San José en la vida cristiana y en las enseñanzas de san Josemaría
Lucas F. Mateo-Seco[1]
Universidad de Navarra
La devoción a san José estuvo hondamente enraizada en el alma de san Josemaría desde muy joven. Recordando cómo en 1934 había encomendado al santo Patriarca las gestiones para conseguir que se le concediera el primer sagrario, comentaba en 1971: «En el fondo de mi alma tenía ya esta devoción a san José, que os he inculcado»[2]. Esta devoción está presente, sólida y clara, en escritos de 1933 —aunque san Josemaría la vivía ya desde tiempo atrás, como se puede ver en Santo Rosario, de 1931— y se mantiene viva y cálida hasta el final de su vida, experimentando un crecimiento notable en sus últimos años[3].
1. Introducción
En los tres puntos que dedica en Camino a la devoción a san José, aparecen ya algunas de las razones teológicas en que fundamenta esta devoción. En el número 559, escribe: «San José, padre de Cristo, es también tu Padre y tu Señor. —Acude a él»[4]. Es significativa la fuerza con que llama aquí a san José «padre de Cristo». Más adelante, en una homilía del 19-III-1963, dedicada íntegra a san José[5], explicitará el sentido en que habla de esta paternidad siguiendo la conocida consideración de san Agustín en el Sermo 51, 20: «El Señor no nació del germen de José. Sin embargo, a la piedad y a la caridad de José, le nació un hijo de la Virgen María, que era Hijo de Dios»[6]. Para san Josemaría, la paternidad de san José sobre Jesús no es una paternidad según la carne, pero es una paternidad real y única, que brota de su verdadero matrimonio con santa María y de su especialísima misión, y que es la razón de que también la Iglesia y cada uno de los cristianos le invoquen como «Padre y Señor».
En esa misma homilía que acabamos de citar, dice san Josemaría: «desde hace muchos años, me gusta invocarle con un título entrañable: nuestro Padre y Señor»[7]. Y explica: «San José es realmente Padre y Señor, que protege y acompaña en su camino terreno a quienes le veneran, como protegió y acompañó a Jesús mientras crecía y se hacía hombre»[8]. En la edición crítico-histórica de Camino, anota Pedro Rodríguez que san Josemaría pudo tomar la expresión Padre y Señor de santa Teresa de Jesús, que tanto influyó en la devoción a san José no sólo en el Carmelo, sino en toda Iglesia[9].
En Camino, las consecuencias de esta «paternidad» se concentran en el magisterio de san José sobre la «vida interior». Dice el n. 560: «Nuestro Padre y Señor san José es maestro de la vida interior. —Ponte bajo su patrocinio y sentirás la eficacia de su poder». Y el n. 561: «De san José dice santa Teresa, en el libro de su vida: “Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso santo por maestro, y no errará en el camino”. —El consejo viene de alma experimentada. Síguelo». La razón que aduce san Josemaría para apoyar estos dos consejos es el trato íntimo y continuado que san José mantuvo con Jesús y con María a lo largo de toda su vida.
Los tres números citados de Camino sitúan el pensamiento de san Josemaría sobre san José en dos coordenadas esenciales: la verdad de su paternidad sobre Jesús y la influencia del santo Patriarca en la historia de la salvación. Estos números testimonian ya desde sus primeras manifestaciones un pensamiento josefológico maduro y una convicción teológica firme. Así se ve en la sencilla firmeza con que llama a san José «padre» de Jesús sin vacilación alguna[10].
2. Una sólida tradición anterior
Con la sobriedad en el decir y con la precisión de lenguaje que le caracterizan, san Josemaría se sabe inserto en una sólida tradición eclesial de teología y devoción al santo Patriarca. Su pensamiento sobre san José es rico, sólido y constante, y en él afloran, junto con la iniciativa propia de una delicada piedad movida por el Espíritu Santo, una magnífica información de las cuestiones teológicas concernientes a san José, y la conciencia de estar pisando terreno seguro[11].
Como es bien sabido, en 1870, Pío IX por el decreto Quemadmodum Deus (8-XII-1870) había declarado a san José patrono de la Iglesia Universal, y el 15 de agosto de 1889, León XIII había publicado su encíclica Quamquam pluries dedicada al santo Patriarca. En esta encíclica, de gran vigor de pensamiento, se recogen las líneas fundamentales de la teología de san José precisamente al aducir las razones por las que debe ser considerado patrono de la Iglesia Universal.
La primera razón que menciona el Papa es que san José es el esposo de santa María y, en consecuencia, es padre de Jesús, el cual es un bien —bonum prolis— de este matrimonio. En el texto del pontífice, la verdad del matrimonio entre santa María y san José está fuera de toda duda y lleva directamente a la verdad de la paternidad de san José sobre Jesús. Ambas realidades —matrimonio y paternidad— constituyen dos rasgos esenciales de la vocación divina de san José: él ha sido llamado para desempeñar estas dos tareas queridas en sí mismas por Dios, en su propio valor. En esta vocación encuentran su razón de ser las demás gracias recibidas por san José; en ella se encuentra, pues, la razón última de «su dignidad, de su santidad y de su gloria»[12].
En el planteamiento de León XIII, el matrimonio de san José con la Virgen es la razón última de todo lo que acompaña a la figura de san José, porque la verdad y perfección de este matrimonio «exige» la participación en sus bienes y, en concreto, en el bien de la prole, aunque la prole haya sido engendrada virginalmente. El Papa llama a este matrimonio «máximo consorcio y amistad al que de por sí va unida la comunidad de bienes», y dice que san José ha sido entregado a la Virgen no sólo como «compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad», sino también como partícipe de su «excelsa grandeza». Él es, pues, «custodio legítimo y natural de la Sagrada Familia»[13].
León XIII sigue en esto una línea de pensamiento, expresada ya por san Ambrosio y san Agustín, que encuentra una de sus formulaciones más perfectas en santo Tomás de Aquino: entre santa María y san José hubo verdadero y perfecto matrimonio. Dada la virginidad perpetua de santa María, algunos escritores antiguos encontraron cierta dificultad en considerar esta unión como un verdadero matrimonio[14]. Estas vacilaciones se disiparon a favor de la autenticidad del matrimonio, entre otras causas, por la decidida toma de posición de san Ambrosio[15] y de san Agustín[16]. Esto no impide que autores tan importantes como san Bernardo (+1153) se hayan mostrado muy cautos ante la afirmación del matrimonio entre san José y santa María, o no lo hayan valorado como elemento fundamental en la teología josefina[17]. La posición de santo Tomás de Aquino (+1274) no ofrece lugar a dudas: la unión entre José y María fue verdadero y perfecto matrimonio, porque en él tuvo lugar la unión esponsal entre sus espíritus[18].
Conviene no olvidar que considerar la unión entre José y María como verdadero matrimonio se ajusta al lenguaje del Nuevo Testamento, que no vacila en llamar a santa María «mujer» de José: ni hay ambigüedades en torno a la virginidad de santa María incluso en aquellos lugares en que se le llama esposa de José (cfr., p.ej., Mt 1, 16-25), ni hay dudas en llamar a José padre de Jesús, ni en mostrarlo actuando como tal (cfr., p.ej., Lc 2, 21-49).
3. La figura de san José en las enseñanzas de san Josemaría
Desde los primeros escritos, san Josemaría describe la figura de san José como un hombre joven, quizás un poco mayor que santa María, pero en la plenitud de la fuerza y de la vida: «El santo Patriarca no era un viejo, sino un hombre joven, fuerte, recio, gran amante de la lealtad, con fortaleza. La Sagrada Escritura le define con una sola palabra: justo (cfr. Mt 1, 20-21). José era un varón justo, un hombre lleno de todas las virtudes, como convenía al que había de ser el protector de Dios en la tierra»[19].
En el subsuelo de esta descripción se encuentra la convicción de que Dios, al dar la vocación, otorga las gracias convenientes a quien las recibe y que, por tanto, adornó a san José con aquellas dotes de la naturaleza y de la gracia que le hicieron un digno esposo de santa María y cabeza de la Sagrada Familia; está claro también que, de modo análogo a la Virgen Santísima, el papel de san José no es algo accidental, sino parte esencial del plan divino de la salvación.
En la predicación de san Josemaría, el subrayado en la juventud de san José se apoya, además, en tres razones fundamentales: en el sentido común a la hora de leer la Sagrada Escritura (en todo momento se presentan sus desposorios como unos desposorios normales, y no hubiera sido lo más normal el matrimonio de una joven con un anciano), en la consideración de la comunión de espíritus propia del matrimonio (del amor existente entre ellos) y, sobre todo, en la convicción de que la santa pureza no es cuestión de edad, sino que brota del amor: «No estoy de acuerdo con la forma clásica de representar a san José como un hombre anciano, aunque se haya hecho con la buena intención de destacar la perpetua virginidad de María. Yo me lo imagino joven, fuerte, quizá con algunos años más que nuestra Señora, pero en la plenitud de la edad y de la energía humana. Para vivir la virtud de la castidad, no hay que esperar a ser viejo o a carecer de vigor. La pureza nace del amor y, para el amor limpio, no son obstáculos la robustez y la alegría de la juventud. Joven era el corazón y el cuerpo de san José cuando contrajo matrimonio con María, cuando supo del misterio de su Maternidad divina, cuando vivió junto a ella respetando la integridad que Dios quería legar al mundo, como una señal más de su venida entre las criaturas»[20]. Para san Josemaría resulta «inaceptable» presentar a san José como un hombre anciano con el fin de hacer callar a los malpensados[21]. Igualmente resultaría inaceptable no sólo dudar de la verdad de su matrimonio con santa María, sino también el no tomar en consideración el amor existente entre ellos.
3.1. El amor entre san José y la Virgen
Mons. Javier Echevarría aporta un valiosísimo testimonio del modo en que san Josemaría contemplaba las relaciones entre María y José, al recoger sus palabras ante la Virgen de Guadalupe: «Una familia compuesta por un hombre joven, recto, trabajador, recio; y una mujer, casi una niña que, con su desposorio lleno de un amor limpio, encuentran en sus vidas el fruto del amor de Dios a los hombres. Ella pasa por la humildad de no decir nada: ¡qué lección para todos, que estamos siempre dispuestos a entonar nuestras hazañas! Él se mueve con la delicadeza de un hombre recto —¡el momento sería muy duro cuando conoció que su mujer, santa, estaba de buena esperanza!—, y como no desea manchar la reputación de aquella criatura se calla, mientras piensa cómo arreglar las cosas hasta que llega la luz de Dios, que indudablemente pediría desde el primer momento, y se acomoda sin vacilar a los planes del Cielo»[22].
La autenticidad del matrimonio lleva consigo la existencia de amor conyugal, de ilusión de vida en común, de compromiso, y lo lógico es pensar que estos rasgos estuvieron muy presentes en el matrimonio entre José y María. Dios añadió a ese amor el fruto de santa María: el Hijo Eterno hecho hombre, que quiso nacer en una familia humana.
Como venimos diciendo, san Josemaría da por supuesto que el matrimonio entre san José y la Virgen es verdadero matrimonio. Parte de aquí como de un dato seguro, y se adentra por la consideración del amor existente entre ambos cónyuges: «San José debía de ser joven cuando se casó con la Virgen Santísima, una mujer entonces recién salida de la adolescencia. Siendo joven, era puro, limpio, castísimo. Y lo era, justamente, por el amor. Sólo llenando de amor el corazón podemos tener la seguridad de que no se encabritará ni se desviará, sino que permanecerá fiel al amor purísimo de Dios»[23].
Para san Josemaría, el amor es la clave en toda vida humana, y lo es también en la vida de José: en él está la razón de su fortaleza, de su fidelidad, de su castidad. Un poco más adelante, añade: «¿Os imagináis a san José, que amaba tanto a la Santísima Virgen y sabía de su integridad sin mancha? ¡Cuánto sufriría viendo que esperaba un hijo! Sólo la revelación de Dios nuestro Señor, por medio de un ángel, le tranquilizó. Había buscado una solución prudente: no deshonrarla, marcharse sin decir nada. Pero ¡qué dolor!, porque la amaba con toda el alma. ¿Os imagináis su alegría, cuando supo que el fruto de aquel vientre era obra del Espíritu Santo?»[24].
Aunque no se detiene en el motivo de la turbación de José, san Josemaría está insinuando que consiste en el «no ver», no en el hecho de que dudase de la virtud de su esposa. No sabe qué hacer: «José era un varón justo, un hombre lleno de todas las virtudes, como convenía al que había de ser el protector de Dios en la tierra. Al principio se turba, cuando descubre que su Esposa Inmaculada se halla encinta. Advierte el dedo de Dios en aquellos hechos, pero no sabe cómo comportarse. Y en su honradez, para no difamarla, piensa despedirla en secreto»[25].
El dolor de José apunta hacia el hecho mismo de tener que abandonar a su esposa. San Josemaría se atiene sobriamente a los datos que ofrece el Nuevo Testamento, leyéndolos con fe y con sentido común: según los textos, la turbación de san José es clara; esa turbación se debe a una ignorancia que será despejada con el mensaje del ángel; el amor y el conocimiento que José tiene de María, le llevan a pensar que en ese acontecimiento, que no entiende, está el dedo de Dios. San Josemaría insinúa aquí lo que bastantes exégetas han pensado: que la duda de José versa, no sobre la honradez de santa María, sino en cómo debe comportarse pensando en que hay algo divino por medio[26].
Y siempre el amor por medio, pues san Josemaría no duda de que había auténtico amor conyugal entre ellos[27]. Más aún, la castidad de José aparece protegida por ese amor, que se fundamenta en la fe: «Su fe se funde con el Amor: con el amor de Dios que estaba cumpliendo las promesas hechas a Abraham, a Jacob, a Moisés; con el cariño de esposo hacia María, y con el cariño de padre hacia Jesús. Fe y amor en la esperanza de la gran misión que Dios, sirviéndose también de él —un carpintero de Galilea—, estaba iniciando en el mundo: la redención de los hombres»[28].
Esto significa que, en medio del claroscuro de la fe, san José alcanza a intuir también algo de la grandeza de su misión.
3.2. La paternidad de José
En san Josemaría, no existe vacilación alguna en cómo expresar la paternidad de san José. Desde los primeros escritos hasta el final, le llama padre de Jesús sin más matizaciones. Puede decirse que su pensamiento con respecto a la teología de san José se inscribe en las coordenadas de dos Padres: san Juan Crisóstomo y san Agustín. De san Juan Crisóstomo cita un texto que pone en boca de Dios estas palabras: «No pienses que, por ser la concepción de Cristo obra del Espíritu Santo, eres tú ajeno al servicio de esta divina economía. Porque, si es cierto que ninguna parte tienes en la generación y la Virgen permanece intacta; sin embargo, todo lo que dice relación con la paternidad sin atentar a la dignidad de la virginidad, todo eso te lo entrego a ti, tal como imponer nombre al hijo»[29]. De san Agustín, san Josemaría cita, como se ha visto, el Sermón 51[30].
El ejercicio de la paternidad sobre Jesús constituye parte esencial de una «misión» que llena toda la vida de José: «Tiene una misión divina: vive con el alma entregada, se dedica por entero a las cosas de Jesucristo, santificando la vida ordinaria»[31]. Aquí radica uno de los principales atractivos que ejerce el santo Patriarca sobre san Josemaría: su total entrega a Jesucristo «santificando la vida ordinaria», es decir, en el ejercicio de los quehaceres propios de su oficio y como un buen padre de una familia judía de su época.
San Josemaría ofrece en Es Cristo que pasa una larga descripción de la relación paterno-filial que tiene lugar entre san José y nuestro Señor. Es una página hermosa, sobria y piadosa, en la que se presta atención a los detalles: «Para san José, la vida de Jesús fue un continuo descubrimiento de la propia vocación. Recordábamos antes aquellos primeros años llenos de circunstancias en aparente contraste: glorificación y huida, majestuosidad de los Magos y pobreza del portal, canto de los ángeles y silencio de los hombres. Cuando llega el momento de presentar al Niño en el Templo, José, que lleva la ofrenda modesta de un par de tórtolas, ve cómo Simeón y Ana proclaman que Jesús es el Mesías. Su padre y su madre escuchaban con admiración (Lc 2, 33), dice San Lucas. Más tarde, cuando el Niño se queda en el Templo sin que María y José lo sepan, al encontrarlo de nuevo después de tres días de búsqueda, el mismo evangelista narra que se maravillaron (Lc 2, 48). José se sorprende, José se admira. Dios le va revelando sus designios y él se esfuerza por entenderlos (…) San José, como ningún hombre antes o después de él, ha aprendido de Jesús a estar atento para reconocer las maravillas de Dios, a tener el alma y el corazón abiertos»[32].
He aquí la vida interior de san José descrita como una auténtica peregrinación en la fe, en cierto sentido, muy parecida a la de santa María. Ambos, María y José, van descubriendo la voluntad de Dios poco a poco, y van haciendo realidad su primera entrega en una fidelidad con la que se confortan mutuamente. Al mismo tiempo, en ejercicio de su paternidad, José transmite a Jesús su oficio de artesano, su modo de trabajar, incluso en tantas cosas su visión del mundo: «Pero si José ha aprendido de Jesús a vivir de un modo divino, me atrevería a decir que, en lo humano, ha enseñado muchas cosas al Hijo de Dios (…) José amó a Jesús como un padre ama a su hijo, le trató dándole todo lo mejor que tenía. José, cuidando de aquel Niño, como le había sido ordenado, hizo de Jesús un artesano: le transmitió su oficio. Por eso los vecinos de Nazaret hablarán de Jesús, llamándole indistintamente faber y fabri filius (Mc 6, 3; Mt 13, 55): artesano e hijo del artesano. Jesús trabajó en el taller de José y junto a José. ¿Cómo sería José, cómo habría obrado en él la gracia, para ser capaz de llevar a cabo la tarea de sacar adelante en lo humano al Hijo de Dios? Porque Jesús debía parecerse a José: en el modo de trabajar, en rasgos de su carácter, en la manera de hablar. En el realismo de Jesús, en su espíritu de observación, en su modo de sentarse a la mesa y de partir el pan, en su gusto por exponer la doctrina de una manera concreta, tomando ejemplo de las cosas de la vida ordinaria, se refleja lo que ha sido la infancia y la juventud de Jesús y, por tanto, su trato con José»[33].
He aquí la paradoja, y san Josemaría es bien consciente de ella: aquel que es la Sabiduría «aprende» de un hombre las cosas más elementales, como el oficio de carpintero. Se manifiesta en esta paradoja la «sublimidad del misterio» de la Encarnación y la verdad de la paternidad de José. Con su Madre, el Señor aprendió a hablar y a andar; en el hogar regido por san José, aprendió lecciones de laboriosidad y de honradez. El mutuo cariño hizo que José y Jesús se pareciesen en muchas cosas: «No es posible desconocer la sublimidad del misterio. Ese Jesús que es hombre, que habla con el acento de una región determinada de Israel, que se parece a un artesano llamado José, ése es el Hijo de Dios. Y ¿quién puede enseñar algo a Dios? Pero es realmente hombre, y vive normalmente: primero como niño, luego como muchacho, que ayuda en el taller de José; finalmente como un hombre maduro, en la plenitud de su edad. Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres (Lc 2, 52)»[34].
3.3. San José, Maestro de vida interior en el trabajo
San José supo enseñar a Jesús con las lecciones con que todo buen padre israelita sabía educar a su hijo: lecciones de vida limpia y de sacrificio, de virtudes humanas y de trabajo ofrecido a Dios y bien acabado; lecciones de vida sobria, justa y honesta. San José nos enseñará también a nosotros que formamos un mismo Cuerpo con Cristo. «José ha sido, en lo humano, maestro de Jesús; le ha tratado diariamente, con cariño delicado, y ha cuidado de Él con abnegación alegre. ¿No será ésta una buena razón para que consideremos a este varón justo, a este Santo Patriarca en quien culmina la fe de la Antigua Alianza, como maestro de vida interior? La vida interior no es otra cosa que el trato asiduo e íntimo con Cristo, para identificarnos con Él. Y José sabrá decirnos muchas cosas sobre Jesús. Por eso, no dejéis nunca su devoción, ite ad Ioseph, como ha dicho la tradición cristiana con una frase tomada del Antiguo Testamento (Gn 41, 55)»[35].
Dos características de la vida de san José atraen poderosamente el afecto de san Josemaría: su vida de contemplación y su vida de trabajo. Es lógico, pues ambos rasgos son esenciales en el espíritu del Opus Dei. En la fiesta de Epifanía de 1956 decía: «Y un último pensamiento para ese varón justo, nuestro Padre y Señor san José, que, en la escena de la Epifanía, ha pasado, como suele, inadvertido. Yo lo adivino recogido en contemplación, protegiendo con amor al Hijo de Dios que, hecho hombre, le ha sido confiado a sus cuidados paternales. Con la maravillosa delicadeza del que no vive para sí mismo, el santo Patriarca se prodiga en un servicio tan silencioso como eficaz. Hemos hablado hoy de vida de oración y de afán apostólico. ¿Qué mejor maestro que san José? Si queréis un consejo que repito incansablemente desde hace muchos años, Ite ad Ioseph (Gn 41, 55), acudid a san José: él os enseñará caminos concretos y modos humanos y divinos de acercarnos a Jesús. Y pronto os atreveréis, como él hizo, a llevar en brazos, a besar, a vestir, a cuidar a este Niño Dios que nos ha nacido»[36].
La cita interna está tomada de la oración a san José preparatoria a la santa Misa contenida en el misal romano[37]. Esta oración pone como ejemplo la contemplación de san José en la cercanía de Jesús que, en su sencillez, es buen exponente de la inmediatez con que el cristiano ha de contemplar la vida de Jesús.
Enamora a san Josemaría la vida de trabajo de José y lo considera maestro de vida interior en esa vida de trabajo intenso y humilde «porque nos enseña a conocer a Jesús, a convivir con Él, a sabernos parte de la familia de Dios», y «nos da esas lecciones siendo, como fue, un hombre corriente, un padre de familia, un trabajador que se ganaba la vida con el esfuerzo de sus manos. Y ese hecho tiene también, para nosotros, un significado que es motivo de reflexión y de alegría»[38]. La figura de san José habla también de la universalidad de la llamada al apostolado: él supo convertir el trabajo en ocasión de «dar a conocer a Jesús».
Gran parte de la homilía En el taller de José está dedicada a este tema: el espíritu del Opus Dei «se apoya, como en su quicio, en el trabajo ordinario, en el trabajo profesional ejercido en medio del mundo. La vocación divina nos da una misión, nos invita a participar en la tarea única de la Iglesia, para ser así testimonio de Cristo ante nuestros iguales los hombres y llevar todas las cosas hacia Dios»[39]. La figura de san José se destaca como la de aquel que ha sabido dar al trabajo su dimensión propia en la historia de la salvación.
Es aquí, en el ofrecimiento a Dios del propio trabajo, donde el cristiano ejercita el sacerdocio que ha recibido en el bautismo. Comentando la oración a san José que se acaba de citar, dice: «Deus qui dedisti nobis regale sacerdotium… Para todos los cristianos, el sacerdocio es real (…): todos tenemos alma sacerdotal. Praesta, quaesumus ut, sicut beatus Ioseph unigenitum Filium tuum, natum ex Maria Virgine, (...) suis manibus reverenter tractare meruit et portare, (…) ita nos facias cum cordis munditia… Así, así quiere Él que seamos: limpios de corazón. Et operis innocentia —la inocencia de las obras es la rectitud de intención— tuis sanctis altaribus deservire. Servirle no sólo en el altar, sino en el mundo entero, que es altar para nosotros. Todas las obras de los hombres se hacen como en un altar, y cada uno de vosotros, en esa unión de almas contemplativas que es vuestra jornada, dice de algún modo su misa, que dura veinticuatro horas, en espera de la misa siguiente, que durará otras veinticuatro horas, y así hasta el fin de nuestra vida»[40].
Es propio del sacerdote santificar. La santificación del trabajo tiene lugar como ejercicio del sacerdocio de los fieles, «pues todas sus obras, preces y proyectos apostólicos, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso del alma y del cuerpo, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida si se sufren pacientemente, se convierten en hostias espirituales aceptables a Dios por Jesucristo (1P 2,5), que en la celebración de la Eucaristía, con la oblación del cuerpo del Señor, ofrecen piadosísimamente al Padre»[41].
Entre los gestos de devoción a san José se destaca uno con el que san Josemaría se inserta también en una rica tradición anterior: la comparación del santo Patriarca con José, el hijo de Jacob, que prodigó el pan a los habitantes de Egipto y a los hijos de Israel. Esta comparación viene potenciada por un hecho que le llega profundamente al corazón: porque «buscar el pan» es característico del padre de familia —somos de la familia de san José—, y porque el pan de que se habla es la sagrada Eucaristía. Los textos más vibrantes sobre este tema se encuentran al evocar los acontecimientos que rodean la obtención del permiso para reservar al Señor en la primera residencia de estudiantes.
He aquí cómo recuerda este suceso: «En 1934, si no me equivoco, comenzamos la primera residencia de estudiantes (...) Necesitábamos tener al Señor con nosotros, en el tabernáculo. Ahora es fácil, pero, entonces, poner un sagrario era una empresa muy difícil (…) Comencé a pedir a san José que nos concediera el primer sagrario, y lo mismo hacían los hijos míos que tenía entonces alrededor. Mientras encomendábamos este asunto, yo trataba de encontrar los objetos necesarios: ornamentos, tabernáculo… No teníamos dinero. Cuando reunía cinco duros, que entonces era una cantidad discreta, se gastaban en otra necesidad más perentoria. Logré que unas monjitas, a las que quiero mucho, me dejaran un sagrario; conseguí los ornamentos en otro sitio y, por fin, el buen obispo de Madrid nos concedió la autorización para tener el Santísimo Sacramento con nosotros. Entonces, como señal de agradecimiento, hice poner una cadenilla en la llave del sagrario, con una medallita de san José en la que, por detrás, está escrito: ite ad Ioseph! De modo que san José es verdaderamente nuestro Padre y Señor, porque nos ha dado el pan —el pan eucarístico— como un padre de familia bueno. ¿No he dicho antes que nosotros pertenecemos a su familia?»[42].
San José, dador del pan para la Sagrada Familia, es también dador del pan para la Iglesia. Desde el cielo, él sigue ejerciendo su paternidad sobre quienes forman en Cristo un mismo Cuerpo Místico. Con el correr de los años, esta consideración fue haciéndose cada vez más viva, enraizándose progresivamente en el alma de san Josemaría. El Venerable Siervo de Dios Álvaro del Portillo, refiere este recuerdo del viaje por algunos países de América del Sur en 1974: «Durante aquel viaje, nuestro Fundador empezó a hablar de la presencia misteriosa —“inefable”, decía— de María y José junto a los sagrarios de todo el mundo. Lo argumentaba así: si la Santísima Virgen no se separó nunca de su Hijo, es lógico que continúe a su lado también cuando el Señor decide quedarse en esta “cárcel de amor” que es el tabernáculo: para adorarle, amarle, rezar por nosotros. Y aplicaba a san José la misma idea: estuvo siempre junto a Jesús y junto a su Esposa; tuvo la suerte de morir acompañado por ellos, ¡qué muerte tan maravillosa! (…) En definitiva, nuestro Padre[43] metía a san José en todo»[44].
En conclusión, la piedad de san Josemaría hacia san José y su visión teológica de la figura y de la misión del santo Patriarca están fundamentadas en su meditación de la Sagrada Escritura —en su lectura cristiana de la Biblia—, en los santos padres, especialmente san Juan Crisóstomo y san Agustín, y en lo que constituyen las líneas de fuerza de la teología de san José en el magisterio pontificio anterior, especialmente en el de León XIII. La teología mariana se suele vertebrar en torno a la verdadera maternidad de santa María (su maternidad sobre Cristo y sobre todos los hombres); así sucede de modo análogo con la teología de san José, tal y como la encontramos expresada en las enseñanzas de san Josemaría: toda ella está vertebrada en torno a tres ejes fundamentales: la verdad de su matrimonio con santa María, la verdad de su paternidad sobre Jesús, su misión de custodio de la Sagrada Familia primero, y de la Iglesia después. Dentro de estas coordenadas, el lector atento encuentra como un amoroso avance en el «descubrimiento» de pequeños detalles, aplicaciones y matices que duraron hasta el final de su vida, como se pone de relieve, por ejemplo, en el testimonio del Venerable Siervo de Dios Álvaro del Portillo que se acaba de citar.
[1] El artículo se publica a título póstumo.
[2] San Josemaría, De la familia de José, notas de la predicación, 19-III-1971 (AGP, biblioteca, P09, p. 136).
[3] Cfr. Andrés Vázquez De Prada, El Fundador del Opus Dei, vol. III, Rialp, Madrid 2003, pp. 728 ss. Sobre la presencia de San José en la enseñanza de San Josemaría, cfr., entre otros, los siguientes trabajos: L. M. de La Herrán, La devoción a San José en la vida y enseñanzas de Mons. Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei (1902-1975), Estudios josefinos, 34 (1980), pp. 147-189; I. SOLER, San José en los escritos y en la vida de San Josemaría. Hacia una teología de la vida ordinaria, Estudios josefinos, 59 (2005), pp. 259-284. Cfr. también J. B. Freire Pérez, Para amar más a San José, Promesa, San José de Costa Rica 2007, pp. 55-61; M. Ibarra Benlloch, La capilla de la Sagrada Familia, Scripta de Maria, II/4 (2007), pp. 351-364; J. Ferrer, San José nuestro Padre y Señor, Arca de la Alianza, Madrid 2007.
[4] San Josemaría, Camino, n. 559.
[5] San Josemaría, Cfr. homilía En el taller de José, en Es Cristo que pasa, nn. 39-56. De ahora en adelante, En el taller de José.
[6] San Agustín, Sermo 51, 20: PL 38, 351; BAC 95, p. 40. Cfr. En el taller de José, n. 55.
[7] En el taller de José, n. 39.
[8] Ibíd.
[9] He aquí las palabras de Santa Teresa: «Comienzo en el nombre del Señor, tomando por ayuda a su gloriosa Madre, cuyo hábito tengo, aunque indigna de él, y a mi glorioso padre y señor San José, en cuya casa estoy» (Santa Teresa, Fundaciones, prólogo, 5; BAC 212, 8ª ed., p. 675). Cfr. Camino. Edición crítico-histórica preparada por Pedro Rodríguez, Rialp, Madrid 2002, p. 689, esp. nt. 29.
[10] Sobre los diversos calificativos que ha recibido la paternidad de san José a lo largo de los siglos —padre legal, putativo, nutricio, adoptivo etc.—, cfr. B. Llamera, Teología de San José, BAC, Madrid 1953, pp. 73-114. Llamera ofrece dos conclusiones muy orientadoras: «Las denominaciones padre legal, putativo, nutricio, adoptivo, virginal y vicario del Padre celestial expresan sólo aspectos parciales e incompletos de la paternidad de san José» (p. 94). Y la siguiente conclusión que explica por qué todas estas «paternidades» le parecen incompletas: «La paternidad de san José es nueva, única y singular, de orden superior a la paternidad natural y adoptiva humanas» (p. 102). Siguiendo a san Agustín se puede decir que la paternidad de san José sobre Jesús es única, singular y de orden superior como es único, singular y de orden superior su matrimonio con santa María.
[11] Además de las numerosas alusiones a san José que hace san Josemaría a lo largo de toda su vida, existen cuatro extensos textos dedicados a San José con los que es fácil esbozar una teología del santo Patriarca casi completa. He aquí los textos: homilía En el taller de José, 19-III-1963, en Es Cristo que pasa, Rialp, Madrid 1973, nn. 39-56; La escuela de José, notas de la predicación, 19-III-1958 (AGP, biblioteca, P18, pp. 79-88); San José, nuestro Padre y Señor, notas de la predicación, 19-III-1968 (AGP, biblioteca, P09, pp. 93-103); De la familia de José, notas de la predicación, 19-III-1971 (AGP, biblioteca, P09, pp. 133-141). De ahora en adelante, los tres últimos se citarán como La escuela de José; San José, nuestro Padre y Señor; y De la familia de José, respectivamente.
[12] León XIII, Enc. Quamquam pluries (15-VIII-1889), n. 3.
[13] «Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad —al que de por sí va unida la comunión de bienes— se sigue que, si Dios ha dado a José como esposo de la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella» (Ibíd.).
[14] Cfr. G.M. Bertrand, Joseph (saint). II. Patristique et haut moyen âge, Dictionnaire de Spiritualité, VIII, Beauchesne, Paris 1974, 1304.
[15] «Nec te moveat quod frequenter Scriptura conjugem dicit: non enim virginitatis ereptio, sed conjugii testificatio, nuptiarum celebratio declaratur» (In Lucam, 2, 5: SC 45, p. 74).
[16] San Agustín advierte las implicaciones de esta situación providencial en el concepto mismo de matrimonio al proponerlo como modelo a los matrimonios continentes diciendo: «este matrimonio es tanto más real cuanto que es más casto» (Sermo 51, 10, 13 y 16: PL 38, 342, 344-346, 348; BAC 95, 39-40). Las expresiones latinas que utiliza san Agustín en el Sermo 51 son de una gran belleza y claridad: «Quare pater? Quia tanto firmius pater, quanto castius pater (…) Non ergo de semine Joseph Dominus, quamvis hoc putaretur: et tamen pietati et charitati Joseph natus est de Maria virgine filius, idemque Filius Dei».
[17] Cfr. San Bernardo, Homilia Super missus est, II, 15: «Nec vir ergo matris, nec filii pater exstitit, quamvis certa… et necessaria dispensatione utrumque ad tempus appellatus sit et putatus» (en Opera, t. 4, éd. J. Leclerq et H. Rochais, Roma 1966, p. 33). Lo que aquí ocupa el primer plano no es la verdad del matrimonio, sino el hecho de que san José ha sido llamado «vir» y «pater» temporalmente, ad tempus. La traducción castellana de Díez Ramos subraya la poca importancia que el matrimonio de José y María recibe en esta homilía: «Ni fue, pues, varón de la madre ni padre del hijo, aunque (como se ha dicho), por una necesaria razón de obrar y permisión en Dios, fue llamado y reputado por algún tiempo lo uno y lo otro» (BAC 110, 203). La poca importancia dada por San Bernardo al matrimonio entre la Virgen y san José no le impide hacer una cálida descripción de la santidad de José, p.e., al compararlo con José, hijo de Jacob: «Acuérdate al mismo tiempo de aquel gran patriarca, vendido en otro tiempo en Egipto, y reconocerás que éste no sólo tuvo su mismo nombre, sino su castidad, su inocencia y su gracia (…) Aquél, guardando lealtad a su señor, no quiso consentir al mal intento de su señora (cfr. Gn 39, 12); éste, reconociendo virgen a su Señora, Madre de su Señor, la guardó fidelísimamente, conservándose él mismo en toda castidad» (Ibíd., 16: BAC 110, 204).
[18] «La forma del matrimonio consiste en cierta indivisible unión de las almas por la que cada cónyuge de modo indivisible se obliga a guardar fidelidad al otro; el fin del matrimonio es engendrar y educar la prole: a lo primero se llega por el acto conyugal; a lo segundo por las obras del marido y la esposa con las que se ayudan para criar a la prole (…) En cuanto a la primera perfección, el matrimonio de la Virgen Madre de Dios y José fue verdadero matrimonio, porque ambos consintieron en la unión conyugal (…) En cuanto a la segunda perfección, que tiene lugar por el acto matrimonial, si esto se refiere a la unión carnal por la que se engendra la prole, aquel matrimonio no fue consumado (…) pero aquel matrimonio tuvo también la segunda perfección en cuanto se refiere a la educación de la prole» (Santo Tomás, S. Th. III, q. 29, a. 2, in c.).
[19] La escuela de José, p. 80. Y en otro lugar, dice: «De las narraciones evangélicas se desprende la gran personalidad humana de José: en ningún momento se nos aparece como un hombre apocado o asustado ante la vida; al contrario, sabe enfrentarse con los problemas, salir adelante en las situaciones difíciles, asumir con responsabilidad e iniciativa las tareas que se le encomiendan» (En el taller de José, n. 40).
[20] En el taller de José, n. 40. El mismo pensamiento encontramos en De la familia de José, p. 134, y en San José, nuestro Padre y Señor, pp. 95-96.
[21] Para «garantizar» mejor la virginidad de santa María algunos apócrifos hablaron de un matrimonio anterior de José y lo presentaron de edad avanzada. Esta presentación ha influido poderosamente en el arte (cfr. G. M. Bertrand, en Joseph (saint). II. Patristique et haut moyen âge, Dictionnaire de Spiritualité, VIII, cit., 1302-1303). Para el «realismo» y la sencillez de san Josemaría, la imaginación de esos apócrifos resulta inaceptable. El planteamiento de san Josemaría es muy parecido al de san Jerónimo en el Adv. Helvidium, 19 (PL 23, 203): es necesario atenerse sobriamente a los datos que ofrece el Nuevo Testamento.
[22] San Josemaría, Apuntes de su oración personal ante la Virgen de Guadalupe, 21-V-1970, citado en J. Echevarría, Carta, 1-XII-1996 (AGP, biblioteca, P17, vol. 4, pp. 230-231).
[23] De la familia de José, p. 134.
[24] Ibíd., p. 138.
[25] La escuela de José, p. 80.
[26] Tras citar Mt 1, 20, comenta P. Grelot: «La invitación a no temer tiene lugar en un relato de vocación: José, el justo, recibe de Dios una llamada a la medida de su justicia (…) Al tomar consigo a la madre del niño y convertirse en su esposo, José se convierte al mismo tiempo en responsable de la madre y del hijo ante Dios y ante los hombres; es su papel especial en el plan de salvación. Su paternidad real está señalada por el hecho de que él pondrá el nombre al niño; esta será desde entonces “la palabra de reconocimiento” del padre al hijo» (P. Grelot, Joseph (Saint). I. Écriture, Dictionnaire de Spiritualité, VIII, cit., 1297-1298).
[27] He aquí otra expresión feliz: «(…) pero José, su esposo, siendo, como era, justo, y no queriendo infamarla… No, no podía en conciencia. Sufre. Sabe que su esposa es inmaculada, que es un alma sin mancilla, y no comprende el prodigio que se ha obrado en ella. Por eso voluit occulte dimittere eam (Mt 1, 19), deliberó dejarla secretamente. Tiene una vacilación, no sabe qué hacer, pero lo resuelve de la manera más limpia» (San José, nuestro Padre y Señor, p. 101).
[28] En el taller de José, n. 42.
[29] San Juan Crisóstomo, In Mat., Hom. 4, 6: BAC 141, 70. Cfr. La escuela de José, pp. 80-81.
[30] Cfr. En el taller de José, n. 55.
[31] La escuela de José, p. 81.
[32] En el taller de José, n. 54.
[33] Ibid., n. 55.
[34] Ibid.
[35] Ibid., n. 56.
[36] Homilía En la epifanía del Señor, 6-I-1956, en Es Cristo que pasa, n. 38.
[37] «O felicem virum, beatum Ioseph, cui datum est, Deum, quem multi reges voluerunt videre et non viderunt, audire et non audierunt; non solum videre et audire, sed portare, deosculari, vestire et custodire!».
[38] San Josemaría, En el taller de José, Es Cristo que pasa, n. 39.
[39] Ibid., n. 45.
[40] San Josemaría, Notas de una meditación, Roma, 19-III-1968.
[41] ]Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 34.
[42] De la familia de José, p. 137.
[43] Don Álvaro del Portillo se refiere a san Josemaría como nuestro Padre, pues el Opus Dei es una familia de carácter sobrenatural.
[44] Álvaro del Portillo, Entrevista sobre el Fundador del Opus Dei, Rialp, Madrid 1993, p. 161.
Romana, n. 59, julio-diciembre 2014, p. 396-411.