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Ordenación sacerdotal de 29 fieles de la Prelatura, basílica de San Eugenio, Roma (5-IX-2020)

El cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado de la Santa Sede, ordenó a 29 sacerdotes de la prelatura del Opus Dei, en la basílica de San Eugenio. En la ceremonia se leyó una carta enviada por el Papa Francisco y, al final de la misma, Mons. Ocáriz dirigió unas palabras de agradecimiento al Papa y de felicitación a los ordenandos y sus familias.

Los nuevos sacerdotes procedían de Argentina, Chile, Costa de Marfil, Costa Rica, Eslovaquia, España, Guatemala, Holanda, Italia, México, Perú, Uganda y Uruguay. Estos son sus nombres:

Santiago Altieri Massa Daus (Uruguay); Alejandro Armesto García-Jalón (España); José Luis Benito Roldán (España); Guillermo Jesús Bueno Delgado (España); Juan Luis Orestes Castilla Florián (Guatemala); José Luis Chinguel Beltrán (Perú); José de la Madrid Ochoa (México); Andrew Rowns Ekemu (Uganda); Pablo Erdozáin Castiella (España); Felipe José Izquierdo Ibáñez (Chile); Kouamé Achille Koffi (Costa de Marfil); Santiago Teodoro López López (España); Martín Ezequiel Luque Marengo (Argentina); Andrej Matis (Eslovaquia); Carlos Medarde Artime (España); José Javier Mérida Calderón (Guatemala); Claudio Josemaría Minakata Urzúa (México); Andrés Fernando Montero Marín (Costa Rica); Ignacio Moyano Gómez (España); Miguel Agustín Mullen (Argentina); Miguel Ocaña González (España); Ricardo Regidor Sánchez (España); Antonio Rodríguez Tovar (España); Manel Serra Palos (España); Juan Esteban Ureta Cardoen (Chile); Giovanni Vassallo (Italia); Roberto Vera Aguilar (México); Juan Ignacio Vergara (Holanda); José Vidal Vázquez (España).

Homilía del cardenal Parolin

Querido prelado del Opus Dei, queridos hermanos en el sacerdocio, queridos ordenandos, queridos hermanos y hermanas:

Saludo a cada uno de vosotros con gran afecto, agradecido por la invitación que me habéis hecho para esta ordenación de 29 sacerdotes de la Prelatura Personal del Opus Dei.

Acabamos de escuchar a Jesús proclamarse como el buen pastor: me gustaría compartir con vosotros algunas reflexiones al respecto.

Está bastante arraigada la idea de que es el pastor el que, casi exclusivamente, conduce el rebaño: ciertamente, el pastor es el que guía, el que, precediendo a las ovejas, les muestra el camino, les marca el ritmo, les traza la senda que podríamos llamar «pastoral». Sin embargo, en el Evangelio aparece una perspectiva más amplia. Jesús destaca la diferencia entre el pastor y el asalariado. A diferencia de este último, que interpreta lo que hace como una profesión, el pastor no sólo realiza una profesión o desempeña un papel, sino que asume un estilo de vida. De hecho, el pastor, sobre todo en tiempos de Jesús, no se veía como alguien que tenía una tarea que realizar, sino como alguien que compartía todo con su rebaño. El pastor no vivía como quería, sino como era mejor para el rebaño; no se quedaba donde quería, sino donde estaba el rebaño. Se movía con las ovejas y pasaba todas las horas del día y de la noche en su compañía. Más que dirigir el rebaño, vivía inmerso en él.

La imagen del pastor, por tanto, parece referirse no principalmente al gobierno, sino a la vida. No es casualidad que Jesús caracterice al pastor como alguien que da «su vida por las ovejas» (Jn 10,11). El ministerio que vais a asumir, queridos hermanos y hermanas, es una cuestión de vida: asimilados al buen pastor, inmersos en su rebaño, no seréis llamados en primer lugar a «hacer algo» –quizá ni siquiera lo que más os apetece hacer–, sino a dar y compartir vuestra vida. Así podréis realizar plenamente la llamada a actuar «in persona Christi»: no sólo en la administración de los sacramentos, sino encarnando el estilo de Jesús, porque, como escribió san Josemaría Escrivá, «el sacerdote –sea quien sea– es siempre otro Cristo» (Camino, 66).

Cristo, el Buen Pastor, vino a buscarnos donde estábamos perdidos, en los valles oscuros del pecado y de la muerte: tomó sobre sí nuestro pecado, sufrió nuestro mal, compartió nuestra muerte, muriendo en la cruz. Así nos redimió, recogiéndonos misericordiosamente y poniéndonos amorosamente sobre sus hombros, como el arte cristiano ha representado desde el principio, eminentemente en esta ciudad. La vida del sacerdote está llamada a testimoniar la alegría del encuentro entre Dios y nosotros, la alegría que Dios tiene al mostrar su misericordia con nosotros. San Juan de la Cruz escribió: «Es verdaderamente maravilloso ver el placer y el gozo que experimenta el amoroso pastor y esposo del alma al reencontrarse con ella y colocada sobre sus hombros y sostenida con sus manos en esta deseada unión» (Cántico Espiritual, Man. B, Verso 22,1). Ser pastores hoy es ser testigos de la misericordia. «¡Hoy es tiempo de misericordia!», proclamó el Santo Padre en la víspera de la apertura del último Jubileo (Homilía, 25-X-2015). La gracia del hoy eclesial y vuestras existencias se encuentran así en este día, en el signo del pastor misericordioso que da su vida por el rebaño.

De este primer aspecto, inherente a la vida del pastor, intentaré extraer un par de consecuencias más prácticas al mencionar las palabras y el perdón del presbítero. Las palabras con las que predicáis sólo pueden ser palabras de vida. La primera lectura nos ha recordado que la predicación tiene siempre como centro el kerigma, la novedad perenne y sanadora de la muerte y resurrección de Cristo por nosotros (cfr. Hch 10,39-40). Este es el fundamento del anuncio: antes de exhortar, siempre hay que proclamar la belleza de la salvación. En cuanto al perdón, san Pablo, en la segunda lectura, recordó su carácter indispensable. Sed, pues, embajadores de la misericordia, portadores del perdón que eleva la vida, sacerdotes que aman disponer a sus hermanos para que se dejen reconciliar con Dios (cfr. 2 Co 5,20). Sé la atención y el cuidado que prestáis al sacramento de la reconciliación, a la confesión: ¡no puedo hacer otra cosa que exhortaros a seguir haciéndolo, para ser dispensadores de esa gracia y del perdón del Señor que el mundo de hoy necesita tan desesperadamente!

Propongo una segunda palabra, de nuevo inherente a la figura del pastor: sencillez. Pensemos en los pastores presentes en el nacimiento de Jesús: ciertamente no representaban la cúspide cultural del pueblo y no eran la plena expresión de la pureza ritual, y sin embargo fueron los primeros llamados a acoger al Mesías que apareció en la tierra. Pensemos en el joven David que, siendo un pastorcillo, ni siquiera fue contado por su padre entre los hijos que podían ser consagrados. Pero el Señor, que mira el corazón, ama a los pequeños y busca a los sencillos.

La santa cuya memoria litúrgica celebramos hoy, santa Teresa de Calcuta, puede ayudarnos. Tal vez conozcas “Un camino sencillo” donde delinea en pocas palabras el camino esencial del creyente: «El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz». Palabras sencillas que conectan a la persona con los extremos de la existencia: Dios y los demás. El primer paso –decisivo– que sugiere la santa es encontrar tiempo cada día para estar en silencio y entrar en oración. Esta dimensión constitutiva del creyente –«fundamento del edificio espiritual», la definió san Josemaría, sin dejar de recordar que es «siempre fecunda» (Camino, 83 y 101)– representará también para vosotros un verdadero opus que habrá de realizarse con fidelidad al servicio del pueblo de Dios. Cuando un sacerdote dedicado a las obras de caridad se acercaba a la Madre Teresa, y se apresuraba a hablarle de su compromiso y actividades, ella solía interrumpirle bruscamente para preguntarle: «¿Cuántas horas reza usted cada día?» (A. Comastri, “Madre Teresa. Una gota de agua limpia”, 2016, 35).

La sencillez, que surge de la transparencia de la oración, también implica tomar decisiones concretas para llegar al corazón del ministerio. De hecho, para ser verdaderamente un pastor así, es necesario sobre todo tener una vida bien ordenada y esto significa también no dejarse abrumar por mil cosas, so pena de perder la sencillez de un corazón plenamente dedicado al Señor. San Escrivá lo expresaba así: «El Señor sabe que dar es propio de los enamorados, y Él mismo nos muestra lo que quiere de nosotros. No le importan las riquezas, los frutos o los animales de la tierra, del mar o del aire, porque todo es suyo; quiere algo íntimo que debemos ofrecerle con libertad: Hijo mío, dame tu corazón. Como ves, no se conforma con compartir, lo quiere todo. No busca nuestras cosas, nos busca a nosotros» (Homilía para la Epifanía del Señor, 6-I-1956).

Vida, sencillez y, finalmente, misión. Esta es la tercera palabra que me gustaría compartir sobre el buen pastor. Él va en busca de la oveja perdida: sale del recinto, que no se contenta con ver abarrotado de las noventa y nueve, para llegar a la única perdida (cfr. Lc 15,4-7). Este deseo sincero del Señor aparece también en el texto de hoy: «También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor» (Jn 10,16).

Vosotros, queridos hermanos de diversas latitudes y procedencias, estáis siendo ordenados sacerdotes durante un pontificado que nos está transmitiendo, además de la prioridad de la misericordia vivida y de la llamada a la sencillez evangélica, la necesidad ya inaplazable de la misión, como vocación principal de la Iglesia. Ser una Iglesia en salida significa no concebirse a sí misma como un fin, sino como un medio para llevar no a nosotros mismos, sino al Señor al mundo. Significa no ser introvertido, sino extrovertido; no estar ansioso por ganar protagonismo, sino por dar a conocer a Jesús a quienes, como ocurre especialmente en los contextos más secularizados, piensan que la cuestión de Dios pertenece al pasado.

Estamos llamados a hacer oír la voz del buen pastor, esa voz que las ovejas reconocen porque se sienten reconocidas por ella, es decir, amadas, como indica el significado bíblico del verbo conocer. Esto requiere combinar caridad pastoral y sana creatividad evangelizadora, fidelidad y flexibilidad, fe arraigada y corazón dispuesto; requiere salir al encuentro, en lugar de esperar; acoger, no rechazar, las preguntas más inquietas y complejas de hoy, especialmente las de las generaciones más jóvenes, a menudo distantes y a veces rebeldes.

Es difícil llevar sobre los hombros vidas desordenadas y aparentemente vacías, pero es hacia estas ovejas que, hoy en particular, el Señor desea que nos pongamos en camino.

Para terminar, me parece hermoso dejarse provocar una vez más por la Madre Teresa, o más bien por las primeras frases que están escritas en el muro del Hogar Infantil en Calcuta: «El hombre es irracional, ilógico, egocéntrico. No importa, ámalo». En ese muro aparece la superación de la lógica de los muros. Hay una invitación a dar sin miedo y sin pretensiones el don de la gracia que el Señor nos da gratuitamente. Ser ministros, de hecho, significa ser servidores.

Queridos hermanos, si cada día dejáis que la voz del Buen Pastor, que nos sirvió entregándose a nosotros, vibre en vuestros corazones, a veces hiriéndolos y provocándolos, entonces, atraídos por él, expresaréis palabras y gestos de vida, os convertiréis en profetas de la sencillez evangélica, difundiréis un renovado ardor de misión.

Os confieso que me he emocionado de verdad cuando he escuchado vuestra respuesta: adsum! La Iglesia os anima, os acompaña y os agradece vuestro sí. Que el Buen Pastor, que quiere conformaros a Él, lleve a término lo que en vosotros ha comenzado.

Palabras de agradecimiento del prelado del Opus Dei

Traducción del original en italiano:

Su Eminencia, queridos nuevos sacerdotes, queridos familiares y amigos.

Deseo felicitaros brevemente en este día tan esperado y significativo, en el que damos gracias al Señor por la ordenación de estos veintinueve nuevos sacerdotes. A partir de ahora sus manos consagradas serán las manos de Cristo que bendice y acoge, que perdona y sana.

En particular quiero agradecer al cardenal Pietro Parolin su disponibilidad para conferir el sacerdocio a estos fieles de la Prelatura; una disponibilidad que se ha manifestado, entre otras cosas, por el hecho de que ayer estaba en una importante misión en el Líbano, y ahora está aquí con nosotros. La presencia del cardenal, especialmente hoy por la carta del Papa leída al inicio de la celebración, nos remite inmediatamente a la del Santo Padre Francisco. Agradecemos al Papa todo lo que ha querido transmitirnos en esa carta y, de manera especial, su bendición apostólica a los nuevos sacerdotes, a sus familias y a todos los presentes en esta celebración. Sigamos apoyando al Papa y a sus colaboradores con nuestra oración.

También quiero agradecer en especial a los familiares y amigos que, por la emergencia sanitaria, no han podido venir para estar físicamente presentes junto a nosotros. A todos vosotros, presentes o conectados a la celebración a través de internet, os digo: gracias. Y lo digo especialmente a los padres de los nuevos sacerdotes: gracias por haber colaborado con Dios en hacer florecer la vocación sacerdotal en vuestros hijos.

Nuestra acción de gracias se dirige de manera especial a san Josemaría, de quien son hijos estos nuevos sacerdotes. Pidámosle que les ayude desde el Cielo en su misión de servicio a todas las almas.

Por último, os pido a todos que acompañéis con vuestras oraciones a estos nuevos sacerdotes en el camino que hoy inician. A la Santísima Virgen María, Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, confiemos la fidelidad y santidad de estos sus hijos.

Palabras en español:

Quiero felicitar a los familiares aquí presentes y de modo particular a los padres, hermanos y otros familiares que, a causa de la emergencia sanitaria, no han podido viajar para estar aquí físicamente presentes con nosotros y estáis siguiendo la ceremonia por internet.

Deseo transmitir, especialmente a los padres de los nuevos sacerdotes, unas palabras de agradecimiento: gracias por haber colaborado con Dios para hacer germinar en vuestros hijos la vocación al sacerdocio. Que Dios, también por vuestra oración, llene de fruto el ministerio sacerdotal que vuestros hijos desempeñarán de ahora en adelante, con la mediación materna de Santa María.

Romana, n. 70, enero-diciembre 2020, p. 116-121.

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