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Entrevista publicada en el diario 'La Repubblica', con motivo del Centenario del nacimiento de Josemaría Escrivá. Roma, Italia (10-I-2002)

Mons. Echevarría, para el Opus Dei ha llegado el gran momento: en breve el fundador subirá a los altares.

Cuando tenga lugar ese hecho, significará que la Iglesia reconoce definitivamente la santidad de un hombre que ha alcanzado la plenitud de la caridad, la perfecta unión con Dios. La santidad cristiana está justamente en la capacidad de amar a Dios sobre todas las cosas y en transmitir a los demás ese mismo amor. Le aseguro que el Beato Josemaría Escrivá era un hombre que tenía verdaderamente un corazón grande, capaz de alegrarse y de sufrir con todo el que sufriese o se alegrase: ya fuera un pueblo, un grupo de personas, un amigo o un extraño. Para la Prelatura del Opus Dei, la eventual canonización de nuestro fundador comportará una nueva y fuerte llamada a la responsabilidad de vivir y testimoniar el espíritu que él nos ha dejado.

Escrivá tenía un carácter difícil, un mal carácter al decir de algunos...

No creo que se pueda decir eso, aunque a él no le daba vergüenza decir que tenía un carácter fuerte. Pero de esto se ha servido el Señor para que, con aquella fortaleza de espíritu, el Opus Dei se abriese camino en el mundo, en la Iglesia, en todas partes. Sabía decir las cosas rectamente, a veces enérgicamente, pero sin ofender a las personas. Y si se daba cuenta de haberse equivocado, enseguida pedía perdón.

Realmente, el Opus Dei se ha abierto camino. Más de ochenta mil miembros en todo el mundo, cerca de dos mil sacerdotes y diáconos, tantas iniciativas en los diversos continentes. ¿Qué le diría a un joven de hoy para animarle a entrar?

Antes de nada, no animaría a nadie a entrar en el Opus Dei, porque para seguir al Señor en la Obra hay una primera condición: la libertad cotidiana. Hay que hacer aquello que quiere el Señor, y diciendo: lo hago porque me da la gana. Sólo le aconsejaría: pon atención a la voz del Señor y haz lo que Él te pida.

¿Y si uno quiere salir del Opus Dei? ¿No hay ningún tipo de presión?

Ninguna. En absoluto.

Hubo algunos episodios desagradables en el pasado...

No, nunca. Las puertas están abiertas para el que quiera salir, y entornadas para el que desee entrar. Sin embargo, si usted es un padre de familia y su hijo toma un camino equivocado, ¿le dejaría irse sin más, siguiendo sus caprichos? No, le daría un consejo. Esta es la única coacción, paterna, fraterna; se dice a la gente: puedes hacer lo que quieras, pero piénsalo antes porque estás jugando con tu vida.

Durante mucho tiempo han llovido críticas de que se hace un proselitismo excesivo, también entre menores de edad, o de coacción psicológica para confesarse sólo con sacerdotes del Opus Dei.

Francamente me parece que las críticas a las que alude, que por otra parte nunca se han demostrado, están ya superadas. En cuanto a la obligación de confesarse debo decirle que no responde a la verdad. Una disposición de este tipo sería contraria a la libertad que la Iglesia reconoce a todos los cristianos. Que después los fieles de la Prelatura prefieran confesarse con un sacerdote que les puede ayudar mejor porque vive su mismo espíritu, me parece del todo lógico y normal. Sin embargo, tienen siempre entera libertad para confesarse con cualquier sacerdote católico.

¿No acepta ninguna crítica? Incluso el Papa entona el “mea culpa”.

Acepto que todos somos imperfectos, que todos debemos corregirnos, y que todos debemos hacer examen de conciencia para ser mejores hijos de Dios. Y deseo subrayar que no nos sentimos los primeros de la clase. Nos sabemos pobres hombres, que han de aprender de los demás, y procuramos —con la ayuda de la Gracia— actuar con responsabilidad. Realizando bien nuestro trabajo, viviendo bien la vida familiar y las relaciones sociales.

A casi setenta y cinco años de la fundación, ¿dónde piensa que radica la particular vitalidad de la Obra?

Nuestra misión específica no es desarrollar determinadas labores apostólicas, sino estimular a los hombres y mujeres de todas las condiciones sociales, que desempeñan trabajos de todo tipo, a santificar su propia vida, contribuyendo de ese modo a testimoniar el valor universal del Evangelio. Hay centros nuestros en más de sesenta países: entre los más recientes, Sudáfrica, Kazajstán, Líbano. En todas partes los fieles de la Prelatura tratan de vivir como cristianos sinceros, desarrollando —en expresión de nuestro Fundador— un intenso apostolado de amistad y confidencia en el propio ambiente familiar y profesional. Algunos, además, dependiendo de las exigencias de la sociedad local, y siempre en colaboración con otras personas, con frecuencia no católicas, ponen en marcha proyectos de servicio de carácter educativo, sanitario, etc. No es un misterio para nadie que el Fundador comenzó su apostolado entre los pobres y enfermos de Madrid.

¿Qué problema le preocupa fundamentalmente, como hombre de fe?

La pérdida de sentido de lo sagrado en el mundo. Dejar que lo mundano tome la delantera.

¿Cómo se imagina la Iglesia del Tercer Milenio? ¿Con qué tipo de Papa?

El Opus Dei no tiene una imagen propia de la Iglesia o del Papado. El Papa, sea quien sea, hace la unidad de la Iglesia y está guiado por el Espíritu Santo. Personalmente puedo imaginar la Iglesia del futuro mirando al mismo tiempo el porvenir y nuestras raíces cristianas. Mirando a Cristo y el mundo en que vivimos. En este sentido, pienso que la palabra “comunión”, que el Papa usa frecuentemente en su Carta apostólica Novo millennio ineunte podría proporcionar la clave apropiada para analizar tanto los problemas de la Iglesia como su misión en el mundo.

Usted fue secretario personal de Escrivá desde 1953 hasta su muerte. ¿Cómo lo recuerda?

Con su palabra y con sus escritos, pero sobre todo con su ejemplo, enseñó a vivir el ideal evangélico con plenitud, demostrando que no es una utopía, ni algo exclusivo para unos pocos privilegiados, sino una llamada que se dirige a todos los cristianos: una invitación a vivir el Evangelio en todos los ambientes, en todas las profesiones, porque todos los trabajos pueden convertirse en ocasión de encuentro con Cristo.

Romana, n. 34, enero-junio 2002, p. 99-101.

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