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«Es América la esperanza para el nuevo milenio», entrevista publicada en el diario “El Imparcial”, Hermosillo (11-II-1999)

Texto completo de la entrevista concedida al diario “El Imparcial” de Hermosillo, México, publicada con el título «Es América la esperanza para el nuevo milenio».

P.— Es la primera vez que un Papa convoca Sínodos de Obispos por cada uno de los continentes. ¿Cuál considera usted que es el motivo que explica esta iniciativa?

R.— Como es evidente, todos los Sínodos, también los continentales, tienen una finalidad evangelizadora, y el Santo Padre —está bien a la vista— impulsa constantemente la evangelización. Pienso que este espíritu de llevar a Cristo a todos los sitios exige que se cuiden las facetas —de historia, cultura, tradiciones, etc.— propias de los distintos continentes.

Por eso, los Sínodos continentales sirven para identificar y emprender caminos de evangelización adecuados a cada tiempo y lugar; apropiados a las circunstancias. Son un instrumento de unidad y de renovación del espíritu apostólico que caracteriza a la Iglesia.

Para el caso del Sínodo de América, el Papa señaló tres finalidades principales: la nueva evangelización, la solidaridad entre las iglesias particulares, e iluminar cristianamente los problemas de la justicia y de las relaciones económicas entre las naciones de América.

P.— ¿Podría comentarnos “grosso modo”, en qué consistió su participación en las sesiones realizadas en Roma?

R.— Durante las sesiones, los Padres Sinodales y los expertos reflexionan juntos sobre los temas propuestos. Se estudia, se atiende a las aportaciones de los demás, se reza (este aspecto es muy importante), y —cuando llega el momento— se interviene.

En mi intervención procuré destacar la responsabilidad de los laicos en el cumplimiento de la misión de la Iglesia, a través de su trabajo profesional; sin olvidar su papel en la promoción de los más necesitados, no sólo a través de intervenciones asistenciales, sino sobre todo llevando a las estructuras de la sociedad la justicia y la caridad de Cristo.

P.— ¿Por qué asistió usted al Sínodo?

R.— Era uno de los miembros de designación pontificia. El Opus Dei es —con palabras del Beato Josemaría Escrivá— “una partecica de la Iglesia”. La Prelatura tiene al frente un obispo que, en unión con el Santo Padre y con sus hermanos en el Episcopado, procura ayudar a los fieles del Opus Dei a santificar la vida cotidiana y a realizar una amplia tarea apostólica en su ambiente familiar, profesional y social. Por otra parte, el Opus Dei está presente en América desde hace 50 años, y son muchos los fieles de la Prelatura en esta Tierra Nueva.

P.— Entre los temas que se han tratado en las sesiones de trabajo se mencionan, entre otros, la propagación de las sectas, la devoción popular, la urbanización creciente, etc. El tratar esos temas ¿se debe a que en América es donde existen especialmente, o son problemas mundiales, presentes también en América?

R.— Como usted dice, se trata de problemas mundiales presentes también en América. De todos modos, alguna de esas situaciones se dan particularmente en los países del continente americano. Lo importante es encontrar soluciones adecuadas a la situación real: “soluciones americanas”, si me permite la expresión.

Los americanos, trabajando juntos —con la oración de toda la Iglesia—, han de buscar remedios realistas, ajustados a las circunstancias, que nos interesan a todos, aunque vivamos en otros continentes. Por ejemplo, el problema de las sectas demuestra el hambre de Dios que hay en América. Cuando no presentamos adecuadamente la figura y la fuerza de Jesucristo, se buscan otras vías. En consecuencia, el Sínodo ha estimulado a los católicos americanos a proclamar a Cristo con más coraje. Cada día que pasa crece mi convencimiento de que en estos países la Iglesia tiene grandes motivos de esperanza.

P.— Tengo entendido que el Papa participa en todas las asambleas de los sínodos. ¿En qué forma actúa el Papa en esas asambleas?

R.— De muchas maneras. Pero destacaría una actividad: Juan Pablo II escucha. Durante esos días, el Papa oye con atención las intervenciones de los presentes. Y también reza —se nota— mientras escucha, y quiere a los que participan.

Pienso que con frecuencia se olvida este aspecto de la actividad del Santo Padre: se habla sólo de sus escritos o de sus viajes... Pero el Papa escucha, escucha mucho, se interesa sinceramente por las personas, por las naciones, por sus problemas y por sus alegrías, y reza por esas intenciones. Estoy seguro que durante los días de Sínodo acudió mucho a la “Virgen morenita”, gran protectora de América.

P.— ¿Cuáles son los retos más grandes a los que se enfrenta la Iglesia en América, cara al próximo milenio?

R.— Juan Pablo II, durante la homilía de la Misa que celebró el último día del Sínodo, señaló algunos de esos retos. Entre los temas que mencionó, recordaría su insistencia en la necesidad de una catequesis fiel al Evangelio y adecuada a las exigencias de los tiempos: todo lo que se refiere a la formación tiene gran trascendencia.

América es un continente con un gran patrimonio: sus gentes, sus recursos, su fe. En otros lugares del mundo, todavía no conocen a Jesucristo. Aquí la fe está arraigada y extendida. Pero hace falta profundizar: conocerla mejor, vivirla de forma más coherente, hacerla fructificar. Y, para lograrlo, la formación se convierte en una tarea clave. Esta es una obligación para todos los hijos de la Iglesia, aquí, en Europa, en Asia, en África y en Oceanía.

P.— Periodísticamente, el Opus Dei, la institución de la Iglesia en la que usted hace cabeza, supone un fenómeno social sumamente interesante para cualquier periodista inquieto. Sabemos que esta institución de la Iglesia trabaja en varios países del continente americano. ¿Cuál es el papel del Opus Dei frente a las realidades afrontadas en el Sínodo?

R.— El Opus Dei, como parte de la Iglesia, participa en los objetivos evangelizadores planteados en el Sínodo. Y desea sumarse plenamente a las conclusiones señaladas por el Santo Padre. En particular, los fieles del Opus Dei procurarán, unidos a los demás católicos, llevar esas conclusiones al extenso mundo del trabajo y de las profesiones. Como todos saben, los fieles del Opus Dei son cristianos corrientes que quieren santificar su trabajo profesional y su vida ordinaria.

P.— Sabemos que el Fundador del Opus Dei, el Beato Josemaría Escrivá, promovió el Opus Dei en México como el primer país de este continente americano. ¿Nos podría decir cuál fue el motivo de su elección?

R.— En una elección de ese tipo concurren muchas circunstancias. Pienso que pesó mucho algunas cualidades de este país: la hospitalidad, la acogida cordial, la apertura ante un mensaje que era a la vez viejo y nuevo, la fe de los mexicanos.

P.— Al informarse uno sobre los comienzos del Opus Dei en España, resulta que el fundador acudió a los pobres, a enfermos de hospitales de beneficiencia, etc.... Pero en México, ¿cómo comenzó el Opus Dei?

R.— El Opus Dei, al estar constituido por comunes fieles cristianos, refleja la estructura social de los países donde está presente. México no es una excepción: pertenecen al Opus Dei mujeres y hombres campesinos, empresarios, profesores, empleados, etc. En el Opus Dei no se hace distinción de raza, nacionalidad, situación social, apellidos, títulos o estado de la cuenta corriente. Caben todos los que desean sinceramente vivir a fondo la vocación cristiana en su trabajo, cualquiera que sea.

P.— Hay personas que entienden lo que es el Opus Dei. Otros, parece que no lo entienden tanto. ¿A qué se deben estas distintas apreciaciones?

R.— Me parece un fenómeno del todo normal. Sería raro lo contrario: no conozco ninguna institución, ni tema, ni proyecto, que provoque opiniones unánimes. El Opus Dei es muy querido: es para mí una satisfacción percibir el aprecio de innumerables personas. Recibimos también, por supuesto, algunas críticas. Por nuestra parte, como los demás católicos, procuramos respetar a todos, sin distinción; y —me da alegría señalarlo— deseamos aprender también de todos.

P.— En la personalidad de su predecesor, Mons. Álvaro del Portillo, como hijo de una mujer mexicana, ¿qué había de “mexicano” en su actuación, en su modo de ser o trabajar?

R.— Más que un “rasgo mexicano”, pienso que se sentía mexicano. Era una herencia de la que estaba orgulloso. Los que convivíamos con él le oíamos recordar con gusto historias, canciones y oraciones mexicanas. Personalmente, pienso que eran muy “mexicanas” su alegría y su afabilidad: se estaba muy bien a su lado. Y, como detalle curioso y familiar, recordaba modos de decir de este país que usaba aquí, cuando vino, con espontaneidad.

P.— La última pregunta: se le ve feliz... ¿Por qué se hizo del Opus Dei? ¿Cuál es su experiencia?

R.— Su pregunta me evoca demasiadas cosas, y quizá demasiado personales. Me perdona si no me extiendo. Me incorporé al Opus Dei porque entendí que era el camino que Dios me había preparado, mi modo personal de vivir la vocación cristiana. Y mi experiencia... ¡Me parece imposible resumirla! En síntesis: creo que no hay nada mejor que dedicar la vida a servir a Dios y a los demás, por el camino que el mismo Dios señala a cada uno; y que no basta una vida para pagar al Señor lo que nos da a cada uno de sus hijos.

Romana, n. 28, Enero-Junio 1999, p. 104-107.

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