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Entrevista concedida a Avvenire, Italia (27-VI-2018)

Entrevista de Francesco Ognibene

—Han pasado noventa años desde el día en que san Josemaría Escrivá de Balaguer «vio» el Opus Dei. ¿Se puede decir que esa «visión» se ha cumplido?

—Esa inspiración sobre la santificación de la vida ordinaria y sobre el papel de los laicos está hoy cada vez más en el corazón de la Iglesia, aunque no sea «exclusiva» de nadie. La Obra se realiza con la respuesta generosa de de cada uno en cada momento de la historia. Desde 1928 se ha extendido a todos los continentes, ha aumentado la variedad de fieles, tanto en edad, como en condición social, nacionalidad, etc.; pero es necesario que, concretamente, esa visión se haga realidad en la vida de cada uno, y esté presente en las circunstancias cambiantes de cada época.

—¿Qué significa para un laico de hoy buscar la santidad en una sociedad digital, que está experimentando cambios sin precedentes, tanto en sus costumbres, en su mentalidad como en su cultura?

—Entre otras cosas, implica sembrar de amistad el mundo digital, superando así el riesgo de la despersonalización: cada persona es importante, porque Jesucristo murió y resucitó por cada uno de nosotros. Las relaciones auténticas comienzan cuando somos capaces de ver personas concretas en el centro de cada interacción, aunque a menudo, en las conversaciones digitales, no las tengamos delante. Luego, significa también compartir contenidos valiosos, sin reemplazar la cultura por mera información. Y para ello hay que estudiar, reflexionar, rezar, escuchar. Los cristianos debemos, entre otras cosas, infundir serenidad en el rápido flujo del mundo digital. Por último, implica vivir coherentemente, con unidad de vida, sin doblez: no se puede pretender ser un ciudadano modelo y buen cristiano offline y luego actuar online de modo desenfrenado, con acciones que pueden faltar a la caridad o a la comprensión.

—Lleva más de un año al frente del Opus Dei, tiempo en el que ha podido viajar mucho. ¿Qué orientación está dando a la Prelatura con respecto a sus predecesores? ¿Y con qué situaciones se encuentra en todo el mundo?

—Personalmente me gustaría vivir la paternidad espiritual y la cercanía con las personas, especialmente las del Opus Dei, porque son las que la Iglesia me ha confiado de manera particular. Llevarles el afecto y el impulso evangelizador que san Josemaría y sus sucesores nos han transmitido.

La prioridad fundamental es ayudar a cada laico y a cada sacerdote de la Prelatura a recomenzar una y otra vez desde la contemplación de Jesucristo. Animarlos a servir a la Iglesia en las circunstancias ordinarias de su vida: en el trabajo, en la familia, en las relaciones sociales, para que ayuden a descubrir el amor de Cristo en estos ambientes, como testigos de la alegría del Evangelio.

El último Congreso general del Opus Dei señaló, entre otras líneas prioritarias, el trabajo de evangelización en el campo de la familia, los jóvenes y los más necesitados, tanto en cuerpo como en espíritu. En el Opus Dei queremos seguir promoviendo iniciativas que ayuden a aliviar las necesidades concretas de este mundo herido y, a través de ellas, transmitir el consuelo de Dios.

En cuanto a las situaciones del mundo, son muy diferentes: en los países de minoría cristiana, como Indonesia o Sri Lanka, es particularmente importante mantener la confianza en el Señor y tener mucha fe: el compromiso cristiano de los fieles del Opus Dei es una pequeña semilla, cuyos frutos crecen poco a poco, con la gracia de Dios. En otros países, donde la tradición cristiana está más viva, quizás el principal desafío sea vivir el Evangelio con alegría y autenticidad, en medio de un mundo que a menudo se rige por criterios predominantemente económicos y materiales.

—El Papa empuja cada vez más a la Iglesia hacia todas las fronteras de la humanidad, invitándola a ir más allá de los muros, a superar los miedos, a abrir diálogo, a partir de una fe vivida de manera auténtica. ¿Qué están enseñando el magisterio y el ejemplo de Francisco al Opus Dei?

—El Papa enseña a todos lo mismo: a vivir el Evangelio, a tratar de ir a esas periferias humanas que a veces pueden asustar, pero donde el Señor nos pide que estemos presentes. Su ejemplo está llevando a muchos católicos, y entre ellos a muchos fieles del Opus Dei, a desarrollar, por ejemplo, iniciativas para acoger a inmigrantes y refugiados, que ahora se encuentran entre las personas más necesitadas de ayuda. O muchas otras iniciativas apostólicas en áreas difíciles, para acercar el Evangelio a los no creyentes.

—¿Qué periferias atienden los miembros de la Prelatura?

—Hace algún tiempo, el Papa Francisco me pidió que trabajáramos en las periferias de las clases medias. En nuestras sociedades del bienestar, a veces tendemos a reducir el concepto de periferia a los barrios marginales en África, Asia o América, o a los grandes barrios populares del extrarradio de nuestras ciudades. Doy gracias a Dios por la generosidad de tantas personas del Opus Dei y de sus amigos que, como muchos otros católicos, llevan a cabo iniciativas educativas o asistenciales en estas periferias: por ejemplo, el Eastlands College of Technology, una escuela de formación profesional que acaba de inaugurarse en uno de los barrios más pobres de Nairobi (Eastlands, precisamente). En Roma, el Centro ELIS lleva un año con una escuela vespertina, que acoge a 80 niños del distrito de Tiburtino y de las casas de acogida de los barrios más difíciles. La mayoría de ellos tienen fuertes dificultades familiares y sociales, y muchos son menores no acompañados, que llegaron a Italia con los flujos migratorios del Mediterráneo. Pero creo que, con aquella petición, el Papa quiso recordar que las periferias son también ese amigo o compañero de trabajo que está a nuestro lado todos los días, en cualquier ciudad italiana, pero que está lejos de Dios, o que está atravesando una crisis familiar, o simplemente que no encuentra respuesta a la pregunta: ¿cuál es el sentido de esta vida?

—La reciente exhortación apostólica Gaudete et exsultate, sobre la llamada a la santidad en el mundo contemporáneo, trae a la memoria, en muchos puntos, las enseñanzas del fundador del Opus Dei. ¿Qué ha sentido al leerla? ¿Qué es lo que más le llamó la atención?

—La llamada universal a la santidad está en el centro de la enseñanza del fundador del Opus Dei. Siempre insistió en que la santidad no es algo para privilegiados: «El Señor llama a todos», decía desde los comienzos del Opus Dei, «de todos ellos espera amor. De todos, cualesquiera que sean sus condiciones personales, su posición social, su profesión u oficio». Dios llama a la santidad al profesor de secundaria, al artista, al empresario, al pizzero, al campesino, a los que trabajan en el hogar, al periodista, al deportista, a los que sufren el drama del desempleo, etc. Durante su vida, el fundador tuvo la gran alegría de ver cómo el Concilio Vaticano II confirmaba y proclamaba esta realidad: que la santidad es para todos. Por lo tanto, comprenderá que cuando leí Gaudete et exsultate pensé inmediatamente en la alegría que experimentaría san Josemaría al ver esta nueva expresión del mensaje de la llamada universal a la santidad en las palabras del Papa Francisco.

El Papa vuelve sobre las palabras de Jesús en las Bienaventuranzas para explicar lo que significa ser santo, y nos presenta las Bienaventuranzas como el documento de identidad de aquellos que buscan la santidad en la vida diaria. Es un camino que a veces requiere ir a contracorriente pero que al final, precisamente, es bienaventuranza, es decir, felicidad. Es muy importante mostrar, con el ejemplo, que vale la pena vivir como cristianos en esta tierra, también humanamente, a pesar de las dificultades que todos tenemos que enfrentar. El camino de las Bienaventuranzas es un camino de felicidad para nosotros y para los demás.

Me pareció muy bonita la insistencia del Papa, a lo largo de la exhortación, en buscar la santidad a través de pequeños gestos, siguiendo el ejemplo de las muchas atenciones que el Señor prestaba a sus discípulos y amigos. Era algo muy característico de san Josemaría, que escribió en el libro Camino: «¿No has visto en qué “pequeñeces” está el amor humano? —Pues también en “pequeñeces” está el Amor divino».

—Los 90 años del Opus Dei coinciden con el año que la Iglesia dedica a los jóvenes, con vistas al Sínodo de octubre. Muchos de los apostolados de la Obra están dirigidos precisamente al mundo de la juventud. ¿Cuál es la propuesta vital que el Opus Dei presenta hoy a un joven?

—Recuerdo la respuesta que san Josemaría dio a un joven: «Te miro y hacen falta gentes como tú en el mundo: que en tu ambiente, en tu trabajo, en tu familia, en el lugar donde haces tu vida, en el sitio donde te diviertes, seas recio, agradable y cristiano. Vuestros deberes de cristiano se pueden reducir a ser leales. No es leal quien no tiene consigo mismo, contra sí mismo, una lucha; habéis de hacer el propósito de ser leales, de ser serios en vuestras maneras de vivir: los estudiantes a estudiar, los que trabajan a trabajar, y a trabajar sin quitar el hombro, con empeño». Se trata de proponer a los jóvenes el ideal de la santidad —seguir a Jesús— en la vida ordinaria, hecha de estudio, amistad, trabajo, servicio, haciéndoles tomar conciencia de que el mundo, y con él la Iglesia, pronto estará en sus manos. Por eso deben recibir una formación humana y cristiana y, al mismo tiempo, sentirse mirados con esperanza y confianza. El punto central es ayudarles a conocer a Cristo, a tratar a Cristo, a amar a Cristo, en sus circunstancias ordinarias.

—Otro punto neurálgico de la sociedad y de la Iglesia es la familia, con signos de crisis relacional y educativa, que parecen debilitarla cada vez más. ¿Qué les pide a los miembros y amigos del Opus Dei en este campo?

—Que den un testimonio positivo, principalmente a través de su perseverancia en el amor. Ser fiel a Dios o a una persona es algo que necesita ser renovado cada día. A veces lo hacemos con facilidad, a veces con esfuerzo. Debemos desear y buscar el bien de los demás. En la familia, este bien requiere aceptar al otro tal como es, saber renunciar a las propias opiniones, reconocer los signos de fatiga, encontrar tiempo y argumentos para hablar, ahorrarse las quejas… Estos hechos, sencillos pero a veces heroicos, demostrarán que nos preocupamos por las personas, que no queremos considerarlas nunca como objetos caducados o defectuosos, para ser «reemplazados» cuando ya no los necesitemos. Una familia que no se rinde ante las dificultades, en la que padres e hijos buscan el consejo de Dios para conocer y querer el bien de los demás, es un gran apoyo para la Iglesia y para la sociedad.

—¿Qué espera de Italia el prelado de la Obra?

—Que, fieles al carisma de san Josemaría, todos en el Opus Dei nos dejemos guiar por el Espíritu Santo para un renovado impulso evangelizador. No solo en Italia, sino en todas las naciones. Se trata de llevar el calor de Jesucristo a muchos amigos, familiares, colegas, vecinos, conocidos. Lo esencial de este impulso evangelizador en Italia no es tanto poner en marcha nuevas actividades o instituciones como las ya existentes, que son en sí mismas algo muy bueno y positivo, sino más bien fomentar la amistad personal, la apertura a todos y el espíritu de servicio, actitudes profundamente evangélicas, que son fundamentales para el apostolado cristiano y que, al mismo tiempo, son compatibles con los defectos y debilidades que todos tenemos.

Romana, n. 66, Enero-Junio 2018, p. 112-116.

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