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Entrevista a La Razón, Madrid, España (5-I-2023)

-¿Cree que la Historia acabará haciendo justicia con Benedicto XVI por encima de los tópicos que le han perseguido hasta ahora?

Las manifestaciones de afecto que se produjeron en 2013 —al final de su pontificado— y ahora —después de su fallecimiento— son expresión de la huella profunda que deja en millones de personas. Además, en sus casi ocho años de pontificado, Benedicto XVI nos ha dejado una amplísima predicación, que constituye un gran patrimonio espiritual y una enseñanza pastoral de gran belleza y profundidad, que ha ayudado y ayudará a orar, a pensar la fe, a vivir la caridad y a gestionar mejor las relaciones humanas, personales y sociales. Pienso que sus escritos y su magisterio serán en el futuro fuente de inspiración para muchos creyentes e incluso no creyentes.

-Para usted, Benedicto XVI no solo ha sido un Papa, sino también alguien con quien mantuvo un trato cercano. ¿Qué recuerda de esa etapa de trabajo en común?

Desde que comencé a colaborar como consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en 1986, me llamó la atención su amabilidad y su capacidad para escuchar a todos. Aunque él no presidía la reunión de los consultores, tuve ocasión de estar a solas con él bastantes veces; nunca era él quien daba por terminada la conversación; nunca hacía notar que le esperaban otros asuntos. Daba gran consideración a las opiniones de los demás, especialmente si eran distintas a las suyas. Era muy fácil exponer ante él pareceres contrarios y no se molestaba, a pesar de que vinieran de un interlocutor de menor edad, preparación o experiencia. Lo que realmente buscaba y le interesaba era la verdad, no su criterio personal.

-¿Cuál considera que es la mejor lección magistral que deja el Papa emérito aplicado al carisma del Opus Dei?

Me viene muchas veces a la cabeza aquella afirmación en la Misa de inicio de su pontificado: «No hay nada más bello que dejarse alcanzar por el Evangelio, por Cristo». Es como un resumen de lo que debería ser la vida de un cristiano, de un católico y, por tanto, de cualquier persona del Opus Dei. Como gustaba recordar a Benedicto XVI, la felicidad tiene un nombre y un rostro: el de Jesús de Nazaret, oculto en la Eucaristía. Para todos los católicos, pienso que otra lección importante es la de su amor a la Iglesia y al Papa, que se ha hecho evidente en estos últimos años con respecto a su sucesor, el Papa Francisco. He contado otras veces que, cuando Mons. Lefebvre aceptó lo que se le propuso y poco después se echó para atrás, pude presenciar la expresión que le salió del alma con pena al cardenal Ratzinger: «¡Cómo no se dan cuenta de que sin el Papa no son nada!».

-Los grandes titulares están destacando el legado teológico de Joseph Ratzinger. ¿Y como pastor? ¿Qué destacaría de él?

Destacaría su humildad y su amor al Señor, que le han hecho capaz de responder con un «sí» a lo que Dios y la Iglesia le pedían en cada momento, con sencillez, pero al mismo tiempo con determinación y fidelidad; por ejemplo, cuando se mantuvo al frente de la Congregación para la Doctrina de la fe, a petición de san Juan Pablo II o cuando, tras el fallecimiento del Pontífice, pensó que ya podría retirarse a su Alemania natal para dedicarse a la oración y al estudio. Pero el Señor tenía otros planes...

-A menudo, se contrapone la figura de Benedicto XVI a la de Francisco, hablando incluso de ruptura. ¿Comparte esta visión?

Cada Papa, cada pontificado, trae su propio estilo. Esa diversidad es una riqueza, diversa de la ruptura, mediante una plena y evidente continuidad en todo lo que es esencial en la Iglesia. Benedicto XVI ha sabido hacerse a un lado cuando así lo ha visto en conciencia, sirviendo a la Iglesia y al Papa con su oración silenciosa. Y hace pocos días, el mismo Papa Francisco recordaba en una entrevista que lo visitaba con frecuencia y que salía edificado de su mirada transparente, de su contemplación y buen humor, y que le admiraba su inteligencia y su alta vida espiritual.

Romana, n. 76, Enero-Junio 2023, p. 60-61.

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