En la inauguración del curso académico, Universidad Pontificia de la Santa Cruz, Roma (3-X-2017)
El Evangelio que hemos escuchado anuncia una promesa del Señor que infunde plena seguridad a la Iglesia y a su caminar en la historia: «Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho» (Jn 14,25-26).
Al comienzo del año académico, nos ayuda mucho escuchar una vez más estas palabras de Jesús: nos enseñan que el Espíritu Santo es el Maestro de nuestras almas, un Maestro que nos da lecciones incesantemente para alcanzar un conocimiento cada vez más profundo del misterio de Cristo.
Invoquemos por lo tanto al Paráclito para que nos ilumine en el estudio de las ciencias sagradas, a fin de que esos conocimientos penetren profundamente en nosotros hasta el punto de tocar nuestros corazones.
Al frecuentar al Espíritu Santo, sus iluminaciones nos permitirán contemplar con asombro las profundidades de los misterios de la fe, y su fuego encenderá en nuestros corazones los deseos sinceros de unirnos al Señor y de comunicar su amor a muchas almas.
Todos vosotros, profesores y alumnos, tendréis que dedicar largas horas a los estudios. Dirigíos al Espíritu Santo como el verdadero Maestro, el único capaz de conducirnos a la plena comprensión de las enseñanzas de Jesús. El mismo Señor nos dice: «Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena» (Jn 16,13). Jesús no promete cualquier verdad, sino la verdad completa: la verdad que sostiene al mundo, que dirige nuestras aspiraciones y que fortalece las relaciones entre las personas, para que sean vivificadas por la justicia y la caridad.
La verdad nos conduce a la auténtica libertad, como dice el mismo Jesús: «Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Jn 8,31-32). ¡Cuánto necesitamos meditar estas palabras de Nuestro Señor! Especialmente cuando nos movemos en una cultura que reconoce el alto valor de la libertad, pero que tan a menudo no encuentra la manera de alcanzarla, especialmente esa libertad interior que es, básicamente, la capacidad de amar.
Para profundizar en el conocimiento de los misterios de la fe hay que estudiar, pero no basta: la oración también es necesaria. En el diálogo con el Señor, él mismo nos hace entrar en la luminosidad de su ser uno y trino, así como en sus designios de salvación. Con la luz del Espíritu Santo interiorizamos el conocimiento teológico, de modo que ya no es sólo una suma de nociones y conceptos, sino que se transforma en un conocimiento del amor, es decir, en sabiduría. Descubramos, pues, las invitaciones amorosas que nos hace el Señor para conducirnos a «la libertad gloriosa de los hijos de Dios» (Rm 8,21). Como resultado, podremos entender un poco mejor la profundidad del amor que Dios nos tiene y, con gran gozo, empeñaremos nuestra libertad por sus planes salvíficos.
Esta es la sabiduría que queremos pedirle al Espíritu Santo hoy, mientras nos preparamos para comenzar el nuevo año académico. Como nos recordaba san Josemaría, ese don de Dios nos abre al mundo: «Entre los dones del Espíritu Santo, diría que hay uno del que tenemos especial necesidad todos los cristianos: el don de sabiduría que, al hacernos conocer a Dios y gustar de Dios, nos coloca en condiciones de poder juzgar con verdad sobre las situaciones y las cosas de esta vida» (Es Cristo que pasa, n. 133). La certeza de poder compartir este don divino con tantas personas será otra razón para cuidar muy bien nuestra oración y nuestro estudio. El Espíritu Santo nos hace partícipes de su acción santificadora, y nos permite ser, como dice el Papa Francisco, «sembradores de esperanza, de ser también nosotros —como él y gracias a él— “paráclitos”, es decir consoladores y defensores de los hermanos, sembradores de esperanza» (Audiencia general, 31-V-2017).
Confiamos a la mediación maternal de la Santísima Virgen María, Sedes Sapientiae, nuestros propósitos de docilidad al Espíritu Santo. Ella, Trono de la Gracia y de la Sabiduría, nos ayudará a acoger a Jesucristo, Sabiduría encarnada, cada vez con mayor intensidad en nuestras vidas.
Que así sea.
Romana, n. 65, julio-diciembre 2017, p. 286-288.