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Laicos y evangelización: “discípulos misioneros”

«Todo cristiano, en virtud del Bautismo, es discípulo-misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús». Son palabras del preámbulo de la constitución apostólica Praedicate Evangelium, de la que se da noticia en este número de Romana.

Haciéndose eco del Concilio Vaticano II, que declara que «a los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios» (Const. Lumen Gentium, n. 31), el Papa Francisco alude de nuevo al papel fundamental de los laicos y de todos los bautizados en la misión de la Iglesia en el mundo: «Su presencia y participación es también esencial, porque cooperan por el bien de toda la Iglesia y, por su vida familiar, por su conocimiento de las realidades sociales y por su fe, que les lleva a descubrir los caminos de Dios en el mundo, pueden hacer contribuciones válidas, especialmente cuando se trata de promover la familia y el respeto de los valores de la vida y de la creación, del Evangelio como fermento de las realidades temporales y del discernimiento de los signos de los tiempos» (Const. apost. Praedicate Evangelium, n. 10). En ese vasto escenario, en efecto, se desarrolla, día a día, «la potencialidad maravillosa del apostolado de los laicos» (Conversaciones con monseñor Escrivá de Balaguer, n. 4) de que hablaba san Josemaría.

En el X Encuentro de las Familias, que concluyó con la celebración eucarística en la Plaza de San Pedro el pasado 25 de junio, el Santo Padre también recordaba a las familias que «la Iglesia está con vosotros, es más, la Iglesia está en vosotros». Y añadía: «De hecho, la Iglesia nació de una Familia, la de Nazaret, y está formada principalmente por familias».

Precisamente en este volumen se da noticia de la publicación del libro La santidad en las familias del mundo, promovido por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida. Presenta narraciones de ocho matrimonios: los santos Louis y Zélie Martin, padres de Santa Teresa de Lisieux; los beatos Luigi y Maria Beltrame Quattrocchi, el primer matrimonio en ser elevado a los altares; y otras seis parejas de siervos de Dios: los venerables Sergio Bernardini y Domenica Bedonni, agricultores, que educaron cristianamente a sus diez hijos; Luigi Amendolagine y Lelia Cossidente, que vivieron en Roma y están enterrados en la misma iglesia romana en la que se casaron; Takashi Paolo y Midori Marina Nagai, japoneses; Cyprien Rugamba y Daphrose Mukasanga, asesinados con seis de sus hijos durante el genocidio ruandés (1994); y cuatro fieles de la prelatura del Opus Dei: el matrimonio formado por Eduardo Ortiz de Landázuri y Laura Busca Otaegui (médico y farmacéutica, respectivamente) y el de Tomás Alvira y Paquita Domínguez (que destacaron como pedagogos en la familia y en la sociedad).

Tocar con la mano estas historias nos ayuda a poner rostro a esos laicos evangelizadores, que lo son en virtud del bautismo, y a recordar que la santidad no depende del papel o misión que uno está llamado a desarrollar en la Iglesia o en la sociedad, sino «de la estatura que Cristo alcanza en nosotros» (Gaudete et exsultate, n. 21).

Por eso, cerramos este breve editorial haciéndonos eco de la invitación de Mons. Ocáriz en su mensaje del pasado 19 de marzo, que deseamos extender a toda la Iglesia: «Pidamos a Dios que cada laico y cada sacerdote, cada mujer y cada hombre del Opus Dei sepamos vivir con actitud evangelizadora, con optimismo, ofreciendo nuestra amistad a todas las personas y buscando ante todo la amistad con Jesucristo».

Romana, n. 74, enero-junio 2022, p. 11-12.

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