezas, hijo mío?». Y, sin esperar respuesta, añadió: «Yo no paro».

No dejemos nunca de rezar —tantas veces sin palabras—, con una fe que lleva consigo «una esperanza que no defrauda» (Rm 5,5). Como dice el Papa: «Incluso si el cielo se ofusca, el cristiano no deja de rezar. Su oración va a la par que la fe». Cuando no veamos los frutos inmediatos de la oración, sigamos acudiendo al Señor, con perseverancia, seguros en el amor que Dios nos tiene (cfr. 1 Jn 4,16).

Os pido especialmente que recéis por los veinticinco nuevos diáconos de la Prelatura que serán ordenados mañana en Roma.

Roma, 18 de noviembre de 2022

Romana, n. 75, Julio-Diciembre 2022, p. 203-204.

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