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Texto completo de la entrevista concedida al diario “El País”, de Montevideo, publicada con el título «Ser pesimista es un error; denota una ausencia de fe» (11-I-1998)

1. El mensaje cristiano cumple, por estas épocas, dos mil años de historia. Humanamente hablando es mucho tiempo. Sin embargo, contemplar la realidad puede conducir a la desazón; los valores evangélicos no parecen haber evitado que el dolor, la violencia y el mal sigan presentes en la Historia. ¿Es un error ser pesimista? ¿Cuál es su lectura de la Historia como Obispo de la Iglesia Católica y guía de miles de creyentes en numerosos países?

Sí, ser pesimista me parece un error. Y en un cristiano podría nacer, además, de una falta de fe en la Providencia divina. Jesucristo, que ha venido al mundo para traernos la salvación, no sólo es Señor de la eternidad, sino también del tiempo; y todas las escaramuzas de la historia, por desconcertantes o incluso decepcionantes que sean, encierran una dimensión positiva: la victoria de Dios sobre el mal y sobre el pecado ya se ha dado con su Muerte en la Cruz y su Resurrección; y es también victoria para el hombre que vive de Cristo, redimido y asociado a su tarea divina. El optimismo es un signo distintivo del creyente. En situaciones de enfermedad, de pobreza, de injusticia, de persecución, lo mismo que en la salud y en el bienestar, los cristianos debemos procurar mantener siempre la paz y la alegría sabiéndonos hijos de Dios. En el pesimismo subyace una falta de entendimiento de lo que, para un discípulo de Cristo, es felicidad: son llamados bienaventurados los pobres, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia... Pero esto no ha de llevarnos al conformismo, sino que hemos de verlo como una llamada personal a la generosidad con Dios y con los hombres, nuestros hermanos.

2. Hablemos del Opus Dei. Como dijimos, hace veinte siglos que doce hombres emprendieron la tarea de llevar a todo el mundo el mensaje de Jesucristo. La Iglesia, continuando ese encargo, ha transitado por realidades políticas, sociales y culturales absolutamente variadas. ¿Cuál es el aporte nuevo del Opus Dei en una trayectoria tan vasta?

El fundador del Opus Dei, predicando sobre la virtud de la caridad, comentaba que el “mandamiento nuevo” de Jesús —el amor al prójimo como Él nos ha amado— sigue siendo “nuevo” porque, a pesar de sus dos mil años de vigencia, para muchos está prácticamente sin estrenar, y desde luego todos podemos y debemos mejorar en esta tarea de querer y de servir a los otros. En el mismo sentido, recordar que todos los bautizados estamos llamados a ser santos es repetir lo que Jesús enseñó, pero a la vez es un mensaje “nuevo”, porque esa verdad básica ha de asimilarla cada generación de cristianos. En la práctica, muchos todavía piensan que la santidad es sólo para una minoría de cristianos, y que es una meta inalcanzable en la situación de cada uno en el mundo. El Opus Dei, como parte que es de la Iglesia, hace eco a la llamada de Dios a todos los fieles cristianos: a la gente que trabaja, que vive con su familia y que, en definitiva, se siente en su sitio en medio del mundo, porque sabe que el mundo ha sido creado por Dios y ahí puede encontrar a Cristo e identificarse con Él, iluminando con su luz el ambiente en que se mueve y, desde ese lugar, llegar por la caridad a todos los hombres.

3. Aunque con menos intensidad que años atrás mucha gente considera al Opus Dei una organización elitista y no faltan versiones y artículos que lo pintan con ribetes casi tenebrosos. ¿Por qué una obra cristiana despierta polémica?

La Iglesia entera, todos los cristianos, no sólo el Opus Dei, si queremos seguir los pasos de Jesús y trabajar por extender su Reino en este mundo, hemos de contar con ser “signo de contradicción”. Es inevitable que se despierten polémicas. Quizá lo peor que nos podría pasar a los cristianos sería que el miedo a la contradicción nos paralizara. Gracias a Dios, las calumnias de elitismo no nos han detenido. Sociológicamente, el Opus Dei —como la Iglesia, insisto, de la que es parte— es una realidad popular, porque su labor apostólica está abierta y llega de hecho a todo tipo de personas: hombres y mujeres, jóvenes y viejos, ricos y pobres. Las reuniones que he tenido en agosto en el Palacio Gastón Guelfi, que quizá usted haya presenciado, eran la imagen de esa variadísima realidad social del Opus Dei. Me removió mucho el tiempo que pude pasar, desgraciadamente poco, entre las personas que acuden a la escuela agraria Los Nogales y al CADI, donde van a estudiar y se atiende a campesinos y a habitantes de esa zona necesitada conocida como “Barrio Borro Chico”.

4. El Opus Dei promueve la búsqueda de la santidad en el trabajo de todos los días y en las acciones de cada uno en la vida ordinaria. ¿En qué consiste en la práctica ese mensaje y cómo se puede combinar con una vida laboral intensa y competitiva?

Para santificarse en el trabajo es preciso, en primer lugar, santificar el trabajo, es decir, realizarlo con el espíritu de Cristo, con una finalidad trascendente: amar a Dios y, por Él, amar y servir, sin egoísmo, a los demás. A la vez, presupone trabajar bien, con competencia y con intensidad, porque sólo entonces el trabajo profesional, el que nos ocupe, será algo digno de ser ofrecido a Dios. Esa vida laboral intensa y competitiva de la que usted habla, tan común en el mundo de hoy, no es un obstáculo para santificar esas tareas, sino un estímulo para trabajar humana y cristianamente bien. Una persona que busca la santidad en su trabajo —el que sea, repito: manual o intelectual— no se moverá por el afán de éxito —que lógicamente llegará si lo acaba bien y con honradez—, sino por el afán de agradar y alabar a Dios, y de servir a los hombres. Y esto no se queda solamente en una disposición interior, porque tiene también manifestaciones externas: la ayuda desinteresada a los colegas, la rectitud moral en la profesión, la paz de quien ve en los demás personas a quienes comprender y amar, y no competidores a quienes combatir.

5. ¿El Opus Dei dirige o interviene en la vida profesional de sus miembros?

No. El Opus Dei sólo alimenta la vida cristiana de sus miembros, y alienta el esfuerzo personal de cada uno por amar con obras a Dios y al prójimo. En todo lo demás —decisiones profesionales, políticas, económicas, etc.—, nadie recibe de la Prelatura ni la menor insinuación y, desde luego, cada uno es libre y responsable de sus opciones temporales; y en lo que se refiere a las opciones políticas, cada uno obedece las indicaciones que dé la Iglesia para todos los fieles.

6. La sociedad actual reconoce la tolerancia como uno de sus máximos valores y ante múltiples problemas que cuestionan al hombre muchos se afilian a la total libertad de conciencia para decidir lo que está bien y lo que está mal. ¿Se puede conciliar la defensa de verdades de Fe que la Iglesia enseña con esta realidad?

Me parece justo que la sociedad reconozca en la tolerancia uno de los pilares de la convivencia humana, si se entiende por tolerancia el respeto a las opiniones de los demás. Pero con frecuencia, con ese término se quiere dar carta de ciudadanía a un relativismo ético que pretende decidir subjetiva y arbitrariamente sobre el bien y el mal. Esta segunda actitud no es conciliable con la Fe de la Iglesia, ni tampoco con la dignidad natural de la persona humana, ni es fundamento válido para un estado de derecho.

7. Usted reside en Roma; sabemos que tiene una relación muy directa con el Papa y que mantiene contactos frecuentes con él. ¿Cuáles diría que son las preocupaciones y anhelos de Juan Pablo II?

El Cardenal Ratzinger, hablando con un periodista, declaraba hace poco, y yo también lo he experimentado, que basta acercarse un momento a Juan Pablo II para darse cuenta de que es un hombre muy de Dios: su anhelo no es otro que luchar sin descanso para ser santo y llevar muchas almas a Dios. A la vez, el Papa es consciente de que, habiendo sido puesto por el Señor al frente de la Iglesia, puede y debe hacer mucho por la paz y la justicia en el mundo y por el respeto de la dignidad del hombre, y también a esos ideales se entrega sin reservas. Añadiría, aunque sea un detalle, que respira paz y contagia alegría.

8. También vivió muy cerca del beato Josemaría Escrivá durante muchos años. ¿Qué nos puede decir de la vida corriente del fundador del Opus Dei, una persona venerada como santa, pero que también conoció épocas de críticas y contradicciones?

Los rasgos del beato Josemaría Escrivá que, de entrada, más llamaban la atención eran su caridad humilde y su buen humor. Después, cuando se le trataba un poco más, se advertía enseguida que esas disposiciones no eran autónomas, sino que formaban parte de una fortísima unidad de vida, enraizada en un hondo sentido de la filiación divina; en realidad eran la manifestación externa de algo mucho más profundo: la búsqueda constante de la santidad, del amor a Dios que se desborda en amor a los hombres. Y esa fuente interior manaba tanto en los momentos de bonanza y entusiasmo como en los de cansancio y contradicción, porque el beato Josemaría se ocupaba en hacer de su vida una continua ocasión de encuentro con Dios, de quien, como dice la Escritura, brotan ríos de agua viva. Para eso, comenzaba la jornada ofreciendo al Señor todo lo que iba a hacer durante el día y la terminaba examinándose personalmente y pidiendo perdón a Dios por las faltas cometidas. En medio había muchos otros encuentros con Dios (Santa Misa, momentos de oración, devociones típicas de las familias cristianas, etc.) y muchas horas de trabajo intenso que no interrumpían su intimidad con Dios.

9. Cuando se habla de las dificultades para que las personas adhieran a la Fe Católica no son pocos los que alegan que su doctrina debe adaptarse a las realidades sociales. Se escuchan críticas a su posición sobre el divorcio, el aborto, los métodos de fertilización asistida. ¿Pueden esperarse cambios en esa posición?

La Iglesia tiene por doctrina la de Cristo, que incluye la verdad natural sobre el hombre. Si —por un imposible— la modificara, haría traición al Evangelio y perdería su razón de ser. Pienso, más bien, que habría que formular la pregunta al revés: es la sociedad la que debe mirar la doctrina de la Iglesia sobre el hombre para acertar en la configuración, verdaderamente humana, de la sociedad civil; y en muchos aspectos es así: por eso, no se puede reducir la “realidad social” a sus aspectos negativos, como la crisis de la familia o la plaga del aborto. En la sociedad actual hay también muchos valores positivos: como en todas las épocas, en el corazón de los hombres late el afán por la verdad, un afán que la Iglesia no ha defraudado ni puede defraudar. El mensaje de Cristo no es “moderno”, es mucho más: es siempre “nuevo”. Acomodarlo sin discernimiento a un estilo de vida imperante lo convertiría en “viejo”, sin capacidad de ser sal y luz para los pueblos. Esta es la gran aventura cristiana: mantener con valentía su original novedad a lo largo de los siglos. Jesucristo es y será siempre lo permanente, y hacia Él vuelve el hombre los ojos cuando desea un verdadero y justo orden social y personal.

10. En el curso de su visita, usted recordó a los uruguayos un mensaje del Papa Juan Pablo II que hacía referencia a las raíces católicas de nuestro país y a la necesidad de actualizar la visión cristiana en nuestra sociedad. ¿Ese mensaje no choca con la realidad de una sociedad profundamente marcada por una tradición laicista?

Es bien conocida esa tradición laicista de Uruguay a la que usted alude, pero también es patente que las raíces cristianas de este país son mucho más antiguas y más hondas. He comprobado durante mi viaje que, gracias a Dios, se mantienen operativas y eficaces, y que surge una generación que reconoce su identidad en esas raíces cristianas, precedida de otras que han preparado este camino a los que hoy viven el cristianismo. Y he visto, además, no sólo raíces sino frutos.

11. Durante su visita a Uruguay sabemos que usted tuvo oportunidad de tratar a gente de los más diversos sectores y actividades. El uruguayo tiene fama de ser afable y respetuoso pero también algo distante en el tema religioso. ¿Encontró a los uruguayos inquietos por su vida espiritual o la colocan en un “segundo plano” en sus vidas?

No sé si todos los uruguayos serán así, pero los que yo he visto —gente, en efecto, de todas las clases sociales— viven con claridad su fe que informa toda su conducta, o, cuando menos, buscan a Dios. Si, además, hay uruguayos con la fe amodorrada, cristianos fríos, pasivos, yo les animaría a aprender de esas personas que buscan a Dios de todo corazón, y estoy seguro de que —si le buscan de veras— lo encontrarán: su vida adquirirá un sentido trascendente, será la de antes, pero con un sabor y un enfoque muy distintos: optimista, emprendedor, de interés por su familia, su país, el mundo. Yo he aprendido mucho de la gente que he visto en este país.

Romana, n. 26, enero-junio 1998, p. 92-96.

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