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En el Congreso celebrado en Roma, durante el Jubileo de las familias (14-X-2000)

“La familia, tesoro de la Iglesia, en el espíritu de la Prelatura del Opus Dei” es el título de la intervención en el Congreso celebrado en Roma, durante el Jubileo de las familias.

El Papa ha reiterado en numerosas ocasiones que la familia es un elemento clave del futuro de la sociedad. “Como demuestra la experiencia —ha dicho, por ejemplo, en la Exhortación Christifideles laici (n. 40)—, la civilización y la cohesión de los pueblos depende sobre todo de la calidad humana de sus familias”. También el cumplimiento de la misión apostólica de la Iglesia en la sociedad depende en buena medida de la calidad de las familias cristianas; por eso, a la pastoral de la familia se le ha de reconocer —y, gracias a Dios, así sucede— un lugar central en el conjunto de la actividad evangelizadora de la Iglesia. En este sentido, los Institutos de la Familia de los que se trata en esta sesión constituyen un fruto fecundo que todos reconocemos. Conscientes de esta realidad, los fieles y Cooperadores de la Prelatura del Opus Dei, además de colaborar gustosamente en los Institutos de la Familia nacidos al calor de instituciones de la Iglesia (diócesis, universidades católicas, etc.), han promovido algunos en diversos países, como especificaré más adelante.

Antes de comenzar a hablar de estas iniciativas, deseo hacer una observación que, aunque es evidente, no es por eso menos importante. Me refiero a un principio que se halla inscrito en el corazón de las enseñanzas del Concilio Vaticano II sobre el Pueblo de Dios: el futuro de la familia está en sus propias manos, depende de quienes la componen: esposos, hijos, otros parientes... Esta constatación constituye un aspecto central también en el mensaje que Dios confió al Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, Fundador del Opus Dei. Afirmaba sin ambigüedades que «la mejor manera de participar en la vida de la Iglesia, la más importante y la que, en todo caso, ha de estar presupuesta en todas las demás, es la de ser íntegramente cristianos en el lugar donde están en la vida, donde les ha llevado su vocación humana» (Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, 112).

En esa perspectiva contemplaba el Beato Josemaría la familia. Para el cristiano —predicaba— el matrimonio «es una auténtica vocación sobrenatural (...). Los casados están llamados a santificar su matrimonio y a santificarse en esa unión; cometerían por eso un grave error, si edificaran su conducta espiritual a espaldas y al margen de su hogar. La vida familiar, las relaciones conyugales, el cuidado y la educación de los hijos, el esfuerzo por sacar económicamente adelante a la familia y por asegurarla y mejorarla, el trato con las otras personas que constituyen la comunidad social, todo eso son situaciones humanas y corrientes que los esposos cristianos deben sobrenaturalizar» (Es Cristo que pasa, n. 23). De estas premisas doctrinales deriva la importancia esencial de la realidad familiar en toda la actividad formativa que lleva a cabo la Prelatura del Opus Dei, para ayudar a sus propios fieles y a tantas otras personas que lo desean, a santificarse en el matrimonio y a través del matrimonio y de la familia.

Como cualquier forma de existencia cristiana, la búsqueda de Dios en la vida familiar encierra una profunda dimensión apostólica, que cada uno procura realizar ante todo en el propio hogar, en favor del bien material y sobre todo espiritual de los suyos. Pero esta componente intrínseca de las relaciones familiares no alcanzaría la madurez cristiana si se limitara al ámbito doméstico: el afán apostólico es difusivo, tiende a dilatarse. Aun siguiendo los cauces adecuados a las circunstancias específicas de cada persona, debe abrirse a los demás y abrazar el mundo entero, lo mismo que las ansias del Corazón de Cristo. Impulsados por este espíritu, algunos fieles del Opus Dei dan vida a iniciativas encaminadas de modo específico a promover los valores de la familia en la sociedad. Se trata de realizaciones muy variadas, en las que los promotores ponen en juego su propia responsabilidad personal y familiar como ciudadanos, como padres y como cristianos, sirviéndose de su competencia profesional y esforzándose por iluminar las variopintas dimensiones de la realidad familiar con las enseñanzas de la Iglesia, sin pretender por eso actuar en representación de la Iglesia. Por esta razón encauzan sus iniciativas a través de estructuras de índole civil, que permiten buscar y promover activamente la colaboración de todos aquéllos —personas e instituciones— que se muestran verdaderamente preocupados por el bien de la familia. El carácter civil, no confesional, de esas instituciones, además de subrayar fuertemente la responsabilidad personal de sus promotores, facilita la colaboración de muchas otras personas que, aún lejos de la fe cristiana, o no compartiendo plenamente la doctrina católica, mantienen en estos temas una visión plenamente respetuosa de la dignidad de la persona. En cualquier caso, los fieles del Opus Dei que promueven o participan en estas iniciativas lo hacen asumiendo plenamente y sin reservas la doctrina católica. No sólo no ocultan que se inspiran en las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia, sino que procuran difundir esa doctrina en todas partes.

Se podrían recordar a este respecto experiencias muy positivas en países de tradición no católica, en todos los Continentes, gracias a las actividades de orientación familiar para padres, a los numerosos centros escolares creados y sostenidos por las familias, y a las publicaciones sobre temas familiares en diversos lugares.

Dentro de las múltiples iniciativas promovidas por los fieles y Cooperadores del Opus Dei en este campo, algunas —más bien pocas— se encuentran relacionadas con la Prelatura en cuanto tal. Justamente aquí entran los Institutos de la Familia a los que quiero referirme. La Prelatura del Opus Dei, conforme a sus Estatutos, en los que se refleja el carisma fundacional, no asume nunca los aspectos humanos (profesionales, técnicos, económicos, etc.) de esas iniciativas, que conservan intacta su naturaleza civil. No existe, pues, ninguna especie de doctrina, política o estrategia propia del Opus Dei en este campo, como en ningún otro ámbito de la actividad humana. Existe, ciertamente, un espíritu bien definido en todos sus rasgos, que lleva ante todo a poner de manifiesto las profundas dimensiones que se descubren en las realidades humanas cuando se contemplan a la luz de la fe cristiana; un espíritu que, además, promueve la libertad y el legítimo pluralismo en lo que es opinable para un católico.

Además de la formación cristiana personal que se ofrece a los participantes en las actividades, estas iniciativas conectadas con la Prelatura reciben una asistencia pastoral y doctrinal y la garantía pública de la conformidad de sus actividades con la doctrina de la Iglesia en materias de fe y moral. En el caso de los Institutos de la Familia, resulta evidente la relevancia pastoral que proviene de este nexo vital y jurídico con la Prelatura —que es una institución jerárquica de la Iglesia—, sin que por eso se desnaturalice la responsabilidad propia y el ámbito de legítima autonomía de los promotores. Éstos actúan como ciudadanos directamente interesados en el bien de la familia, como protagonistas activos en el seno de la sociedad civil.

Los Institutos de la Familia más significativos que algunos fieles del Opus Dei han creado son de carácter universitario. Se trata de instituciones de investigación y docencia nacidas al abrigo de universidades ya existentes, de las que han pasado a ser, con el transcurso del tiempo, unidades académicas con personalidad propia. Me parece relevante, a este respecto, el hecho de que la mayoría de esos centros no se llamen simplemente “Instituto de la Familia”, sino “Instituto de Ciencias de la Familia”, “Instituto de Ciencias del Matrimonio y de la Familia”, etc. La mentalidad universitaria de quienes trabajan en esas iniciativas les lleva a poner en evidencia, ya en el mismo momento de buscarles nombre, la lógica con que afrontan los problemas de la familia. Resulta interesante hacer notar que las personas del ambiente universitario consideran que el uso de una metodología rigurosamente científica cualifica realmente al propio trabajo.

La primera experiencia en este campo fue el Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad de Navarra, en España, creado en el año 1981. Con su amplia oferta de Escuelas y Facultades, la Universidad de Navarra brindaba buenas posibilidades para el nacimiento de un Instituto en el que la nota dominante fuera la interdisciplinariedad. Son muchas y muy variadas las disciplinas académicas desde las que puede y debe abordarse la problemática familiar. En la Universidad de Navarra se procura que ninguna esté ausente, y se hallan ordenadas en tres grandes áreas: ciencias biomédicas, ciencias psicológicas y sociales, ciencias humanísticas. Todas las disciplinas interesadas en el tema de la familia —de la ética y la antropología al derecho civil o canónico, de la estadística y la comunicación a la filosofía y a la teología, por poner sólo algunos ejemplos—, en estrecha coordinación, contribuyen con sus preguntas y respuestas, con sus bases de datos y sus modelos teóricos, con su metodología empírica o especulativa, a iluminar mejor todos los contornos de la realidad familiar.

Sin embargo, interdisciplinariedad no significa polimorfismo. Significa más bien trabajo en equipo y búsqueda de la unidad. El esfuerzo por llegar a la unidad compromete. La comunidad universitaria, al interesarse por la familia, se sabe comprometida en un trabajo cuyas implicaciones éticas no son de ningún modo indiferentes. En efecto, si, por una parte, sabe que puede decir algo sobre el valor de su propio objeto de estudio —la familia—, por otra es consciente de que también ella misma ha de aprender de la familia algunas lecciones que son determinantes para encauzar de modo adecuado sus investigaciones, ya que el progreso de la sociedad (que es fin de la investigación universitaria) pasa siempre a través de la familia.

Las actividades del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad de Navarra se articulan en tres direcciones: investigación, docencia y asesoramiento. En cada sector, el punto de referencia perenne es la conciencia de la dignidad de la familia como célula primaria de la sociedad y como primer ámbito de expresión de la naturaleza solidaria del ser humano. Sobre estos principios básicos se estudian y elaboran las directrices operativas, que como es lógico tienen presentes los cambios sociales y las circunstancias de tiempo y lugar. Se conserva, pues, una prudente equidistancia entre la abstracción teórica y el simple enfoque fenomenológico o descriptivo.

El Instituto de la Familia de la Universidad de La Sabana, en Colombia, fundado en principios y metodología análogos, comenzó en 1990; su actividades académicas se han extendido luego a otros países del Continente americano, como Ecuador y Uruguay. En 1994, en el seno de la Universidad Austral, en Buenos Aires, nació el Instituto de Ciencias del Matrimonio y de la Familia. Dos años después se creó el Instituto de Ciencias de la Familia de la Universidad de los Andes, en Chile. La fuerte proyección evangelizadora de estas iniciativas, también a corto plazo, es para mí un motivo de alegría y de agradecimiento a Dios. En efecto, los alumnos especializados en esos lugares se han convertido luego en activos operadores de la pastoral familiar en diversos ámbitos de la sociedad, también en las parroquias, y han promovido cursos para padres, grupos de asistencia a problemas familiares, programas de orientación, publicaciones que difunden la concepción cristiana de la familia. De este modo, los Institutos universitarios de la Familia producen un efecto multiplicador difícil de calcular pero extraordinariamente fecundo.

Todo esto sólo se explica reconociendo la existencia de una realidad obvia: los Institutos de la Familia responden a una demanda social muy difundida. De hecho, la capacitación profesional que proporcionan encuentra aplicación inmediata en ámbitos que, a veces, no parecen directamente relacionados con los problemas de la familia. Los cursos del Instituto de Ciencias de la Familia de la Universidad de los Andes, por ejemplo, cuentan entre sus alumnos no sólo a orientadores familiares, sino también a educadores, asistentes sociales, jefes de personal de empresa grandes y pequeñas... Esto demuestra que la familia viene considerada, justamente, como un punto nodal de relaciones sociales que interesan muy de cerca al mundo del trabajo.

Muchas conclusiones estimulantes podrían sacarse de la experiencia de los Institutos de la Familia. Como he señalado anteriormente, la autonomía que caracteriza a esos organismos, la libertad y responsabilidad de los respectivos operadores, dejan espacio a una libre valoración y discusión de los métodos, los instrumentos, los tiempos y las estrategias. En cualquier caso, me parece que hay un elemento en torno al cual es imposible no mostrarse de acuerdo, y que por eso deseo subrayar con fuerza: me refiero al papel decisivo de la educación. Para el futuro de la familia son importantes las batallas políticas, las campañas informativas, el compromiso cultural... Pero yo pienso que el campo en el que realmente se halla en juego el porvenir de la familia es el educativo. Para defender de verdad a la familia, es preciso, sobre todo, educarla.

Romana, n. 31, julio-diciembre 2000, p. 251-255.

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