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30 de septiembre

Misas de acción de gracias en Roma

Dentro del programa de actos con motivo de la beatificación, el martes 30 de septiembre se celebraron dos Misas de acción de gracias en las basílicas de San Juan de Letrán y Santa María la Mayor de Roma, presididas respectivamente por los cardenales Agostino Vallini —vicario general del Santo Padre para la diócesis de Roma— y Santos Abril y Castelló —arcipreste de la basílica liberiana—. Ambas basílicas quedaron abarrotadas por los fieles, procedentes de numerosos países; algunos de ellos tuvieron que seguir la Misa desde el exterior.

Durante su homilía en San Juan de Letrán, el Cardenal Agostino Vallini recordó que «el beato Álvaro del Portillo vivió siempre con la certeza de que Dios no nos abandona nunca y que busca siempre a sus hijos, especialmente a aquellos que se han perdido. Así era la confianza que el nuevo beato tenía en Dios. Una confianza parecida a la que san Josemaría depositaba en Álvaro del Portillo, tanta que lo escogió como su confesor apenas ordenado sacerdote. Álvaro del Portillo buscaba siempre descubrir la voluntad de Dios, esforzándose durante toda su vida por seguirla, viviendo una santidad accesible a todos, porque se desarrollaba en la vida cotidiana».

Por su parte, el cardenal Santos Abril señaló que el nuevo beato «supo encarnar la bondad de Dios» y «anunció el mensaje cristiano en obras y de verdad, haciéndose eco de la belleza de las enseñanzas del Concilio Vaticano II». Unas enseñanzas que «se encontraban constantemente en su predicación y en su empeño pastoral: especialmente la llamada universal a la santidad, el papel insustituible de los laicos y su libertad, la vocación y misión de los sacerdotes».

«Llevar la luz y el calor de Cristo a todas las almas: ese fue un afán que caracterizó la vida del nuevo beato», explicó el cardenal. «Con sus enseñanzas, oración y ejemplo impulsó a sus hijos e hijas a trabajar en los ambientes más variados, convirtiéndolos en una ocasión de presentar la figura de Jesús a las personas con las que convivían […] y animó a muchos cristianos a ser consecuentes con su vocación de ser luz del mundo, dejándose iluminar por el Señor» Por otra parte, «secundó la llamada de san Juan Pablo II de realizar una nueva evangelización en los países en los que se había oscurecido el mensaje de alegría y misericordia de Nuestro Señor», subrayó Santos Abril.

«En la vida del beato Álvaro contemplamos un espíritu de amor rebosante», destacó, «una caridad operativa que lo llevó a secundar constantemente al fundador del Opus Dei de una manera silenciosa» pero con «una fidelidad llena de amor».

Romana, n. 59, Julio-Diciembre 2014, p. 226-227.

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