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Con ocasión de la inauguración de curso de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, Basílica de Sant’Apollinare, Roma (3 de octubre de 2022)

Tras el descenso del Espíritu Santo en Pentecostés, tras el estruendo del viento y las lenguas de fuego, lo primero que hacen los Apóstoles es una cosa milagrosa y a la vez sencilla: hablan. La primera consecuencia de la llegada del Espíritu Santo es la palabra. Los Apóstoles hablan: y hablan no según sus propias ideas o según lo que la gente quiere o espera oír, sino según lo que el Espíritu Santo les da poder de decir.

No sabemos qué dijeron exactamente en aquel primer momento, pero sí sabemos que dijeron la verdad, porque el Espíritu Santo, como dice el Señor a los Apóstoles en la Última Cena, es el «Espíritu de la verdad» (Jn 16,13). Él es quien nos conduce a la verdad completa. Él es quien, como acabamos de leer en el Evangelio (Jn 14,26), nos enseña y nos recuerda lo que Jesús mismo dijo. Él es quien nos lleva a compartir la verdad con los demás.

En esta Pontificia Universidad de la Santa Cruz estamos comprometidos con la obra de la educación, que está al servicio de la verdad. La universidad existe para comunicar la verdad, para transmitir la verdad a una nueva generación, para difundir la verdad a los demás. Esta universidad existe para transmitir las verdades de la revelación divina, que nosotros mismos hemos recibido de las generaciones precedentes.

Es natural, por tanto, que sea el Espíritu de la verdad, el Espíritu Santo, quien nos guíe en esta tarea. Este es uno de los motivos por los que, al comienzo de cada curso académico, contemplamos estos textos de la Sagrada Escritura y pedimos, en la Santa Misa, que el Espíritu Santo nos asista en el año que comienza: para que nos enseñe y nos recuerde y nos conduzca a la verdad completa.

Sabemos que la misión del Espíritu Santo es una misión de misericordia. Jesús da el Espíritu Santo a los Apóstoles para que vayan por todo el mundo perdonando los pecados (Jn 20,22-23). Es una de las formas que adopta la misericordia divina. Pero en una universidad la misericordia adopta también otra forma, porque sabemos que la comunicación de la verdad es en sí misma una obra de misericordia: una de las obras de misericordia espirituales. Hoy vivimos en un mundo desesperadamente necesitado de este tipo de misericordia precisamente, la misericordia que se presenta en forma de verdad, de la Verdad que nos hace libres. Nuestro mundo sufre bajo la confusión, la duda y la ignorancia, un sufrimiento a menudo invisible pero no por ello menos real y doloroso. El mundo sufre y la Iglesia sufre con el mundo.

Con la ayuda del Espíritu Santo, consideremos que la educación, la comunicación de la verdad, es una obra de liberación, una verdadera obra de misericordia, una forma de caridad. La educación no se entendería en su auténtica razón de ser si, por parte de quien la ofrece o de quien la recibe, se perdiera de vista ese vínculo con la caridad, pues el Espíritu de la verdad es también el Espíritu de amor, del amor misericordioso. Las verdades sobre Dios, sobre Jesucristo y sobre la Iglesia que profesamos en el Credo, y asimismo las verdades sobre la vida moral, son instrumentos de verdadera liberación, de misericordia. Nos liberan a nosotros y a los demás de los peligros del error y de las tinieblas. Iluminan nuestro camino en el mundo y en la vida.

La dedicación a la verdad que caracteriza el trabajo en una universidad es una tarea noble, un servicio a la Iglesia y al mundo, y debería hacernos santos, como pretendía Nuestro Señor Jesucristo. Durante la Última Cena, Jesús implora a su Padre celestial que «nos santifique en la Verdad» (Jn 17,17-19). La tarea universitaria, por tanto, es santa y debe hacernos santos. Y precisamente porque en la labor educativa nos dedicamos a comunicar la verdad, a compartir esta verdad con los demás, nos hace también apóstoles. Como apóstoles, participamos en la obra santificadora del Espíritu Santo, en el anuncio de la verdad que comenzó en Pentecostés.

El capítulo de los Hechos de los Apóstoles que comienza con la fiesta de Pentecostés termina con los discípulos perseverando «en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones».

Con la ayuda del Espíritu Santo, queremos que este nuevo año de vida de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz esté marcado por la misma perseverancia. Como los primeros cristianos, queremos perseverar en la enseñanza de la verdad, en la caridad sobrenatural vivida como amistad y fraternidad y en la Eucaristía, que es el centro y la raíz de toda la vida cristiana.

Si lo hacemos, experimentaremos lo que experimentaron los primeros cristianos y aprenderemos, como ellos, la lección más importante que —en la universidad o en cualquier otro lugar— cabe aprender: aprenderemos a caminar libremente como hijos de Dios, con la luz de la verdad, en novedad de vida, compartiendo esta Verdad con un mundo necesitado de liberación.

Romana, n. 75, Julio-Diciembre 2022, p. 195-196.

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