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El valor del cuidado en las enseñanzas sobre el trabajo de san Josemaría

María Pía Chirinos
Facultad de Humanidades
Universidad de Piura

Dentro del mensaje sobre la santificación del trabajo difundido por san Josemaría, las profesiones en torno al cuidado ocupan una posición privilegiada y permiten acceder a temas nucleares de la espiritualidad del Opus Dei. Sus enseñanzas tienen un carácter anticipativo, que arrojan luz sobre los desafíos actuales en torno a las profesiones y al valor del cuidado. El mensaje del fundador del Opus Dei, como se sabe, ve la luz y se desarrolla en pleno s. XX y coincide con el protagonismo del trabajo en la cultura, en la política, en la economía, tan propio de ese siglo. Ana Marta González, en un estudio sobre la propuesta de san Josemaría y teniendo presentes a pensadores del s. XX como Martin Heidegger y Hannah Arendt, ha llegado a definir sus enseñanzas como una «teoría de la mundanidad», que «invita a poner en relación su mensaje con la reflexión filosófica y sociológica sobre estas cuestiones»[1]. En efecto, esta invitación se presenta constantemente ya que las coincidencias con autores tan actuales como Alasdair MacIntyre o Richard Sennett, que han dedicado diversos estudios al trabajo, a la virtud, a la cooperación, etc., resaltan una y otra vez con los obvios matices que la comparación contiene.

Este es el caso de las profesiones del cuidado, y en especial de los así llamados trabajos del hogar y la enfermería, con un valor profundamente humano y en una sociedad altamente tecnificada. Si a esto se une la experiencia reciente en torno a la crisis sanitaria y el COVID-19, es claro que muchos podemos hacer un mea culpa sobre el escaso interés prestado a estas profesiones y el poco reconocimiento del papel que desempeñan para humanizar nuestras vidas[2]. No así san Josemaría, pues, como veremos, muchos profesionales de estas Care Professions se han beneficiado de las enseñanzas y del apoyo directo del fundador del Opus Dei, para desafiar los problemas encontrados en estos quehaceres. Estas aportaciones de Escrivá cobrarán mayor relieve después de analizar y contextualizar el actual protagonismo del cuidado.

1. Algunas claves para entender la importancia del cuidado en el debate contemporáneo

Quizá ahora, ante la crisis sanitaria, sea políticamente incorrecto admitir que hay un problema de poco aprecio respecto de las profesiones del cuidado. Pero es evidente que sí lo hay. La escasa valoración social y económica ha sido denunciada por distintas voces, también feministas, entre las que destacan Arlie Hochschild[3] o Riane Eisler[4]: mientras la omnipresencia del trabajo en la cultura es cada vez mayor, el prestigio de aquellas tareas cotidianas, manuales, tan relacionadas con el cuidado corporal del otro y con sus necesidades, se extingue.

Lejos de ser casual, en este resultado se encuentran distintas posiciones ideológicas. Con sus matices y con el riesgo de simplificar en aras de resumir, estas corrientes serían: el ideal de autonomía ilustrada, algunas versiones más duras del liberalismo y finalmente el marxismo. Como se sabe, a partir del s. XIV, la condición humana emprende un largo camino hacia el individualismo. No necesitamos de los demás. Ni la tradición ni la religión son necesarias para avanzar. Somos autosuficientes. Representando al liberalismo económico, la Work Ethic, de claras raíces protestantes, refuerza la carga individualista traducida en nociones como el self interest y la mano invisible de Adam Smith[5]. Y en tercer lugar, la ideología marxista, que, sin abandonar su postura contra el capitalismo y la propiedad privada, postula también una definición del ser humano en términos de trabajo.

Especialmente en los años 80, este individualismo se traduce en una tendencia sutil: desaparece el valor de compromiso o de lealtad con la empresa. Ya no importan los años de experiencia sino la movilidad. Richard Sennett llama a este fenómeno el capitalismo flexible[6] y Zygmunt Bauman, a pesar de sus presupuestos relativistas, criticará esta situación y consagrará el término modernidad líquida[7]. El trabajo abandona toda narrativa y también su sentido de comunidad: la experiencia adquirida deja de ser relevante y la pertenencia a una cultura empresarial, con una trayectoria que define la propia biografía, también.

Roto el sentido de comunidad y –con él– ausente la búsqueda de un bien común claro, la palabra servicio corre un camino parecido. Con las tesis del Scientific Management de Frederick W. Taylor[8] y la segunda revolución industrial, surge por primera vez lo que luego se llamarán profesiones de servicio en la figura de los white collars en contraposición a los blue collars o trabajadores manuales. Pero, como ha señalado Sennett, nadie hubiera predicho que una buena parte de aquellos, por el imprevisible avance de la tecnología, fuera a desaparecer del mismo modo que los trabajos manuales en fábricas[9]. Por eso, la expresión sociedad de servicios fue rápidamente sustituida por sociedad post-industrial y sociedad del conocimiento o de la información (Bell[10], Touraine[11]). Los oficios manuales de los blue collars fueron percibidos como mecánicos, irracionales y carentes de futuro por ser fácilmente sustituibles por máquinas y, en esa misma línea, pocos años después, muchos de los empleos propios de los white collars recibieron idéntico trato, ya que empezaron a ser imitados por voces metálicas y aplicativos.

Una primera reflexión sobre estas ideas nos lleva a una observación importante: el escaso valor de lo material y de lo que con lo material se relaciona. Y cuando me refiero a lo material, entiendo principalmente lo corpóreo como elemento constitutivo de la vida humana o también –sin ser totalmente sinónimo– de nuestra condición de animalidad. Negar absolutamente el valor del servicio o la búsqueda del bien común era algo demasiado osado para cualquier propuesta sociológica o filosófica, pero minusvalorar aquellas tareas más relacionadas con lo mundano, con lo material, con lo corpóreo y cotidiano, con nuestra condición animal, fue una conquista clara de las principales corrientes de pensamiento en el s. XX, al menos hasta los años 80. Los trabajos del hogar y la enfermería representan buenos ejemplos de esta batalla cultural. Y no solo porque el feminismo de la segunda ola de Simone de Beauvoir[12] y Betty Friedan[13] critique de modo especial los trabajos de la casa y denuncie su condición de esclavitud o servidumbre, con un sentido muy peyorativo del servicio, sino también y quizá sobre todo porque la invitación racionalista a considerar al ser humano desde la res cogitans y en detrimento de su condición corpórea y vulnerable sigue siendo un bastión casi inexpugnable. Podríamos afirmar que Platón y Descartes todavía están ganando la batalla, ya que mientras el ser humano se considere más racional, la condición material que está en la base de las necesidades cotidianas[14], corpóreas y mundanas, es decir, de su vulnerabilidad y dependencia, permanece en un segundo y (para muchos) vergonzoso plano. Con palabras de Pierpaolo Donati, toda esta realidad cotidiana se concibe como un «universo residual»[15].

Y aquí una primera referencia a san Josemaría resulta pertinente. Cuando la expansión del marxismo y del materialismo estaba en auge –en plenos años 60–, su conocida defensa de un “materialismo cristiano” representa una audaz afirmación de la materia evitando contraponerla al espíritu. En palabras de quien es quizá el mejor conocedor del significado de este oxímoron, Pedro Rodríguez, la tesis desarrollada por san Josemaría es que «las realidades más cotidianas y ordinarias, arrancando desde la materia misma, son metafísica y teológicamente valiosas»[16]: «Por eso puedo deciros –afirmaba san Josemaría en la célebre homilía en el campus de la Universidad de Navarra en 1967– que necesita nuestra época devolver –a la materia y a las situaciones que parecen más vulgares– su noble y original sentido, ponerlas al servicio del Reino de Dios, espiritualizarlas, haciendo de ellas medio y ocasión de nuestro encuentro continuo con Jesucristo»[17].

Las raíces de estas afirmaciones, según se ha justificado en diversos estudios sobre san Josemaría en consonancia con textos magisteriales recientes como la Enc. Laudato si’, se hallan en los primeros capítulos del Génesis[18]. San Josemaría se refiere con frecuencia a la bondad de la creación así como a la finalidad de Adán en el jardín del Edén, donde Dios lo puso con el mandato de «dominarlo» (Gen 1, 28) y de «labrarlo y cuidarlo» (Gen 2, 15)[19]. Hay aquí una primera y originaria referencia al cuidado de la naturaleza como encargo del Creador al ser humano. «El cuidado –afirmaría Francisco en su primera homilía como Pontífice– es una dimensión que antecede y que es simplemente humana, corresponde a todos. Es custodiar toda la creación»[20]. En efecto, en esa mención originaria, el cuidado está explícitamente unido al trabajo, como una actividad complementaria o también como un atributo suyo. Se trata de una prerrogativa creacional[21] y universal, no circunscrita a un género ni a un tipo de trabajos específicos. Y ambos –trabajo y cuidado– aparecen como actividades profundamente humanas y participación del poder divino.

Todos, pues, recibimos la misión de trabajar, pero esta obligación, afirma san Josemaría, «no ha surgido como una secuela del pecado original, ni se reduce a un hallazgo de los tiempos modernos. Se trata de un medio necesario que Dios nos confía aquí en la tierra, dilatando nuestros días y haciéndonos partícipes de su poder creador, para que nos ganemos el sustento y simultáneamente recojamos frutos para la vida eterna: el hombre nace para trabajar, como las aves para volar»[22]. El ser humano, por tanto, es creado con una dignidad inmensa: la imagen y semejanza divina de su naturaleza se refleja en el trabajo como colaboración con Dios para prolongar la obra de la creación con la labor de sus manos, de su inteligencia y de su libertad. Pero a esto podríamos añadir que, siendo esta colaboración de gran trascendencia, no basta. Muchas tareas que antes eran exclusivamente humanas ahora las pueden llevar a cabo las máquinas gracias a la misma capacidad que Dios le ha dado al hombre de crearlas artificialmente. Por eso es preciso entender a fondo el texto del Génesis: el ser humano debe aprender a cuidar su entorno, a los otros miembros de su especie y a toda la naturaleza. Y el cuidado es una actividad estrictamente humana que acompaña al trabajo –aunque no exclusivamente– y surge para atender del mejor modo las necesidades, la vulnerabilidad, el bienestar de la persona y también –por qué no– de otros seres. Volveremos sobre esto.

Sin embargo, hay más. A pesar de lo antiguo del texto bíblico, san Josemaría se enfrenta a la interpretación común del pasaje: el trabajo no es un castigo de Dios y tampoco es un descubrimiento de la modernidad. En efecto, esta parece aceptar literalmente el Génesis y define el trabajo de un modo aparentemente inocuo: como un dominio de la naturaleza[23]. Antes de la modernidad, ese dominio se explicaba en términos limitados, definidos, pero después esta capacidad humana se enriqueció con la ciencia y se fue extralimitando hasta pasar de un uso a un abuso del medioambiente[24]. La irrupción de la técnica transformó también el valor de los trabajos manuales y cotidianos. Además de verse como mecánicos, fueron despojados de su dimensión positiva: el servicio realizado por un ser humano a otro ser humano se entendió como algo contrario a la condición racional e independiente de quien sirve. La cultura moderna fue alejándose progresivamente del ideal, tan profundamente arraigado en la antigüedad, de la hospitalidad como acogida del extraño, del pobre, del necesitado[25]. Y aunque nada hacía prever un quiebre en este modo de entender el trabajo, ese giro apareció[26].

En primer lugar, el discurso ecológico y los movimientos ambientalistas reaccionaron con ímpetu contra el afán de dominio (y abuso) de la naturaleza: surgió la idea de respeto o de responsabilidad junto con la noción de cuidado referido a nuestra casa común. Quizá la corriente feminista de la Care Ethics[27] (a la que también volveré), represente una alternativa especialmente atendible para la razón científica y el individualismo. Al revalorizar el cuerpo, en su condición de fragilidad, y la empatía, como fuente de conocimiento complementario a la razón científica, puso las bases para un nuevo humanismo: aquel que entiende al ser humano en su dimensión dependiente y con una condición –su vulnerabilidad– que todavía sigue considerándose tabú.

Y estas tesis también se reflejan en el trabajo y de modo sorprendente en el trabajo manual. Voces como las de Alasdair MacIntyre[28] o Richard Sennett[29] proponen reivindicar las cualidades del trabajo manual y recuperar lo que llaman el espíritu del artesano, a saber, aquella figura medieval que, además de desarrollarse personalmente a través de su ocupación, aplica la atención, el esfuerzo y el cuidado a la materia que trabaja, y se inserta en una tradición y en una comunidad, de las que depende para mejorar su tarea. Realización personal, cooperación con otros y cuidado de la materia y del vulnerable, a través de un trabajo manual y cotidiano: estas son las propuestas que se amplían también al trabajo intelectual. Todo trabajo debería entenderse como un oficio o craft, llevado a cabo con un sentido artesanal y con una impronta más humana y social y menos tecnológica e individual.

2. Trabajo, servicio y cuidado en el mensaje de san Josemaría

Con claras raíces cristológicas, el mensaje de san Josemaría sobre el trabajo se aleja de su connotación de dominio. Esto se evidencia de modo especial por sus continuas referencias al servicio y –quizá no siempre de modo explícito, pero sí en la intención– al cuidado, presentes desde sus primeros escritos. Solía insistir, por ejemplo, en que el Opus Dei tenía como fin servir a la Iglesia como ella quiere ser servida[30]. La novedad y lo específico es que ese servicio lo realizarían mujeres y hombres en medio del mundo y principalmente a través del ejercicio del trabajo profesional dando testimonio de su fe[31]. Al respecto, José Luis Illanes señala que la nota más distintiva del trabajo en el mensaje de san Josemaría es precisamente su dimensión social, de aportación al bien común, de servicio[32]: «Vamos a pensar despacio –anima Escrivá en una carta– qué hay en la entraña de nuestra labor profesional. Os diré que es una sola intención: servir». Sin embargo, sería ingenuo pensar que esta nota sea una novedad dentro de la literatura sobre el trabajo. El mismo Escrivá lo reconoce a continuación no sin cierto tono de sorpresa: «Porque en el mundo, ahora, la importancia de la misión social de todas las profesiones está clara: hasta la caridad se ha hecho social, hasta la enseñanza se ha hecho social»[33].

Por tanto, el trabajo para Escrivá no se reduce a una actividad dominadora del trabajador, reflejada en el producto de las manos o de las máquinas. Por el contrario, el sujeto del trabajo –el ser humano, racional, corpóreo, vulnerable y dependiente– se ha de relacionar con su obra huyendo de la autoafirmación o del perfeccionismo. Esto es perfectamente compatible con «el cuidado de las cosas pequeñas»[34], entendido no como consecuencia directa de una espiritualidad en torno a la infancia espiritual –que san Josemaría conoce bien– sino como manifestación precisamente de ese mensaje de santificación de la vida cotidiana, que constituye una llamada divina para todos los cristianos[35] y mueve a «dejar las cosas acabadas, con humana perfección»[36]. Ese interés por el cuidado lleva al trabajador a hacer lo que debe y estar en lo que hace, «no por rutina, ni por ocupar las horas, sino como fruto de una reflexión atenta y ponderada. Por eso es diligente. (…) Diligente viene del verbo diligo, que es amar, apreciar, escoger como fruto de una atención esmerada y cuidadosa»[37]. Cuidar es, por tanto, amar y para Escrivá, está intrínsecamente unido al trabajar: «Por eso el hombre no debe limitarse a hacer cosas, a construir objetos. El trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor»[38].

Sin embargo, el cuidado no se circunscribe al trabajo sino, muchas veces, a partir de las distintas situaciones laborales o personales, se extiende a las relaciones familiares o sociales. Si bien para Escrivá cuidar significa amar, no se queda en “solo” amar: cuidar al otro se traduce en respetar su libertad, previo ejercicio de una gran empatía para descubrir «todos los problemas y preocupaciones de los hombres, puesto que son vuestras mismas preocupaciones y vuestros mismos problemas»[39]; y –en esa medida– servir a nuestros iguales y a la naturaleza.

Sobre las «profesiones del cuidado», aunque no hay un uso explícito del término que –como hemos señalado– es más bien reciente, sí hubo un despliegue de consideraciones muy válidas respecto de dos, que san Josemaría siguió de algún modo más de cerca y que presentan rasgos que, como ya dijimos, son nucleares en sus enseñanzas. En efecto, tanto los trabajos del hogar, que buscan el bienestar en la vida cotidiana de diversos ambientes –familiares, laborales, etc.– como la enfermería, que –junto con otras profesiones de la salud– se dedica a enfermos para curarlos o para paliar la enfermedad, ocuparon un lugar especial en su predicación, y ahora pueden también ayudarnos como piedra de toque de su mensaje sobre la santificación del trabajo.

3. Los trabajos manuales y domésticos

Decíamos que la visión de Escrivá respecto de la materia es especialmente positiva. ¿Pero hasta qué punto? En la Laudato sí, por ejemplo, Guillaume Derville ha individuado hasta tres sentidos de la materia, respecto de la cual la Encíclica manifiesta también su visión positiva: el cuerpo humano en su condición sexuada; su capacidad para dar lugar a una relación de tú a tú (cara a cara); y su orientación espacio-temporal para situarse y echar raíces[40]. San Josemaría no las desconoce, pero quizá es más audaz en esta valoración: «es, en medio de las cosas más materiales de la tierra, donde debemos santificarnos, sirviendo a Dios y a todos los hombres»[41]. ¿Cuáles serían esas realidades más materiales?

En el mensaje del Opus Dei hay una referencia explícita al alto aprecio de lo que se ha llamado vida cotidiana y en concreto a todos aquellos trabajos que tienen como fin el bienestar material y corpóreo propio de nuestra condición. En realidad, cuando san Josemaría afirma que Dios nos llama también a través de las cosas más materiales, su propuesta puede explicitarse diciendo que esto se realiza a través de tareas como cocinar, lavar, planchar, limpiar… tareas mundanas, corporales, manuales y, por tanto, quizá las «más materiales» y no muy atractivas o políticamente correctas. Y, sin embargo, no se entendería el mensaje del fundador del Opus Dei si no aceptáramos el sentido más profundo de su propuesta cuando trata este tema.

Un breve excursus nos lleva a ampliar un poco este reto que probablemente ha levantado una explicable perplejidad. Desde la filosofía y con más distinciones que ahora no son del caso, Alasdair MacIntyre, en una de sus obras más importantes –Animales racionales y dependientes– denuncia una situación parecida. Autoridad indiscutible en temas de moral, reconoce que, en sus principales libros y en las distintas tradiciones, hay una ausencia que se propone subsanar: la nula referencia a nuestra condición animal, a nuestra discapacidad y vulnerabilidad y a la necesidad de reconocerlas[42]. Encontramos aquí una interesante coincidencia. En la historia de la filosofía brilla por su ausencia una profunda, radical y positiva comprensión de nuestra condición corporal, abierta al espíritu y relacionada con las necesidades cotidianas fruto de nuestra fragilidad. MacIntyre llega a afirmar que «la identidad humana es fundamentalmente corporal (aunque no sea sólo corporal) y es, por lo tanto, identidad animal»[43].

Que nuestra identidad sea principalemente corporal o animal nos abre a dos temas: la vulnerabilidad cotidiana que se traduce en necesidades constantes aunque quizá las demos por supuestas (alimento, higiene personal, confort, limpieza, etc.) y la vulnerabilidad no cotidiana que aparece antes o después con la enfermedad. Ninguna de las dos suele formar parte de un propósito concreto vital en muchas personas. La tecnología ha permitido que muchas tareas cotidianas se sustituyan por máquinas y se merme la atención al efecto humanizador que presentan las tareas del hogar. Y en el caso de la enfermería, si bien la enfermedad hoy por hoy protagoniza un papel de primer orden por el COVID-19, es muy probable que, al igual que sucedió con otras pandemias, una vez generalizada la vacuna, se regrese a la situación anterior. En los dos casos, la vulnerabilidad nos conduce a varios conceptos importantes: el de necesidades corpóreas, el de empatía y el de dependencia. Ahí donde hay corporeidad, hay vulnerabilidad y la vulnerabilidad implica necesidades que son descubiertas empáticamente por otros para ayudarnos a solventarlas. En esa ayuda, se desvela nuestra dependencia: necesitamos del cuidado de los demás, del ejemplo de los demás, del sostén de los demás. Y los demás nos necesitan a nosotros. El cuidado por tanto es una respuesta humana a nuestra condición vulnerable. Es difícil –muy difícil– que ese cuidado lo pueda proporcionar una máquina o un robot[44]. Y lo es no solo porque se requiere la empatía, sino porque nuestras necesidades no son desperfectos mecánicos sino manifestaciones de un cuerpo vivo, con una biografía, con un propósito y también con emociones y sentimientos, imposibles de resolver con un manual de instrucciones.

Y aquí entra una breve referencia a la Care Ethics, que distingue entre un cuidado «natural» entre personas cercanas, que se despliega de modo casi innato (care about) y otro que es «profesional», a saber, que implica una preparación y estudio para poderlo ejercer del modo adecuado cuando las necesidades lo exigen (care for)[45]. No son cuidados excluyentes entre sí. Incluso algunos estudios afirman que en países más desarrollados, donde el cuidado de los mayores es un problema real, la tendencia es dar formación profesional (caring for) a los miembros de las familias que se dedican al cuidado de otros miembros (caring about)[46].

Si nos referimos a los trabajos del hogar, vemos cómo san Josemaría los califica de «verdadera profesión»[47] (promovió en vida suya decenas de centros de formación profesional en todo el mundo, en países donde no se acostumbraba a proporcionar esos estudios), con una «gran función humana y cristiana»[48] y una alta dignidad y proyección social[49]. El hogar «es un ámbito particularmente propicio para el crecimiento de la personalidad»[50] y los trabajos que crean ese hogar cuidan «la vida humana»en su dimensión corpórea e inciden en la dimensión psíquica. Gustaba, además, repetir la máxima italiana «quando il corpo sta bene, l’anima balla», para demostrar esa situación tan humana de bienestar que muchas veces condiciona tanto la salud psíquica[51] y que es cada vez más difícil de satisfacer solo con máquinas.

A finales del s. XX, la propuesta filosófica de MacIntyre coincidiría con el mensaje espiritual de Escrivá, al afirmar que estos quehaceres o –la practice de crear y sostener la vida familiar– permiten desarrollar las virtudes que más ayudan a la realización de las personas cuando empiezan su vida profesional[52]. Y con Sennett, que se enfrenta quizá al prejuicio más extendido que hay contra ellos: su carácter manual, repetitivo, monótono. En efecto, Sennett realiza una distinción relevante para superar este prejuicio: una cosa es la rutina de la máquina o la rutina burocrática, otra es eliminar la rutina del trabajo o de la vida, ya que «imaginar una vida en base a impulsos momentáneos, acciones de corto plazo, exentas de rutinas que le dan sustento, una vida sin hábitos, es imaginar una existencia irracional»[53]. Y en El artesano, Sennett defiende para todas las habilidades, incluso para las más abstractas, un inicio como prácticas corpóreas; asocia toda buena práctica a una experiencia comunitaria; y reclama –no sin ironía– un mayor reconocimiento para los trabajos manuales y cotidianos: «la laboriosa empleada del hogar parece mejor ciudadana que su aburrida señora»[54].

En realidad, todo esto refleja una verdad más antigua, a saber, la profunda unidad de cuerpo y alma, de manos y mente, que hacen del ser humano y de su trabajo (incluso el más intelectual, como ya se incoó) una realidad capaz de reflejar también lo material y lo espiritual. San Josemaría se referirá a esta compenetración entre lo material y lo espiritual con una metáfora muchas veces citada: «En la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria…»[55].

4. La enfermería en el mensaje de Josemaría Escrivá

En este tema como en el anterior, nos encontramos con una doctrina que san Josemaría predicó como fruto de su experiencia directa[56] y concretamente, en el caso de la enfermería, durante los primeros años de su vida sacerdotal. Como se sabe, a inicios del s. XX, las condiciones sanitarias en general eran muy distintas a las actuales y había muchos hospitales con desahuciados de enfermedades infecciosas y en esos momentos incurables como la tuberculosis. Además, la enfermería de los años 50 y su reconocimiento como profesión, especialmente en el ámbito latino, tardaría todavía mucho en llegar. Es conocida la afirmación de Amitai Etzioni que la calificaba de semi-profesión[57]. En efecto, si esto sucedía en un ámbito anglosajón como el norteamericano a finales de los 60, muy probablemente en el ámbito latino la situación sería más crítica y la promoción de la carrera, más difícil.

El trabajo de las enfermeras, que en la mayoría de los casos eran religiosas dedicadas al cuidado de los enfermos, con la preparación básica que existía en esos tiempos[58], no quedó fuera de la observación de san Josemaría cuando iba a atender sacerdotalmente a los enfermos en los hospitales. Es más, como él mismo relata, eran precisamente las enfermeras las que se preocupaban de esa asistencia y abrían el camino para la atención espiritual de enfermos muy alejados de la fe. Esta experiencia fue fundamental para una iniciativa pionera: el inicio de la Escuela de Enfermeras en la Universidad de Navarra en el año 1954[59].

¿Por qué calificarla de pionera si no fue la primera escuela en España? Bien puede merecer el calificativo por la visión con la que se puso en marcha y que incluye también a la medicina. San Josemaría promovió que ambas carreras empezasen a la vez: no una primero (la medicina) y después la otra (o al revés)[60]. Y esta idea fue la pionera porque, de algún modo, reconocía la riqueza que supone para médicos y enfermeras esa convivencia académica y práctica. Me atrevería a decir que en la mente del fundador de la Universidad de Navarra no solo estaba muy clara la conveniencia de fomentar desde el comienzo un aspecto fundamental de las profesiones en torno a la salud –la práctica colaborativa entre equipos interprofesionales[61]– sino sobre todo la importancia de que los médicos entendieran en toda su hondura, valor y eficacia el cuidado que proporciona la enfermería para el enfermo (no solo un cuidado de su cuerpo sino, como veremos, también de su alma). Se aplican a esta profesión las ideas antes señaladas respecto del cuidado y la empatía, esta vez referidas a la vulnerabilidad no ordinaria y a la dependencia que toda enfermedad acrecienta[62], pero además aparece otra importante enseñanza de Escrivá que, referida a este caso, es reveladora y, en general, bastante revolucionaria: «No tiene ningún sentido dividir a los hombres en diversas categorías según los tipos de trabajo, considerando unas tareas más nobles que otras»[63]. Es más: «No importa que esa ocupación sea, como suele decirse, alta o baja; porque una cumbre humana puede ser, a los ojos de Dios, una bajeza; y lo que llamamos bajo o modesto puede ser una cima cristiana de santidad y de servicio»[64]. A este prejuicio social que todavía sigue enraizado en muchas culturas donde, por poner los ejemplos de Amitai Etzioni, se consideran de mayor nivel humano profesiones como la medicina o la abogacía respecto de la enfermería, el secretariado o los trabajos del hogar, es a lo que suelo llamar «laborismo aristocrático»[65].

Sin embargo, queda claro que san Josemaría pasó por encima de esos prejuicios al fomentar –en el seno de la Universidad de Navarra y al inicio de su vida académica– ambos estudios[66]. De alguna manera, también resultó providencial que la primera directora de la Escuela de Enfermeras de la Universidad de Navarra, María Casal, fuera de nacionalidad suiza y, además de médico (requisito legal para ser directora), mantuviera una estrecha relación con su país[67]. Fue, sin duda, la mejor interlocutora de la mente de san Josemaría para poner en marcha esta visión pionera, estratégica[68] y con una alta exigencia profesional.

Pero en el mensaje de san Josemaría hay todavía una idea de fondo más, que dejamos para el final porque, de alguna manera, resume su aprecio por esta profesión. Respondiendo a una enfermera durante uno de los encuentros multitudinarios que tuvo en España en los años ‘70, san Josemaría dirá lo siguiente: «Es necesario que haya muchas enfermeras cristianas. Porque vuestra labor es un sacerdocio, tanto y más que el de los médicos. Iba a decir que más, porque tenéis la delicadeza –perdóname la cursilería–, la inmediatez, porque estáis siempre junto al enfermo… De manera, que ser enfermera es una vocación particular de cristiana. Pero, para que esa vocación se perfeccione, es preciso que seáis unas enfermeras bien preparadas, científicamente, y luego que tengáis una delicadeza muy grande»[69]. Las escenas de las que estamos siendo testigos todos durante estos meses de pandemia, con experiencias sobre la soledad con la que mueren tantos enfermos, nos ayudan a entender la actualidad de estas palabras. Gracias al consuelo humano y cristiano precisamente de mujeres y –desde hace ya varios años– también varones profesionales y empáticos, muchos enfermos de COVID-19 no han experimentado la soledad en sus últimos momentos. Es posible también que un gran número sí haya fallecido en esa soledad. Las palabras de san Josemaría cobran por eso más valor que nunca: la inmediatez –o, dicho con otras palabras, la empatía y el cuidado– de cada enfermera y de cada enfermero con el dolor del enfermo y muchas veces con su muerte, bien puede definirse como una invalorable labor sacerdotal, que en cierto sentido hace realmente presente el consuelo de Dios y que además está en condiciones de acercar a quien vive sus últimos momentos a su fin trascendente. La relevancia de promover estos estudios como un explícito servicio a una sociedad cada vez más tecnologizada y menos humana, unida a una visión cristiana del dolor y de la vulnerabilidad, es incuestionable.

5. Conclusiones

El Papa Francisco y los últimos pontífices han llamado la atención sobre esta capacidad de humanizar que despliega el cuidado y su papel en la sociedad actual. Como escribió Benedicto XVI, «la grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre. (…) Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana»[70]. Por eso, las profesiones del cuidado –realizadas con profesionalidad y con sentido de servicio que reflejan valores hondamente cristianos– se erigen en conditio sine qua non para contrarrestar el déficit de humanidad del que adolece nuestro mundo.

Pero, además de permitir llegar a una profunda comprensión del ser humano, todo trabajo –y más aún profesiones como los trabajos del hogar o la enfermería–, puede ser también camino para contemplar a Dios: «Reconocemos a Dios no sólo en el espectáculo de la naturaleza, sino también en la experiencia de nuestra propia labor, de nuestro esfuerzo. El trabajo es así oración, acción de gracias, porque nos sabemos colocados por Dios en la tierra, amados por Él, herederos de sus promesas»[71]. Nuestro lugar en la tierra y el momento que vivimos nos sitúan claramente con una misión originaria, explícita y difícil: recuperar el valor del cuidado en la vida cotidiana y de modo especial en nuestro trabajo. El COVID-19 nos deja esta gran lección y nos abre un profundo desafío

[1] ANA MARTA GONZÁLEZ, “Mundo y condición humana en san Josemaría Escrivá. Claves cristianas para una filosofía de las ciencias sociales”, Romana, n. 65, Julio-Diciembre 2017, p. 369.

[2] Lo advertía el Papa Francisco en la Laudato si’ cuando alentaba a difundir una cultura del cuidado. Cfr. FRANCISCO, Enc. Laudato si’ (24-V-2015), n. 231.

[3] Cfr. ARLIE HOCHSCHILD, The Commercialisation of Intimate Life: Notes from Home and Work, University of California Press, Berkeley, CA – London, 2003.

[4] Cfr. RIANE EISLER, The Real Wealth of Nations. Creating a Caring Economics, Berrett-Koehler Publishers Inc., San Francisco, 2008. Cfr. también DAVID PILLING, El delirio del crecimiento, TAURUS, Madrid, 2019, pp. 68-70.

[5] Aunque es una tesis indiscutible, remito a la obra de RICHARD SENNETT, The Corrosion of Character, W.W. Norton, New York-London, 1999, cap. VI, pp. 98 ss. Es un excelente estudio del tema.

[6] Cfr. RICHARD SENNETT, The Corrosion of Character, op. cit., passim.

[7] Cfr. ZYGMUNT BAUMAN, Modernidad líquida, Fondo de Cultura Económica, 2004, 3ª ed.

[8] Cfr. FREDERICK W. TAYLOR, The Principles of Scientific Management, Harper Bros, New York, 1911.

[9] Cfr. RICHARD SENNETT, The Culture of the New Capitalism, Yale University Press, New Heaven & London, 2006, p. 43.

[10] Cfr. DANIEL BELL, El advenimiento de la sociedad post-industrial: un intento de prognosis social, Alianza Editorial, Madrid, 1976.

[11] Cfr. ALAIN TOURAINE, La sociedad post-industrial, Ariel, Barcelona, 1969.

[12] Cfr. SIMONE DE BEAUVOIR, Le deuxième sexe, Vintage, París, 1989.

[13] Cfr. BETTY FRIEDAN, La mística de la feminidad, Anaya, Madrid, 2009.

[14] No entramos en el debate sociológico del sentido de la vida cotidiana. Solo señalamos que es amplio y relativamente actual: cfr. PIERPAOLO DONATI, “Senso e valore della vita quotidiana”, La grandezza della vita quotidiana. Vocazione e missione del cristiano in mezzo al mondo, Edizioni Università della Santa Croce, Roma, 2002, vol. I, pp. 221-263.

[15] Ibíd., p. 227.

[16] PEDRO RODRÍGUEZ, “La expresión «materialismo cristiano» en San Josemaría. Teología y mensaje”, «Materialismos» y «materialismo cristiano»: propuestas y retos en diálogo con la teología, CATALINA BERMÚDEZ MERIZALDE, Serie Memorias 02, Universidad de la Sabana, 2016, https://intellectum.unisabana..... Cfr. también ERNST BURKHART – JAVIER LÓPEZ, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de san Josemaría. Estudio de teología espiritual, Rialp, Madrid, 2013, vol. III, pp. 76 ss.

[17] Conversaciones, n. 114.

[18] Cfr., entre otros, ERNST BURKHART – JAVIER LÓPEZ, op. cit., pp. 24 ss.; JOSÉ LUIS ILLANES, Voz “Trabajo, Santificación del”, en Diccionario de San Josemaría Escrivá de Balaguer, Coord. J.L. ILLANES, Ed. Monte Carmelo-Instituto Histórico San Josemaría Escrivá de Balaguer, 2013, pp. 1202-1210.

[19] Utilizo la traducción que emplea Francisco en la Encíclica Laudato sí’ (cfr. op. cit., n.66), ya que el castellano es la lengua madre del Pontífice. Para las referencias de san Josemaría, cfr., por ej., Amigos de Dios, n. 57.

[20] En esa primera celebración añadiría: «Seamos “custodios” de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente; no dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro. […] Custodiar la creación, cada hombre y cada mujer, con una mirada de ternura y de amor; es abrir un resquicio de luz en medio de tantas nubes; es llevar el calor de la esperanza». Homilía de la Misa(19.III.2013) http://www.vatican.va/content/...

[21] Cfr. JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios. Edición crítico-histórica, a cargo de Antonio Aranda, Ediciones Rialp, 2019, pp. 296-297, comentario al n. 57, b.

[22] Amigos de Dios, n. 57. Las cursivas corresponden al texto de la Vulgata de Job 5, 7 que decía así: homo ad laborem nascitur et avis ad volatum. En la Neovulgata, el texto ha quedado así: Sed homo generat laborem, et aves elevant volatum.

[23] Cfr. Discurso del método, trad. y prólogo de M. García Morente, 42ª ed., Espasa Calpe, Madrid, 2007, p. 54. En la filosofía anterior a Descartes, se distinguía entre dos tipos de dominio: el absoluto, propio del Creador, y el limitado, propio del hombre. Cfr. JOSÉ JUSTO MEGÍAS QUIRÓS, “El dominio sobre la Naturaleza: de la moderación escolástica al relativismo kantiano”, Persona y derecho, vol. 70, 2014, pp. 147-169.

[24] Cfr. BENEDICTO XVI, Enc. Caritas in veritate (29-VI-2009), nn. 48-52.

[25] Cfr. MARÍA PÍA CHIRINOS, “Hospitalidad y amistad en la cosmovisión griega”, en φιλία: Riflessioni sull’amicizia, a cura de M. D’Avenia e A. Acerbi, Edusc, Roma 2007, pp. 43-48.

[26] Una de las primeras voces de este cambio fue el de Rachel Carson, con su obra Primavera silenciosa, Planeta, 2001 (1ª ed. 1962). Cfr. también DAVID PILLING, op. cit., cap. 9.

[27] Entre las obras principales, se encuentran: CAROL GILLIGAN, In A Different Voice, Harvard University Press, Cambridge, 1982; EVA KITTAY, Love’s Labor: Essays on Women, Equality and Dependency, Routledge, New York, 1999; VICTORIA HELD, The Ethics of Care, Oxford University Press, Oxford, 2005; MICHAEL SLOTE, The Ethics of Care and Empathy, Routledge, Londres y New York, 2007. Para una profundización en este tema desde distintas perspectivas, recomiendo ANA MARTA GONZÁLEZ Y CRAIG IFFLAND (ed.),Care Professions and Globalization, Palgrave-MacMillan, New York, 2014.

[28] Cfr. ALASDAIR MACINTYRE, Three Rival Versions of Moral Enquiry: Encyclopaedia, Genealogy, and Tradition, University of Notre Dame Press, Southbend, 1994.

[29] Cfr. RICHARD SENNETT, The Craftsman, Penguin Books, London, 2008.

[30] En julio de 1940, san Josemaría escribía una carta a raíz de su intensa labor pastoral en muchas diócesis de España: «Estoy dando una de esas frecuentes tandas de ejercicios para sacerdotes, que la Jerarquía me encomienda. ¡Qué alegría siento de servir a la Iglesia! Querría que siempre fuera ese nuestro empeño: servir». Carta de José María Escrivá (Ávila) a los de Jenner, 1 de julio de 1940, en AGP, 400701-02, citado en ONÉSIMO DÍAZ, Posguerra, Rialp, Madrid, 2018, p. 150, cita 9.

[31] «Para servir a la Iglesia (…) no es indispensable abandonar el mundo o alejarse de él, ni tampoco hace falta dedicarse a una actividad eclesiástica; la condición necesaria y suficiente es la de cumplir la misión que Dios ha encomendado a cada uno, en el lugar y en el ambiente queridos por su Providencia”, Conversaciones, n. 60. Cfr. también, ERNST BURKHART – JAVIER LÓPEZ, op. cit., pp. 204 ss.

[32] Cfr. JOSÉ LUIS ILLANES, op. cit., p. 1202.

[33] Carta n. 3, n. 26b.

[34] Amigos de Dios, n. 20.

[35] Cfr. ELISABETH REINHARDT, Voz “Cosas pequeñas”, en Diccionario de San Josemaría Escrivá de Balaguer, op. cit., pp. 284-289.

[36] Ibíd. n. 50.

[37] Amigos de Dios, n. 81.

[38] Es Cristo que pasa, n. 48.

[39] Carta 15-X-1948, n. 28: AGP. Serie A.3, 92-7-2, en JOSÉ LUIS ILLANES, Voz “Trabajo”,op. cit., p. 1209.

[40] Cfr. GUILLAUME DERVILLE, “¿Ciudadanos en la tierra como en el cielo? Una aproximación a la encíclica Laudato sí y al mensaje de Josemaría Escrivá de Balaguer”, Romana, n. 60, Enero-Julio 2015.

[41] Conversaciones, n. 113.

[42] Cfr. ALASDAIR MACINTYRE, Animales racionales y dependientes, Paidós Básica, Barcelona, 2001, p. 12.

[43] Ibíd., pp. 22-23. ¿Hasta qué punto MacIntyre da importancia a nuestra condición animal y corporal? He aquí una cita que lo explicita: «Todo el comportamiento corporal humano en relación con el mundo es originalmente un comportamiento animal, y cuando se adquiere la capacidad de usar el lenguaje y se reestructura ese comportamiento bajo la guía de los padres y otras personas, cuando se elaboran y se modifican las creencias de nuevos modos y se reorientan las actividades nunca es enteramente independiente de la herencia y la naturaleza animal. En parte, esto se refiere a aquellos aspectos de la condición corporal del ser humano que simplemente no cambian, aquellos que se mantienen constantes incluso después de la programación y ordenación social y cultural de las funciones corporales: el entrenamiento para ir al retrete, el desarrollo de lo que culturalmente se consideran hábitos regulares para dormir y comer, y el aprendizaje de lo que se considera educado y mal educado al estornudar, escupir, eructar, ventosear, etc.». Ibíd., pp. 67-68.

[44] Aunque el transhumanismo pretende sustituir al ser humano en muchas funciones, las escenas vividas durante la pandemia por miles de profesionales de la salud, sin darse abasto para acompañar a agonizantes y dejándolos morir en soledad, demuestra de modo aterrador que se trata de un imposible. Uno de los mejores argumentos para enfrentarse al transhumanismo es precisamente el valor del cuidado. Sobre la soledad en los pacientes de COVID-19, cfr. MARTA CONSUEGRA-FERNÁNDEZ-ALEJANDRA FERNÁNDEZ-TRUJILLO, “La soledad de los pacientes con COVID-19 al final de sus vidas”. Revista de Bioética y Derecho, 50 (2020), pp. 81-98.

[45] Son expresiones presentes en la literatura de la Care Ethics, elaboradas por esta corriente del feminismo. Además de las obras ya citadas, cfr., por ej., NEL NODDINGS, Caring: A Feminine Approach to Ethics and Moral Education, University of California Press, Berkeley, 1984; JOAN TRONTO, Moral Boundaries: A Political Argument for an Ethic of Care, Routledge, New York, 1993; NIRA YUVAL-DAVIS, “Nationalism, Belonging, Globalization and the ‘Ethics of Care’”, Gender Identities in a Globalized World, Ana Marta González - V.J. Seidler (ed.), Prometheus Book, New York, 2008, pp. 275-290. Cfr. también MARÍA PÍA CHIRINOS, “Care Ethics: la revalorización del cuidado cotidiano en el ámbito familiar”, Ideología del género. Perspectivas filosófica-antropológica, social y jurídica, Martha Miranda y Dolores López (eds.), Universidad de Navarra y Promesa, San José, 2011, Tomo I, pp. 329-345.

[46] Cfr. RICHARD HUGMAN, “Professionalizing Care-A Necessary Irony? Some Implications of the «Ethics of Care» For the Caring Professions and Informal Caring”, Care Professions and Globalization, op. cit, pp. 173-193.

[47] Conversaciones, n. 109.

[48] Ibíd., n. 87.

[49] Ibíd., n. 89.

[50] Ibíd., n. 87.

[51] SAN JOSEMARÍA, “Notas de una reunión familiar, 29-IV-1969”, citado en Camino, Edición crítico-histórica, a cargo de PEDRO RODRÍGUEZ, 3ª ed., Rialp, Madrid, 2004, p. 337, nota 60.

[52] Cfr. Animales racionales y dependientes, op. cit. También se puede leer KIM REDGRAVE, “«Moved by the Suffering of Others»: Using Aristotelian Theory to Think about Care”, Care Professions and Globalization, op. cit., pp. 63-86.

[53] The Corrosion of Character, op. cit., p. 44.

[54] The Craftsman, op. cit., p. 269 (traducción mía). Defender el valor racional, cultural, libre y social de los trabajos manuales y cotidianos no es tarea fácil. Tampoco es imposible y además cada vez más voces, como hemos visto, se suman a esta causa. Pero este no es el lugar para desarrollar esta defensa. Al respecto, además de Sennett, cfr. MATTHEW CRAWFORD, Shop Class as Soulcraft, The Penguin Press, New York, 2009; MARÍA PÍA CHIRINOS, “Juicios y prejuicios en torno al trabajo manual”,Acta Philosophica, I, vol. 21, 2012, pp. 176-181.

[55] Conversaciones, n. 116.

[56] No nos hemos explayado en la experiencia biográfica de san Josemaría relacionada con los trabajos del hogar para no alargar la exposición, pero ciertamente no es algo secundario dentro de su mensaje. San Josemaría hará muchas referencias a la providencial ayuda de su madre y de su hermana para sacar adelante los primeros centros del Opus Dei y conformar desde el punto de vista material –y no por ello menos importante– el aire de familia de la institución que Dios le había inspirado fundar. Los centros de la Obra transmiten una idea de hogar y de familia, propia de la condición secular de sus miembros y en su administración se aplican criterios profesionales con altos estándares, resultado de la formación profesional de quienes trabajan en ellos. Cfr. ANDRÉS VÁZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei. Dios y audacia, Rialp, Madrid, 1997, vol. II, cap. XII, n. 4: La Residencia de Jenner; ONÉSIMO DÍAZ, op. cit.,pp. 119-120.

[57] AMITAI ETZIONI, The semi-professions and their organization: Teachers, nurses, social workers. Free Press, 1969. Para una visión más reciente pero correctora de la posición de Etzioni, cfr. PETER L. HUPE, “The autonomy of professionals in public service”, Professional Pride, Thijs Jansen, Gabriël van den Brink, Jos Kole (eds.), Boom, Amsterdam, 2010, pp. 118-137; RICHARD HUGMAN, “Professionalizing care–A necessary irony?”, op. cit., pp. 173-193.

[58] JOSEFA CENTENO BRIME-MARÍA ISABEL ARANDOJO MORALES, “La enfermería en España desde el siglo XVI hasta XIX a través de las fuentes documentales”, http://www.index-f.com/para/n2.... Este origen religioso también se dio en sociedades cristianas no católicas como la británica y la suiza, en donde diaconisas protestantes fueron las primeras en dedicarse a estos trabajos. Florence Nightingale se inspiró en valores cristianos profundos para llevar a cabo la revolución de la enfermería entre los ss. XIX y XX en Gran Bretaña.

[59] Cfr. GUADALUPE ARRIBAS-ROSARIO SERRANO, “Primeros años de la Escuela de Enfermeras”, Biblioteca virtual Josemaría Escrivá de Balaguer y Opus Dei, AHIg 10 2001.

[60] Cfr. MARÍA CASAL, Una canción de juventud, Rialp, Madrid, 2019, cap. VIII. Agradezco la sesión de trabajo que tuve con la autora para preparar este artículo el 7 de junio de 2020, vía Zoom.

[61] VIRGINIA LA ROSA-SALAS et al., “Educación interprofesional: una propuesta de la Universidad de Navarra”, Educación Médica, 21.6 (2020), pp. 386-396.

[62] No es el momento de entrar en el debate del así llamado detach concern en la profesión médica. Remito a la abundante literatura al respecto, que también está confrontando el tema con laCare Ethics. Cfr., por ej., J.A. MARCUM, “Emotionally Detached Concern or Empathic Care”, Humanizing Modern Medicine: An Introductory Philosophy of Medicine, 2008, pp. 259-276.

[63] Es Cristo que pasa, n. 47.

[64] Ibid., n. 183. «Ante Dios, ninguna ocupación es por sí misma grande ni pequeña. Todo adquiere el valor del Amor con que se realiza», Surco, n. 487.

[65] Cfr. MARÍA PÍA CHIRINOS, “Monsignor Alvaro del Portillo e la nuova evangelizzazione”, Vir fidelis multum laudabitur (ed. Pablo Gefaell), Pontificia Universitá della Santa Croce, Edusc, 2014, vol. 1, pp. 167-186. Aunque puede revelar una posición que hoy se llamaría machista ya que además sigue habiendo un fuerte componente femenino en las profesiones de cuidado, en el fondo, parte de la culpa de esta apreciación también recae en las corrientes feministas. La lucha del feminismo por una igualdad centrada en el poder económico y, por tanto, también en el acceso al mundo laboral, asumió como por ósmosis elementos negativos del capitalismo y del individualismo que el sistema ya tenía. En lugar de humanizar a los hombres, el feminismo materializó a las mujeres; y en vez de conseguir que el hombre participase más en la familia, se desvalorizó el contexto –la casa con sus trabajos– que lo hubiera permitido.

[66] Aunque parezca un detalle anecdótico, las primeras directoras de la futura escuela tuvieron muy claro que también en lo externo se debía reflejar el alto estándar de excelencia, más aun tratándose de una profesión que exige uniforme. En España, la imagen de la enfermera fuera de los hospitales estaba asociada a una amplia capa de color negro, de aspecto más bien militar y que hacía pensar en gestas gloriosas más que en el trabajo cotidiano del cuidado. El reto fue conseguir una alternativa elegante y a la vez innovadora que pudiera reflejar el prestigio de los estudios. Se encargó el modelo a una conocida modista de Madrid, Flora Villareal, y se eligieron algunos rasgos distintos: un color tabaco que rompía con el blanco habitual, puños blancos, un abrigo también color tabaco, entre otros. Cfr. GUADALUPE ARRIBAS-ROSARIO SERRANO, “Primeros años de la Escuela de Enfermeras”, op. cit., p. 732.

[67] Cfr. MARÍA CASAL, Una canción de juventud, op. cit., cap. VIII. Cfr. también “Pflegepersonal”, en Historisches Lexikon der Schweiz, https://hls-dhs-dss,ch/de/arti... Como se sabe, el enfoque y el desarrollo de las profesiones técnicas en Suiza ha permitido que su prestigio sea muy alto. Es además muy admirable que sea una sociedad donde no existe la aspiración generalizada de cursar una carrera universitaria como solución para el desarrollo personal. La formación técnica ha logrado ubicarse en el mapa de las profesiones como un complemento necesario de la formación universitaria, que se dedica a aspectos más teóricos y se apoya en las profesiones prácticas. A esto se une también la larga tradición de la Cruz Roja, que siempre pero especialmente alrededor de las dos guerras mundiales, desplegó una gran influencia y formación concreta a miles de mujeres que colaboraron en el conflicto como enfermeras. Desde el s. XIX y comienzos del s. XX, Suiza junto con Gran Bretaña han sido naciones donde la enfermería ha gozado de gran prestigio.

[68] Con esta misma visión y espíritu, años más tarde, han ido surgiendo iniciativas semejantes en todo el mundo. En muchas de ellas (por no decir en todas) se han enfrentado a los problemas de falta de prestigio de la enfermería propios del ámbito latino. Pero con el tiempo, esta experiencia se ha demostrado muy positiva. En la Universidad de los Andes (Chile) la facultad de Medicina empezó en 1991 y un año después la Escuela de Enfermería; en la Universidad de la Sabana (Colombia) primero se funda Enfermería (1991) y tres años más tarde la Facultad de Medicina (1994). En la Università Campus Biomedico (Italia) se inician a la vez ambas carreras en 1993; lo mismo sucede tres años más tarde en la Universidad Austral (Argentina) y en la Universidad Panamericana (México). Un caso emblemático es el ISSI (Institut Supérieur en Sciences Infirmières) en Kinshasa, R.D. del Congo, cuyo inicio promovió directamente el primer sucesor de san Josemaría, el beato Álvaro del Portillo y abrió sus puertas en 1997. Su rol ha sido decisivo para lo que ahora es el Hospital Monkole, centro de salud de referencia del país, y para difundir una visión de la enfermería profesional y cristiana. Por último, en la mayoría de estas escuelas, que iniciaron solo para mujeres, se han abierto las puertas a varones que hacen suyo el reto de ejercer la empatía y el cuidado para realizar su profesión.

[69] Palabras de san Josemaría, recogidas en MARÍA CASAL, Una canción de juventud, op. cit., cap. VIII.

[70] BENEDICTO XVI, Enc. Spe Salvi (30-XI-2007), n. 38.

[71] Es Cristo que pasa, n. 48. Cfr. JOSÉ IGNACIO MURILLO, “Contemplación de Dios: El trabajo como manifestación de Dios”, AA.VV. Trabajo y espíritu, EUNSA, Pamplona, 2004, p. 146.

Romana, n. 70, enero-diciembre 2020, p. 172-192.

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