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Entrevista en el semanario 'Alfa y Omega'. Madrid, España, (21-II-2002)

Cien años después de su nacimiento, la figura del Beato Escrivá sigue teniendo el atractivo de la fidelidad y de la coherencia a la misión. Pero también sigue siendo malentendida interesadamente por algunos. ¿Cuáles son los rasgos del perfil del Beato Escrivá que siguen teniendo hoy más atractivo?

Sí, cien años después de su nacimiento Josemaría Escrivá es una figura históricamente cercana, que atrae por su vigor humano y cristiano. Bien sabemos —la historia, concretamente la historia de la Iglesia, es maestra— que los hombres que caminan al paso de Cristo son sembradores de paz y de alegría, y también signos de contradicción. A mí me llegan todos los días noticias —por escrito o de palabra— de muchos que tocan la paz y la alegría de Dios, al acoger lo que Él nos quiere decir con estos amigos suyos que son los santos, entre ellos el Beato Josemaría.

¿Rasgos que más atraen? Quizá que ha contagiado a millones de personas el gozo de ser cristianos, de saberse hijos de Dios. En medio de tantas algaradas banales o dolorosas depresiones, pienso que las almas sienten la necesidad de tener a su lado la sonrisa de quien vive como discípulo de Cristo para servir a los demás.

¿Qué es lo esencial que el Opus Dei quiere dejar como resultado de esta celebración centenaria, tanto en el ámbito de lo doctrinal-eclesiológico como en lo material-obras?

Ha escrito y repetido muchas veces el Beato Josemaría que “es de Cristo de quien tenemos que hablar, y no de nosotros mismos”. Por eso, yo espero que los actos de celebración del centenario del Beato Josemaría aviven en muchos hombres y mujeres la conciencia de que Cristo debe estar en el corazón de nuestra historia individual, a través de un continuado encuentro con Él, precisamente en las circunstancias ordinarias de la vida; y en nuestra historia colectiva, por medio de la paz, de la justicia y del perdón. La calamidad más triste de un pueblo es marginar a Jesucristo, como si Él, que ha entregado su vida por salvar la nuestra, fuera un intruso. Sería un estupendo legado del Centenario volver a descubrir, y ayudar a descubrir, ese horizonte de acción que el Beato Josemaría resumía así: “Conocer a Jesucristo. Hacerlo conocer. Llevarlo a todos los sitios”.

En el plano de las obras, el compromiso cristiano ante las necesidades de los demás —al que tanto urgía el Beato Escrivá— está llevando a muchos a promover nuevos proyectos de cooperación social y de carácter educativo, tanto en naciones del tercer mundo como en focos de marginación localizados en países desarrollados. En Nigeria, por ejemplo, se ha inaugurado recientemente una escuela profesional para jóvenes de Lagos con pocas posibilidades de lograr un trabajo. Y se iniciarán otras iniciativas semejantes en diversos países. Me ha causado alegría ver, durante el congreso en Roma, el afán de muchos hombres y mujeres de impulsar nuevas tareas, yendo al fondo de urgentes necesidades, desde el Congo a Colombia, en Asia y en Europa.

Desde el punto de vista jurídico y pastoral, ¿la Prelatura personal está definitivamente consolidada y aceptada en la Iglesia?

El Opus Dei fue erigido como Prelatura personal hace casi veinte años. Pienso que es un tiempo suficiente para hablar de un firme asentamiento de esta figura jurídica, que se ha demostrado perfectamente adecuada a la realidad teológica y pastoral del Opus Dei. Desde el punto de vista práctico, la configuración del Opus Dei como Prelatura personal ha permitido mejorar la inserción de la Obra en la pastoral orgánica de la Iglesia, tanto a nivel universal, como en el ámbito de las iglesias locales.

¿Qué diría el Beato Escrivá ante los principales problemas de la Humanidad: el terrorismo, la familia y la bioética...?

Siempre evitaba imponer su opinión sobre los problemas humanos, por su delicado respeto a las libres opciones de las personas que acudían a su consejo, atraídas por su celo de buen pastor. Sólo quería hablar de Dios, el gran amor de su vida. Y precisamente por esto, tenía una sensibilidad muy fina para descubrir los frutos de la presencia o de la ausencia del espíritu cristiano en los hechos y situaciones históricas. Ante las cuestiones que se plantean actualmente, pienso que el Beato Josemaría volvería a recordarnos, en primer lugar, que sin la luz de Cristo nos quedamos a oscuras; y que sin el amor de Cristo no sabríamos romper con nuestro egoísmo. E invitaría a considerar la dignidad del ser humano en su condición de hijo de Dios; la necesidad de promover una paz estable entre los pueblos, sobre unas bases sólidas de justicia y de solidaridad; la importancia de la familia, fundada en el matrimonio indisoluble, para la sociedad y para la Iglesia. Luego bendeciría las rectas soluciones que cada cristiano aportara en esos puntos, de acuerdo con su criterio personal y su responsabilidad como fiel de la Iglesia y como ciudadano.

¿Es creciente el papel de la mujer dentro del Opus Dei?

Bueno, yo diría que dentro y fuera. Ya desde el principio de las actividades del Opus Dei dirigidas a mujeres, el 14 de febrero de 1930, el Beato Josemaría afrontó esta labor en toda su amplitud. El mensaje fundacional fue expresado exactamente en los mismos términos a mujeres y a hombres, sin ningún tipo de diferencia. Por eso, dejando aparte el sacerdocio ministerial —reservado en la Iglesia, por disposición divina, a los varones, como es sabido—, en el Opus Dei las mujeres han tenido y tienen responsabilidades de igual importancia que los hombres, ni más ni menos. Cada una, en y desde su trabajo profesional, procura llevar la luz de Cristo al ambiente en el que se mueve. Hoy, indudablemente, es grande el desafío que una mujer cristiana tiene por delante; una tarea para llenar de entusiasmo, porque cada una de ellas juega, si quiere, un papel trascendental en la vida social y en la vida de la Iglesia.

¿Cuál es su relación con los nuevos movimientos y asociaciones en la Iglesia, y con la Vida Religiosa?

Cuando rezo el Credo, me gusta paladear cada una de las notas que definen a la Iglesia: Una, Santa, Católica y Apostólica. La Iglesia es intrínsecamente una, no un conglomerado de elementos dispersos. Es un organismo, un cuerpo, el Cuerpo Místico de Cristo, en el que los diferentes miembros, con su enriquecedora diversidad, se necesitan unos a otros. Todo el valor del Opus Dei reside en que es parte de la Iglesia: sin ese “estar en la Iglesia”, el Opus Dei se desharía. Por eso, cualquier otra luz que se enciende para servir a Jesucristo me resulta cercana, algo propio, expresión de la iniciativa del mismo Espíritu, del empeño por anunciar a Cristo. En el plano práctico, el Opus Dei procura mantener una relación fraterna con todas las realidades de la Iglesia. Y cuenta con el apoyo de la oración y el cariño de tantas personas: por mencionar sólo un ejemplo, más de quinientas comunidades contemplativas son cooperadoras del Opus Dei.

¿Cuáles son la principales acciones apostólicas del Opus Dei en España, en el marco de la Nueva Evangelización?

Como en otros países, pienso que la principal aportación de los fieles del Opus Dei a la nueva evangelización en España es su apostolado personal, la labor que cada uno desarrolla para dar a conocer a Cristo en su propio ambiente. La Prelatura se ocupa de transmitir una formación espiritual, cristiana, viva, no teórica o intemporal, sino sensible a las circunstancias y desafíos del momento y a las prioridades evangelizadoras que proponen el Papa y —en el ámbito de las diferentes Iglesias particulares— mis hermanos los obispos. Luego, cada uno debe procurar transmitir ese mensaje en su familia, en su ambiente laboral, entre sus amigos, en las asociaciones a las que pertenezca. El efecto multiplicador es grande y no se puede reducir a la ya amplia existencia de iniciativas de carácter educativo, social, asistencial, etc. Lo que opera Dios en el alma que se decide a seguir a Cristo, esto es lo verdaderamente fecundo. No tendría ningún inconveniente en hacer una enumeración de las labores apostólicas, pero pienso que son de sobra conocidas.

¿Sobre qué bases se debe desarrollar el diálogo fe-cultura? ¿Cuál es la principal contribución de los miembros del Opus Dei al apostolado del pensamiento?

El Beato Josemaría describió las bases de este diálogo en uno de sus libros:

—”amplitud de horizontes, y una profundización enérgica, en lo permanentemente vivo de la ortodoxia católica;

—afán recto y sano —nunca frivolidad— de renovar las doctrinas típicas del pensamiento tradicional, en la filosofía y en la interpretación de la historia...;

—una cuidadosa atención a las orientaciones de la ciencia y del pensamiento contemporáneos;

—y una actitud positiva y abierta, ante la transformación actual de las estructuras sociales y de las formas de vida” (Surco, 428).

Poco tengo que añadir a esas palabras. Una fe que no se hace cultura está apagada, y una cultura sin fe carece de alma, de aliento para el hombre y para la sociedad.

¿Qué considera más importante: la espiritualidad o la proyección social de la espiritualidad?

Tal vez exista alguna espiritualidad puramente intimista, sin ningún tipo de proyección sobre el entorno; y cabe también algún tipo de actividad social sin ningún sustrato espiritual. A ninguna de las dos posibilidades se puede reducir el cristianismo. En la Iglesia, hasta las formas más puras de vida contemplativa tienen un reflejo inmediato —riquísimo— en los demás, a través de la comunión de los santos; y cualquier iniciativa social está alentada necesariamente por la fe, por el descubrimiento de Cristo en el rostro del necesitado. No veo ninguna disyuntiva entre espíritu y acción social. Puede haber acentos más marcados en uno u otro sentido, pero importantes —más aún, necesarias— son tanto una cosa como la otra. Jesucristo pasaba largos ratos retirado en oración, pero también trabajó muchos años en Nazaret, recorrió toda su tierra predicando, curando enfermos, comiendo con amigos..., amando siempre.

En una España escindida esquizofrénicamente entre la fe y la vida, el testimonio de la vida ordinaria de los miembros influyentes socialmente del Opus Dei, ¿cómo se nota?

He aprendido del Beato Josemaría a valorar la unidad de vida como característica fundamental de la existencia cristiana. Coincido con usted en calificar de enfermiza la escisión entre la fe y la vida, que no es un fenómeno exclusivamente español: no siempre resulta fácil ser coherente con la fe, y no causa extrañeza, por tanto, que en el acontecer social los hombres —todos— corramos el riesgo de ceder tantas veces ante las sugestiones del poder, del prestigio..., o simplemente de la comodidad. Pero cada persona —yo me incluyo, como es lógico— dará un día cuenta a Dios del uso que haya hecho de sus talentos, del empeño que haya puesto en practicar y transmitir la fuerza de la fe y del amor cristiano a su alrededor.

Sé que en España hay personas del Opus Dei, conocidas por la opinión pública, de las que es notorio que procuran promover ese sentido cristiano en el ejercicio de su actividad. Pero no se queda sólo en algo de unos pocos: también quienes desempeñan una tarea sin un relieve público o notorio están llamados a ser levadura de Cristo en su propio ambiente, a vivificar todas las estructuras humanas, desde la base, con el espíritu cristiano.

A este estupendo descubrimiento —la verdad de que no hay trabajo pequeño si se hace en unión con Cristo— se referían varios intelectuales de nivel internacional, en el reciente congreso de Roma, sobre la grandeza de la vida ordinaria. No es un descubrimiento reservado a gente excepcional. Diría que Dios lleva siglos tratando de ayudarnos a comprender, a todos los hombres y mujeres, que está muy cerca de nosotros.

Romana, n. 34, enero-junio 2002, p. 106-110.

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