All'Università di Navarra (26-VI-1985).
Messaggio del Prelato dell'Opus Dei e Gran Cancelliere dell'Università di Navarra a professori, studenti ed impiegati, in occasione del solenne Atto Accademico svoltosi a Pamplona il 26 giugno 1985, nel X anniversario del transito di Mons. Escrivá de Balaguer, Fondatore e primo Gran Cancelliere dell'Università di Navarra:
Dilectus Deo et hominibus, cuius memoria in benedictione est[1], fue amado de Dios y de los hombres, y su memoria es bendecida de generación en generación.
Excelentísimos Señores; queridísimos profesores, empleados y alumnos de la Universidad de Navarra, que participáis en este solemne Acto Académico en homenaje al Siervo de Dios Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás, a quien Dios llamó a Sí hace ahora diez años:
Bien pueden aplicarse a nuestro Fundador y primer Gran Canciller de esta Universidad las palabras con que el escritor sagrado teje el elogio de Moisés, que fue guía de Israel durante más de cuarenta años, hasta llevar al pueblo elegido a los confines de la tierra prometida. Porque Dios, en su infinita misericordia, ha querido servirse también de su Siervo Josemaría para abrir, en un mundo secularizado y hostil a lo sobrenatural, los caminos de santidad en medio de los afanes terrenos, trazados por Cristo en el Evangelio, que la desidia e incuria de los hombres habían olvidado. Al conmemorar los primeros dos lustros de su tránsito al Cielo, cuando su recuerdo y su presencia son más vivos que nunca entre nosotros, esas palabras de la Sagrada Escritura —aplicables también a los grandes santos de todos los tiempos— me han parecido en su brevedad el mejor resumen de lo que querría deciros en esta circunstancia.
Mis ocupaciones en la Ciudad Eterna me impiden estar físicamente entre vosotros; pero puedo aseguraros que, en espíritu, hoy me encuentro particularmente presente en la queridísima Universidad de Navarra, participando de la común alegría de esta familia universitaria que es fruto en primer lugar —lo sabéis todos muy bien— de la oración, del sacrificio, del trabajo, de los desvelos de su Fundador. Como sucesor suyo en la suprema dirección de este Alma Mater, mis esfuerzos tienden a un solo objetivo: fortalecer, impulsar, hacer que se sigan llevando a la práctica todos los ideales que Monseñor Escrivá de Balaguer fomentaba en vosotros. No tengo otro mensaje que ofreceros, sino el de nuestro queridísimo Fundador, que deseaba hacer, de esta Universidad de Navarra, "un foco cultural de primer orden al servicio de nuestra Madre la Iglesia"[2]. Y para eso, añadía, "queremos que aquí se formen hombres doctos con sentido cristiano de la vida; queremos que en este ambiente, propicio para la reflexión serena, se cultive la ciencia enraizada en los más sólidos principios y que su luz se proyecte por todos los caminos del saber"[3].
En todos los países, la universidad, con sus tareas docentes e investigadoras, con su aspiración a profundizar en las fuentes de la sabiduría y de la ciencia, es como la vanguardia de la sociedad civil: en aulas y laboratorios, en bibliotecas y hospitales, se fragua día a día un espíritu que puede ser cristiano —y llevar, por tanto, a los hombres por sendas que conducen a la vida eterna—, y puede ser, desgraciadamente, ajeno al mensaje de Cristo, con todas las funestas consecuencias que la historia —también la más reciente— ha puesto de relieve. De ahí la gran responsabilidad que recae sobre la institución universitaria.
"La universidad —os recordaré con palabras del Santo Padre Juan Pablo II— faltaría a su vocación si se cerrase al sentido de lo absoluto y trascendente, ya que limitaría arbitrariamente la investigación de toda la realidad o de la verdad, y terminaría por perjudicar al hombre mismo, cuya más alta aspiración es conocer lo verdadero, lo bueno, lo bello, y esperar un destino que le trasciende. Así, pues, la universidad debe convertirse en el testimonio de la verdad y de la justicia, al reflejar la conciencia moral de una nación"[4].
La Universidad de Navarra, siendo una iniciativa de carácter plenamente civil y, al mismo tiempo, íntegramente informada por el espíritu cristiano, no quiere ni puede eximirse de esta responsabilidad. Todo su quehacer desea estar informado por las enseñanzas de la Iglesia, de modo que "sean cuales fueren las vías de la investigación científica, las acompañe siempre el sentido de lo divino"[5]. Debéis continuar, pues, trabajando con fe, con inteligencia, con tesón, para que la verdad eterna de Cristo embeba todo el pensamiento científico que nace en nuestra Universidad, respetando los principios y métodos propios de cada disciplina y su justa libertad, más aún, afirmando —como enseña el Concilio Vaticano II— "la legítima autonomía de la cultura humana, y especialmente de las ciencias"[6].
"La Universidad sabe que la necesaria objetividad científica rechaza justamente toda neutralidad ideológica, toda ambigüedad, todo conformismo, toda cobardía: el amor a la verdad compromete la vida y el trabajo entero del científico, y sostiene su temple de honradez ante posibles situaciones incómodas, porque a esa rectitud comprometida no corresponde siempre una imagen favorable en la opinión pública"[7]. Estas palabras de nuestro Fundador siguen teniendo plena actualidad. La institución universitaria se enfrenta hoy en todas partes con el urgente dilema de ser fiel a sus raíces humanas y cristianas, o dejarse llevar por la corriente materialista y atea que parece inundar el mundo entero. Nos encontramos, verdaderamente, en una de esas situaciones incómodas —en bastantes aspectos muy semejante a la que les tocó vivir a los primeros cristianos—, porque no está de moda propagar y defender una visión cristiana del hombre y del cosmos. Y esto, en todos los campos del saber: de la medicina a la filosofía, de la economía a la genética, del derecho a la sociología o a la arquitectura.
¿Qué nos diría nuestro Fundador en estas circunstancias? Lo está repitiendo ahora en el fondo de nuestros corazones, donde el Señor le permite actuar incansablemente: "la Universidad no vive de espaldas a ninguna incertidumbre, a ninguna inquietud, a ninguna necesidad de los hombres"[8]; menos aún una Universidad como la de Navarra, imbuida del espíritu cristiano, y que se precia de ser heredera de las mejores tradiciones universitarias: aquéllas que hicieron posible la extraordinaria floración de cultura y de saber que, por siglos, transformaron Europa en un foco de civilización y de cultura, y que luego, transplantadas al Nuevo Mundo —nos preparamos para el quinto centenario de esta gran epopeya—, sirvió de vehículo al espíritu y al mensaje de Cristo.
Urgido por los mismos ardientes deseos de Monseñor Escrivá de Balaguer, que siempre llevó las tareas universitarias en lo más hondo de su corazón sacerdotal, también yo quiero repetiros que vuestro trabajo no será vano delante del Señor[9]. Aplicad todas las fuerzas de vuestra inteligencia y de vuestra voluntad a la gran tarea que tenéis entre manos, con plena fidelidad a la vocación cristiana y firmemente persuadidos de que el Señor "ayuda a la inteligencia humana en esas investigaciones que necesariamente tienen que llevar a Dios, porque contribuyen —si son verdaderamente científicas— a acercarnos al Creador"[10].
Llenos, pues, de confianza en la ayuda divina, trabajad cada día con ahínco en los quehaceres propios de la Universidad, con el afán —no por vanagloria, sino por servir mejor a Dios, a la Iglesia y a todos los hombres— de ir a la vanguardia de las manifestaciones culturales y científicas, enseñando con el ejemplo y con la palabra —con vuestra vida, con vuestras publicaciones, con vuestros logros en favor de los hombres y de la sociedad— que no cabe verdadero progreso humano a espaldas de la fe y de la moral cristianas. Haced sentir vuestra voz —avalada por la seriedad de vuestro empeño y de vuestra preparación científica— para la resolución de los graves problemas de orden intelectual y ético que la sociedad tiene planteados en casi todos los países. Como os decía hace años Monseñor Escrivá de Balaguer, "no es misión suya (de la Universidad) ofrecer soluciones inmediatas. Pero al estudiar con profundidad científica los problemas, remueve también los corazones, espolea la pasividad, despierta fuerzas que dormitan, y forma ciudadanos dispuestos a construir una sociedad más justa"[11].
Haréis posible este ambicioso programa, que nuestro Fundador y primer Gran Canciller nos recuerda hoy a todos, si no olvidáis la afirmación fundamental que está en la base de toda su enseñanza: que todos —profesores y alumnos, empleados y personas encargadas de la limpieza, ¡todos!— hemos de aspirar sinceramente a la santidad, con la ayuda de la gracia, no sólo cumpliendo a carta cabal nuestros deberes universitarios, sino precisamente en y a través del cumplimiento puntual de ese quehacer diario, realizado con la mayor perfección posible, y con el deseo de contribuir al progreso espiritual y material de la sociedad en que vivimos. Lo recordaba Monseñor Escrivá de Balaguer con frase gráfica, en una ocasión, al Profesor Ortiz de Landázuri, que tanto trabajó por la Universidad de Navarra hasta el mismo día en que el Señor lo llamó de este mundo. Decía don Eduardo a nuestro Fundador, mostrándole la Clínica Universitaria, fruto de tantas oraciones y de tantas fatigas: Padre, nos dijo que hiciéramos una Clínica, y aquí está. Y nuestro Fundador, recalcando gráficamente su enseñanza de siempre, le respondió con cariño: lo que os he dicho es que seáis santos.
Esta es la petición que nos vuelve a hacer hoy a todos, la que yo —en su nombre— me recuerdo y os recuerdo. Que encontréis a Dios entre los instrumentos del laboratorio y de la limpieza, entre los libros y los ficheros, en los enfermos que atendéis y en las personas con las que convivís. Esto es lo único verdaderamente necesario[12]. Si, con la ayuda divina, lo conseguís, vuestro trabajo será una labor llena, perfecta, agradable a Dios, que merecerá —como ya sucede— el reconocimiento y la colaboración de innumerables personas, que se dan cuenta del servicio innegable que la Universidad de Navarra presta a la sociedad entera.
Para que sigáis recorriendo, cada día con más garbo, las sendas trazadas por nuestro amadísimo Fundador y primer Gran Canciller, os envío mi bendición de sacerdote, a la vez que os pongo, una vez más, bajo el patrocinio de la que es Sedes Sapientiae y Madre del Amor Hermoso, que —desde su ermita en el campus— preside y alienta vuestra vida y vuestro trabajo.
[1] Eccli. XLV, 1.
[2] Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, Discurso al recibir el título de hijo adoptivo de Pamplona, 25-X-1960.
[3] Ibid.
[4] Juan Pablo II, Mensaje al mundo universitario, desde Guatemala, 7-III-1983.
[5] Juan Pablo II, Discurso a la Pontifica Academia de las Ciencias, 12-XI-1983.
[6] Concilio Vaticano II, const. past. Gaudium et Spes, n. 59.
[7] Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, Discurso en la investidura de doctores honoris causa, 9-V-1974.
[8] Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer, Discurso en la investidura de doctores honoris causa, 7-X-1972.
[9] I Cor. XV, 58.
[10] Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer, Discurso en la investidura de doctores honoris causa, 7-X-1972.
[11] Ibid.
[12] Cfr. Luc. X, 42.
Romana, n. 1, Gennaio-Dicembre 1985, p. 73-76.