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En la ordenación sacerdotal de 24 diáconos de la Prelatura, en la Basílica de San Eugenio de Roma, Italia (6-X-2001)

La lectura de la Sagrada Escritura con espíritu de fe resulta siempre iluminante y sugestiva, porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de doble filo: entra hasta la división del alma y del espíritu (...) y descubre los sentimientos y pensamientos del corazón[1]. Hoy, con ocasión de la ordenación sacerdotal de un grupo de diáconos de la Prelatura del Opus Dei, la liturgia nos ofrece un tríptico de lecturas que resulta especialmente rico en enseñanzas valederas para todos, y de modo especial para vosotros que, dentro de pocos minutos, por obra del Espíritu Santo, seréis sacerdotes de Jesucristo para siempre[2].

1. Las palabras del profeta Isaías se cumplen plenamente en Cristo; Él mismo las aplicó a su Persona y a su misión, durante su primera predicación en la sinagoga de Nazaret[3]: el Espíritu del Señor está sobre mí, por lo cual me ha ungido[4]. Entre las varias misiones que se aplican al Mesías, destaca una que quisiera glosar en sus puntos esenciales; puntos de gran actualidad no sólo para los sacerdotes, sino para todos los cristianos. Me refiero al hecho de que cada cristiano es enviado a promulgar el año de la misericordia del Señor[5]; es decir, a convertirse en signo visible de la misericordia de nuestro Padre Dios.

Por el hecho de ser hijos de Dios en Cristo, resulta claro que todos estamos llamados a participar de la misión de Cristo. Llevar la buena nueva a los pobres, consolar los corazones afligidos, proclamar la libertad que nos ha ganado Cristo, dar testimonio con obras y palabras de la misericordia del Señor... son tareas propias de cualquier fiel cristiano. ¡Qué necesarios son en el mundo actual los auténticos «sembradores de paz y de alegría, de la paz y la alegría que Jesús nos ha traído»[6], como le gustaba repetir el Beato Josemaría! Una necesidad que se ha manifestado de forma evidente desde que, en las semanas pasadas, hemos asistido a trágicas acciones terroristas que han turbado al mundo y que desgraciadamente, en diversa medida, se repiten en otros lugares donde ya no son noticia.

Verdaderamente hay mucha necesidad de hombres y mujeres que sean operadores de paz no sólo con las palabras, sino sobre todo con su conducta diaria. Personas de corazón grande, que realicen una siembra de concordia; no con modos fingidos, a fuerza de slogans aplicados a lugares remotos, sino bien metidos en la realidad más inmediata: la familia, el ambiente de trabajo, la propia ciudad. Recemos, pues, por estas intenciones que el Papa alberga en lo más profundo de su corazón; os recuerdo, en efecto, que el Santo Padre ha invitado recientemente a los católicos a rezar cada día el Rosario, durante el mes de octubre, por la paz del mundo.

La tarea de sembrar la paz se confía de modo especial a los sacerdotes, en cuanto identificados con Cristo Cabeza de la Iglesia. Queridísimos diáconos, dentro de unos instantes el Espíritu Santo os transmitirá el poder de perdonar los pecados en el sacramento de la Reconciliación. Además, al celebrar la Misa, haréis actual el ofrecimiento del único sacrificio de Cristo, consumado una sola vez en el Calvario para la remisión de los pecados. Con palabras de nuestro Fundador, os recuerdo que «la administración de estos dos Sacramentos es tan capital en la misión del sacerdote, que todo lo demás debe girar alrededor. Otras tareas sacerdotales -la predicación y la instrucción en la fe- carecerían de base, si no estuvieran dirigidas a enseñar a tratar a Cristo, a encontrarse con Él en el tribunal amoroso de la Penitencia y en la renovación incruenta del Sacrificio del Calvario, en la Santa Misa»[7].

Muchos de nuestros contemporáneos, fatigados y llenos de temor, tienen necesidad -por decirlo de nuevo con palabras del profeta Isaías- de ser consolados y colmados de gozo, de recibir el óleo de la alegría en lugar del vestido de luto, de escuchar un canto de alabanza que alivie el corazón triste[8]. A los sacerdotes, en cuanto mediadores entre Dios y los hombres, corresponde especialmente difundir esta paz y este júbilo sobrenaturales en el mundo entero. Podréis hacerlo especialmente en el sacramento de la Penitencia, donde Cristo, sirviéndose del sacerdote, se inclina sobre cada alma para curarla y devolverle la paz. Por eso, a vosotros, que estáis a punto de convertiros en presbíteros, os pido que os mostréis siempre disponibles para ejercitar el ministerio de la Reconciliación. Que ningún alma deseosa de hallar la misericordia de Dios encuentre vacío el confesonario, quizá porque vosotros no habéis sabido encontrar el tiempo de permanecer allí, esperando al hijo pródigo que vuelve, arrepentido, a la casa del Padre[9].

Considerad frecuentemente el ejemplo del Beato Josemaría y meditad en su empeño por ser sembrador de paz y de alegría justamente a través de la reconciliación sacramental. Millares de personas, desde los primeros pasos de su sacerdocio, han recibido el perdón de Dios a través de su ministerio, junto a palabras de consuelo y consejos adecuados para el crecimiento espiritual de sus almas.

2. San Pablo, en la segunda lectura, nos habla de la unidad del cuerpo y de la diversidad de miembros que lo componen. Así nosotros, que somos muchos, formamos en Cristo un solo cuerpo, siendo todos miembros los unos de los otros[10]. Esta imagen de la Iglesia se puede aplicar sin duda también a la Prelatura del Opus Dei en cuanto parte de la Iglesia, que se presenta -lo ha dicho Juan Pablo II- «orgánicamente estructurada», pues está integrada por sacerdotes y laicos[11], que mutuamente colaboran en el cumplimiento de su misión. Justamente «la convergencia orgánica de sacerdotes y laicos -afirma el Papa- es uno de los campos privilegiados en los que surgirá y se consolidará una pastoral centrada en el “dinamismo nuevo” al que todos nos sentimos impulsados después del Gran Jubileo»[12].

Como sabéis, en estos días se celebra en Roma la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de Obispos, llamado a profundizar en el papel del Obispo como pastor del Pueblo de Dios. Escuchando las intervenciones de obispos de todo el mundo, viene con frecuencia a la mente la necesidad de estar muy unidos al Papa y -en cada Iglesia particular- al propio pastor. Todos los fieles tendrían que darse cuenta de la urgencia de colaborar en la edificación de la Iglesia en la unidad, respetando las legítimas diferencias. Se trata de una consecuencia -quizá la primera, según el orden de la caridad- de esa siembra de paz que todos nos sentimos impulsados a fomentar.

También en este campo los sacerdotes -y no sólo ellos- tienen un papel preciso, en cuanto instrumentos de unidad en la Iglesia. Su contribución puede asumir formas muy diversas; pero, en la base de todas, se halla la unidad con el Romano Pontífice y con el propio Ordinario; luego, la unidad con los demás sacerdotes; finalmente, la unidad con todos los fieles, a los cuales se encuentran unidos por el sacerdocio común recibido en el Bautismo.

Una expresión privilegiada de ese ser instrumentos de unidad es la fraternidad sacerdotal, que todos habéis de sentir: todos los sacerdotes necesitamos sentir la ayuda real de nuestros hermanos, experimentar las manifestaciones humanas del profundo vínculo sobrenatural que nos une. Frater qui adiuvatur a fratre quasi civitas firma[13]: ayudaos entre vosotros, sosteneos, daos la mano, y la Iglesia entera recibirá los frutos de vuestra unidad.

3. El Evangelio de la Misa nos ofrece la clave de lectura decisiva para comprender en la prácica lo que hasta ahora hemos considerado. El modo de cumplir lo que el Espíritu Santo espera de vosotros está bien claro: seguir a Jesucristo, nuestro único Modelo, que en la alegoría del Buen Pastor ha esculpido los rasgos del pastor de almas. Yo soy el buen pastor, nos dice. El buen pastor sacrifica su vida por las ovejas[14]. La caridad que palpita en Jesús constituye el punto de referencia obligado para cualquier sacerdote. Vosotros, queridos diáconos, tenéis que mostraros prontos a dar la vida por vuestros hermanos, un día y otro, en un servicio constante y voluntario, en las ocasiones más triviales de cada jornada, gastándoos generosamente en el sitio donde os pongan, independientemente de los gustos o las preferencias personales, con plena disponibilidad.

Por ser sacerdotes de Cristo, todos los cristianos serán parte integrante de vuestra grey, y vosotros habéis de mostraros disponibles para ayudar espiritualmente a cualquiera que os lo pida, los fieles de la Prelatura serán los destinatarios más inmediatos de vuestros cuidados. Como Jesús, debéis poder afirmar: conozco mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí[15]. Como Cristo, esforzaos por ir al encuentro de sus necesidades espirituales y de enseñar a todos las altas metas de santidad personal y de apostolado a que el Señor los llama. Tened presente el ejemplo del Beato Josemaría: ¡cuántas horas de oración gastó por todos los hombres, y especialmente por sus hijos, uno a uno, en la presencia de Dios! También vosotros, como nuestro Padre, haced todo lo posible -con la ayuda del Espíritu Santo- para conocer las verdaderas necesidades espirituales de las personas que os sean confiadas, y ofrecerles el alimento abundante y sano de la doctrina católica y del espíritu del Opus Dei.

4. Es para mí un gozo muy grande estar hoy junto a los padres, hermanos y parientes de los nuevos sacerdotes. Me alegro con vosotros porque el Señor ha elegido un sacerdote entre vuestras personas queridas. También vosotros, de modos variados, habéis sido instrumentos de Dios para que madurase en ellos la semilla de la vocación sacerdotal. Agradeced este don al Señor; al mismo tiempo, os pido -se lo pido a todos- que sigáis rezando por ellos, porque ahora tienen mayor necesidad de vuestras plegarias.

Ésta es una ocasión muy oportuna para formular buenos propósitos. ¡Hay tanta gracia de Dios en cada ordenación sacerdotal! El mejor propósito será la decisión de estar más cerca del Señor. Cada uno tratará de dar un contenido personal a este propósito de coherencia cristiana efectiva: mayor fidelidad a los compromisos de vida cristiana ya asumidos; más generosidad para tomar decisiones comprometedoras que quizá se han retrasado durante mucho tiempo; acercarse al sacramento de la Confesión -si fuera necesario- para cancelar las culpas pasadas y recomenzar una vida nueva, caracterizada por un amor apasionado al Señor. Son los mejores regalos que se pueden ofrecer a los nuevos sacerdotes.

Antes de terminar, deseo pediros que recéis por el Santo Padre -sé que me repito al haceros estas recomendaciones, pero el amor, la amistad, el deseo de servir, hablan siempre el mismo lenguaje-, que recéis por todos los Obispos -de modo especial, por el Cardenal Vicario de Roma- y por todos los sacerdotes. Supliquemos que en todas partes sean cada vez más numerosas las vocaciones de sacerdotes santos, indispensables para difundir el Reino de Dios entre las mujeres y los hombres del mundo entero.

En este mes tradicionalmente dedicado a la oración mariana por excelencia, confiemos a la Virgen todas estas intenciones, procurando recitar cada día, con devoción, el Santo Rosario, como nos ha recomendado el Papa. Así sea.

[1] Hb 4, 12.

[2] Cfr. Hb 7, 17.

[3] Cfr. Lc 4, 17-21.

[4] Primera lectura (Is 61, 1).

[5] Ibid.

[6] BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, n. 30.

[7] BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Homilía Sacerdote para la eternidad, 13-IV-1973.

[8] Segunda lectura (cfr. Is 61, 2-3).

[9] Cfr. Lc. 15, 11-24.

[10] Segunda lectura (Rm 12, 5-6).

[11] Cfr. JUAN PABLO II, Discurso a los participantes en la reunión sobre la “Novo millennio ineunte”, 17-III-2001.

[12] Ibid. Cfr. Novo millennio ineunte, 6-I-2001, n. 15.

[13] Prv 18, 19.

[14] Evangelio (Jn 10, 11).

[15] Ibid., 14.

Romana, n. 33, Julio-Diciembre 2001, p. 179-184.

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