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Inicio del proceso para la causa de beatificación de Arturo Álvarez Ramírez

El lunes 25 de septiembre la archidiócesis de Guadalajara (México) abrió solemnemente el proceso diocesano de la causa de canonización de Arturo Álvarez Ramírez, laico, ingeniero y fiel agregado del Opus Dei.

El cardenal José Francisco Robles Ortega promulgó un edicto para anunciar la apertura del proceso diocesano de canonización y para exhortar a quienes conocieron a Arturo Álvarez Ramírez a que testimonien sobre su vida y virtudes.

Para tal fin se constituyó un tribunal diocesano, compuesto por un juez delegado, el sacerdote Antonio Bañales; un promotor de justicia, el presbítero Francisco Javier Sánchez Camacho, y una secretaria-notaria, María del Rosario Pía Sifuentes Gómez.

Arturo Álvarez Ramírez falleció el 28 de noviembre de 1992, con fama de santidad. Fue catedrático de Química en la Universidad de Guadalajara (UdeG) durante más de treinta años.

Conoció el Opus Dei en 1963 y se incorporó definitivamente como agregado en 1974. Tuvo la oportunidad de conocer a san Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, en Roma, y al beato Álvaro del Portillo, quien le ayudó a comprender que podía llevar a Dios a los demás por medio de su trabajo.

Fue un hombre con un gran amor a Dios, devoto de la Sagrada Eucaristía y con un profundo sentido de identificación con la voluntad divina. Tenía una devoción especial a la Santísima Virgen María bajo la advocación del Perpetuo Socorro.

Con la ayuda de Dios, luchó por obtener las virtudes cristianas. Era un hombre puntual, ordenado, dedicado a su trabajo y sabía escuchar y dar consejo a todos los que se acercaban a él. Se dice que todos los que se acercaban a él se sabían escuchados. Siempre animaba a sus amigos a crecer en su amistad con Jesucristo y a acudir al sacramento de la confesión.

Arturo intentaba mantener un diálogo constante con Dios. Procuró cuidar las relaciones de amistad con sentido cristiano. Daba sus clases con alegría y le encantaba cantar canciones rancheras. Estaba preocupado por sus alumnos en muchos ámbitos: les tenía un verdadero cariño y fue un gran formador.

Arturo Álvarez, “El Inge” —como era conocido entre sus alumnos— fue un verdadero profesor que, con su humildad y su alma pedagógica, impulsaba a los demás a acercarse a Dios. Gracias a su profunda vida interior y alegría, incidió mucho más allá de las paredes de su salón de clases.

Romana, n. 73, Julio-Diciembre 2021, p. 228-229.

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