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En la presentación del libro Álvaro del Portillo. Un uomo fedele, Roma

Eminencia, queridos relatores, queridos amigos:

La presentación de la biografía del próximo beato Mons. Álvaro del Portillo, escrita por don Javier Medina, tiene lugar pocos días antes de su beatificación en Madrid, su ciudad natal. No puedo esconder la emoción de este momento, que me trae a la memoria tantos recuerdos de un pastor bueno y fiel, que supo amar a la Iglesia y a las almas con todo el corazón: un corazón que, siguiendo las inspiraciones del Espíritu Santo, se ensanchaba siempre más y más.

La cercanía del 27 de septiembre, reabre una pregunta: ¿cuál es el sentido, la importancia de una beatificación o de una canonización? El Papa Francisco, refiriéndose a los santos, responde así: «El Señor elige a algunas personas para hacer ver mejor la santidad, para hacer ver que Él es quien santifica […]. Ésta es la primera regla de la santidad: es necesario que Cristo crezca y que nosotros disminuyamos» (Homilía, 9-V-2014).

Esta es la misión a la que ha sido llamada la Iglesia: conducir al Cielo a quienes engendró a una vida nueva en el Bautismo, por la acción del Espíritu Santo. Por eso, toda beatificación es ocasión de fiesta para el Pueblo de Dios. Al acercarse el momento en que don Álvaro será contado en el número de los bienaventurados, resulta muy lógico que nuestra alegría se manifieste en gratitud a Dios, de quien procede toda santidad.

Una beatificación no se puede reducir a la celebración de una persona, sino que es, sobre todo, una ocasión de alabar a Dios, de darle gloria, y de agradecer sus dones. Es también una oportunidad de conversión para cada uno de nosotros: un recordatorio del deseo de que Cristo crezca y nuestro yo disminuya.

El venerable Álvaro del Portillo fue, ciertamente, un hombre, un sacerdote y un obispo al que Dios concedió dotes humanas y sobrenaturales de primera categoría; sin embargo puedo dar fe de que su existencia se desarrolló en un clima de vida ordinaria, afrontada con una fidelidad fuerte y alegre. Nunca pretendió brillar con luz propia, sino que —en todo momento— procuró reflejar la luz divina siguiendo lealmente el espíritu que aprendió de la palabra y del ejemplo de san Josemaría, el fundador del Opus Dei. Don Álvaro se santificó, con la gracia de Dios y con su correspondencia generosa, poniendo en práctica de modo extraordinario la vida cristiana ordinaria.

Su beatificación nos recuerda —y aquí reside el significado de este acto de la Iglesia— que la santidad es asequible a todos los bautizados, si correspondemos con generosidad a la gracia de Dios. La vocación cristiana impulsa a la identificación con Cristo, cada uno en las circunstancias propias de su estado y condición. Y requiere esforzarse por llevar la Cruz todos los días. Para la gran mayoría de las personas, se trata de una cruz ordinaria, que han de portar con gozo en el seno de la familia, en el ambiente social y deportivo, en la salud y en la enfermedad, en el trabajo y en el descanso. No se trata, por tanto, de realizar acciones extraordinarias, ni de poseer carismas excepcionales; consiste —siguiendo el ejemplo del Maestro— en saber recibir cotidianamente lo que cueste.

El ejemplo de los santos y de los beatos suscita en nosotros el deseo de ser como ellos, de pertenecer para siempre a la gran familia de Dios, muy cerca de Jesús y de la Virgen María. Como escribía el Card. Joseph Ratzinger, «ser santo no comporta ser superior a los demás […] La santidad es el contacto profundo con Dios: es hacerse amigo de Dios, dejar obrar al Otro, el Único que puede hacer realmente que este mundo sea bueno y feliz» (6-X-2002).

Hoy deseo agradecer de modo particular por sus ponencias, a su eminencia el cardenal Francesco Monterisi, al padre Antonio Maria Sicari —que tantos libros nos ha regalado sobre los santos y la santidad—y a las profesoras Emma Fattorini y Maria Vittoria Marini Clarelli. Un agradecimiento especial también para el autor del libro y para el Dr. Cesare Cavalleri y todos los amigos de Ares, editores del libro.

Mientras escuchamos sus reflexiones, unámonos a las intenciones del Santo Padre Francisco. Sugiero a todos que, en este rato de presentación, pidamos de modo especial la intercesión del próximo beato Álvaro para que todos los católicos sepamos vivir unidos al Papa, en unidad de corazones y de intenciones, por el bien de la Iglesia.

Romana, n. 59, Julio-Diciembre 2014, p. 333-335.

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