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Entrevista concedida a Vida Nueva, España (3-III-2018)

Entrevista de Darío Menor

—¿Cuáles considera que son las decisiones más importantes que ha tomado al frente del Opus Dei desde que fue elegido prelado el pasado mes de enero? ¿Y las mayores dificultades afrontadas?

—Gran parte del trabajo ha sido abordar las prioridades que el Congreso general del Opus Dei fijó para los próximos años: principalmente, la evangelización en el campo de la familia y de la juventud. En esas áreas hay muchos retos que compartimos todos en la Iglesia. Nuestra sociedad necesita novios y matrimonios que manifiesten la belleza de un amor auténtico, testimonios de una vida feliz y plena en el compromiso matrimonial. También debemos preocuparnos por nuestros jóvenes, salir al encuentro de sus anhelos e inquietudes. Al mismo tiempo, tampoco podemos olvidar a los más necesitados: enfermos, inmigrantes, desocupados, pobres, etc. Tienen un lugar privilegiado en el corazón de Jesús, y deben tenerlo también en el nuestro. ¿Cómo afrontar todos estos retos? Desde el encuentro personal con Jesucristo, en la oración y los sacramentos. Es el encuentro con Jesucristo lo que nos pone en camino.

Me pregunta por las mayores dificultades… Gracias a Dios, en los meses que llevo de prelado, no he encontrado dificultades especiales. Confío mucho en la fuerza de la oración de tantas personas.

—¿Cuál es su estilo de liderazgo? ¿Tiene algún modelo que pretende seguir?

—Me gustaría seguir los pasos de san Josemaría, que se desvivía por todos. Gracias a Dios, el gobierno en el Opus Dei es colegial, y eso significa que hay otras personas que me ayudan en esta tarea. Toda misión de gobierno, de liderazgo, debe ser misión de servicio. En mi caso, de servicio a la Iglesia, al Papa y a todos los sacerdotes y laicos que tengo encomendados en la prelatura del Opus Dei.

—¿Cómo es su relación con el Papa? ¿Hablan habitualmente?

—Es una relación de afecto. Agradezco al Santo Padre las muestras de cariño que ha tenido hacia la prelatura del Opus Dei, y también hacia mi persona, con ocasión de la muerte del anterior prelado, Mons. Javier Echevarría, y de mi nombramiento a sucederle. Y lo mismo en los meses posteriores. Una actitud paterna que he podido ver cuando he hablado con él personalmente o cuando nos hemos comunicado por escrito.

—En la audiencia que le concedió el pasado mes de marzo, Francisco pidió que el Opus Dei diera prioridad a las periferias y estuviera presente entre la clase media, el mundo profesional y los intelectuales alejados de Dios. ¿Qué se ha hecho hasta ahora para seguir su recomendación?

—En aquella audiencia, el Papa nos animó a llevar el amor de Dios a las periferias existenciales de las clases medias, a hacer presente a Dios en el inmenso panorama del trabajo profesional. Se trata de que cada uno, con su modo de comportarse, procure hacer presente a Jesucristo a los demás. Ojalá cada persona de la Obra sepa ser un testigo coherente del Evangelio en la familia, en el trabajo y en los demás ámbitos de la sociedad.

Me pregunta también por las periferias físicas. Me vienen a la cabeza algunas iniciativas impulsadas por fieles de la Prelatura que he podido visitar este verano. Por ejemplo, en el barrio del Raval, en Barcelona, estuve en las sedes de las asociaciones Braval y Terral. Sus más de 300 voluntarios llevan a cabo programas de educación, deporte o formación para los inmigrantes de la ciudad. En Madrid, visité el centro de cuidados paliativos Laguna, donde se acompaña a personas en los delicados momentos de sus últimos tramos de vida. En Colonia, Alemania, me reuní con voluntarios y sacerdotes de la parroquia de San Pantaleón, confiada a la Prelatura. Atienden a 30 familias sirias en un edificio que se construyó en colaboración con la diócesis y con el ayuntamiento. Las familias pueden estar seis meses en esa estructura. Reciben mucha ayuda para integrarse en el país y para que puedan ser autónomos.

Gracias a Dios, han nacido instituciones asistenciales en muchos lugares del mundo. Por ejemplo, en Kinshasa, capital del tercer país más pobre del mundo, el Hospital Monkole da atención médica a muchas personas.

Pero, como le decía, la verdadera revolución sería que todos —a pesar de nuestros límites y defectos— nos decidiésemos a actuar como el buen samaritano en nuestra casa y en el trabajo, escuchando a los demás, ofreciéndoles ayuda espiritual y material. He conocido empresarios valientes, como uno de Filipinas, que con las ganancias de sus tres hoteles decidió sacar adelante un orfanato con 50 niños abandonados. Acaba de ampliarlo y ahora atiende a unos 100. También hay investigadores en el sector de la economía que sueñan con construir un mundo más justo, lejano de una economía de exclusión; o médicos de prestigio que se desviven por sus pacientes. En el Opus Dei todos tenemos que seguir esforzándonos en este aspecto y aprender de tantos otros en la Iglesia.

—¿Llevaban aquellas palabras una crítica implícita por haberse preocupado en el pasado demasiado de las élites?

—No tuve esa impresión. Me parece que aquellas palabras son más bien una invitación a llevar la alegría del Evangelio a ese gran campo que es la clase media, donde están la mayoría de las personas en bastantes países y también en el Opus Dei.

—¿Qué le diría a quienes consideran al Opus Dei un grupo cerrado, sectario y de ideología ultraconservadora?

—En primer lugar que las personas del Opus Dei —como es obvio— no somos perfectos, que tenemos defectos, que cometemos errores... Al mismo tiempo, les invitaría a que se animaran a conocer de primera mano la realidad, sin dejarse llevar por los clichés. ¡Qué buen ejercicio es, en la vida, dejarse interpelar por la verdad! Fíjese, en los años 60 teníamos el «problema» contrario: no pocos decían que el Opus Dei era una innovación peligrosa.

«Conservar» con fidelidad la fe recibida en la Iglesia no hace a nadie «ultraconservador». «Progresar» en la misión de extender la luz de Cristo, atentos a las características de cada momento, no les hace acreedores a la etiqueta de «progresistas».

—¿Cómo pueden vivir hoy los jóvenes la idea del Opus Dei de santificación del trabajo cuando este es precario, mal pagado e intermitente en numerosas ocasiones?

—El paro prolongado o el trabajo precario producen una situación dolorosa y puede causar graves daños personales a los jóvenes. A escala social, supone también un claro perjuicio porque equivale a un desperdicio de potencial humano, provoca el retraso del matrimonio y es fuente de inseguridad para las familias. Quien sufra estas situaciones puede considerar que su trabajo es buscar trabajo, y que puede santificarlo, como se puede santificar el trabajo de formarse más para tener posibilidades de acceder a un empleo mejor. Evidentemente, esto no es una solución a los problemas concretos, pero tampoco es un consuelo fácil e ilusorio.

Para el cristiano, la tribulación es momento de vivir la esperanza, que apunta ante todo a la meta del Cielo, pero también se refiere a la vida presente, en la que Dios nos asiste para que realicemos su llamada a servir a los demás, a procurar el bien común, singularmente con nuestro trabajo. La esperanza cristiana impulsa a esforzarse lo más posible por resolver los problemas.

Ante la situación que usted describe, pienso que también los menos jóvenes podemos y debemos ayudar con nuestra oración, echando una mano a los que inician su camino profesional, transmitiendo experiencia, conocimiento, modos de adquirir las virtudes propias del trabajo. Y, también, reclamando y proponiendo soluciones proporcionadas a la dimensión del problema del paro juvenil y de la precariedad laboral que azota a tantos jóvenes.

—¿Cuál considera que ha sido el mayor logro de Francisco hasta ahora en su pontificado?

—Ya se pueden ver algunos efectos que está teniendo su impulso evangelizador. Francisco lleva a la Iglesia a manifestarse, cada vez más, como la encarnación de la misericordia divina. Es un pastor que va guiando a la grey con su palabra y con su ejemplo: con la coherencia entre lo que dice y hace. Luego, alienta con mucha frecuencia a recurrir al sacramento de la Reconciliación. Se nota ya en las parroquias. El Papa también llama a un empeño pastoral más alegre y entusiasta. Sostiene a las familias en sus luchas, confirmándolas en la asistencia del Señor pese a todas las dificultades y las deficiencias.

—¿Cómo vive las críticas que le hace al Papa un sector de la Iglesia con motivo de la exhortación apostólica Amoris Laetitia?

—Con pena. De la boca de un hijo de la Iglesia no debería salir una crítica destructiva hacia nadie, y menos hacia el Papa. Francisco dijo alguna vez que comprende que se haya suscitado ese revuelo, sobre todo con ocasión de Amoris laetitia. Con esta exhortación apostólica, el Papa —entre otras muchas cosas— nos urge a acercarnos a las personas que se encuentran en situaciones difíciles, y a hacerlo con mayor disponibilidad. Pero el mismo Francisco afirma expresamente que la doctrina no cambia. Se trata, en mi opinión, de conseguir que los sacerdotes dediquemos más tiempo a las personas que atraviesan dificultades, acompañándolas en un proceso —a veces largo— que les lleve a comprender su situación personal y a superarla con la gracia de Dios.

—¿Qué recuerdos guarda de su relación con el Papa emérito? ¿Habla alguna vez con él o acude a visitarlo? ¿Cómo cree que será recordado por la Iglesia?

—Mi relación con Benedicto XVI se remonta a 1986, cuando comencé como consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe, de la que él entonces era prefecto. Ese trabajo me dio bastantes ocasiones de trato personal. Recuerdo que te escuchaba con un interés sincero y sin prisas, a pesar de sus muchas ocupaciones. Le interesaba mucho la opinión de los demás y tenía esa disposición al diálogo en búsqueda de la verdad. Después de su renuncia, he tenido ocasión de visitarle algunas veces.

Como Papa, será recordado por su rico magisterio, que está en sus tres encíclicas y en sus exhortaciones apostólicas, pero también en su amplísima predicación. Sus homilías y alocuciones son luminosas, y muchas de ellas forman espléndidos cuerpos doctrinales: sobre la Iglesia, los Apóstoles, los Padres de la Iglesia, la oración...

Además, como teólogo, ocupa un lugar muy destacado en la teología contemporánea, con aportaciones importantes en distintos campos, desde cuestiones centrales de teología fundamental hasta aspectos de moral social o política.

Romana, n. 66, Enero-Junio 2018, p. 101-104.

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