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El legado invisible de san Josemaría Escrivá para la sostenibilidad. Razones, actitudes y virtudes para el cuidado de la casa común

Sílvia Albareda Tiana

Universitat Internacional de Catalunya
Profesora Agregada de Didáctica de las Ciencias Experimentales.
Directora de Cooperación y Desarrollo Sostenible

1. Introducción

En 1971, en una carta dirigida a Manuel Gómez Padrós, entonces alcalde de Barbastro, san Josemaría Escrivá de Balaguer muestra su inquietud ante el crecimiento industrial de su ciudad natal, por su posible impacto negativo en el medio ambiente[1]. Este hecho deja constancia de que san Josemaría no era indiferente a los problemas medioambientales. Sin embargo, existe un desfase histórico y sociocultural entre la vida y escritos del fundador del Opus Dei y la sostenibilidad tal y como la conocemos hoy.

San Josemaría falleció en 1975 cuando las cuestiones ecológicas y medioambientales apenas habían empezado a plantearse. En la década de los 70, dichas cuestiones comenzaron a ser visibles. En estos años, aparecieron las primeras noticias sobre problemas ambientales, surgieron los primeros movimientos y partidos ecologistas y tuvo lugar la primera Cumbre Mundial de Naciones Unidas sobre el Medio Humano (Estocolmo, 1972). Lógicamente, mucho menos aparecen en sus escritos conceptos como «sostenibilidad» o «desarrollo sostenible», términos que empezaron a divulgarse a partir de 1987 con la publicación del así llamado Informe Brundtland[2].

Este artículo quiere establecer un puente entre las enseñanzas de san Josemaría y actitudes y virtudes que permiten identificar en la actualidad una cultura de sostenibilidad integral, tal y como ha sido recogida por el Papa Francisco en la encíclica Laudato si’ (LS). Tras definir brevemente el término de desarrollo sostenible y ofrecer las claves más recientes para vislumbrar cómo se entiende este concepto en el Magisterio de la Iglesia, el estudio analiza el legado invisible de Escrivá de Balaguer para la sostenibilidad a través de, en palabras del Papa Francisco, «motivaciones adecuadas»[3] y «sólidas virtudes»[4] que hacen posible el compromiso ecológico. En primer lugar, el estudio argumenta que, desde una visión del mundo como creación, san Josemaría ofrece la razón honda de un amor apasionado por todo lo que el mundo contiene y que lleva a la ciudadanía a no desentenderse de los problemas contemporáneos y a amar y valorar a cada persona humana con un corazón universal. Por otro lado, el artículo muestra que, en sus escritos y en su propio testimonio vital, aparecen actitudes de cuidado hacia las personas y el entorno que se podrían calificar como una ecología de la vida cotidiana. Al abogar, por ejemplo, por un estilo de vida sobrio o por la solidaridad entre generaciones, san Josemaría apunta de forma práctica hacia virtudes que posibilitan, junto al cuidado de las personas y del planeta, el desarrollo de la espiritualidad ecológica a la que invita el Papa Francisco en la encíclica LS.

Sensibilidad en torno al desarrollo sostenible

El término «desarrollo sostenible» empezó a difundirse a partir de la publicación del InformeNuestro Futuro Común, más conocido por Informe Brundtland en 1987. Este informe divulgó el concepto como un progreso humano capaz de satisfacer las necesidades presentes sin comprometer, por ello, el abastecimiento de generaciones futuras[5]. El Informe Brundtland propone compaginar el desarrollo económico y social con la conservación de los recursos naturales. Por el contrario, no se consideran desarrollo sostenible aquellas intervenciones que enriquecen a algunos a expensas de empobrecer a otros, o que generan un crecimiento económico puntual a costa de destruir o contaminar el medio ambiente. La noción de sostenibilidad o de desarrollo sostenible lleva implícita la distribución equitativa de los bienes naturales, y una visión de justicia internacional e intergeneracional que promueve el desarrollo humano integral. A partir de este momento deja de haber oposición entre desarrollo humano y conservación del medio ambiente.

De hecho, en las siguientes cumbres de Naciones Unidas el título cambió a “Medio Ambiente y Desarrollo” (Conferencia de Río de Janeiro, 1992) y “Desarrollo Sostenible” (Johannesburgo, 2002). En septiembre de 2015, con la revisión y renovación de los Objetivos del Milenio, Naciones Unidas propone la Agenda 2030 con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que incluyen grandes retos para la humanidad como la desaparición de la hambruna o la mitigación del cambio climático.

Unos meses antes de la publicación de la Agenda 2030, el 24 de mayo de 2015, el Papa Francisco había escrito la encíclica Laudato si’. Sobre el cuidado de la casa común. Naciones Unidas, aprovechando un viaje del Santo Padre a Cuba y Estados Unidos, invitó al Papa al acto de aprobación pública de la Agenda 2030 en la sede de la organización en Nueva York. Ambos documentos, aunque en algunos aspectos son divergentes[6], comparten una visión integral de la sostenibilidad o de la ecología, que engloba la dimensión social, ambiental o ecológica y económica[7]. Este concepto de sostenibilidad integral es el que se va a contemplar a lo largo de este artículo.

El desarrollo sostenible en el Magisterio reciente

El Papa Francisco no ha sido el primer pontífice que ha hablado y escrito sobre ecología integral y sostenibilidad. Sus predecesores abordan esta cuestión en relación con la teología de la creación y con la Doctrina Social de la Iglesia en encíclicas[8] y mensajes. Tanto el Catecismo de la Iglesia Católica (1997)[9] como el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia (2004)[10] recogen estas enseñanzas previas.

San Juan Pablo II utilizó por primera vez la expresión «conversión» referida al ámbito ecológico en el mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1990: Paz con Dios creador. Paz con toda la creación[11]. En él aboga por fomentar la conciencia ecológica, presenta el carácter moral de la crisis medioambiental y llama a una conversión auténtica en la manera de pensar y en el comportamiento. Ser constructores de la paz, sostiene el Pontífice, requiere asumir responsabilidades, reconocer el pecado y convertirse: pedir perdón y cambiar de conducta[12]. A los 20 años de este paradigmático mensaje, su sucesor Benedicto XVI volvió a dedicar el mensaje para la Jornada Mundial de la Paz al deber moral de tener un comportamiento sostenible[13]. Los últimos papas emplean el término teológico de «conversión» porque la invitación supone un cambio radical que hace referencia a nuestra relación con Dios y con toda la creación[14].

En la LS, el Papa Francisco dedica todo el capítulo III a hablar de la «raíz humana de la crisis ecológica» (LS, 101-132). Apoyado en informes científicos, sostiene que la situación ecológica, causada por el cambio climático, la disminución de la biodiversidad y otros problemas medioambientales son consecuencia del modelo de consumo actual y de un dominio tecnológico sin límites. Por tanto, la solución requiere no solo medidas científico-técnicas, sino fundamentalmente un cambio de valores. Es necesaria una nueva visión para percibir el planeta como la casa común de todos, más allá de verlo únicamente como escenario de la vida. Esta casa común, afirma el Papa Francisco, es una realidad buena creada por Dios y confiada a la custodia del ser humano. Esta transformación de la mirada implica, en muchos casos, una conversión ecológica, que supone la adquisición de virtudes sólidas, las cuales hacen posible el paso del conocimiento de los problemas ecológicos a la acción para intentar resolverlos y garantizar un comportamiento sostenible.

De este modo, el Papa Francisco sostiene que el compromiso con la sostenibilidad va más allá de las normativas legales, pues requiere «motivaciones adecuadas» y «sólidas virtudes»[15]. Para logar un comportamiento sostenible individual o comunitario resultan insuficientes las recomendaciones ciudadanas, los incentivos o las posibilidades de elección en la adquisición de un producto (por ejemplo, en la compra de alimentos o en el consumo energético). La persona humana necesita razones profundas de por qué cuidar el planeta y cómo hacerlo. De otro modo, la elección se limita a criterios habituales de relación calidad/precio, sin que se sepa o sin que importe si detrás de aquello que se consume hay un gasto energético desproporcionado, la explotación laboral de personas o la contribución al agotamiento de algún recurso natural.

Hoy en día, muchas personas tienen un comportamiento sostenible porque están convencidas de que deben cuidar el planeta y evitan en la medida de sus posibilidades todo aquello que suponga más emisiones de gases de efecto invernadero o un uso no responsable de los recursos naturales. Estas personas, en la prácica, tienen un comportamiento austero, porque buscan consumir lo menos posible, y también generoso, porque están pensando que otras personas en el futuro o en otras partes del planeta, se puedan seguir beneficiando de ese recurso o no resulten afectadas negativamente por su uso. Sin embargo, alerta el Papa, también hay personas que, aun teniendo razones para fundamentar un comportamiento sostenible, porque han recibido una educación ambiental en su infancia o juventud, no son capaces de ponerlo por obra porque han crecido en un ambiente muy consumista[16]. Les faltan las virtudes que hacen posible llevar los valores adquiridos a la práctica de su vida cotidiana. Por otra parte, advierte el Papa, es ingenuo pensar que los problemas ambientales se solucionarían con un mayor control de la natalidad, cuando en realidad no se está abordando la raíz del problema de un consumismo sin ética[17].

Una cultura de sostenibilidad implica que los ciudadanos comprendan cómo funcionan los sistemas naturales, entiendan las interrelaciones entre los seres humanos y la naturaleza, posean razones para tener un comportamiento sostenible y realmente actúen de forma sostenible porque son virtuosos.

Actualmente personas de muchas religiones están desarrollando esta cultura de la sostenibilidad. En el cristianismo hay profundas razones teológicas para tener un comportamiento sostenible porque los cristianos saben que el mundo es bueno porque es creación[18] y está confiado al ser humano para su custodia[19]. A su vez, la doctrina social de la Iglesia recuerda el valor absoluto de cada persona humana[20] y el destino universal de los bienes[21].

El legado de san Josemaría para la sostenibilidad

En el momento en el que se escribe este artículo, dos autores, Guillaume Derville[22] y Rafael Hernández[23], han ofrecido una aproximación a la posible relación entre las enseñanzas y la vida de san Josemaría y la cuestión ecológica. Con motivo de la publicación de la LS, Guillaume Derville[24] sostiene que, leyendo la encíclica, se detectan muchos puntos en común con las enseñanzas de san Josemaría, aunque expresadas con otras palabras. Entre otras, el autor destaca las siguientes:

«(…) el alcance del dogma de la creación, también para la vida moral y la espiritual; el valor del mundo; la conciencia de la proximidad de Dios en todo momento; el respeto de las realidades materiales; el cuidado de las cosas, incluidas las pequeñas»[25].

El amor apasionado al mundo que deriva de la fe de que el mundo es creación y Dios lo ha dejado a la custodia del ser humano puede ser la motivación profunda[26] a la que hace alusión Francisco. Este amor al mundo creado constituiría así la razón teológica que lleva a cuidar al planeta como la casa común y a todas las personas que lo habitan. Por su parte, virtudes como la pobreza cristiana y una caridad vivida con corazón universal que san Josemaría predicó y vivió formarían parte de aquellos hábitos necesarios para hacer frente al consumismo mediante un estilo de vida sencillo y ecosostenible[27].

2. Motivación para la sostenibilidad integral: un amor apasionado al mundo

Mundo, naturaleza y creación

En los escritos de san Josemaría late un amor apasionado al mundo y a todas las realidades creadas. Frecuentemente emplea el término «mundo» para referirse a la cultura, a la contribución humana para la mejora de la sociedad[28] y del planeta en general y siempre desde un enfoque positivo[29]. Siguiendo a Jesucristo, el motor de las actuaciones humanas en la sociedad y en la creación debe ser el amor según hace explícita en esta cita:

«Lo que mueve al cristiano es la Caridad de Dios, que se nos ha manifestado en Cristo y que nos enseña a amar a todos los hombres y a la creación entera»[30].

Por otra parte, su amor a la creación le lleva a valorar y a disfrutar con las realidades creadas inanimadas: la tierra, el agua y el aire. San Josemaría contempla y siente de forma cósmica, particularmente en la Santa Misa, cómo la creación y todos los seres vivos dan gloria a Dios:

«Cuando celebro la Santa Misa con la sola participación del que me ayuda, también hay allí pueblo. Siento junto a mí a todos los católicos, a todos los creyentes y también a los que no creen. Están presentes todas las criaturas de Dios -la tierra y el cielo y el mar, y los animales y las plantas-, dando gloria al Señor la Creación entera»[31].

El Papa Francisco también describe la eucaristía como un acto de amor cósmico en el que se unen el cielo y la tierra. A través del pan y el vino, «fruto de la tierra y del trabajo del hombre»[32], el mundo creado por Dios «vuelve a él en feliz y plena adoración»[33]. Igualmente, Benedicto XVI desarrolla esta dimensión de la eucaristía como liturgia cósmica[34]. En esta línea, san Josemaría, después de celebrar la santa misa, rezaba y recomendó rezar el himno Trium puerorum, en el que se bendice y se da gloria a Dios en unión con toda la creación. Derville destaca este hábito de piedad:

«Por eso, después de celebrar la Eucaristía, el fundador del Opus Dei amaba rezar un himno tomado del libro de Daniel (cap. 3) unido al Salmo Laudate (Sal 150), el Trium puerorum o Benedicite, cuyo uso se remonta al menos al siglo tercero. Invita a toda la creación a bendecir al Señor: la mirada apunta hacia el sol, la luna, las estrellas; alcanza la inmensa extensión de las aguas; se eleva hacia los montes, contempla las más diferentes situaciones atmosféricas, pasa del frío al calor, de la luz a las tinieblas; considera el mundo mineral y vegetal; se detiene en las diferentes especies animales; culmina con el hombre»[35].

Aunque las enseñanzas cristianas son claras en torno al valor de las realidades creadas como el aire, el agua, la tierra y todos los seres vivos ‒cada ser vivo, cada ecosistema, y las realidades inanimadas son en sí mismas un bien intrínseco, independientemente de su utilidad para el ser humano‒, en occidente y como fruto de la modernidad se ha producido un alejamiento entre la persona y el mundo natural, como si el hombre y la mujer no formaran parte de la naturaleza[36]. Se ha enfatizado que estas realidades creadas son recursos naturales, pero sin considerar que, independientemente de su valor instrumental, son buenas en sí mismas y dan gloria a Dios[37].

Vinculada con esta falta de visión sistémica de la naturaleza de la que el ser humano forma parte está la percepción de la creación como estática y ajena, a modo de «escenario» de una obra de teatro con el que no hay interacción real y cercana. En esta visión no es posible advertir el planeta como la casa común de todos.

Con frecuencia esta visión se ha extendido entre los cristianos por miedo a caer en un panteísmo, o en una visión biocentrista[38] en la que todos los seres vivos tienen el mismo valor: el mundo natural es el escenario en el que el ser humano se desenvuelve, pero no una realidad de la que forma parte. A san Josemaría, en cambio, le gustaba recordar las consecuencias teológicas de la encarnación de Jesucristo y que por tanto no se puede tener una visión espiritualista del mundo.

«No hay nada que pueda ser ajeno al afán de Cristo. (…) No se puede decir que haya realidades —buenas, nobles, y aun indiferentes— que sean exclusivamente profanas, una vez que el Verbo de Dios ha fijado su morada entre los hijos de los hombres, ha tenido hambre y sed, ha trabajado con sus manos, ha conocido la amistad y la obediencia, ha experimentado el dolor y la muerte. [...]

Porque el mundo es bueno; fue el pecado de Adán el que rompió la divina armonía de lo creado, pero Dios Padre ha enviado a su Hijo unigénito para que restableciera esa paz. Para que nosotros, hechos hijos de adopción, pudiéramos liberar a la creación del desorden, reconciliar todas las cosas con Dios»[39].

Amar el mundo, y amarlo de forma apasionada porque se sabe y se descubre que todas las realidades creadas son buenas y Dios creador las ha confiado al ser humano para su cuidado (cfr. Gn 1, 26-30), conduce a reconocer y respetar su valor intrínseco. Amar el mundo supone, en un contexto de crisis climática y ecológica, ser consciente que vivimos en un entorno con recursos limitados, y muchos de ellos deteriorados, que deben satisfacer las necesidades básicas de las personas en el momento actual y en el futuro. Por tanto, los cristianos, como ciudadanos responsables, debemos cuidar los recursos tanto porque descubrimos su valor ontológico como porque comprendemos su valor como bienes comunes a toda la humanidad presente y futura.

De las enseñanzas de san Josemaría en torno a la creación se desprende una visión universal y al mismo tiempo responsable del uso de los recursos naturales que se ha materializado a lo largo de su vida de distintas maneras.

Un ejemplo de economía circular

Las primeras casas dedicadas a la formación de las primeras vocaciones del Opus Dei o centros de encuentro fueron Molinoviejo y Los Rosales, ambas cerca de Madrid. En un tiempo de posguerra española y con muy pocos recursos económicos y humanos, su gestión es un ejemplo claro de lo que hoy se denomina «economía circular».

La economía circular es una nueva tendencia económica que se desarrolla ante las consecuencias de deterioro ambiental que ha causado la economía lineal. La economía lineal supone que se pueden seguir extrayendo recursos del planeta, como si estos fueran ilimitados. Las evidencias del agotamiento de recursos como los combustibles fósiles[40] y las consecuencias de su consumo en el cambio climático[41], junto al exceso de basura y los problemas que de ello se derivan, han conducido al reciclaje de recursos, haciendo que estos tengan un uso cíclico. Se pasa de una economía lineal basada en la extracción continua de recursos, consumo de productos y generación de residuos, a una economía circular, basada en la reducción al mínimo de la extracción de recursos (con la conciencia de que son escasos) y un modo de producir que genere los mínimos residuos.

En 1945, san Josemaría pidió a Encarnita Ortega y a Paula Gómez que emprendieran una granja en las dependencias de la finca de Los Rosales con la intención de poder abastecer a las casas de la Obra de Madrid. Ambas eran inexpertas, pero su confianza en san Josemaría y su generosidad les condujo a emplearse en esta nueva tarea. En la granja había animales como conejos, cerdos y gallinas, árboles frutales, huerto e invernadero[42].

Este modelo iniciado en Los Rosales se replicó en otras casas como Molinoviejo, en Segovia. En un momento de escasez económica, en plena postguerra española, conseguían alimentos ricos en proteínas y vitaminas y los residuos generados en la cocina se utilizaban como pienso para los animales de la granja. San Josemaría impulsó esta iniciativa, con la visión de aprovechar al máximo los recursos y cuidar a los fieles de la Obra y a quienes participaban en sus actividades apostólicas.

Discernir en la vida cotidiana

Pero, ¿cómo aplicar los principios de economía circular en la vida cotidiana? No siempre es fácil, porque frecuentemente no se perciben las interconexiones entre lo que consumimos individualmente o colectivamente en energía, bienes y servicios, alimentación y alojamiento[43] y las consecuencias sociales o de deterioro ecológico que suponen. Francisco insiste en distintos momentos de la LS en que todo está interconectado[44]. La globalización posibilita consumir productos como ropa, dispositivos electrónicos, etc., en lugares alejados de donde se han extraído las materias primas y se han elaborado, lo cual dificulta conocer la trazabilidad del producto y su verdadero impacto social y ambiental. No se perciben las interdependencias entre los problemas ambientales y sociales, ni lo que es más preocupante, entre estos y la propia conducta personal. Esta falta de transparencia o visibilidad puede dificultar tomar decisiones, pero no disculparía cuestionarse sobre la repercusión ética de las propias acciones. Como recuerdan Benedicto XVI y Francisco, comprar es un acto moral[45].

«Muchos dirán que no tienen conciencia de realizar acciones inmorales, porque la distracción constante nos quita la valentía de advertir la realidad de un mundo limitado y finito»[46].

El ejemplo de aplicación de economía circular en las casas de Los Rosales y Molino Viejo, quiere mostrar que, aunque sus protagonistas, Encarnita Ortega y Paula Gómez, entre otras, seguramente no eran conscientes de que estaban fomentando la sostenibilidad, ni la economía circular, sí que eran conscientes de que los recursos eran limitados y que había que cuidar a las personas. La creatividad e innovación de san Josemaría y de estas primeras mujeres de la Obra contribuyó a que, en unos tiempos de escasez, se creara un ambiente de hogar a partir del máximo aprovechamiento de los recursos y del reciclaje, que para muchos comensales seguramente pasó desapercibido.

De lo universal a lo particular

El calentamiento global y otros problemas ambientales son invisibles y complejos. No verlos, o percibirlos como problemas gigantescos, conduce a pensar que las pequeñas acciones que puede realizar cualquier particular son irrelevantes. Ingenuamente se piensa que la técnica ya encontrará la solución, cuando en realidad la raíz de los problemas no es técnica sino ética.

San Josemaría tenía una visión optimista del mundo[47] que deriva de la conciencia de la filiación divina y que conduce a trasformar el mundo desde dentro recuperando la armonía de la creación, sin desentenderse de los problemas contemporáneos.

«El modo específico de contribuir los laicos a la santidad y al apostolado de la Iglesia es la acción libre y responsable en el seno de las estructuras temporales, llevando allí el fermento del mensaje cristiano. El testimonio de vida cristiana, la palabra que ilumina en nombre de Dios, y la acción responsable, para servir a los demás contribuyendo a la resolución de los problemas comunes, son otras tantas manifestaciones de esa presencia con la que el cristiano corriente cumple su misión divina»[48].

En la LS Francisco invita a tener una nueva visión del mundo, más integral y más sistémica, en la que se relaciona el sentido humano de la ecología, con el cuidado del medio ambiente y de las personas y conduce a buscar «otras maneras de entender la economía y el progreso»[49]. El amor apasionado al mundo puede ayudar a contribuir a que bienes naturales como el agua, los alimentos o la energía tengan un destino universal, realizando un uso sostenible de los mismos. El compromiso ético con la sostenibilidad se fundamenta según Francisco —y en consonancia con las enseñanzas sociales de la Iglesia— en la visión que se tenga de Dios como creador (cfr. Gn 1, 4.10.12.18.21.25) y de la persona humana como ser creado a imagen suya (cfr. Gn 1, 27), con la vocación expresa de ser custodios de la creación (cfr. Gn 1, 26-30) como realidad buena y lugar de santificación.

En definitiva, el amor apasionado al mundo, predicado y vivido por san Josemaría, junto con el valor absoluto de cada persona forma parte de una teología de la creación y pueden ser las motivaciones profundas a las que hace alusión el papa Francisco como necesarias para el cuidado de la casa común.

El comportamiento sostenible supone, como propone Francisco, una conversión ecológica[50], un cambio profundo en la forma de mirar el mundo y de comportarse. Esta conversión implica todo un despliegue de actitudes y virtudes morales entrelazadas entre sí que permiten pasar del convencimiento de que hay que cuidar el planeta a la acción de cómo hacerlo.

3. Virtudes y actitudes para la espiritualidad ecológica

Hábitos que trascienden a uno mismo

Como ya se ha comentado anteriormente, san Josemaría, sin llegar a hablar de sostenibilidad o de ecología en la vida cotidiana, vivió y predicó virtudes como la pobreza cristiana y la laboriosidad y transmitió actitudes de cuidado y de trabajar en el presente con generosidad, pensando en el futuro y en el bien ajeno, que constituyen lo se podría denominar una espiritualidad ecológica o un estilo de vida ecosostenible.

«La conciencia de la gravedad de la crisis cultural y ecológica necesita traducirse en nuevos hábitos»[51], insiste Francisco, pues «el desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral»[52].

Estos «nuevos hábitos» a los que hace referencia el Papa dependen de la capacidad de autotrascenderse, de no estar centrados en el propio beneficio, y de actuar, aunque sea a través de multitud de detalles pequeños, pensando en el bien de los demás. La moral ecológica la debemos vivir todos los cristianos, no sólo no impactando de forma negativa el medio ambiente con la destrucción o contaminación de grandes ecosistemas (selva, ríos u océanos), sino modificando el propio estilo de vida para tener un comportamiento sostenible. Cualquier persona, en su actividad diaria a través del consumo de energía, la compra y el consumo de alimentos, bienes y servicios tiene un impacto ambiental y si ama la creación y a las personas, deberá intentar que ese impacto sea el menor posible. La gravedad de problemas como el calentamiento global y sus consecuencias en el aumento de pobreza urgen a que cada ciudadano o ciudadana se plantee cómo puede tener el mínimo impacto negativo y el máximo de cuidado de la creación, que supone cuidar a las personas y los recursos naturales para que lleguen a todos en la actualidad y en el futuro. Así, aunque no haya aparentemente grandes efectos económicos, ambientales o sociales, se produce un cambio en la propia persona —esa «conversión» de la que hablaban Juan Pablo II y el patriarca Bartolomé— y se colabora en la extensión del bien.

«No hay que pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas acciones derraman un bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que se pueda constatar, porque provocan en el seno de esta tierra un bien que siempre tiende a difundirse, a veces invisiblemente»[53].

El uso de las cosas en san Josemaría

«Para mí, una manifestación de que nos sentimos señores del mundo, administradores fieles de Dios, es cuidar lo que usamos, con interés en que se conserve, en que dure, en que luzca, en que sirva el mayor tiempo posible para su finalidad, de manera que no se eche a perder. En los centros del Opus Dei encontraréis una decoración sencilla, acogedora y, sobre todo, limpia, porque no hay que confundir una casa pobre con el mal gusto ni con la suciedad»[54].

En san Josemaría aparecen actitudes y virtudes que llevan a cuidar la creación, los objetos materiales y a las personas a través de pequeñas acciones cotidianas. Estas actitudes de cuidado se materializan, por ejemplo, como se ve en la cita anterior, en el modo de construir, amueblar, mantener y decorar los centros del Opus Dei, siempre con la visión de que duren mucho tiempo. San Josemaría trabaja con visión de futuro. Por ejemplo, no se condicionaba por la escasez de recursos o por las necesidades del momento, sino que impulsaba la construcción de edificios, como las sedes de los centros de estudios en Roma, con la intención de que fueran muy duraderos.

A la vez, se preocupaba de que los centros no fueran lugares fríos, sin alma o sin dueño, sino hogares en los que sus habitantes y las personas que allí acuden se encuentren a gusto. Nada resulta indiferente, porque se cuidan los objetos para que duren para las siguientes generaciones y con la visión de que muchas personas se puedan beneficiar. La misma actitud tenía con la alimentación: menús variados, saludables, y a la vez la preocupación por aprovechar la comida sobrante. Destaca otros aspectos como la importancia de tener un horario racional, la previsión de un tiempo para el descanso o el cuidado de la salud.

Esta ecología de la vida cotidiana le conduce a cuidar lo que usa, descubriendo la trascendencia de las pequeñas acciones:

«Vamos a concretar algunas señales de la verdadera pobreza en nuestra Obra: a) no tener ninguna cosa como propia; b) no tener cosa alguna superflua; c) no quejarse cuando falta lo necesario; d) cuando se trata de elegir, escoger lo más pobre, lo menos simpático; e) no maltratar nada de nuestro uso, ni en nuestros Centros, ni en los lugares donde trabajamos, ni en cualquier sitio donde nos encontremos; f) aprovechar el tiempo»[55].

Francisco reflexiona sobre la dificultad de mantener un comportamiento sostenible en sociedades consumistas en las que con frecuencia se asocia la felicidad a la capacidad adquisitiva[56]. La pobreza cristiana y la sobriedad, pues, están directamente relacionadas con el cuidado de la casa común y la sostenibilidad.

«Así hemos de desenvolvernos nosotros en medio de este mundo: como nuestro Señor. Te diría, en pocas palabras, que hemos de ir con la ropa limpia, con el cuerpo limpio y, principalmente, con el alma limpia.

Incluso —por qué no notarlo—, el Señor que predica un desprendimiento tan maravilloso de los bienes terrenos, muestra a la vez un cuidado admirable en no desperdiciarlos. Después de aquel milagro de la multiplicación de los panes, que tan generosamente saciaron a más de cinco mil hombres, ordenó a sus discípulos: recoged los pedazos que han sobrado, para que no se pierdan. Lo hicieron así, y llenaron doce cestos. Si meditáis atentamente toda esa escena, aprenderéis a no ser roñosos nunca, sino buenos administradores de los talentos y medios materiales que Dios os conceda»[57].

En el mensaje conjunto para la protección de la Creación escrito por el papa Francisco, el Patriarca Ecuménico y arzobispo de Constantinopla Bartolomé I y el arzobispo de Canterbury Justin Welby, recuerdan como el concepto de administrar con prudencia y generosidad los bienes, tiene un origen evangélico y muchos santos lo han vivido de forma ejemplar. La administración, personal y colectiva de lo que Dios ha confiado a la responsabilidad humana debe ser «un punto de partida vital» para la sostenibilidad integral[58].

El artículo de Derville antes citado, muestra también las convergencias entre la LS y la vida y la predicación de san Josemaría, en el aspecto de ser buenos administradores de los recursos evitando malgastar[59].

Las “cosas pequeñas” como cuidado

La vida cristiana se identifica en san Josemaría con la vida corriente, habitual, sabiendo descubrir a Dios y servir a la sociedad a través del cuidado de las cosas pequeñas de la jornada[60]. Esta actitud secular es para él manifestación de la unidad de vida.

En LS se habla también de la incidencia de pequeñas acciones cotidianas para beneficio del ambiente, cuidando así la tierra como la casa común. Francisco sugiere algunas muy concretas:

«… evitar el uso de material plástico y de papel, reducir el consumo de agua, separar los residuos, cocinar solo lo que razonablemente se podrá comer, tratar con cuidado a los demás seres vivos, utilizar transporte público o compartir un mismo vehículo entre varias personas, plantar árboles, apagar las luces innecesarias»[61].

En la medida que se comprende mejor la sostenibilidad integral y se es consciente, como señala el Papa, de que todo está interconectado, se descubre la trascendencia de estas pequeñas acciones. Así, no es indiferente para el cuidado del planeta emplear materiales de un solo uso (como platos o cubiertos) o utilizar energía procedente de combustibles fósiles. Cuidar las cosas que se emplean también significa escoger aquellas que tienen menos impacto ecológico, no solamente por el beneficio medioambiental sino porque supone salir de uno mismo y pensar en los demás.

«La actitud básica de autotrascenderse, rompiendo la conciencia aislada y la autorreferencialidad, es la raíz que hace posible todo cuidado de los demás y del medio ambiente, y que hace brotar la reacción moral de considerar el impacto que provoca cada acción y cada decisión personal fuera de uno mismo. Cuando somos capaces de superar el individualismo, realmente se puede desarrollar un estilo de vida alternativo y se vuelve posible un cambio importante en la sociedad»[62].

En la espiritualidad del Opus Dei se procura vivir este cuidado de las cosas menudas que lleva a autotrascenderse no pensando solo en el propio beneficio. Los fieles de la prelatura se esfuerzan en vivir este cuidado sin advertir, en muchos casos, que con esta actitud están desarrollando un comportamiento sostenible y encarnando lo que podría definirse como «espiritualidad ecológica».

El compromiso ético desde la profesión

El amor apasionado al mundo y la promoción directa o indirecta de actitudes y virtudes para la sostenibilidad integral se pueden considerar como una espiritualidad ecológica[63] o como un legado invisible de san Josemaría que facilita el cuidado de la casa común, que es la tierra y todas las personas que la habitan. En la encíclica LS, Francisco argumenta sobre el deber moral de tener un comportamiento sostenible, cuidando de la creación y de cada persona, realizando un uso responsable y solidario de los bienes naturales.

Al inicio de la encíclica el Papa sostiene que para los cristianos «nada de este mundo nos es indiferente»[64] y san Josemaría invita a santificar el trabajo contribuyendo con él no solo a la propia santidad sino a la mejora social. Todo ciudadano, pero especialmente los cristianos que tienen una llamada a la santidad en medio del mundo —como es el caso de los fieles del Opus Dei— deben contribuir a través de su propio ejercicio profesional y todo su quehacer a que la creación se reconcilie con el Creador[65]. Ante las crisis contemporáneas, como es la crisis climática, no es posible ceder a la tentación de aislarse para no contaminarse, huir o permanecer al margen, como si el mundo no fuera algo propio, la casa común a todos. Los cristianos deben comprometerse en la resolución de los problemas contemporáneos y la actual crisis ecológica es una oportunidad para cuidar del planeta como la casa común, en colaboración con muchas personas de buena voluntad.

«No queramos salir del mundo. No queramos acortar los días, aunque se nos hagan muy largos; aunque veamos que quienes pueden no purifican las aguas, sino que contribuyen a contaminar los ríos, a soltar substancias nocivas en medio de los mares más grandes, que no se pueden liberar de todo ese mal [...].

Esto es, hijos, lo que en nombre vuestro y mío le pido al Señor muchas veces. Que este mundo que Él ha hecho, y que los hombres estamos envileciendo, vuelva a ser como cuando salió de sus manos: hermoso, sin corrupción, una antesala del Paraíso»[66].

Con visión de futuro

La situación de crisis climática supone un llamamiento a la responsabilidad ética personal y colectiva. No se trata solamente de un ámbito de decisiones políticas, aunque de hecho ha llevado a muchos gobiernos a declarar el estado de emergencia climática[67]. En esta línea están también los compromisos climáticos de muchas religiones o los compromisos interreligiosos para cuidar el clima.

«Nos comprometemos a actuar, cambiar nuestros hábitos, elecciones, y la manera de ver el mundo [...], a conservar los recursos limitados de nuestra casa común, el planeta Tierra, y a conservar las condiciones climáticas de las cuales depende la vida»[68].

En el sexto informe sobre la crisis climática publicado en abril de 2022 por el Grupo Intergubernamental de expertos sobre el Cambio Climático (IPCC)[69], se afirma que, aunque las emisiones de gases de efecto invernadero de origen antropogénico siguen en alza, si los países cumplen con lo acordado en las cumbres climáticas, se podría frenar el aumento de temperatura global y no llegar a un aumento de 2 grados centígrados de media. El calentamiento global está provocando la subida del nivel del mar, la acidificación de los océanos, tormentas tropicales más intensas y más frecuentes, huracanes y sequías extremas, con lo que supone de destrucción de ecosistemas y aumento de miseria humana. La mitad de la vida del planeta se encuentra en «riesgo elevado» por la crisis climática, afectando más a los países más pobres, que son los menos causantes del calentamiento global. La gravedad de la crisis climática, a la que se ha sumado la crisis sanitaria de la Covid-19, nos han mostrado que todos los seres huanos somos vulnerables e interdependientes. Estas crisis nos exigen pensar en el bien común[70] con visión de futuro.

El Papa Francisco ha impulsado distintas iniciativas de la Santa Sede y, como jefe de estado ha mostrado interés por participar en la cumbre climática de los países adheridos a la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, la COP26[71] (Glasgow, 1 al 12 de noviembre de 2021)[72]. Quiere mostrar su compromiso para que los gobiernos tomen medidas urgentes para frenar el calentamiento global y conseguir la neutralidad climática para el 2050.

Conclusión

En las enseñanzas de san Josemaría hay una explícita visión del mundo y de todas las realidades materiales creadas como algo bueno «porque ha salido de las manos de Dios, porque es criatura suya, porque Yaveh lo miró y vio que era bueno»[73], y esta visión positiva conduce a amar al mundo apasionadamente y a comprometerse con su mejora. El mundo como creación junto con el deber de custodiarlo con «sabiduría y amor»[74], y el reconocimiento de que cada persona posee un valor absoluto y es sujeto de derechos fundamentales, constituye el fundamento teológico o la razón sobrenatural para el cuidado del mundo como la casa común.

Por otra parte, en la espiritualidad del Opus Dei, en las costumbres y modos de hacer que viven sus fieles, hay un legado espiritual de san Josemaría sobre la atención y el desvelo con relación a las personas, así como la conservación de los bienes materiales. Según se ha mostrado en este artículo, estas actitudes coinciden con la propuesta del Papa Francisco de desarrollar una «cultura del cuidado»[75]. En la vida cotidiana se manifiesta en el cuidado de las personas, las casas, los bienes que se utilizan, el entorno e incluso los menús, y llega hasta lo que san Josemaría denominaba «cosas pequeñas», es decir, detalles que pueden parecer nimios, pero manifiestan precisamente el cuidado, y no la indiferencia. Todos estos actos se podrían calificar de promoción de una vida sencilla, sostenible y saludable.

El amor apasionado y comprometido al mundo, junto con las actitudes de cuidado y formas de hacer de san Josemaría, que ha dejado en herencia a sus hijos e hijas, son, a mi modo de ver, como un legado espiritual invisible, o como parte de los itinerarios pedagógicos[76] que el Papa Francisco propone desarrollar para generar una nueva cultura ecológica. Pero este desafío no es fácil, porque conlleva presentar como valores la pasión por el cuidado[77], la solidaridad y la sobriedad, en una sociedad individualista y materialista.

Para la conversión ecológica se requiere un cambio de mentalidad y esto supone una nueva mirada, una visión más sistémica que advierte las interdependencias, entre el propio comportamiento y el resto del planeta. Se trata de saber mirar a la realidad como creación y, por tanto, como don y regalo. En definitiva, esta nueva mirada implica trabajar para adquirir una visión más planetaria, respetuosa y agradecida.

Pero la conversión hacia este modo de situarse ante el mundo no se reduce a la visión, sino que exige un comportamiento virtuoso. Un comportamiento en el que cada decisión (forma de alimentarse, desplazarse, vestir o consumir energía) tenga en cuenta que se consume una parte de la casa común de todos y que, por tanto, es responsabilidad propia producir o consumir pensando que los recursos tienen que llegar para todos en la actualidad y en las siguientes generaciones. Este comportamiento, que en clave de sostenibilidad se calificaría de acciones encaminadas a reducir la huella ecológica, en términos del ascetismo cristiano se denomina sobriedad y solidaridad. Supone considerar el impacto de las propias acciones en el planeta o casa común y, por tanto, da importancia a los hábitos cotidianos, como evitar el uso del plástico, reducir residuos y, en caso de producirlos, reciclarlos[78], disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero, etc. Estos actos suponen un entrenamiento en la virtud, puesto que ayudan a cuidar la creación.

El compromiso ético con la sostenibilidad se adapta perfectamente al legado espiritual de san Josemaría para el cuidado de la casa común. En este momento de crisis sistémica —ecológica y económica— el Magisterio del Papa Francisco, en continuidad con sus predecesores, nos recuerda: «No habrá una nueva relación con la naturaleza sin un nuevo ser humano. No hay ecología sin una adecuada antropología»[79]. Esta nueva antropología por la que aboga el Papa se fundamenta en saberse hijos e hijas de Dios, hermanos de toda la familia humana[80], en un mundo al que estamos llamados a amar apasionadamente y a cuidarlo como la casa común de todos.

[1] Cfr. Andrés Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei. Los caminos divinos de la tierra, (2ª Ed.) Rialp, Madrid, 2013, vol. III, p. 619. Nota a pie de página en la que se recoge la cita de la carta dirigida a M. Gómez Padrós.

[2] En 1983, por encargo del entonces secretario general de la ONU Pérez de Cuellar, Gro Harlem Brundtland (primera ministra noruega) organizó y dirigió la Comisión Mundial sobre Desarrollo y Medio Ambiente. Esta comisión elaboró el informe Nuestro Futuro Común, conocido como Informe Brundtland.

[3] Cfr. Francisco, Enc. Laudato si’. Sobre el cuidado de la casa común (24-V-2015), n. 211.

[4] Cfr. Ídem.

[5] Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, Nuestro Futuro Común, Alianza, Madrid, 1988, p. 67.

[6] En esta Nota, la Santa Sede expresa reservas explícitas con relación a 2 de las 169 acciones propuestas por Naciones Unidas (concretamente nn. 3.7 y 5.6) y ofrece, desde una antropología trascendente, una amplia argumentación sobre la interpretación adecuada de algunos conceptos usados en la Agenda. Cfr. Misión Observadora Permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas, Nota de la Santa Sede en el primer aniversario de la adopción de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (25-IX-2016), en https://www.caritasjaen.es/mai...ón-de-los-Objetivos-de-Desarrollo-Sostenible.pdf

[7] Cfr. Naciones Unidas, Transformar nuestro mundo: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, 2015.

[8] Cfr. especialmente las encíclicas de San Juan Pablo II (Redemptors hominis, 1979, n, 8; Sollicitudo rei socialis, 1987, nn, 28, 30 y 37; Centesimus annus, 1991, nn, 36-39; Evangelium vitae, 1995, nn, 22, 44 y 98) así como la encíclica de Benedicto XVI Caritas in veritate, 2009, nn, 43-52.

[9] Especialmente en el artículo dedicado al séptimo mandamiento.

[10] Cfr. Pontificio Consejo Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia,Librería Editrice Vaticana, 2005, cap. 10: “Salvaguardar el medio ambiente”, nn. 251-487.

[11] Cfr. San Juan Pablo II, Paz con Dios creador. Paz con toda la creación, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 8-XII-1989.

[12] En el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1990, Juan Pablo II, no emplea el adjetivo “ecológica” cuando se está refiriendo a una conversión que supone un cambio de mentalidad y de comportamiento, como sí lo hace en otras ocasiones: “Es preciso, pues, estimular y sostener la “conversión ecológica”, que en estos últimos decenios ha hecho a la humanidad más sensible respecto a la catástrofe hacia la cual se estaba encaminando. El hombre no es ya “ministro” del Creador. Pero, autónomo déspota, está comprendiendo que debe finalmente detenerse ante el abismo (...) no está en juego sólo una ecología “física”, atenta a tutelar el hábitat de los diversos seres vivos, sino también una ecología “humana”, que haga más digna la existencia de las criaturas, protegiendo el bien radical de la vida en todas sus manifestaciones y preparando a las futuras generaciones un ambiente que se acerque más al proyecto del Creador.” Juan Pablo II, Audiencia General, 17-I-2001.

[13] Cfr. Benedicto XVI, Si quieres promover la paz, protege la creación, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2010, 8-XII-2009.

[14] La conversión supone un cambio interior de corazón que se traduce en un cambio en estilo de vida, hacia un comportamiento más sostenible. Cfr. Juan Pablo II y Bartolomé I, Firma de la “Declaración de Venecia”. Declaración conjunta del Santo Padre Juan Pablo II y su Santidad Bartolomé I, 10-VI-2002. El subrayado de “conversión” es del texto original.

[15] Cfr. Francisco, Enc. Laudato si’. Sobre el cuidado de la casa común (24-V-2015), n. 211

[16] Cfr. Ídem, n. 209.

[17] Cfr. Francisco, Enc. Laudato si’. Sobre el cuidado de la casa común (24-V-2015), n. 50.

[18] Cfr. Pontificio Consejo Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Libreria Editrice Vaticana, 2005, nn. 26 y 113.

[19] Cfr. Ídem, nn. 255-256, 460 y 462.

[20] Cfr. Ídem, nn. 4 y 35-37.

[21] Cfr. Ídem, nn. 466, 467, 482 y 484.

[22] Cfr. Guillaume Derville, “¿Ciudadanos en la tierra como en el cielo? Una aproximación a la encíclica Laudato y al mensaje de JosemaríaEscrivá de Balaguer”, Romana, 60 (2015).

[23] Cfr. Rafael Hernández Urigüen, Juego, ecología y trabajo. Tres temas teológicos desde las enseñanzas de san Josemaría Escrivá, Eunsa, Pamplona, 2011, pp. 26-90.

[24] Cfr. Guillaume Derville, “¿Ciudadanos en la tierra como en el cielo? Una aproximación a la encíclica Laudato y al mensaje de JosemaríaEscrivá de Balaguer”, Romana, 60 (2015).

[25] Ídem.

[26] Cfr. Francisco, Enc. Laudato si’. Sobre el cuidado de la casa común (24-V-2015), n. 211.

[27] Cfr. Francisco, Un estilo de vida ecosostenible (1-IX-2021), https://www.youtube.com/watch?...

[28] Este enfoque es el que se emplea en la homilía pronunciada en el Campus de la Universidad de Navarra el 8-X-1967 y que tiene por título: “Amar al mundo apasionamente”. Cfr. San Josemaría, Conversaciones, n.114a, Edición crítico-histórica preparada bajo la dirección de José Luis Illanes, Rialp, Madrid, 2012.

[29] Se distingue de otras acepciones del término “mundo” que se empleaban con frecuencia en el contexto teológico espiritual contemporáneo a san Josemaría, al referirse a la expresión “el mundo, el demonio y la carne”, considerando el mundo como una realidad mundana al margen de Dios. Cfr. José Luis Illanes, “Mundo” en César Izquierdo (dir.), Diccionario de Teología, Eunsa, Pamplona, pp. 714-719.

[30] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 59.

[31] San Josemaría, Amor a la Iglesia, n. 44.

[32] Palabras del ofertorio de la Santa Misa. Liturgia eucarística.

[33] Francisco, Enc. Laudato si’. Sobre el cuidado de la casa común (24-V-2015), n. 236.

[34] En la Laudato si´ se desarrolla esta visión cósmica de los sacramentos que es el hilo de las palabras pronunciadas por Benedicto XVI: «la creación está orientada hacia la divinización, hacia las santas bodas, hacia la unificación con el Creador mismo». Benedicto XVI, Homilía en la Misa del Corpus Christi, 15-VI-2006.

[35] Guillaume Derville, “San Josemaría y el amor a la creación”, 18-VI-2015, publicado en la web del Opus Dei: https://opusdei.org/es/article...

[36] La visión dualista entre el ser humano y la naturaleza no proviene tanto del cristianismo, como de la filosofía cartesiana, extendida fundamentalmente en el mundo anglosajón, países en su mayoría de raíces cristianas. Cfr. Joshtrom Isaac Kureethadam, René Descartes and the philosophical roots of the ecological crisis, Pontificia Università Gregoriana, Roma, 2007.

[37] Cfr. Francisco, Enc.Laudato si’. Sobre el cuidado de la casa común (24-V-2015), n. 69, donde Francisco recuerda la bondad intrínseca de cada criatura que da gloria a Dios, y alerta del peligro de caer en un antropocentrismo despótico como prevención del biocentrismo.

[38] Cfr. Pontificio Consejo Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 463.

[39] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n.112.

[40] Cfr. Shahriar Shafiee - Erkan Topal. “When will fossil fuel reserves be diminished?”, Energy policy 37.1, pp. 181-189, 2009.

[41] Cfr. IPCC, P.R.Shukla y otros (eds.), Resumen para responsables de políticas. En: El cambio climático y la tierra: Informe especial del IPCC sobre el cambio climático, la desertificación, la degradación de las tierras, la gestión sostenible de las tierras, la seguridad alimentaria y los flujos de gases de efecto invernadero en los ecosistemas terrestres, 2019.

[42] Cfr. Mercedes Montero, “La formación de las primeras mujeres del Opus Dei (1945-1950)”, en Studia et Documenta, revista del Istituto Storico San Josemaria Escrivá, 2020, pp. 119, 126, 127 y 141.

[43] Estas son las fracciones de la huella ecológica o huella de carbono que mide el impacto de las acciones individuales y colectivas en el planeta. A través del observatorio de CO2 de la Cátedra de Ética Ambiental de la Universidad de Alcalá (España) se puede calcular la propia huella de carbono. La misma calculadora sugiere cambios para tener un comportamiento más sostenible: https://huellaco2.org/tuhuella...

[44] Cfr. Francisco, Enc.Laudato si’. Sobre el cuidado de la casa común (24-V-2015), nn. 16, 117, 138, 220 y 240.

[45] Cfr. Francisco, Enc.Laudato si’. Sobre el cuidado de la casa común (24-V-2015), n. 206 y Benedicto XVI, Enc. Caritas in veritate (29- IX-2009), n. 66.

[46] Cfr. Francisco, Enc. Laudato si’. Sobre el cuidado de la casa común (24-V-2015), n. 56.

[47] Cfr. San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 183.

[48] Cfr. San Josemaría, Conversaciones,n. 59.

[49] Cfr. Francisco, Enc.Laudato si’. Sobre el cuidado de la casa común (24-V-2015), n. 16.

[50] Cfr. Ídem, nn. 216-221.

[51] Ídem, n. 209.

[52] Ídem, n. 13.

[53] Ídem, n. 212.

[54] San Josemaría, Amor a la Iglesia, n. 50.

[55] Javier Echevarría - Salvador Bernal. Memoria del Beato Josemaría Escrivá. Entrevista con Salvador Bernal. Rialp, Madrid, 2000, p. 319.

[56] Cfr. Francisco, Enc.Laudato si’. Sobre el cuidado de la casa común (24-V-2015), n. 203.

[57] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 121.

[58] Cfr. Francisco, Bartolomé I y Justin Welby. Mensaje conjunto para la protección de la Creación del Santo Padre Francisco, Su Santidad Bartolomé I, Patriarca Ecuménico y arzobispo de Constantinopla, y Su Gracia Justin Welby, arzobispo de Canterbury, (7-IX-2021). Disponible en: https://press.vatican.va/conte...

[59] Cfr. Guillaume Derville, “¿Ciudadanos en la tierra como en el cielo? Una aproximación a la encíclica Laudato si´ y al mensaje de Josemaría Escrivá de Balaguer”, Romana, 60 (2015).

[60] Cfr. San Josemaría, Amigos de Dios, n. 312.

[61] Francisco, Enc. Laudato si’. Sobre el cuidado de la casa común (24-V-2015), n. 211.

[62] Ídem, n. 208.

[63] Cfr. Ídem, n. 202.

[64] Ídem, n. 3.

[65] Cfr. Ídem, n. 218.

[66] Cfr. Andrés Vázquez de Prada. El Fundador del Opus Dei III. Los caminos divinos de la tierra, Rialp, Madrid, 2003, p. 618. San Josemaría empleaba esta imagen de la contaminación como metáfora para referirse a la contaminación que produce el pecado en la vida de la Iglesia y en la sociedad humana. Alentaba a no desentenderse de los problemas contemporáneos e intentar solucionarnos, sin caer en la tentación de querer salirse del mundo.

[67] Por ejemplo, cfr. Gobierno de España: https://www.miteco.gob.es/es/p...

[68] Interfaith Declaration on Climate Change, 2015. Disponible en: idcc_spanish (interfaithdeclaration.org)

[69] Working Group III contribution to the IPCC sixth assessment report (AR6). Climate Change 2022: Mitigation of Climate Change. https://report.ipcc.ch/ar6wg3/...

[70] Cfr. Francisco, Enc.Laudato si’. Sobre el cuidado de la casa común (24-V-2015), n. 201.

[71] Cfr. https://www.aciprensa.com/noti...

[72] Cfr. https://ukcop26.org/

[73] San Josemaría, Conversaciones, n.114.

[74] San Juan Pablo II en el mensaje de la paz de 1990 recuerda que la cooperación del hombre y de la mujer en la creación se ha de hacer al modo de Dios y esto es con sabiduría y amor. Cfr: San Juan Pablo II, Paz con Dios creador. Paz con toda la creación, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 8-XII-1989.

[75] Cfr. Francisco, Enc.Laudato si’. Sobre el cuidado de la casa común (24-V-2015), nn. 10, 14, 64, 70, 179 y 201 y Francisco, Mensajepara la Jornada Mundial de la Paz 2021: La cultura del cuidado como camino de paz, 8-XII-2020.

[76] Cfr. Francisco,Enc. Laudato si’. Sobre el cuidado de la casa común (24-V-2015), n. 210.

[77] Cfr. Ídem, n. 216.

[78] Cfr. Francisco, Enc.Laudato si’. Sobre el cuidado de la casa común (24-V-2015), n. 211.

[79] Ídem, n. 118.

[80] Cfr. Francisco, Enc. Fratelli tutti (3-X-2020).

Romana, n. 74, Enero-Junio 2022, p. 125-143.

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