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La pedagogía implícita en san Josemaría Escrivá de Balaguer

Giuseppe Zaniello, profesor ordinario de Didáctica y Pedagogía Especial.

Departamento de Ciencias Psicológicas, Pedagógicas y de la Formación de la Universidad de Palermo (Italia)


En agosto de 1977 participé, en Pamplona, en un curso para profesores-tutores organizado por el Instituto de Ciencias de la Educación (I.C.E.) de la Universidad de Navarra, que dirigía David Isaacs. En esa ocasión conocí a José Luis González Simancas, que acababa de publicar un libro sobre el sistema tutorial en la enseñanza y que, años atrás, en 1951, tras un bienio de estudio en Londres, había puesto en marcha en Bilbao la primera obra de apostolado corporativo de enseñanza mediada del Opus Dei. En esa ciudad, algunas familias habían facilitado los medios necesarios para la creación de una escuela[1]. Por entonces yo estaba preparando un libro sobre experiencias de tutoría en las escuelas, y le pregunté si, al introducir el tutoring en el colegio Gaztelueta de Bilbao, él se había inspirado en la tradición británica. Me respondió negativamente: me dijo que san Josemaría era quien había sugerido a los iniciadores de aquella nueva empresa educativa que cada profesor hablara personalmente con todos sus alumnos cada quince días, algo que, para la tradición escolar española, resultaba absolutamente nuevo. González Simancas añadió, además, otra cosa: me dijo que el fundador del Opus Dei les había dicho también que, en el mismo edificio usado para la actividad didáctica diurna, debería haber clases nocturnas para jóvenes que trabajaban por la mañana.

De este episodio emergen ya dos notas de la que podríamos llamar «pedagogía implícita» en el pensamiento de Josemaría Escrivá sobre la educación y la formación: la atención personalizada a las exigencias de cada alumno en el ámbito de una relación educativa basada en la confianza, y la apertura de las instituciones educativas a personas de todas las condiciones sociales.

He recordado la anécdota anterior para ejemplificar cómo el fundador del Opus Dei, aun no habiendo escrito tratados de pedagogía o de didáctica, sí ha ofrecido unos principios inspiradores de la acción educativa y formativa[2], que otros han desarrollado con iniciativa personal realizando obras educativas y formativas o escribiendo libros científicos. Josemaría Escrivá de Balaguer ha podido enseñar a los educadores y a los formadores porque él mismo, durante toda la vida, ha educado y formado personalmente a muchísimas personas, una a una. Con su palabra y con sus escritos ha sabido comunicar eficazmente sus ideas sobre la educación y sobre la formación para animar y sostener apasionadamente muchas iniciativas destinadas al perfeccionamiento del hombre y, en consecuencia, a su felicidad[3]. Como ejemplo de su modo directo de orientar el trabajo de los educadores, transcribo la respuesta que dio a un profesor en un encuentro público, el 21 de noviembre de 1972, en el colegio Viaró de Barcelona: «Prepara bien tus clases, y sé leal con tus alumnos, de manera que ellos, poco a poco, vayan siendo amigos tuyos. Por fin, no te distancies de los chicos. Procura salir a su encuentro, a mitad de camino, para que ellos recorran voluntariamente la otra mitad. Así los irás conociendo muy bien»[4]. Con el paso del tiempo, la influencia de su pensamiento y de su acción se ha dilatado en círculos concéntricos, pues las numerosas personas que han acogido su «propuesta pedagógica» han educado y formado a su vez a otras personas y han dado vida a nuevos centros educativos y formativos.

Considero, por lo tanto, que se puede hablar de una «pedagogía implícita» en san Josemaría, que algunos luego han comenzado a explicitar a través de investigaciones científicas y que, otros muchos, desde hace ya ochenta años, ponen en práctica en centros educativos y formativos. Víctor García Hoz, pionero en el estudio de las ideas pedagógicas de Josemaría Escrivá, ha mostrado que la intensa y amplia promoción y desarrollo de tantas instituciones educativas por parte de Escrivá no habría sido posible sin «un pensamiento vigoroso y claro de lo que la educación es en todas sus manifestaciones y principalmente como desarrollo personal de la tendencia a la verdad»[5].

Las fuentes

San Josemaría ha formado a hombres y mujeres que han puesto en marcha múltiples iniciativas educativas y formativas en todos los continentes. Como es sabido, el Opus Dei, por su específica naturaleza, evita tener una pedagogía, una teología o una filosofía propias, pero esto no significa que entre las fuentes útiles para individuar las ideas pedagógicas de Escrivá no sea oportuno incluir esos centros educativos y formativos surgidos por su impulso, además, claro está, de sus escritos y sus explicaciones orales en forma de lecciones, conversaciones o meditaciones.

Cuando Josemaría Escrivá animó a los responsables de la Universidad de Navarra a promover iniciativas para la formación de profesores, aconsejó que ofrecieran a los participantes de esos cursos orientaciones operativas, sin exagerar en los —también necesarios— presupuestos filosóficos. Nacieron así los cursos de verano del I.C.E. (Instituto de Ciencias de la Educación ), donde inicialmente trabajaron tres antiguos docentes del colegio Gaztelueta. Esto confirmaba que la ciencia pedagógica necesitaba nutrirse de la reflexión sobre la práctica educativa. No pretendo afrontar el tema de la Universidad, como han hecho Mora y tantos otros[6], pero no puedo dejar de señalar que me parece altamente significativa esa precisa visión del modo en que deberían intervenir las universidades en la formación de los profesores, según el fundador del Opus Dei.

A propósito de las ideas de Escrivá sobre la educación, Vitoria afirma que «no es exacto decir que él esté en el origen de una escuela pedagógica o de una metodología didáctica propia de la institución que fundó. Ciertamente, san Josemaría tenía su propio punto de vista sobre el tema de la formación humana o cristiana, así como sobre otros temas, pero se trataba de opiniones personales suyas. Su aportación no es fruto de un trabajo académico: es el reflejo de la sabiduría cristiana. Por otra parte, esto no significa que en san Josemaría no exista una concepción bien precisa, reconocible en las numerosas iniciativas de formación animadas por su espíritu»[7]. Para Vitoria, las ideas pedagógicas de Escrivá se manifiestan en la labor de los profesores que trabajan en centros educativos animados por el espíritu del Opus Dei: en el cultivo de las virtudes humanas en los alumnos, en el esfuerzo por suscitar en ellos el amor al trabajo bien hecho por medio del cuidado de las cosas pequeñas y, sobre todo, en el amor a la libertad y a la responsabilidad personal.

La antropología de referencia

Tras la muerte de Josemaría Escrivá de Balaguer, los estudiosos que, a partir de Víctor García Hoz[8], han intentado explicitar su «pedagogía» han dedicado mucho espacio a describir su antropología cristianamente inspirada, porque consideran —no sin motivo— que los principios inspiradores de la acción educativa derivan de la idea de hombre que hay detrás de ella. Recordemos rápidamente los presupuestos antropológicos de Escrivá, según García Hoz[9]: la creación del hombre es una manifestación del amor de Dios; la unidad de vida, fundada sobre la propia conciencia de ser hijo de Dios, genera alegría en el ánimo y lleva a dar importancia a las cosas pequeñas de la vida ordinaria y a concebir el trabajo como medio de perfeccionamiento personal, de solidaridad humana y de unión con Dios; toda actividad humana presupone una relación con Dios (oración), con los demás hombres (amistad) y con la realidad física (trabajo); un acto es específicamente humano cuando nace de una decisión libre. De aquí se desprende, según García Hoz, que la educación, para Escrivá, consiste en hacer del hombre un ser libre y responsable de sus actos mediante un estilo educativo caracterizado por la lealtad y la sinceridad en la relación entre el docente y el alumno, entre el padre y el hijo, entre el tutor y el joven, y en general entre el educador y el educando; y, con mayor razón, entre el formador y la persona que se dirige a él para recibir formación, porque en este caso se da un verdadero «pacto formativo» entre dos personas que se escogen recíprocamente de modo explícito.

También Murphy ha escrito recientemente que «san Josemaría contemplaba la educación desde un punto de vista trascendente, considerando la persona humana completa en su ser y en su fin, en conformidad con el sentido cristiano de la vida. Su elevado concepto de la dignidad del ser humano, que descansaba en una auténtica antropología de raíz cristiana, le llevaba a ver al hombre como creado por Dios a su imagen y semejanza, con un alma inmortal, con inteligencia y voluntad libre, destinado a gozar eternamente de Dios como su fin último»[10].

El valor de la libertad moral

Para expresar la idea de educación que se desprende de los escritos de san Josemaría recurriré a un silogismo que, aunque no es suyo, resulta coherente con su modo de razonar sobre el tema. La educación debe provocar el crecimiento de la humanidad en el hombre hasta la obtención de la forma humana plena. La forma plena del hombre consiste en la capacidad de escoger libremente el bien conocido y querido como tal, o lo que es lo mismo, en la libertad moral. La educación —acción que es a la vez totalmente del educador y totalmente del educando— consiste, por parte del educador, en promover en el educando la capacidad de la elección moral libre, y por parte del educando, en poner empeño para llegar a ser libre y responsable de los propios actos. Esta definición vale para cualquier tipo de educación, sin ninguna cualificación específica (después veremos qué añade el adjetivo «cristiana» a la idea de educación). En definitiva, Escrivá pone en la educación[11][11] la esperanza de construir una sociedad en la que las leyes sean respetadas por ciudadanos interiormente convencidos de su equidad y conveniencia, sin necesidad de controles externos[12].

Como en torno al concepto de libertad hay muchos malentendidos, conviene citar directamente a Escrivá de Balaguer para precisar qué entiende por libertad. En una reunión con padres en Guadalaviar (Valencia), el 17 de noviembre de 1972, dijo: «Ama la libertad de tus hijos y enséñales a administrarla bien. Que sepan que la libertad tiene una gran enfermedad, que consiste en no querer aceptar la correspondiente responsabilidad. Entonces no es libertad, sino libertinaje»[13]. Siempre que hablaba de libertad se refería, a la vez, a la responsabilidad. En la homilía La libertad, don de Dios, de 1956, para mostrar lo ridículo que sería pretender ser libres sin comprometer la propia libertad en algo de lo que se es responsable, escribía: «¡Mi libertad, mi libertad! La tienen, y no la siguen; la miran, la ponen como un ídolo de barro dentro de su entendimiento mezquino. ¿Es eso libertad? ¿Qué aprovechan de esa riqueza sin un compromiso serio, que oriente toda la existencia? Un comportamiento así se opone a la categoría propia, a la nobleza, de la persona humana. Falta la ruta, el camino claro que informe los pasos sobre la tierra. […] El que no escoge —¡con plena libertad!— una norma recta de conducta, tarde o temprano se verá manejado por otros, vivirá en la indolencia —como un parásito—, sujeto a lo que determinen los demás»[14]. Pretender una libertad sin responsabilidad equivale a querer ser libre de todo compromiso para estar abierto a todas las posibilidades futuras, pero de este modo, por desgracia, se acaba dejando que sean otros los que decidan por uno. De un joven que quisiera vivir de este modo no se podría decir que está educado, porque «acción libre» es tanto como «acción moral», y desear solo la libertad de estar exento de compromisos duraderos, vinculados a una finalidad específica, implica rechazar toda responsabilidad y, por tanto, renunciar al objetivo de llegar a ser plenamente hombre[15].

Similitudes pedagógicas con el Papa Francisco

El Papa Francisco tiene una idea de educación parecida a la de Escrivá. Al criticar la obsesión del educador que quiere controlar al propio hijo o alumno en todas las situaciones en las que podría encontrarse en peligro, el Pontífice observa: «De ese modo no lo educará, no lo fortalecerá, no lo preparará para enfrentar los desafíos. Lo que interesa sobre todo es generar en el hijo, con mucho amor, procesos de maduración de su libertad, de capacitación, de crecimiento integral, de cultivo de la auténtica autonomía. Solo así ese hijo tendrá en sí mismo los elementos que necesita para saber defenderse y para actuar con inteligencia y astucia en circunstancias difíciles»[16].

También para Francisco, como para Escrivá, la forma de la educación es la libertad moral; lo que da sentido y unidad a las diversas actividades educativas es la conquista de la capacidad de decisión moral o decisión libre a la que está llamada el menor: «La educación entraña la tarea de promover libertades responsables, que opten en las encrucijadas con sentido e inteligencia; personas que comprendan sin recortes que su vida y la de su comunidad está en sus manos y que esa libertad es un don inmenso»[17].

El Pontífice, apuntando cosas muy concretas, como san Josemaría, ofrece algunas orientaciones metodológicas para la educación moral en las distintas fases de crecimiento: se comienza con la propuesta de renunciar a la satisfacción inmediata de un impulso para adaptarse por amor a una norma compartida en el grupo familiar, hasta llegar lo antes posible al uso de «métodos activos y con un diálogo educativo que incorpore la sensibilidad y el lenguaje propio de los hijos. Además, esta formación debe realizarse de modo inductivo, de tal manera que el hijo pueda llegar a descubrir por sí mismo la importancia de determinados valores, principios y normas, en lugar de imponérselos como verdades irrefutables»[18]. No basta que el muchacho, reflexionando con la ayuda de un educador, descubra los principios morales naturales que Dios ha sembrado en su alma y aprenda así a distinguir el bien del mal, porque «en ocasiones tienen más poder otras cosas que nos atraen, si no hemos logrado que el bien captado por la mente se arraigue en nosotros como profunda inclinación afectiva, como un gusto por el bien que pese más que otros atractivos, y que nos lleve a percibir que eso que captamos como bueno lo es también “para nosotros” aquí y ahora»[19].

Otra similitud entre las ideas pedagógicas de Escrivá y Bergoglio se descubre a propósito de la educación social. Para san Josemaría, como para el actual Pontífice, la apertura a las relaciones interpersonales y la participación activa en la construcción del bien común constituyen dos dimensiones fundamentales de la persona humana que deben ser cultivadas operativamente y no solo enunciadas. «No basta el deseo de querer trabajar por el bien común; el camino, para que este deseo sea eficaz, es formar hombres y mujeres capaces de conseguir una buena preparación, y capaces de dar a los demás el fruto de esa plenitud que han alcanzado»[20]. En las empresas educativas que se han inspirado en el mensaje de san Josemaría no solo se suscita en los jóvenes el noble ideal de comprender y servir al prójimo, y especialmente al más débil, sino que a la vez se les enseña a aportar algo propio, con competencia profesional y por amor de Dios, en la construcción del bien común[21].

San Josemaría repetía con frecuencia que, si se quiere hacer algo por la justicia social, es preciso en primer lugar vivir personalmente la virtud de la justicia en las relaciones con los demás: «Mirad que la justicia no se manifiesta exclusivamente en el respeto exacto de derechos y de deberes, como en los problemas aritméticos que se resuelven a base de sumas y de restas. La virtud cristiana es más ambiciosa: nos empuja a mostrarnos agradecidos, afables, generosos; a comportarnos como amigos leales y honrados, tanto en los tiempos buenos como en la adversidad; a ser cumplidores de las leyes y respetuosos con las autoridades legítimas»[22]. También la educación social y cívica, por tanto, contribuye, junto con las demás formas educativas —educación física, intelectual, moral y religiosa—, al nacimiento y al desarrollo de la libertad y de la correspondiente responsabilidad en el hombre.

Se procura evitar así, de raíz, el riesgo de un individualismo insolidario, que puede acechar a los jóvenes dotados de mayores talentos —sea cual sea la clase social a la que pertenezcan— cuando tienen la oportunidad de cultivarlos en centros educativos de calidad. Es una preocupación que el Papa Francisco manifestó, por ejemplo, en la audiencia del 3 de junio de 2015: «Las condiciones de vida en los barrios con mayores dificultades, con problemas habitacionales y de transporte, así como la reducción de los servicios sociales, sanitarios y escolares, causan ulteriores dificultades. A estos factores materiales se suma el daño causado a la familia por pseudo-modelos, difundidos por los medios de comunicación social basados en el consumismo y el culto de la apariencia, que influencian a las clases sociales más pobres». Los pseudomodelos consumistas, llevados por los medios de comunicación incluso a las barracas de cartón y hojalata, exigen de los educadores activos en los barrios más pobres que cuiden de modo especial la sensibilidad de los alumnos por la mejora de la propia comunidad. Bien lo saben los hijos espirituales de Escrivá que trabajan con jóvenes en las «periferias del mundo»: la tentación de escapar de la propia comunidad nativa para gozar, en zonas económicamente más ricas, de los frutos de la profesionalidad adquirida en la escuela resulta muy fuerte. Análogamente, en los centros educativos animados por el espíritu del Opus Dei, por expresa voluntad del fundador, se fomenta la solidaridad y la responsabilidad social, especialmente entre los jóvenes de familias acomodadas, mediante el contacto directo con los pobres, los marginados, con las personas más frágiles y en soledad.

El clima de amistad en las relaciones educativas

El educador, tal como lo imagina Escrivá, confía en que un educando habituado a la reflexión interior podrá descubrir dentro de sí los principios morales. También confía en que el bien, cuando es presentado de manera adecuada al grado de desarrollo del educando, atrae suavemente su voluntad. Escrivá no cede nunca al adultismo [23] o al moralismo [24], porque conoce el papel que juegan los condicionantes del ambiente, de las pulsiones interiores o de otros hábitos dispositivos[25], que a veces dificultan en el joven la visión clara del bien que nos hace felices, la decisión de conseguirlo y la realización de las acciones necesarias para actuar coherentemente con la decisión asumida[26].

San Josemaría ha dejado escrito en documentos fundacionales —y ha explicado de mil maneras a quienes tienen tareas de formación en el Opus Dei— algunas ideas pedagógicas que él llamaba «ideas madre»: la comprensión de las debilidades de los demás, la alegría que da la conciencia de participar en una obra que trasciende las posibilidades humanas, el optimismo que proviene de saber que al final todo se arregla, la confianza en la buena voluntad de las personas y en la fuerza de atracción del bien, el estímulo constante a comenzar y recomenzar la propia lucha personal después de cada derrota. También el Papa Francisco ha repetido que la alegría y el optimismo caracterizan a quien lleva a cabo tareas educativas o formativas proyectándose sobre las exigencias de los demás: «El bien siempre tiende a comunicarse. Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza busca por sí misma su expansión, y cualquier persona que viva una profunda liberación adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás. Comunicándolo, el bien se arraiga y se desarrolla. Por eso, quien quiera vivir con dignidad y plenitud no tiene otro camino más que reconocer al otro y buscar su bien»[27]. Es exactamente lo que se propone todo educador digno de este nombre, porque no se puede educar con un rostro duro y los músculos faciales en tensión.

Para Escrivá, una «libertad vigilada» no es plenamente educativa: el educando no debe imitar a su educador, pues la causalidad ejemplar de este es cosa muy distinta de la imposición autoritaria de un modelo. El educador es vehículo de valores, no la fuente originaria de estos. Educador y educando se adhieren a unos valores que están por encima de ellos; comparten unos bienes que, por motivos de edad, el educador ha conquistado antes, pero que no tiene celosamente guardados. Sobre esta base es posible esa amistad que tan a menudo el santo recomienda cultivar a los educadores, aunque también precisa que la relación entre padre e hijo, entre profesor y alumno, no es paritaria[28]. «Aconsejo siempre a los padres que procuren hacerse amigos de sus hijos. Se puede armonizar perfectamente la autoridad paterna, que la misma educación requiere, con un sentimiento de amistad, que exige ponerse de alguna manera al mismo nivel de los hijos. Los chicos —aun los que parecen más díscolos y despegados— desean siempre esa cercanía, esa fraternidad con sus padres. La clave suele estar en la confianza: que los padres sepan educar en un clima de familiaridad, que no den jamás la impresión de que desconfían, que den libertad y que enseñen a administrarla con responsabilidad personal. Es preferible que se dejen engañar alguna vez: la confianza que se pone en los hijos hace que ellos mismos se avergüencen de haber abusado y se corrijan; en cambio, si no tienen libertad, si ven que no se confía en ellos, se sentirán movidos a engañar siempre»[29].

La amistad surge cuando hay una recíproca benevolencia entre dos personas que comparten un mismo interés. Para Escrivá, los padres y los profesores deben llegar a ser amigos de sus propios hijos y de sus propios alumnos, abatiendo toda barrera y eliminando toda forma de distanciamiento. En el intento de dar la justa interpretación del pensamiento de san Josemaría sobre el significado de la amistad entre padres e hijos, entre profesores y alumnos, Peláez ha escrito: «No se puede ignorar que la específica relación de amistad no es, en la práctica, cosa secundaria, por no decir que es esencialmente inherente a la actividad educativa: es decir, en realidad no hay auténtica educación, con todo lo que de ello se deriva, si falta, en el respeto de la libertad del educando y de la posición asimétrica del educador, esa recíproca confianza, plena explicitación del bien, que es propia de la relación amistosa y que hace del educando, a su vez, un hombre capaz de amistad. Se puede, así, hablar de educación a través de la amistad y de amistad a través de la educación»[30]. Los jóvenes necesitan aprender a ser amigos de todos (aunque luego no todos quieran corresponder a su amistad), y por eso a las personas educadas según las ideas de Escrivá se les estimula a buscar nuevos amigos —y a profundizar en la calidad de sus relaciones con los viejos— siempre, continuamente, durante toda la vida. Inevitablemente, ese deseo de mejorar la propia capacidad de amistad nace y se desarrolla en los jóvenes a partir de las experiencias vividas en la familia y en los centros educativos: por eso compete a los padres y a los educadores dar el primer paso para instaurar relaciones amistosas con sus hijos/alumnos.

Orientación y tutoría

En los ambientes educativos —in primis, en el ambiente familiar— inspirados en las enseñanzas de san Josemaría Escrivá se crean intencionalmente situaciones en las que el menor es animado a tomar decisiones y a ponerlas en práctica asumiendo su propia responsabilidad. Sobre el tema de la libertad de decisión, Escrivá dio esta respuesta a la directora de una revista femenina española: «Los padres que aman de verdad, que buscan sinceramente el bien de sus hijos, después de los consejos y de las consideraciones oportunas, han de retirarse con delicadeza para que nada perjudique el gran bien de la libertad, que hace al hombre capaz de amar y de servir a Dios. Deben recordar que Dios mismo ha querido que se le ame y se le sirva en libertad, y respeta siempre nuestras decisiones personales: dejó Dios al hombre —nos dice la Escritura— en manos de su albedrío (Sir 15,14)»[31]. Con todo, es bueno que durante la fase de aprendizaje de la libertad —si se me permite usar esta expresión— el menor tenga a su lado a una persona que le ayude a razonar en el momento de las primeras decisiones fundamentales y que, sin imponerle nada, sea capaz de orientarlo. Si a veces el chico, en el ejercicio inicial de la libertad, se equivoca, debería poder encontrar un adulto a su lado que le ayude a reflexionar sobre los motivos de su error, de modo que pueda aprender de la experiencia. Las correcciones iniciales de la ruta emprendida para llegar a ser plenamente hombre permiten que el riesgo de un mal uso de la libertad en la edad adulta sea menor, aunque nunca lo eliminarán del todo. Para que se formen personas capaces de emprender libremente iniciativas magnánimas es necesario aceptar ese riesgo ínsito en la actividad educativa. Si Dios respeta y ama la libertad del hombre, dice Escrivá, también los padres y los profesores deben respetar y amar la libertad de los hijos o alumnos[32].

La orientación educativa, comúnmente denominada tutoría[33], está presente en los centros educativos nacidos por iniciativa de fieles del Opus Dei, como manifestación de una indicación precisa del fundador: no basta dirigirse al grupo —aunque la experiencia de la vida de grupo pueda ofrecer al joven un eficaz apoyo educativo—, sino que es necesario instaurar una relación personal con cada persona en proceso de formación: cada joven tiene su propia peculiaridad, es una «piedra preciosa» que ha de brillar en todo su esplendor una vez tallada por esa persona adulta que ordinariamente es llamada tutor o preceptor.

Escrivá repitió muchas veces que la razón más sobrenatural para realizar una acción buena es «porque me da la gana»[34], y que el trabajo educativo consiste en suscitar la buena voluntad («ayudar a que el alma quiera»[35]). Quien orienta a una persona siguiendo ese estilo pone las bases para que pueda desarrollarse en ella el deseo de obrar el bien. Ese amor apasionado por la libertad, presente en los centros educativos donde trabajan profesores que se inspiran en la «pedagogía implícita» de san Josemaría, tiene dos consecuencias: el clima de confianza recíproca entre todos los miembros de la comunidad educativa y la aceptación por parte de los educadores del riesgo de un mal uso de esa misma libertad que ellos promueven en los alumnos.

La confianza recíproca

En un congreso organizado por la Pontificia Universidad de la Santa Cruz con motivo del centenario del nacimiento de Josemaría Escrivá, pocos meses antes de su canonización, Concepción Naval presentó una relación sobre La confianza: exigencia de la libertad personal. Por lo que se refiere a la problemática educativa, Naval escribe: «Este aprecio a la confianza se extendía, pues, a todos, incluso a los niños; de ahí la trascendencia educativa que tiene. Las referencias más directas del beato Josemaría se encaminan a la educación familiar, pero cabe extender igualmente esta recomendación para la educación escolar. La experiencia enseña bien a las claras la multitud de problemas académicos que nacen de un trato receloso y suspicaz entre profesores y alumnos; estos porque ven amenazada su libertad; aquellos porque se desesperan ante la aparente falta de resultados»[36].

En el mismo congreso, a propósito del clima de confianza que se respira en los centros educativos inspirados en las ideas educativas de Escrivá, Barrio Maestre dijo: «La primera tarea que se propone en estos centros es ganar la confianza de las familias, de manera que se consiga una coherencia entre lo que los alumnos ven y oyen en su casa y lo que perciben en el colegio. Dicha coherencia es fundamental, sobre todo a edades tempranas, en las que mensajes demasiado contradictorios pueden desconcertar a los chicos. La siguiente tarea es lograr ese mismo ambiente, podríamos decir, de familia, en el propio centro escolar, pues únicamente obteniendo la confianza de los estudiantes —para lo cual es preciso darles confianza también a ellos— pueden alcanzarse con eficacia las metas auténticamente educativas que se proponen»[37].

Efectivamente, en las escuelas promovidas por personas (docentes y padres, aliados por un pacto de colaboración en la educación de los hijos/alumnos) que conocen y tratan de vivir el espíritu cristiano según la propuesta de san Josemaría, se percibe fácilmente que la confianza es una característica típica del trabajo educativo y, en general, del ambiente escolar. En el momento de la constitución de un centro educativo existe confianza entre los padres y los profesores, entre los profesores y los alumnos, entre unos profesores y otros, y entre los propios padres promotores del colegio. Después se dará confianza también a la persona nueva que llega a la comunidad educativa, y en poco tiempo esa confianza será correspondida. ¡Qué lejos está de las enseñanzas de Josemaría Escrivá un educador dispuesto a conceder a su hijo o alumno una «libertad vigilada»! El educador, por el contrario, debe demostrar una «confianza vigilante» en sus alumnos, como bien dice Barrio Maestre[38] a propósito del estilo educativo de Escrivá: solo así puede nacer una relación amistosa entre el educador y el educando. En los profesores de escuelas que comparten la «pedagogía implícita» de san Josemaría se debería reflejar, por tanto, un empeño real por dar a todas las relaciones interpersonales un tono optimista y por contribuir a crear un ambiente caracterizado por la confianza recíproca y por la amistad.

La comunidad educativa

En los centros educativos que se inspiran en las enseñanzas de san Josemaría Escrivá se reconoce un primado formativo a los padres con respecto a los hijos/alumnos. García Hoz[39], que había conocido al fundador del Opus Dei en 1939[40], no oculta que le sorprendió oírle por primera vez una frase que luego repitió muchas veces en el curso de su vida: «En el colegio hay tres cosas importantes: lo primero, los padres; lo segundo, el profesorado; lo tercero, los alumnos»[41]. Con el tiempo, también el pedagogo español se dio cuenta de que el primado de los padres no es solo de derecho educativo, sino que está exigido por la misma eficacia de la acción de los docentes y, en consecuencia, por el bien de los alumnos. A los responsables de los centros escolares, ya fueran obras corporativas del Opus Dei u otras actividades profesionales dirigidas por miembros de la Obra a título personal, Escrivá aconsejaba que se dedicaran en primer lugar a hacer partícipes a los padres de las finalidades educativas, de los objetivos y de los métodos de la escuela de sus hijos: una específica formación pedagógica de los padres debía ser la primera preocupación de los directivos de un centro escolar[42].

La idea de comunidad educativa, con su corolario de que toda innovación escolar ha de ser compartida por los padres, no estaba muy difundida en los años cincuenta y sesenta del siglo XX, tampoco en las escuelas católicas. Escrivá, en cambio, cuando animó a algunos fieles de la Obra, docentes de profesión, a poner en marcha colegios de acuerdo con las familias, les indicó claramente que debían involucrar a los padres en su promoción y gestión desde el primer momento. Fueron numerosas las intervenciones de san Josemaría sobre este tema, ya sea con grupos de padres y profesores que promovían nuevos colegios o en encuentros con millares de personas, como los fechados entre el otoño de 1972 y el verano de 1974. Por ejemplo, a los padres del colegio Viaró de Barcelona, el 21 de noviembre de 1972, les dijo: «Por tanto, ¡insisto!: esta clase de colegios, promovidos por los padres de familia, tienen interés, en primer término, para los padres de familia; luego, para el profesorado, y después para los estudiantes»[43].

Los alumnos, en efecto, para crecer en libertad y responsabilidad necesitan cierta armonía y coherencia entre lo que se les dice en casa y en la escuela: por eso, para la eficacia educativa de la escuela es imprescindible un pacto de colaboración leal entre padres y profesores. El secreto del éxito de las iniciativas educativas surgidas de las ideas de Josemaría Escrivá está en la alianza entre familia y escuela. Cuando se reflexiona sobre los últimos setenta años de historia de este tipo de colegios, no es difícil verificar ex post el valor de la intuición pedagógica de san Josemaría: son colegios que han tenido éxito cuando su primer objetivo ha sido la formación de los padres; menos, en cambio, cuando los promotores no persiguieron ese objetivo con fuerte y constante determinación[44].

La identidad cristiana

Escrivá, como decíamos, ha imaginado una escuela en la que, por orden de importancia, primero se forman los padres[45], después los profesores y finalmente los alumnos. Una escuela abierta a personas de todas las condiciones sociales —gracias a las becas que se buscan continuamente— a las que se ayuda a descubrir su identidad de hijos de Dios y, en ella, la raíz de la alegría. Una escuela que respeta la libertad de las conciencias y el derecho educativo de los padres y que acoge a alumnos de todas las religiones sin esconder su propia identidad cristiana.

Coherentemente con la vocación de fieles cristianos laicos que buscan la santidad ejerciendo los propios derechos civiles, los colegios promovidos por los hijos espirituales de san Josemaría Escrivá de Balaguer junto con otros ciudadanos —no necesariamente creyentes—, sin ser oficialmente católicos[46] ayudan a los alumnos a formarse una mentalidad católica en el sentido original del término, es decir, en el sentido de universal, como aclara el fundador del Opus Dei en Surco, un libro publicado después de su muerte: «Para ti, que deseas formarte una mentalidad católica, universal, transcribo algunas características: amplitud de horizontes, y una profundización enérgica, en lo permanentemente vivo de la ortodoxia católica; afán recto y sano —nunca frivolidad— de renovar las doctrinas típicas del pensamiento tradicional, en la filosofía y en la interpretación de la historia...; una cuidadosa atención a las orientaciones de la ciencia y del pensamiento contemporáneos; y una actitud positiva y abierta, ante la transformación actual de las estructuras sociales y de las formas de vida»[47].

Escuelas masculinas y femeninas

A veces los observadores externos no comprenden fácilmente los motivos de la homogeneidad sexual vigente en las escuelas masculinas o femeninas que se inspiran en las enseñanzas de san Josemaría Escrivá, porque se trata todavía, al menos en Italia, de un fenómeno contra corriente. La educación homogénea, en efecto, es una opción organizativa y metodológica que puede sorprender a primera vista. En Italia, de hecho, desde hace cincuenta años es raro encontrar escuelas de educación diferenciada o single sex: centros escolares en los que metodológicamente —es decir, no por la calidad de los contenidos— se ofrece una educación diferenciada con el objeto de reconocer el valor de la especificidad de cada sexo en bien de una mutua colaboración basada en la reciprocidad. Escrivá no obligó a nadie a crear escuelas solo masculinas o solo femeninas, pero estableció que el Opus Dei prestara asistencia pastoral y ayuda espiritual de modo prioritario a escuelas que previeran un método educativo diversificado para chicos y para chicas[48]. Analizando la cuestión a fondo, se puede afirmar razonablemente que la opción metodológica por la homogeneidad de los grupos que participan en las actividades educativas y formativas de estos colegios —solo masculinos o solo femeninos (entre los 6 y los 18 años aproximadamente)— está en la línea de la tradición educativa de la Iglesia desde antiguo y son coherentes con su experiencia pastoral[49].

No es difícil intuir que la opción metodológica de la homogeneidad de los grupos escolares según el sexo se apoya en un presupuesto antropológico y en otro pedagógico: para la antropología cristiana, la caracterización sexual de la persona como hombre o mujer debe ser específicamente puesta en valor, pues está originalmente radicada en la naturaleza humana, aunque en cada cultura asuma manifestaciones diferentes; para la pedagogía personalista, toda persona, por el hecho de ser única e irrepetible, merece una atención específica por parte de sus educadores, atención que debe llevar al educador o a la educadora a un nivel profundo de implicación personal en la relación educativa con cada alumno o alumna. Por una parte, Escrivá aprecia apasionadamente la feminidad y la masculinidad como don de Dios al ser humano; por otra, invita calurosamente al educador o educadora a cultivar las especificidades originarias de cada alumno y de cada alumna mediante una relación educativa «de tú a tú» profunda y, a la vez, respetuosa con la intimidad de la persona humana[50].

La educación de las virtudes humanas

Las obras educativas que se inspiran en la «pedagogía implícita» de san Josemaría no se limitan a instruir, sino que aspiran a educar a los niños, a los adolescentes, a los jóvenes: a personas con una vida por delante, ansiosas de ideales nobles y grandes por los que valga la pena comprometer la propia existencia. En concreto, se procura que adquieran esas virtudes naturales que Aristóteles, unos ciento cincuenta años antes del nacimiento de Jesucristo, individuó como perfeccionamiento del hombre y que la tradición educativa de los cristianos ha cultivado en los jóvenes, durante veinte siglos, como base indispensable para la adquisición de las virtudes sobrenaturales. Al enumerarlas no repetiré en todos los casos que los educadores que pretenden proponer a los alumnos la adquisición de una determinada virtud han de poseerla en primer lugar ellos mismos en un nivel aceptable y han de demostrar que se empeñan en vivirla cada vez mejor. Es sabido, en efecto, que una virtud, para que quede enraizada en el estilo de vida de un chico, necesita una causa ejemplar que haga surgir en su voluntad libre el deseo de adquirirla por medio de la repetición intencional de actos específicos. La peculiaridad de la propuesta de san Josemaría, por lo que se refiere a la educación de las virtudes humanas del cristiano, está en el acento laical del procurar vivirlas nel bel mezzo della strada [51], como le gustaba decir en italiano, en medio del mundo y bajo la condición propia de quien es hijo de Dios por la gracia del Bautismo.

Lo expuesto hasta ahora me permite resumir, en un rápido elenco, las principales virtudes que los educadores deseosos de inspirarse en las enseñanzas de san Josemaría tendrían que intentar cultivar en sus alumnos: la sinceridad, la lealtad, la confianza, la amistad, la delicadeza en las relaciones, el optimismo, la fortaleza, la sobriedad, el gusto por el trabajo bien hecho, la religiosidad. Me referiré brevemente a cada una y, al final, me detendré en el valor de la colegialidad para el trabajo educativo. Limitaré las citas al mínimo, a puro título de ejemplo.

—Sinceridad

A quien le preguntaba cuál era la virtud que más le gustaba, el santo respondía siempre, inmediatamente: la sinceridad. «Sea nuestro sí, sí. Sea nuestro no, no»: es el lema que se encuentra en la entrada del primer colegio nacido por el aliento directo de san Josemaría, quien solía decir a las personas que acudían a él en busca de consejo y de orientación espiritual que les ayudaría a ser sinceras con ellas mismas, con Dios y con los demás. En Forja, por ejemplo, escribió: «Mirando a la Virgen Santa, me he confirmado en una norma clara: para tener paz y vivir en paz, hemos de ser muy sinceros con Dios, con quienes dirigen nuestra alma y con nosotros mismos»[52].

—Lealtad

El 12 de noviembre de 1972, en la ciudad andaluza de Jerez de la Frontera, en la provincia de Cádiz, respondiendo a una pregunta de un padre, Josemaría Escrivá de Balaguer señaló la lealtad, junto con la sinceridad, como la principal virtud que había que cultivar en los hijos: «Hacedlos leales, sinceros, que no tengan miedo a deciros las cosas. Para eso, sé tú leal con ellos, trátalos como si fueran personas mayores, acomodándote a sus necesidades y a sus circunstancias de edad y de carácter. Sé amigo suyo, sé bueno y noble con ellos, sé sincero y sencillo»[53]. Recomendaba pensar bien las cosas antes de prometer algo o de asumir un compromiso, para poder luego respetar los pactos, mantener la palabra dada y cumplir los compromisos libremente asumidos. En las escuelas que se inspiran en su magisterio pedagógico hay un «pacto» o «contrato», que se procura explicitar del modo más claro posible, entre la dirección del centro y las familias de los alumnos, entre los directivos y los profesores, entre los padres y los profesores, entre los profesores y los alumnos y, en fin, dentro del cuerpo docente y entre todos los alumnos. «Me he equivocado» es una frase que en este tipo de escuelas se oye a menudo, sin tragedias, sin pérdida de prestigio, sin conflictos. Quien lo dice tantas veces como es necesario puede después decir también sin problemas a otro, cara a cara, en privado: «Me parece que te has equivocado».

—Confianza

Escrivá siempre dijo, escribió y predicó que prefería ser engañado por un embustero que desconfiar de una persona honesta. En Amigos de Dios escribe: «Repito: prudentes, sí; cautelosos, no. Conceded la más absoluta confianza a todos, sed muy nobles. Para mí, vale más la palabra de un cristiano, de un hombre leal —me fío enteramente de cada uno—, que la firma auténtica de cien notarios unánimes, aunque quizá en alguna ocasión me hayan engañado por seguir este criterio. Prefiero exponerme a que un desaprensivo abuse de esa confianza, antes de despojar a nadie del crédito que merece como persona y como hijo de Dios. Os aseguro que nunca me han defraudado los resultados de este modo de proceder»[54]. Por eso pedía a los educadores que dieran confianza a sus alumnos de tal modo que estos percibieran esa confianza sin sombra de duda: un educador debe estar dispuesto a correr el riesgo de que alguien pueda abusar de esa confianza, pero este sería un mal ínfimo en comparación con el enorme daño que se haría al crecimiento en libertad y responsabilidad de los alumnos si se les negara una confianza plena, manifestada en abundancia de detalles.

—Amistad

Tan alto concepto tiene el fundador del Opus Dei de la virtud humana de la amistad que la eleva a un nivel sobrenatural: «A través del trato personal, de una amistad leal y auténtica, se despierta en los demás el hambre de Dios y se les ayuda a descubrir horizontes nuevos: con naturalidad, con sencillez he dicho, con el ejemplo de una fe bien vivida, con la palabra amable pero llena de la fuerza de la verdad divina»[55]. La capacidad de hacer amistad con otras personas, de cultivarla y protegerla cuando surgen incomprensiones o divergencias de opinión, requiere una específica e intencional acción educativa. Pero para la adquisición de esta virtud en edad juvenil resulta aún más eficaz la experiencia vivida en una comunidad educativa cuyo clima de amistad lleve a sentirse bien con los demás y con uno mismo. En las escuelas que se inspiran en las ideas educativas de san Josemaría se procura favorecer la amistad entre las familias de los alumnos, entre los padres y los docentes, entre los propios docentes, entre los alumnos, entre los docentes y los alumnos. La amistad entre docentes y alumnos no va en detrimento de la autoridad de los primeros en la relación educativa, que es asimétrica en sí misma, en cuanto que el adulto educador posee un bien que el joven todavía no posee y que desea adquirir con la ayuda del educador. Con mayor motivo este principio es válido en la educación familiar. Una frase de Surco describe eficazmente cómo debe ser, en concreto, la amistad entre profesores y alumnos: «Has tenido la gran suerte de encontrar maestros de verdad, amigos auténticos, que te han enseñado sin reservas todo cuanto has querido saber; no has necesitado de artimañas para “robarles” su ciencia, porque te han indicado el camino más fácil, aunque a ellos les haya costado duro trabajo y sufrimientos descubrirlo... Ahora, te toca a ti hacer otro tanto, con este, con aquel, ¡con todos!»[56].

—Buenas maneras

Me pareció volver a escuchar la voz de san Josemaría cuando el actual Pontífice aconsejó que en la familia se aprenda «a pedir permiso sin avasallar, a decir gracias como expresión de una sentida valoración de las cosas que recibimos, a dominar la agresividad o la voracidad, y a pedir perdón cuando hacemos algún daño»[57]. En efecto, el fundador del Opus Dei recomendaba una extremada delicadeza en las relaciones interpersonales, especialmente a quien tenía el encargo de dirigir un centro educativo o formativo. Dos son los puntos de Forja que se pueden citar a propósito de esto: «Procura ser delicado, persona de buenas maneras. ¡No seas grosero! —Delicado siempre, que no quiere decir amanerado»[58]; «Cuando hayas de mandar, no humilles: procede con delicadeza; respeta la inteligencia y la voluntad del que obedece»[59].

—Optimismo

El talante optimista es descrito así en Surco: «Tarea del cristiano: ahogar el mal en abundancia de bien. No se trata de campañas negativas, ni de ser antinada. Al contrario: vivir de afirmación, llenos de optimismo, con juventud, alegría y paz; ver con comprensión a todos: a los que siguen a Cristo y a los que le abandonan o no le conocen. —Pero comprensión no significa abstencionismo, ni indiferencia, sino actividad»[60]. Escrivá consideraba que una persona con un pesimismo crónico, y reacia a poner los medios que le permitan erradicar ese defecto, no sirve para educar y formar a otros. Para un educador, la virtud del optimismo consiste en el esfuerzo habitual por ver, ante todo, los aspectos positivos de un alumno, para después apoyarse en esos puntos de fuerza en el intento de corregir los aspectos negativos.

—Fortaleza

«Comenzar y recomenzar», para proponerse siempre mejorar después de cada fallo: es una frase típica que a san Josemaría le gustaba repetir para animar a reaccionar positivamente ante los fracasos personales y colectivos: «Precisamente tu vida interior debe ser eso: comenzar... y recomenzar»[61]. Se trata de una fortaleza de ánimo basada en el reconocimiento humilde de los propios límites y en una confianza total en la misericordia omnipotente de Dios, que siempre nos ofrece los medios necesarios para recomenzar. «No te avergüence descubrir que en el corazón tienes el fomes peccati —la inclinación al mal, que te acompañará mientras vivas, porque nadie está libre de esa carga. No te avergüences, porque el Señor, que es omnipotente y misericordioso, nos ha dado todos los medios idóneos para superar esa inclinación: los Sacramentos, la vida de piedad, el trabajo santificado. —Empléalos con perseverancia, dispuesto a comenzar y recomenzar, sin desanimarte»[62]. Los adultos que, después de un fracaso, saben levantarse de nuevo porque son humildes, saben también animar a los jóvenes a no resignarse, sino a luchar ante las dificultades y ante los fracasos[63].

—Sobriedad

San Josemaría Escrivá de Balaguer decía a los padres que debían ser ejemplo de sobriedad en la vida familiar y dar poco dinero a los hijos. Cuando en Camino escribe que el único modo de ser apóstol es amar y practicar la pobreza de espíritu, contentándose «con lo que basta para pasar la vida sobria y templadamente»[64], o cuando en Amigos de Dios [65] dedica una entera homilía al tema del desprendimiento, otro nombre —más laical— para la virtud cristiana de la pobreza, sus enseñanzas resultan muy próximas a las del Papa Francisco[66].

—Gusto por el trabajo bien hecho

El cuidado de las cosas pequeñas es quizá la traducción pedagógica más directa de la doctrina de Josemaría Escrivá sobre la santificación del trabajo[67]. El trabajo bien proyectado y bien llevado a cabo exige que esté asimismo bien terminado, pues en la atención a los pequeños detalles se descubre el amor con que el trabajador ha trabajado, y se entiende, por tanto, si ha mejorado personalmente mientras realizaba esa tarea y si la ha realizado del mejor modo posible, teniendo en cuenta el tiempo y los medios disponibles, y como acto de servicio a los demás[68]. Para Escrivá, el trabajo bien hecho no nace de un perfeccionismo maniático o de un estoico sentido del deber, sino de la libre intención de servir con alegría a los demás, es decir, del espíritu de servicio: solo así se evita el peligro de caer en la rutina, que lleva a trabajar negligentemente y con mentalidad meramente ejecutiva[69].

—Religiosidad

«Que los niños vean en sus padres un ejemplo de entrega, de amor sincero, de ayuda mutua, de comprensión; y que las pequeñeces de la vida diaria no les oculten la realidad de un cariño, que es capaz de superar cualquier cosa»[70]. Cuando algún padre o madre le preguntaba cómo impartir la educación religiosa a niños muy pequeños, Escrivá, en primer lugar, les recomendaba que se quisieran, porque el niño intuye que Dios es Amor cuando percibe que su padre y su madre se quieren[71]. Por fidelidad a las enseñanzas de su fundador, a todos los padres que quieren inscribir a sus hijos en una escuela que se inspira en el espíritu del Opus Dei —también a los que no practican la religión católica— los directivos exponen e ilustran el proyecto educativo del centro, de modo que puedan valorar bien si matricular o no a sus hijos allí. Se les explica que en el tronco de las virtudes naturales, llamadas también virtudes humanas, se injerta la educación religiosa, más específicamente la educación cristiano-católica, cuyo fin prioritario es hacer germinar en el educando un sentimiento de reconocimiento a Dios Padre por haberle dado la posibilidad de participar en la vida divina gracias a la filiación adoptiva ganada por medio de la encarnación, pasión, muerte y resurrección de Jesús, su Hijo unigénito, que se ha hecho hermano de todos los hombres[72]. Lealmente se comunica a todos cuál es el ideario educativo del centro. Como es lógico y justo, los padres pueden pedir que sus hijos sean eximidos de la enseñanza de la religión católica.

La colegialidad del trabajo educativo

A los profesores que quieren seguir las ideas de san Josemaría Escrivá sobre la educación, independientemente de la escuela en que trabajen, además del empeño por mejorar continuamente en las virtudes que desean que sus alumnos adquieran y de la disponibilidad al long life learning tanto en el ámbito científico-disciplinar como en el pedagógico-didáctico (si no, ¿qué sentido tendría hablar de santificación personal por medio del trabajo?), se exige una profunda convicción sobre la intrínseca dimensión colegial del trabajo educativo.

La educación de una persona es una labor colegial de muchos artistas que, poniéndose de acuerdo entre ellos, producen una sinfonía maravillosa. Según la propia sensibilidad, todo docente tiende a percibir en el alumno aspectos positivos o negativos en mayor o menor medida: es un hecho inevitable del que hay que ser consciente para saber controlarse. La aspiración del profesor no debería ser fabricar individuos a su imagen y semejanza, sino favorecer que cada persona llegue a ser lo que puede ser si saca el suficiente partido de sus talentos. Las valoraciones de los alumnos y los proyectos educativos personalizados requieren necesariamente la integración de los puntos de vista de muchos profesores. El alumno no debe ser como un único profesor desea, sino como el equipo de especialistas de la educación, de acuerdo con sus padres, puede lograr que sea promoviendo en él, de modo armónico y orgánico, el desarrollo de todas sus potencialidades.

Quien ha leído los textos de Escrivá dirigidos específicamente a personas con responsabilidades de dirección en organismos formativos sabe que, para él, el principio de la colegialidad[73] es un elemento clave a todos los niveles, ya sea en la formación de los miembros de la Obra, en la de las personas que se acercan al Opus Dei o en la gestión de los centros educativos y formativos, abiertos a todos, en los que trabajan profesionalmente fieles de la Prelatura junto con otros colegas.

Conclusión

Como se ha dicho al comienzo, Escrivá no fue exactamente un pedagogo sino más bien un formador: no escribió un tratado de Pedagogía, pero a lo largo de su vida formó a millares de personas de toda edad y condición. De sus escritos y obras es posible sacar algunos principios inspiradores para la acción educativa y formativa, una verdadera «pedagogía implícita» que se basa en el presupuesto antropológico del hombre como hijo de Dios, hecho a su imagen y semejanza de un modo único e irrepetible, con una especificidad masculina o femenina en bien de la recíproca colaboración entre los dos sexos. El hombre, para llegar a ser verdaderamente hombre, necesita adquirir, con la educación, su forma específica: la libertad moral. Para Escrivá, el fin de la educación del hombre es la adquisición de la capacidad de decisión moral o decisión libre, con la correspondiente responsabilidad de las acciones por él acometidas conscientemente. La manifestación de confianza hacia las personas a las que se educa o se forma es la primera recomendación metodológica de Escrivá a los educadores y formadores, que ante todo deben crear un clima amistoso y cordial en los lugares y en las circunstancias en que desarrollan su labor. La colaboración entre padres y profesores, la colegialidad en las decisiones pedagógicas y la constitución de una verdadera comunidad educativa son tres constantes que se registran en todas las instituciones educativas promovidas o inspiradas por Escrivá. Las principales virtudes humanas que san Josemaría enseñó a practicar constituyen la base indispensable para edificar la vida sobrenatural, en cuanto que el esfuerzo por adquirirlas señala la disponibilidad del hombre a abrirse a la acción santificante de la gracia divina. Es esto, en síntesis, lo que se ha intentado mostrar en este artículo.

Un año antes de su muerte, en la última carta pastoral que escribió a los fieles del Opus Dei, contemplando los frutos de la labor formativa desarrollada en casi cincuenta años, san Josemaría daba gracias al Señor por la fidelidad y la perseverancia de quienes lo habían seguido con el afán de anunciar en todo el mundo que se habían abierto «los caminos divinos de la tierra», como le gustaba repetir en sus conversaciones familiares[74].

Efectivamente, san Josemaría formó a muchas personas, y a su vez estas han promovido múltiples iniciativas educativas y formativas. La eficacia de la acción del fundador se explica, en primer lugar, por la gracia de Dios, y —después— por el valor mismo del mensaje propuesto y por la riqueza de su personalidad; pero, junto con eso, también se explica por sus ideas sobre la educación y la formación. Este artículo ha sido un intento de mostrar los principios pedagógicos que se desprenden de los textos de Escrivá o de las filmaciones que recogen sus encuentros formativos, así como, indirectamente, de esas iniciativas educativas y formativas puestas en marcha por quienes se han inspirado en su mensaje.

Una ulterior curiositas pedagógica, que reclamaría un estudio científico, se enciende al considerar el hecho de que, a partir de 1949, san Josemaría envió a los cinco continentes, para implantar en nuevas tierras el Opus Dei, a pequeños grupos de hijos e hijas espirituales que, forzosamente, iban a permanecer lejos de él durante meses o incluso años, aunque se sintieran acompañados por su oración, por su afecto, por sus cartas e incluso por alguna llamada telefónica intercontinental. ¿Cómo es posible que estos jóvenes, de edad casi siempre inferior a los 30 años, hubieran asimilado tan bien y en tan poco tiempo el espíritu del fundador y enseguida, ya en los años cincuenta del siglo pasado, demostraran ser a su vez formadores eficaces no solo en los países europeos, sino también en América del norte y del sur, en África, en Asia y en Oceanía, es decir, en realidades culturales diversísimas? Indudablemente, dieron prueba de saber conjugar el espíritu de iniciativa con la fidelidad al carisma del fundador.

La pista que habría que seguir para dar razón del «efecto multiplicador» de las ideas pedagógicas y del ejemplo educativo de san Josemaría Escrivá de Balaguer pasa por los principios y las dotes personales que sostuvieron su labor de «formador de formadores»: el amor incondicionado a la libertad personal, la claridad comunicativa, la capacidad empática, la confianza absoluta que sus hijos espirituales advirtieron siempre en él, el profundo arraigo de la conciencia de la filiación divina que suscitó en ellos, la constante invitación a la sinceridad y a la lealtad, la exigencia del trabajo bien hecho, la afirmación del principio de la colegialidad en el trabajo educativo.


[1]. [Cfr. Ramón Pomar, “San Josemaría y la promoción del colegio Gaztelueta”, en Studia et Documenta, vol. 4 (2010), p.121.]

[2]. [Entiendo por educación la acción que se propone hacer del menor un ser moralmente libre y responsable de sus actos; en cambio, por formación entiendo la acción que busca perfeccionar al adulto —si libremente lo desea— en algún aspecto de su vida. Efectivamente, la actividad educativa se dirige a personas muy jóvenes, que aún no han adquirido la capacidad de elección moral libre, es decir, la forma humana que hace unitarios los múltiples conocimientos, habilidades y competencias que alimentan su crecimiento. Los adultos tienen el deber de educar a los muchachos, que de hecho esperan ser educados, aunque a veces protesten o se rebelen a la autoridad de sus educadores. El proceso formativo se injerta gradualmente en el educativo. La formación es posible cuando una persona, a medida que va siendo libre y responsable de sus actos, decide perfeccionarse a lo largo de su vida en aspectos particulares: carácter, vida espiritual, actividad profesional, doctrina religiosa, apostolado, cultura, política, arte, deporte, etc. La formación ha de ser inicialmente buscada, no puede ser solo aceptada, como sucede, en el caso de la educación, cuando el educando advierte que el educador ha tomado la iniciativa para hacerle adquirir algo que por sí solo no podría obtener y por tanto acepta de buen grado colaborar. La demanda de formación solo puede partir del interesado: la formación, si es impuesta, es ineficaz: piénsese, por ejemplo, en algunos cursos de actualización profesional obligatorios.]

[3]. [Las citas de las obras publicadas de san Josemaría Escrivá de Balaguer han sido tomadas de las publicaciones de la editorial Rialp, de Madrid. Los escritos inéditos son fácilmente reconocibles por la indicación AGP (Archivo General de la Prelatura).]

[4]. [ Hogares luminosos y alegres. Catequesis sobre la familia, en AGP, Biblioteca, P11, p. 135.]

[5]. [Víctor García Hoz, Tras las huellas del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Ideas para la educación, Rialp, Madrid, 1997, p. 12.]

[6]. [Cfr. Juan Manuel Mora, “Universidades di inspiración cristiana: identidad, cultura, comunicación”, en Romana, n. 54 (2012/1), pp. 194-220; AA.VV., Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, Eunsa, Pamplona, 1993.]

[7]. [Maria-Angeles Vitoria, “L’éducation au service de la vocation divine de l’homme selon saint Josemaría Escrivá”, en AA.VV., Education et éducateurs chrétiens, L’Harmattan, París, 2013, p. 190.]

[8]. [Cfr.Víctor García Hoz, “La pedagogia in Mons. Escrivá de Balaguer”, en Studi Cattolici, n. 182-3 (1976), pp. 260-266.]

[9]. [Cfr.Víctor García Hoz, Tras las huellas del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Ideas para la educación, Rialp, Madrid, 1997.]

[10]. [Madonna Murphy, “Educación y enseñanza”, en José Luis Illanes (ed.), Diccionario de san Josemaría Escrivá de Balaguer, Instituto Histórico San Josemaría Escrivá de Balaguer, Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2013, p. 361.]

[11]. [Cfr. San Josemaría, Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, Rialp, Madrid, 1968, n. 84.]

[12]. [Solo por medio de la educación es posible la adhesión voluntaria de las personas a la ley moral, sobre la que se funda la esperanza del respeto, por parte de los ciudadanos, de la norma jurídica que la recibe, como enseña también el Papa Francisco: «La existencia de leyes y normas no es suficiente a largo plazo para limitar los malos comportamientos, aun cuando exista un control efectivo. Para que la norma jurídica produzca efectos importantes y duraderos, es necesario que la mayor parte de los miembros de la sociedad la haya aceptado a partir de motivaciones adecuadas, y que reaccione desde una transformación personal» (Encíclica Laudato si’, n. 211). Esa transformación personal constituye el resultado positivo de una educación lograda.]

[13]. [Hogares luminosos y alegres. Catequesis sobre la familia, p. 67.]

[14]. [San Josemaría, Amigos de Dios, Rialp, Madrid, 1977, n. 29.]

[15]. [Para subrayar las razones pedagógicas implícitas en el binomio indivisible libertad-responsabilidad que se encuentra en los textos de Escrivá, quiero recordar que la actividad de los educadores consiste, simultáneamente, en iluminar la conciencia moral de los educandos y en suscitar en ellos la voluntad de actuar según los principios morales, descubiertos por medio de la reflexión interior. Teniendo presentes esos objetivos, la sabiduría y la profesionalidad de los educadores, apoyada en los resultados de la investigación pedagógica, debe individuar los modos y las formas más adecuadas al desarrollo de la libertad moral en las diversas etapas del crecimiento del niño, del preadolescente, del adolescente y del joven. Ahora bien, el primer paso metodológico-educativo consiste siempre en ayudar al educando a reflexionar sinceramente sobre sí mismo, a considerar cómo es actualmente para decidir después lo que quiere devenir.]

[16]. [Francisco, Exhort. apost. Amoris laetitia, n. 261.]

[17]. [Ibid., n. 262.]

[18]. [Ibid., n. 264.]

[19]. [Ibid., n. 265.]

[20]. [ Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 73.]

[21]. [San Josemaría citaba a menudo en sus encuentros de formación con jóvenes la frase de Isaías (1,17), discite benefacere — aprended a hacer el bien.]

[22]. [ Amigos de Dios, nn. 168-169.]

[23]. [Los principios metodológico-educativos de la progresividad y de la armonía imponen que los conocimientos, las habilidades y los valores sean presentados de un modo y con un lenguaje adecuados a la edad del educando. El error del adultismo consiste en tratar a los niños como si fuesen adultos en miniatura.]

[24]. [Los padres y los profesores caen en el moralismo casi siempre por pereza, porque no hacen el esfuerzo de pensar en cómo conseguir que un principio moral objetivamente bueno lo sea también subjetivamente para el educando; o, más en general, en cómo conseguir que interiorice un valor absoluto. Para que un chico se comporte moralmente bien no basta con enunciarle unos principios morales objetivos externos a él: hay que ayudarle a conquistarlos subjetivamente, a descubrirlos dentro de sí mismo, con un recorrido de adhesión al bien que lo lleve a practicar las virtudes que constituyen la traducción operativa de los valores comprendidos y aceptados por él. Como es sabido, la vida comunitaria, la recepción de relatos, la visión de películas y la lectura de historias permiten al joven experimentar la relación entre estar bien y esforzarse por vivir las virtudes. Después, cuando se desarrolla la capacidad reflexiva, llega la interiorización de los principios morales y la plena capacidad de elección libre pero, de momento, el menor ha experimentado ya, de algún modo, que la vida buena hace estar bien, experiencia que conserva como recuerdo agradable.]

[25]. [La recomendación de atender a la psicología y a las necesidades del educando es cosa distinta de la aceptación del espontaneidad naturalista, que en el terreno práctico conduce al laxismo en la educación moral.]

[26]. [Al término del proceso educativo, el joven debería ser capaz de actuar habitualmente con libertad, según los principios morales interiorizados, es decir, comprendidos y amados a través de sus educadores. Llegado a este punto, el joven, para actuar bien, no tiene necesidad de asistencia continua, controles, promesas de premios o amenazas de castigos.]

[27]. [Francisco, Exhort. apost. Evangelii gaudium, n. 9.]

[28]. [La amistad entre dos personas nace cuando se comparte un mismo interés. En el caso específico de dos personas que instauran una relación educativa, el interés común del educador y del educando consiste en la obtención de la plena forma humana por parte del segundo, es decir, su capacidad autónoma y constante de saber actuar habitualmente bien por un motivo verdadero y justo, interiormente comprendido y amado.]

[29]. [ Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 100.]

[30]. [Michelangelo Peláez, “San Josemaría Escrivá e la sfida educativa”, en Studi Cattolici, n. 600 (2001), p. 91.]

[31]. [Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 104.]

[32]. [Naturalmente, la capacidad de la decisión moral libre no surge de improviso, como una seta en un bosque después de una noche de lluvia. Precisamente el hecho de que la libertad se adquiere gradualmente, y crece en intensidad y en extensión en la medida en que es usada bien, es lo que justifica la orientación que los alumnos reciben en la escuela, que tiende justamente a sostenerles en el ejercicio inicial de la libertad personal.]

[33]. [Para indicar el apoyo ofrecido por los adultos a los menores, que desarrollan progresivamente la capacidad de obrar con libertad y responsabilidad, en los diccionarios italianos figura el término tutorato para indicar la función, y tutoraggio para indicar la actividad. Sin distinguir entre función y actividad, en español se usa tutoría y en inglés tutoring.]

[34]. [Cfr. San Josemaría, Es Cristo que pasa, Rialp, Madrid, 1973, nn. 17 y 184, y Amigos de Dios, n. 35.]

[35]. [Cfr. Id., Carta 8-VIII-1956, n. 38, cit. en Ernst Burkhart ‒ Javier López, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de san Josemaría, Rialp, Madrid, 2011, vol. II, p. 252.]

[36]. [Concepción Naval, “La confianza: exigencia de la libertad personal”, en Antonio Malo (ed.), La dignità della persona umana, International Congress “The Grandeur of Ordinary Life” (8-11 gennaio 2002), vol. III, Edusc, Roma, 2003, p. 241.]

[37]. [José María Barrio Maestre, “Educar en la libertad. Una pedagogía de la confianza”, en Francisca R. Quiroga (ed.), Trabajo y educación, International Congress “The Grandeur of Ordinary Life” (8-11 gennaio 2002), vol. VI, Edusc, Roma, 2003, p. 93.]

[38]. [Cfr. Ibid., p. 96.]

[39]. [Cfr. Víctor García Hoz, “La pedagogía in Mons. Escrivá de Balaguer”, p. 264.]

[40]. [Cfr. Andrés Vázquez de Prada, El fundador del Opus Dei. Vida de Josemaría Escrivá de Balaguer, vol. III, Rialp, Madrid, 2003, pp. 154-163.]

[41]. [Hogares luminosos y alegres. Catequesis sobre la familia, p. 132.]

[42]. [Por experiencia de vida, en los colegios promovidos por padres que son fieles del Opus Dei junto con sus amigos se ha llegado a la conclusión de que un nuevo centro educativo puede nacer solo si hay un grupo de padres, con una buena formación pedagógica, que asume la responsabilidad de la promoción y de la gestión. Después, ese centro seguirá funcionando bien si desde el principio el grupo promotor se ha preocupado de individuar y formar cada año a nuevos padres que, a su tiempo, puedan sustituir a los del momento inicial en la gestión del centro, en armonía con los directivos, si han asimilado perfectamente el proyecto educativo. El ciclo del recambio completo del grupo de padres promotores, es decir, de los fundadores entusiastas y competentes, se concluye en unos veinte años.]

[43]. [Hogares luminosos y alegres. Catequesis sobre la familia, p. 132. Cuando se pasa a dar concreción organizativa a esta afirmación de principio, hay que aclarar las competencias de los miembros del consejo de administración del ente gestor de la escuela, las de los miembros del consejo directivo, las de los representantes de los padres en los consejos de clase, las de cada padre y las de cada profesor. Si son vagas e indefinidas, inevitablemente se producen conflictos entre la familia y el colegio, especialmente a la hora de valorar los resultados conseguidos por los alumnos, los profesores o los directivos y de tomar decisiones tempestivas en materia de recompensas o correctivos.]

[44]. [Solo la amistad de los padres promotores de un centro escolar con los padres de los nuevos alumnos puede asegurar la continuidad del centro. El recambio gradual de los responsables se produce en la medida en que nuevos padres se entusiasman y se implican en esa empresa educativa iniciada o desarrollada por otros. Esto explica también por qué para Escrivá en el colegio lo primero son los padres, después los profesores y por último los alumnos. Sin unos padres que, en el respeto de la autonomía profesional de los docentes y de los directivos, sean los primeros responsables del centro escolar, este no saldrá adelante.]

[45]. [A los padres cristianos, a propósito de la educación que debían dar a sus hijos, decía Escrivá: «Es así como mejor contribuiréis a hacer de ellos cristianos verdaderos, hombres y mujeres íntegros capaces de afrontar con espíritu abierto las situaciones que la vida les depare, de servir a sus conciudadanos y de contribuir a la solución de los grandes problemas de la humanidad, de llevar el testimonio de Cristo donde se encuentren más tarde, en la sociedad» (Es Cristo que pasa, n. 28).]

[46]. [Son colegios promovidos por ciudadanos católicos juntos con otros que pueden no serlo, y se trata de iniciativas civiles y no eclesiásticas. En relación con esto, Escrivá, respondiendo a las preguntas del director de Gaceta Universitaria, de Madrid, dijo: «He de confesar, por otra parte, que no simpatizo con las expresiones escuela católica, colegios de la Iglesia, etc., aunque respeto a los que piensan lo contrario. Prefiero que las realidades se distingan por sus frutos, no por sus nombres. Un colegio será efectivamente cristiano cuando, siendo como los demás y esmerándose en superarse, realice una labor de formación completa —también cristiana—, con respeto de la libertad personal y con la promoción de la urgente justicia social. Si hace realmente esto, el nombre es lo de menos. Personalmente, repito, prefiero evitar esos adjetivos» (Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 81).]

[47]. [San Josemaría, Surco, Rialp, Madrid, 1986, n. 428.]

[48]. [En las instituciones formativas de nivel superior que se inspiran en el carisma del Opus Dei, por ejemplo universidades, no está vigente ese criterio.]

[49]. [Para Escrivá, el pluralismo en las soluciones organizativas está al servicio de las diversas exigencias formativas de las personas, y por tanto siempre debe ser amado por todos los católicos. Respondiendo a una pregunta sobre las actividades de formación del Opus Dei para personas casadas —tema distinto, en realidad, del de las escuelas promovidas por miembros de la Obra— Escrivá declaraba en una ocasión a una periodista española, a propósito de otros grupos católicos que organizan medios de formación espiritual mixtos, para hombres y mujeres juntos, que le parecía bien que hicieran lo que consideraran más oportuno para quienes, participando en esos medios de formación, aspiraban a vivir mejor su vocación cristiana, pero que ese no podía ser considerado el único modo posible de dar formación espiritual ni era evidente que fuese el mejor (cfr. Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 99).]

[50]. [En vida de Escrivá todavía no estaban muy difundidos los resultados de las investigaciones experimentales que demuestran que en las escuelas single sex el nivel de aprendizaje es sensiblemente mayor que en las escuelas mixtas, también después de eliminar, por medio de un específico procedimiento estadístico, los efectos positivos derivados de la mayor atención a las tareas escolares de los hijos que se registra en los padres que escogen la escuela homogénea, así como la mayor profesionalidad que se da en los profesores que trabajan en este tipo de escuelas por una profunda convicción pedagógica. No hay, por lo tanto, elementos que permitan afirmar que fue principalmente un motivo de eficacia didáctica lo que movió al fundador del Opus Dei a inclinarse por la opción organizativa de las escuelas de educación separada.]

[51]. [Álvaro del Portillo, Intervista sul fondatore dell’Opus Dei, Ares, Milán, 1992, p. 71.]

[52]. [San Josemaría, Forja, Rialp, Madrid, 1987, n. 328.]

[53]. [Hogares luminosos y alegres. Catequesis sobre la familia, p. 75.]

[54]. [ Amigos de Dios, n. 159.]

[55]. [ Es Cristo que pasa, n. 149.]

[56]. [Surco, n. 733.]

[57]. [Francisco, Laudato si’, n. 213.]

[58]. [ Forja, n. 99.]

[59]. [ Ibid., n. 727.]

[60]. [ Surco, n. 864.]

[61]. [San Josemaría, Camino, Rialp, Madrid, 1945, n. 292.]

[62]. [ Forja, n. 119.]

[63]. [Creo poder decir que una escuela que se inspira en los principios educativos de Escrivá consigue dejar en los alumnos los puntos de referencia necesarios para caminar libremente en la dirección justa, hacia la felicidad personal, si se quiere y cuando se quiere. A los profesores que en ocasiones, por no advertir inmediatamente la eficacia de su labor educativa, pueden desanimarse, conviene recordarles lo que tantas veces cuentan de sí mismos algunos exalumnos difíciles, que más o menos es lo siguiente: «Me había alejado de la vía recta, sabía en mi interior cuál era el camino que debía seguir pero no quería recorrerlo, y ahora finalmente me he decidido a tomarlo».]

[64]. [Camino, n. 631.]

[65]. [Cfr. Amigos de Dios, nn. 110-126.]

[66]. [El Papa Francisco se ha referido en muchas ocasiones a la educación en la sobriedad. Aquí recordaremos lo que ha escrito en el sexto capítulo de la encíclica Laudato si’: «Si se quiere conseguir cambios profundos, hay que tener presente que los paradigmas de pensamiento realmente influyen en los comportamientos. La educación será ineficaz y sus esfuerzos serán estériles si no procura también difundir un nuevo paradigma acerca del ser humano, la vida, la sociedad y la relación con la naturaleza. De otro modo, seguirá avanzando el paradigma consumista que se transmite por los medios de comunicación y a través de los eficaces engranajes del mercado» (n. 215).]

[67]. [Cfr. Carlo Pioppi, Escrivá de Balaguer. Un’educazione cristiana alla professionalità, La Scuola, Brescia, 2013.]

[68]. [Según Víctor García Hoz, que, como se ha dicho, quedó fuertemente impresionado por las ideas pedagógicas de san Josemaría, la presentación pública (ante la clase, ante la escuela, ante la ciudad) de una obra bien hecha, no por exhibicionismo sino por el deseo de compartir, constituye la mejor prueba del buen resultado educativo de una actividad de aprendizaje realizada por los alumnos. Véase, por ejemplo, lo que el pedagogo español escribe en las páginas 157-182 del sexto volumen del Tratado de educación personalizada, que él mismo dirigió, titulado La práctica de la educación personalizada (Rialp, Madrid, 1988).]

[69]. [Cfr. Giorgio Faro, “Esistono virtù proprie del lavoro? Un contributo di san Josemaría Escrivá”, en Javier López Díaz (ed.), San Josemaría e il pensiero teologico. Atti del Convegno teologico: Roma, 14-16 novembre 2013, vol. II, Edusc, Roma, 2015, pp. 293-302.]

[70]. [Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 108.]

[71]. [También a propósito de la educación religiosa en la familia se advierte una clara sintonía entre las enseñanzas de san Josemaría y las del Papa Francisco: «En la familia, la fe está presente en todas las etapas de la vida, comenzando por la infancia: los niños aprenden a fiarse del amor de sus padres. Por eso, es importante que los padres cultiven prácticas comunes de fe en la familia, que acompañen el crecimiento en la fe de los hijos. Sobre todo los jóvenes, que atraviesan una edad tan compleja, rica e importante para la fe, deben sentir la cercanía y la atención de la familia y de la comunidad eclesial en su camino de crecimiento en la fe» (Francisco, Encíclica Lumen Fidei, n. 53).]

[72]. [Quien posee una buena base de virtudes naturales —incluida la virtud natural de la religiosidad (sentido de reconocimiento total a Dios)— está en condiciones de apreciar el mayor don de Dios al hombre, la libertad moral, un don que Dios no revoca aunque tantas veces el hombre lo use para rebelarse a él y, de este modo, perjudicarse a sí mismo y hacer sufrir a los demás. Las virtudes sobrenaturales infundidas por Dios en el alma del bautizado, y desarrolladas luego con la correspondencia personal a la gracia divina en el curso de la vida terrena, se injertan en las virtudes naturales, a las que perfeccionan. El adjetivo «cristiana» da un ulterior horizonte de sentido a la educación, la hace más atenta a la lucha interior entre las tendencias positivas y negativas que todo hombre advierte dentro de sí, proporciona al educando confianza y seguridad al hacer tomar conciencia de no ser un náufrago aferrado a una tabla en un mar agitado, entre olas que lo llevan de aquí para allá, sin una meta: le resulta clara la meta que Dios, bueno y omnipotente, quiere que alcance para su felicidad completa y sin fin.]

[73]. [El principio de la colegialidad fue previsto por él ya en 1936, cuando, habiendo planeado la apertura de los primeros centros del Opus Dei fuera de Madrid, concretamente en Valencia y en París, el fundador escribió unas orientaciones para quienes habrían tenido que marchar a dirigir la actividad formativa en esas ciudades (cfr. Instrucción, 31-V-1936).]

[74]. [«He de agradecer al Señor su gran bondad, porque mis hijas y mis hijos me han proporcionado, en este casi medio siglo, tantas y tantas alegrías, precisamente con su adhesión firme a la fe, su vida reciamente cristiana y su total disponibilidad —dentro de los deberes de su estado personal, en el mundo— para el servicio de Dios en la Obra. Jóvenes o menos jóvenes, han ido de acá para allá con la mayor naturalidad, o han perseverado fieles y sin cansancio en el mismo lugar; han cambiado de ambiente si se necesitaba, han suspendido un trabajo y han puesto su esfuerzo en una labor distinta que interesaba más por motivos apostólicos; han aprendido cosas nuevas, han aceptado gustosamente ocultarse y desaparecer, dejando paso a otros: subir y bajar» (San Josemaría, Carta 14-II-1974, n. 5).]

Romana, n. 64, enero-junio 2017, p. 216-245.

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