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Entrevista concedida a Corriere della Sera, Italia (12-X-2017)

Realizada por Gian Guido Vecchi

—El Opus Dei en tiempos de Francisco. ¿Ha cambiado algo, monseñor? ¿Cuál es la relación entre el carisma del fundador y los pontífices que se han ido sucediendo?

—La exhortación Evangelii gaudium, que el Papa Francisco definió como un documento programático, nos invita a llevar la alegría del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo. Se trata de partir desde la belleza de la fe, desde la alegría que nace del encuentro con Jesucristo.

El carisma del Opus Dei ofrece un modo concreto de llevar a cabo esta misión, especialmente a aquellos que desean comprometerse con el Evangelio en su vida cotidiana, especialmente en su trabajo, en sus familias y en sus relaciones sociales.

Todos los pontífices señalan prioridades, y todos estamos llamados a comprometernos en esas direcciones.

—Desde su elección, y luego en la audiencia con el Papa Francisco, usted habló de tres prioridades: la familia, los jóvenes y la «sensibilidad proactiva hacia los más necesitados». Los dos primeros puntos están claros, pero ¿qué significa el tercero?

—Siguiendo la imagen de la Iglesia como hospital de campaña, desearía que cada uno fuésemos hospital para quienes nos rodean. Eso es lo que me gustaría para todos, y me lo aplico en primer lugar: queda un largo camino por recorrer.

Hay tantos los heridos en nuestra sociedad: los enfermos o los ancianos abandonados, los que sufren soledad, los que no encuentran trabajo, los que viven el drama del fracaso en el amor, los que han perdido toda esperanza, etc. Los fieles del Opus Dei, en su vida en medio del mundo, se encuentran cada día interpelados por estas heridas: a menudo las sufren en persona, o en sus propias familias, o las encuentran en algún compañero de trabajo o en algún vecino de su propio barrio.

El reto es llegar a ser mejores samaritanos, hombres y mujeres que se arremangan, que aportan imaginación y compromiso para ayudar a resolver los problemas de los demás como si fueran propios: la caridad nunca es teórica ni genérica, se hace vida en las relaciones con el prójimo, como lo hizo Jesús, viendo que cada persona es importante, porque Cristo murió por ella.

—El Opus Dei y los pobres. Existe esta imagen de la Obra como un «club para los ricos». ¿Cómo responde a este cliché?

—En Italia, sociológicamente, la gente de la prelatura no es más que un reflejo del país: la gran mayoría son empleados comunes, profesores de instituto, amas de casa, comerciantes, estudiantes, obreros, etc... También hay gente de la Obra que son notarios, empresarios, artistas, periodistas... A veces sucede que la atención del público se centra en ellos, pero los que luchan por llegar a fin de mes no aparecen en los periódicos. Lo importante es que todos tratemos de llenar las relaciones y circunstancias de nuestra vida diaria con el amor y la misericordia de Dios.

Llevados por el cliché que usted menciona, desafortunadamente sucede que a veces algunas personas se acercan a las actividades de formación de la Obra pensando que encontrarán que no se sabe qué. La experiencia es que en dos semanas, cuando ven que uno viene aquí a servir a los demás y a recibir acompañamiento espiritual, se alejan.

—¿Algún ejemplo de actividades a favor de los últimos, migrantes u otros?

—En Roma, por ejemplo, el centro ELIS. Trabaja en el barrio Tiburtino desde hace 50 años. Cuando nació aquella zona era muy pobre. Gracias a la formación ofrecida por el centro nacieron generaciones de mecánicos, relojeros, obreros y orfebres que han encontrado su lugar en el mundo laboral. Ahora el ELIS está a punto de iniciar una escuela gratuita a tiempo completo, es decir, también abierta los fines de semana, para acoger y formar a niños de las afueras de Roma, la mayoría de ellos inmigrantes de primera o segunda generación.

También hay muchas iniciativas personales emprendidas sin grandes estructuras. En Nápoles, por ejemplo, una profesora jubilada ha puesto en marcha una asociación para ofrecer educación a las niñas de los barrios desfavorecidos y para ayudar a las jóvenes desempleadas: se les enseña un trabajo manual de artesanía, para facilitar así su inserción en un mundo laboral, donde cada vez es más difícil encontrar algunas figuras que se necesitan: costureras, alfareras, etc... Otra iniciativa: el empeño de las chicas de una residencia universitaria en Milán para ayudar a los migrantes sirios durante su estancia en Italia, dándoles el consuelo inicial tan pronto como llegan.

Recuerdo muchas otras realidades que he podido visitar durante mis viajes pastorales de este verano. Le pondré dos ejemplos: en el barrio del Raval de Barcelona, donde viven unos 20.000 inmigrantes, los centros Braval y Terral cuentan con más de 300 voluntarios, implicados en programas educativos, deportivos o de formación profesional. En Colonia, Alemania, pude encontrarme con los voluntarios y sacerdotes de la parroquia de San Pantaleón, que atienden a 30 familias de refugiados sirios en una estructura construida por la diócesis y el municipio. Las familias residen allí durante 6 meses y, cuando el proceso de integración está muy avanzado, y pueden llegar a ser autónomos, se acogen nuevas familias.

Gracias a Dios, han surgido en todas partes instituciones de este tipo. Por ejemplo, si se pregunta por el Opus Dei en Kinshasa, el tercer país más pobre del mundo, son muchos quienes pueden explicar cómo son tratados en el Hospital Monkole, iniciado por fieles de la Prelatura y otros amigos.

Pero, como les decía, la verdadera revolución sería que todos nos decidiéramos a encarnar la actitud del Buen Samaritano en nuestro hogar, en nuestro puesto de trabajo: prestando una gran atención a los demás, dándoles consuelo espiritual y material, siempre que se pueda. Conozco a empresarios valientes, como un filipino que, con las ganancias de sus tres hoteles puso en marcha un orfanato con 50 niños de la calle; también investigadores del campo de la economía que sueñan con construir un mundo más justo, lejos de una economía de exclusión; o médicos prestigiosos que se desviven por sus pacientes. Es un aspecto en el que todos en el Opus Dei tenemos que seguir creciendo y, también, aprendiendo de los demás.

—¿Qué opinión le merecen las acusaciones hechas en Italia contra las ONG que salvan a los migrantes?

—Más allá del debate político, del que no conozco todos los detalles, me parece que Italia está dando un ejemplo cristiano al mundo, acogiendo a quienes, después de perderlo todo, impulsados por la desesperación, juegan la última carta cruzando el Mediterráneo en condiciones humillantes e inhumanas. Corresponde a los dirigentes políticos analizar cómo hacer frente a las enormes oleadas de inmigración y cómo integrar a estas personas en nuestra sociedad, con la debida generosidad y dentro del marco jurídico adecuado.

Y luego está la actitud de cada uno de nosotros: un corazón cristiano no construye muros ni pone obstáculos; reconoce a Jesús en la carne sufriente del migrante. Un corazón cristiano sueña con dar un horizonte de esperanza a quienes lo han perdido todo. Un corazón cristiano sufre con esta tragedia, y trata de responder en la medida de lo posible a las necesidades de estos hermanos y hermanas nuestros.

—¿Qué le dijo el Papa? Pienso en lo que he podido leer en la página web de la Obra, sobre la invitación a «dar prioridad a una "periferia": la clase media y el mundo profesional e intelectual alejado de Dios»…

—Nos animó especialmente a llevar la alegría del Evangelio a las periferias de las clases medias, del mundo profesional e intelectual. No son periferias geográficas, sino existenciales, cotidianas, a menudo alejadas de Dios. Es allí donde debemos mirar, con la ayuda de Dios, con los ojos misericordiosos de Jesús: tratar de dar consuelo, de escuchar, de acompañar, de donar tiempo.

En la misma audiencia, hablé también con el Santo Padre del trabajo que la Prelatura desarrolla en todo el mundo, especialmente especialmente respecto a la atención espiritual de cada persona, al ecumenismo en los países de minoría católica y a algunos proyectos educativos y sociales en los diversos continentes.

—El pontífice exhorta a una «Iglesia en salida». ¿Qué significa esto para el Opus Dei?

—Una enfermera, un mecánico o un cocinero del Opus Dei construye esta Iglesia «en salida» tratando de ser un testigo coherente del Evangelio en su lugar de trabajo y en su familia.

La gente de la Obra son ciudadanos corrientes: muchos han perdido sus trabajos en medio de esta crisis económica, o trabajan en situaciones muy precarias. Comparten las mismas preocupaciones y miedos, denuncian las mismas injusticias y desean la misma esperanza. Y en medio de este claroscuro, es el encuentro cotidiano con Jesús, en la Eucaristía y en la oración, lo que les impulsa a salir a compartir con todos la alegría y la esperanza del Evangelio.

Esta «salida» se manifiesta también en vivir con coherencia cristiana desde los gestos más pequeños, como puede ser una simple sonrisa o echar una mano a los que están cansados, hasta las decisiones más grandes, que se tomarán pensando en el bien de los demás. A veces, incluso pequeños gestos —que se suman a los que hacen tantos otros— ayudan a sembrar alegría y esperanza en el mundo.

Romana, n. 65, julio-diciembre 2017, p. 310-313.

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