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En la 28ª Jornada Mariana de la Familia en Torreciudad, España (1-IX-2018)

Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador» (Salmo responsorial, Lc 1,46-47). Al repetir, en el salmo responsorial, estas palabras de la Santísima Virgen, hemos querido acompañar a Nuestra Madre en su actitud de agradecimiento y alabanza a Dios. Tenemos muchos motivos para levantar nuestra alma al Señor, que ha querido y quiere realizar cosas grandes en nosotros y, a través de nosotros, en nuestras familias, en la sociedad y en el mundo entero.

Hoy, al celebrar esta Jornada Mariana de la Familia junto a la Virgen de Torreciudad, elevamos nuestro corazón al Señor con esas palabras de Santa María. Ciertamente, somos y nos sabemos poca cosa, muy necesitados de la ayuda de Dios para ser buenos hijos suyos y para sacar adelante nuestras familias según su querer, pero con nuestra Madre del Cielo nos sentimos capaces de esta oración de acción de gracias a Dios: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador».

En el Evangelio hemos visto cómo un ángel tranquilizó a san José, en un momento complicado para la historia de la familia de Nazaret (cfr. Mt 1,18-23). ¡Qué asombroso es contemplar cómo María y José encontraron también dificultades para sacar adelante su familia! La historia de su hogar no es una historia idealizada: sí, la Sagrada Familia fue sin duda la más feliz que ha habido y habrá en la tierra, pero no por eso dejaron de tener que afrontar contrariedades y problemas.

«Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien» (Rm 8,28). Son palabras de san Pablo que hemos escuchado en la segunda lectura. Muchos recordaremos que san Josemaría las resumía en tres palabras, omnia in bonum, todo es para bien. Estas palabras, tantas veces nos habrán servido para abrazarnos a la voluntad de Dios, también cuando no comprendíamos por qué permitía algo que nos hacía sufrir a nosotros o a los demás. Esta jaculatoria la podemos aplicar también en cada hogar; todo es para bien: un problema económico que obliga a cambiar de planes, los retos que supone educar a los hijos, las dificultades para armonizar un trabajo exigente con los cuidados de la casa... Todo es para bien, si todo lo ponemos en las manos de Dios: Él dará la fuerza para convertirlo en ocasiones de crecer como familia, en hacer que esos pequeños o grandes dramas al final también la unan más, porque se lleven entre todos con amor.

«Doy gracias a Dios -dice el Papa Francisco- porque muchas familias, que están lejos de considerarse perfectas, viven en el amor, realizan su vocación y siguen adelante, aunque caigan muchas veces a lo largo del camino» (Exh. ap. Amoris laetitia, 57). Son palabras esperanzadoras. Al mismo tiempo, nos invitan a preguntarnos: ¿somos conscientes del gran bien que hacen las familias cuando se esfuerzan en ser una escuela de comunión, de perdón, de solidaridad? Sí, las familias pueden dar luz y calor a otras familias, a amigos, vecinos, compañeros de estudio o de trabajo. «Dios quiere que cada familia cristiana sea un faro que irradie la alegría de su amor en el mundo. ¿Qué significa esto?» —preguntaba el Santo Padre hace unos días en Irlanda. «Significa —decía— que, después de haber encontrado el amor de Dios que salva, intentemos, con palabras o sin ellas, manifestarlo a través de pequeños gestos de bondad en la rutina cotidiana y en los momentos más sencillos de cada día» (Discurso, Dublín, 25-VIII-2018).

Para conseguirlo, no es necesario esperar a que todo en la propia casa marche a la perfección. «Cada hogar cristiano -afirma san Josemaría- debería ser un remanso de serenidad, en el que, por encima de las pequeñas contradicciones diarias, se percibiera un cariño hondo y sincero, una tranquilidad profunda, fruto de una fe real y vivida» (Es Cristo que pasa, n. 22). Es así como estas familias cooperan muy directa y eficazmente a construir y fortalecer la civilización del amor, de la que hablaba san Juan Pablo II.

En la oración colecta de hoy, nos hemos dirigido al Señor, diciendo que en sus «mandatos encuentra la familia su auténtico y seguro fundamento». Esta es, en efecto, la roca que da estabilidad a la familia: el designio amoroso y sabio de nuestro Creador y Padre sobre ella. Por eso, queremos conocer y apreciar cada vez más los rasgos de ese maravilloso plan de Dios, y difundirlos con alegría en toda la sociedad.

Renovemos también hoy, junto a la Virgen, el propósito de vivir con intensidad la Comunión de los santos. Recemos por la Iglesia, por el Papa y por todos los pastores y fieles. Y que, en esta jornada, se alce al Cielo nuestra plegaria especialmente por todas las familias del mundo: que a ellas llegue la fuerza de la oración y del sacrificio que acompañe cada una de nuestras jornadas.

Madre nuestra, Virgen de Torreciudad, con tu ayuda queremos compartir esta visión alegre y esperanzada de la familia con las personas que tenemos a nuestro alrededor. Te pedimos que sepamos caminar juntos, en familia, hacia el encuentro con Dios y con los demás. No nos desalienta que la senda pueda ser ardua, o que podamos tropezar, porque sabemos que tú nos acompañas siempre.

Romana, n. 67, julio-diciembre 2018, p. 263-264.

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