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En la bendición de una imagen de San Josemaría en la Basílica de Nuestra Señora de la Merced, Barcelona, España, 17-IX-2004

Muy querido señor Arzobispo metropolitano de Barcelona y hermano en el Episcopado, Monseñor Lluís Martínez Sistach;

Muy apreciado Señor Rector de esta Basílica de la Merced, Mosén Salvador Cristau;

Queridos hermanos en el sacerdocio;

Apreciados señor Presidente y demás miembros de la muy noble Hermandad de la Merced;

Queridos hermanas y hermanos:

Doy gracias a Dios por estar hoy en esta santa casa de la Virgen, siguiendo los pasos de nuestro queridísimo Fundador y Padre, San Josemaría Escrivá de Balaguer, y también de su primer sucesor, nuestro queridísimo don Álvaro del Portillo.

En esta Basílica de Nuestra Señora, San Josemaría, apremiado por las dificultades —que parecían incluso cerrar el horizonte al cumplimiento de aquello que Dios le pedía—, el día 21 de junio de 1946, enfermo, vino a refugiarse con plena confianza filial a los pies de la Madre. Aquella misma mañana, en la que iniciaba su primer viaje a Roma, San Josemaría había reunido junto al Sagrario a sus hijos de Barcelona y —ante el horizonte aparentemente cerrado que se le ofrecía— se dirigió filialmente al Señor con estas palabras de San Pedro, que acabamos de escuchar: nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido, ¿qué será de nosotros? (Mt 19, 27) ¿Es posible que la Santa Sede diga que llegamos con un siglo de anticipación...? A la vez, se confiaba una y otra vez a la Virgen, bajo su advocación de la Merced. Poco después, acudió a esta Basílica a confiarle todos sus cuidados.

Es ésta una buena lección que podemos aprender: saber confiar filialmente, plenamente, en la Virgen, todas nuestras ocupaciones e inquietudes, sobre todo cuando se refieren al servicio de Dios, a la fidelidad a la concreta vocación cristiana de cada uno. Aquí San Josemaría se abandonó totalmente en María. Aquí nos confiamos también nosotros: abandonamos en tus manos, Madre, todas nuestras intenciones, que, seguramente, no pueden compararse con la intensidad de las que pesaban entonces en el alma de San Josemaría. Un cristiano es un hijo de María, y un hijo que se sabe pequeño, y que necesita de la cercanía de la Madre.

Cuando se confía en María y con su ayuda nos decidimos a seguir, cueste lo que cueste, la Voluntad de Dios, Ella no defrauda. Sabéis que, pocos meses después, en septiembre de 1946, San Josemaría se encontraba ya de regreso en España, con unos documentos que testificaban que se había abierto el horizonte que antes se presentaba completamente cerrado. En la historia del Opus Dei, en la historia de la Iglesia, tenemos tantas experiencias de la protección de María, de que nunca falla. María nos escucha siempre. Por eso, es justo que aquí, en su Casa, nosotros le agradezcamos hoy con todo nuestro afecto aquella respuesta tan rápida a la petición de San Josemaría.

Pero hay otra lección que aprender. Aquel mismo día, el 21 de junio, cuando acababa de confiar a María sus intenciones, dispuso que, en agradecimiento, se colocara una imagen de la Virgen de la Merced en el oratorio del primer centro del Opus Dei en Barcelona. ¡Así era el corazón de San Josemaría! El 21 de octubre siguiente quiso viajar de nuevo a Barcelona sólo para dar gracias a nuestra Madre en esta Basílica de la Merced.

Soy testigo de cómo prolongó durante toda su vida el agradecimiento a la Mare de Déu de la Mercé: en Barcelona, siempre que visitaba esta ciudad condal, de la que fue nombrado hijo adoptivo con gran alegría suya; y en Roma, y en todo el mundo. Madre mía, te estamos muy agradecidos, y quisiéramos hacer de nuestra vida entera un agradecimiento constante por todos los dones de Dios que nos has conseguido, que nos consigues y que nos conseguirás.

Madre: con San Josemaría miramos el futuro de la Iglesia y de nuestras vidas, y renovamos nuestros propósitos de ponerlos enteros en tus manos, junto con la decisión de secundar plenamente tu entera voluntad. Tenemos toda la confianza, toda la seguridad, toda la esperanza de tu protección y de tu ayuda, para llevar el mensaje de Jesucristo a las vidas de los que nos rodean, y renovamos el firme propósito de ser hijos muy agradecidos, siempre más agradecidos.

Estoy persuadido de que la gloria accidental de San Josemaría habrá aumentando hoy en el Cielo, y que estará muy contento de estar espiritualmente más presente en la casa de su querida Virgen de la Merced. No porque su figura aparezca en este relieve, pues bien sabemos que su deseo fue siempre ocultarse y desaparecer, sino porque habrá un nuevo testimonio de su ardiente amor a la Virgen, y será una ocasión más de alentar a muchas almas a seguir ese camino seguro de santidad, de fidelidad a Dios y a su Iglesia, que es el amor y la devoción a la Madre de Dios y Madre nuestra.

En la imagen aparece el templo expiatorio de la Sagrada Familia y otros motivos alusivos a la ciudad de Barcelona, confiada al amparo de su Patrona. Estamos persuadidos de que el gesto orante de San Josemaría hacia María Santísima incluye todas las necesidades espirituales y materiales de la ciudad y de la Archidiócesis, así como las intenciones de su pastor y Arzobispo Metropolitano.

De estos sentimientos de nuestro Santo Fundador participa toda la Prelatura del Opus Dei, que no está más que para servir a la Santa Iglesia presente en todas las Iglesias locales.

Me uno a las intenciones y peticiones de todos los presentes y a las de Monseñor Lluís Martínez Sistach, que acaba de comenzar en su vida de Pastor una nueva y apasionante etapa de servicio a la Iglesia en esta Archidiócesis de Barcelona. Asimismo quiero pedir a la Virgen de la Merced, con los mismos sentimientos con que San Josemaría vino aquí por primera vez, que siga protegiendo a sus hijos y escuche nuestro clamor con igual misericordia con que lo hizo en aquellos lejanos días, y siempre.

Romana, n. 39, Julio-Diciembre 2004, p. 187-189.

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