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Entrevista concedida a “Avvenire”, Italia (6-X-2012)

por Francesco Ognibene

De aquel 6 de octubre nos han quedado impresas las imágenes del medio millón de peregrinos que abarrotaban la Plaza de San Pedro, y de la multitud compuesta por mujeres y hombres de todo el mundo, de diversos orígenes, edades, profesiones, ámbitos sociales y educativos, que llenaba las inmediaciones de la Plaza... Fue una muestra viva de la vida cotidiana bajo el cielo abierto de Roma. Han pasado diez años desde que Roma se despertó con esta multitud de personas normales y corrientes venidas de todo el mundo para la canonización de Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, un sacerdote español pionero de la santidad de los laicos en medio del mundo y fundador del Opus Dei en 1928, que falleció en 1975 y fue beatificado 17 años después.

El segundo sucesor al frente de esta realidad eclesial, que fue erigida Prelatura personal por Juan Pablo II en 1982, es el también español Mons. Javier Echevarría, que explica a Avvenire el sentido y la trascendencia de aquella Jornada.

Excelencia, hace diez años que la Iglesia reconocía solemnemente la santidad del fundador del Opus Dei en presencia de cientos de miles de personas en Roma. ¿Qué recuerda de ese día, y cual es el mensaje de un evento de aquellas proporciones?

De aquel día recuerdo especialmente la atmósfera de agradecimiento a Dios y el ambiente de fiesta que se respiraba, con tantos devotos llenos de alegría. El mensaje de aliento que nos dio la canonización de san Josemaría Escrivá de Balaguer fue una inyección de esperanza: “buscar la conversión personal cada día”.

El espíritu de san Josemaría no es sólo una promesa, sino un camino concreto y eficaz para vivir el Evangelio y alcanzar la santidad. Sus enseñanzas deben dar frutos de virtud, de entrega a Dios y a los demás. Le pido al Señor que nos grabe ese mensaje profundamente en nuestros corazones y nos ayude a ponerlo en práctica.

¿Qué le dice a la Iglesia hoy en día la figura de san Josemaría Escrivá?

El hecho de que su canonización tuviese lugar en los albores de un nuevo siglo resulta particularmente significativo. Si el siglo pasado fue testigo del “redescubrimiento” de la llamada universal a la santidad, el siglo XXI debe caracterizarse por una puesta en práctica efectiva de esta enseñanza. Ése es uno de los grandes desafíos que el Espíritu Santo propone a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

El mensaje de san Josemaría resuena hoy con especial fuerza: “La santidad no es algo para privilegiados”, decía. El Señor llama a todos, a personas de toda condición, profesión u oficio, estén donde estén. La vida normal y rutinaria puede ser un medio de santificación, y todos los caminos de la tierra pueden ser ocasión de un encuentro con Cristo. Es una respuesta real y decisiva ante la secularización.

La canonización de los fundadores es siempre un momento de cambio, una especie de entrada en la plena madurez de las instituciones que han creado. En estos diez años, ¿qué ha cambiado en el Opus Dei? ¿En que ha “madurado” una realidad que sigue siendo todavía joven en este tiempo de la Iglesia? ¿Y qué se aguarda para el futuro?

La Prelatura del Opus Dei es una pequeña parte de la Iglesia que colabora en la misión universal de la Iglesia, siguiendo las directrices de sus pastores. En los diez años transcurridos desde la canonización de san Josemaría, los fieles del Opus Dei, así como a las muchas personas que asisten a los medios de formación, continúan en su compromiso personal de difundir la búsqueda de la santidad en la vida ordinaria.

En concreto, trabajan con entusiasmo para demostrar que la santidad no se limita a un ideal, por decirlo de algún modo, “espiritualista”, sino que trae consigo frutos tangibles de la justicia y la paz, como recuerda constantemente el Santo Padre Benedicto XVI en su Magisterio.

Durante los últimos diez años han surgido en todo el mundo numerosas actividades de servicio a los demás por iniciativa de personas de la Obra junto con sus amigos, como la Escuela de Idiomas Irtysh en Almaty (Kazajstán), el Centro de Cuidados Paliativos Laguna en Madrid, el nuevo hogar de Campus Bio-Médico de Roma, la Asociación Internacional Harambee, que lleva a cabo proyectos educativos en muchos países africanos... Todas estas iniciativas se proponen ayudar a las personas que participan en ellas a acercarse en primer lugar a Dios.

¿Qué respuestas exige la crisis mundial —que es de carácter ético en primer lugar, como ha señalado en varias ocasiones el Papa— a los laicos cristianos que viven en medio de las realidades temporales, a los que se dirige principalmente el mensaje de san Josemaría?

Los cristianos, como todos los hombres, sabemos que en ocasiones la vida puede presentar situaciones críticas y desafíos que son a menudo muy difíciles de resolver. Esta crisis afecta profundamente a lo más querido para el hombre: la estabilidad de la familia, el trabajo, las relaciones sociales, la tranquilidad económica.

Los que viven como hijos de Dios cuentan con la seguridad de tener un Padre bueno en el Cielo. Hay que transmitir esta esperanza, que hunde sus raíces en la fe y la relación personal con Jesús. Los cristianos están llamados a descubrir y redescubrir lo esencial: deben ser capaces de llevar sobre sus hombros las penalidades de los demás, ayudándoles a reconstruir las familias, con un sentido del trabajo desinteresado, cultivando las buenas relaciones sociales con todos.

Han sido reconocidos recientemente las virtudes heroicas de su predecesor, Mons. Álvaro del Portillo, que es el primer paso hacia la beatificación. ¿Qué significa para usted ser el sucesor de dos figuras de esta talla?

Esta noticia nos llenó de alegría. Como primer sucesor de san Josemaría, Mons. Álvaro del Portillo nos dio un gran ejemplo de fidelidad y alegría. Fue ante todo un hombre fiel, es decir, un hombre de fe: fe en Dios, fe en la Iglesia, fe en el origen sobrenatural del Opus Dei, y por lo tanto fe en el carácter divino de la empresa en que había sido llamado por el Señor para colaborar; como san Josemaría hizo durante toda su vida. Tener dos predecesores de esa talla me lleva a seguir su ejemplo y a recurrir constantemente a su intercesión, conociendo bien mis limitaciones.

Hace cincuenta años tuvo lugar el Concilio: ¿cuál fue la contribución de Escrivá a los trabajos y frutos de aquella Asamblea? ¿Y qué debe recuperarse hoy del Concilio Vaticano II?

Benedicto XVI definió el Concilio como “la gran gracia que la Iglesia había recibido en el siglo XX”. San Josemaría no participó personalmente en la labor del Concilio, pero siguió con gran atención aquel acontecimiento decisivo de la historia de la Iglesia: estuvo, de acuerdo con el Papa Juan XXIII, en contacto con los padres y los peritos conciliares, a los cuales, con espíritu pleno de servicio, pudo transmitir su gran experiencia pastoral.

Han pasado cincuenta años desde que el Concilió proclamó la llamada universal a la santidad y al apostolado, que san Josemaría —como recordaba el decreto de la Congregación para las Causas de los Santos para su beatificación— había contribuido a despertar desde hacía varias décadas. Todavía queda un largo camino que recorrer para que esta verdad ilumine y guíe la vida corriente de todos los cristianos.

¿Qué ofrece el Opus Dei a las personas que entran en contacto con sus apostolados, y en particular a los jóvenes?

A todos aquellos que están cerca del Opus Dei les ofrece una propuesta muy clara: el propósito de amar más a Dios, y de llegar a la plena identificación con Jesucristo, respondiendo generosamente al Espíritu Santo, especialmente en la vida cotidiana, en la vida familiar, en el trabajo.

A los jóvenes en concreto se les pide que sientan la responsabilidad del tiempo en el que viven, porque son el futuro de la sociedad. El Santo Padre no deja de animarles siempre que puede para que no tengan miedo a entregar su vida en servicio de algo grande. En junio pasado aseguró en Milán que “todas las edades están maduras para Cristo”. Podemos ser santos con pocos años de vida a la espalda. Porque Dios nos llama a todos a la santidad, no sólo a algunos.

¿Cuál será la contribución del Opus Dei en el Año de la fe?

Todos los cristianos están llamados a una conversión más profunda y más radical que sea capaz de iluminar todos los ámbitos de la sociedad. Con la fe se abren las puertas que estaban cerradas y los horizontes que parecían imposibles de alcanzar.

Se trata de descubrir a nuestro alrededor, en la vida profesional, familiar o social, a muchas personas a las que quizás nadie les ha hablado de Dios y de la felicidad eterna a la que aspiran todas las criaturas. A pesar de nuestra personal debilidad, debemos despertar a los hombres y mujeres de su letargo, abriéndoles los ojos con la elocuencia de nuestra vida y el entusiasmo de nuestras palabras, acercándolos a Jesús.

Sin olvidar que somos nosotros los que estamos llamados en primer lugar a profundizar en nuestra formación espiritual y humana. Este es el reto del año que está a punto de comenzar y que se materializará en cientos de actividades: cursos para redescubrir la fe, conferencias académicas en algunas universidades que cuentan con la asistencia pastoral de la Prelatura, momentos de oración y adoración eucarística, etc. Y sobre todo, el apostolado personal profundo y amplio, persona a persona.

Romana, n. 55, junio-diciembre 2012, p. 320-323.

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