En la ordenación diaconal de fieles de la Prelatura, basílica de San Eugenio, Roma (8-XI-2014)
Queridísimos hijos míos que vais a recibir el diaconado.
Queridos hermanos y hermanas:
Demos gracias a Dios por el don de estos nuevos diáconos a su Iglesia. Nuestra gratitud se añade a la que hemos manifestado hace poco más de un mes, con ocasión de la beatificación de Mons. Álvaro del Portillo, primer sucesor de san Josemaría y primer prelado del Opus Dei. Estos treinta y dos hombres reciben hoy el sacramento del Orden prosiguiendo una larga cadena que promovió san Josemaría en 1944, con don Álvaro y otros dos fieles de la Obra. Al conferirles el diaconado, y más adelante el presbiterado, son ordenados para servir a los fieles de la Prelatura y a todas las personas que se acercarán a su apostolado.
La oración colecta de la Misa nos invita a pedir a Dios Padre que, en la escuela de Cristo, que se hizo siervo de todos, los nuevos diáconos aprendan a servir a los hermanos y no a ser servidos. El texto litúrgico expresa con claridad lo que la Iglesia espera de ellos, y de todos nosotros, puesto que también a los fieles laicos, de acuerdo con la vocación y el estado de cada uno, se dirigen estas palabras: ser incansables en el don de sí, perseverantes en la oración, gozosos y acogedores en el servicio[1].
1. Reflexionemos sobre estos aspectos. Incansables en el don de sí. Puede parecer difícil, y ciertamente lo es si confiamos en nosotros mismos. Pero el Señor, que nos ha llamado a seguirle, nos transmite la gracia que necesitamos para superar este desafío. Lo confirma el ejemplo del profeta Jeremías. Cuando se lamenta porque se ve pequeño y sin condiciones para cumplir su misión, el Señor le responde: «No digas que soy muy joven, porque allá donde te envíe, irás, y todo cuanto te ordene, lo dirás [...] Pongo mis palabras en tu boca»[2].
Aprendamos de Nuestro Señor. «Toda la vida de Jesús —ha escrito el Papa Francisco—, su forma de tratar a los pobres, sus gestos, su coherencia, su generosidad cotidiana y sencilla, y finalmente su entrega total, todo es precioso y le habla a la propia vida. Cada vez que uno vuelve a descubrirlo, se convence de que eso mismo es lo que los demás necesitan, aunque no lo reconozcan [...]. A veces perdemos el entusiasmo por la misión al olvidar que el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas, porque todos hemos sido creados para lo que el Evangelio nos propone: la amistad con Jesús y el amor fraterno»[3].
Nadie carecerá de la ayuda del Señor en el encargo de llevar a los otros la palabra de Dios, en el apostolado, si confiamos en su gracia. Y la gracia se obtiene abundantemente mediante los sacramentos y la oración.
2. Esta es la segunda recomendación de la colecta: ser perseverantes en la oración. No es suficiente rezar saltuariamente, cuando sentimos su necesidad; deberíamos desear que nuestra oración sea constante: con la ayuda de Dios, es posible. Además de dedicar un tiempo diario al diálogo personal con el Señor, no sólo con la boca, tratemos de comportarnos de modo coherente con las exigencias de la vocación cristiana: «con toda humildad y mansedumbre, con longanimidad, sobrellevándoos unos a otros con caridad, continuamente dispuestos a conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz»[4]. De este modo, también cuando no es posible hablar con Dios porque las obligaciones del trabajo o los momentos dedicados al sueño no lo permiten, es factible rezar en todo instante, sin palabras, con el corazón fijo en el Señor, como escribió san Josemaría tomando una idea de san Jerónimo.
Vosotros, queridos hijos diáconos, vais a recibir un encargo particular: rezar en nombre de la Iglesia la Liturgia de las Horas. Pronunciad los salmos, las lecturas, etc., digne, attente ac devote; con dignidad, atención y piedad, con la mente fija en Dios y sintiéndoos —también en esos momentos— servidores de todas las almas.
3. Ser gozosos y acogedores en el servicio. Es la última recomendación de la oración colecta. Y es lógico que sea así. San Josemaría decía que el Señor ha querido el espíritu del Opus Dei para hacer amable y alegre el servicio de Dios en el mundo[5]. Y, recordando el precepto del Señor, añadía, citando palabras de san Pablo: «alter alterius onera portate, et sic adimplebitis legem Christi (Gal 6, 2). Llevad los unos las cargas de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo (...). Daos, con amor a Dios y con amor a vuestros hermanos, en un servicio que pase inadvertido. Y veréis cómo, si vivís así, comenzarán otros a vivir lo mismo, y seréis como una gran hoguera que enciende todo»[6].
Hoy, como siempre, es urgente que el mensaje de amor, propio del cristianismo, llegue a todas partes, cumpliendo el mandatum novum, el mandamiento nuevo de Jesús en la última cena: «Que os améis los unos a los otros como Yo os he amado»[7]. Siempre es posible cumplir este mandamiento, porque el Espíritu Santo, que es el Amor personal del Padre y del Hijo, ha sido infundido en nuestros corazones. Jesucristo mismo nos asegura: «Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando [...]. Os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he hecho conocer»[8].
Con palabras de Benedicto XVI os deseo, queridos ordenandos, que «la certeza de que Cristo no nos abandona y de que ningún obstáculo podrá impedir la realización de su designio universal de salvación, sea para vosotros motivo de constante consuelo —incluso en las dificultades— y de inquebrantable esperanza. La bondad del Señor está siempre con vosotros, y es fuerte. El sacramento del Orden, que estáis a punto de recibir, os hará partícipes de la misma misión de Cristo; estaréis llamados a sembrar la semilla de su Palabra —la semilla que lleva en sí el reino de Dios—, a distribuir la misericordia divina y a alimentar a los fieles en la mesa de su Cuerpo y de su Sangre»[9].
Felicito a las familias y a los amigos de los nuevos diáconos. Y a todos os invito a rezar por estos hermanos nuestros. Recemos por todos los ministros de la Iglesia, sobre todo por el Santo Padre Francisco. Roguemos además que haya muchas ordenaciones sacerdotales en el mundo entero.
Pienso que, escuchando las sugerencias del Papa, también hoy es una ocasión propicia para acercarse a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Para que todos nos convirtamos en personas que, como la Virgen, recibamos a Cristo, lo llevemos con nosotros y lo demos a conocer a quienes tratamos.
Alabado sea Jesucristo.
[1] Misal Romano, oración colecta de la Misa de ordenación diaconal.
[2] Primera lectura (Jr 1, 7-9).
[3] Francisco, Exhort. apost. Evangelii gaudium, 24-XI-2013, n. 265.
[4] Segunda lectura (Ef 4, 2-3).
[5] San Josemaría, Palabras en una reunión familiar, 13-II-1955.
[6] San Josemaría, Notas de una meditación, 29-III-1956.
[7] Evangelio (Jn 15, 12).
[8] Ibid., 14-15.
[9] Benedicto XVI, Homilía en una ordenación sacerdotal, 29-IV-2007.
Romana, n. 59, julio-diciembre 2014, p. 297-299.