Coloquio sobre San Josemaría y los artistas, Florencia (3-X-2008)
El pasado el 3 de octubre tuvo lugar, en el "Palazzo Incontri" de Florencia, un coloquio sobre "San Josemaría y los artistas", con ocasión de la presentación del libro "San Josemaría en la Basílica de San Pedro" (publicado en dos ediciones bilingües en inglés-español e italiano-francés), que recoge un amplio reportaje gráfico de Aurelio Amendola y otros fotógrafos, sobre las distintas fases de ejecución y colocación de una estatua de San Josemaría en la Basílica de San Pedro (Vaticano).
Participaron en el acto Romano Cosci, escultor de la mencionada estatua; el Rev. Guillaume Derville, teólogo y Director Espiritual Central del Opus Dei; Paola Grossi Gondi, pintora; Dony MacManus, escultor; y Giancarlo Polenghi, periodista y editor del volumen. Asistieron cerca de doscientas personas.
Giancarlo Polenghi recordó algunos textos en los que el santo compara la acción divina con el trabajo del artista: «de nuestra vida ordinaria —decía— podemos hacer poesía, endecasílabos. Asimismo, afirmaba que Dios Padre esculpe en nuestras almas la imagen de Cristo y pinta con nosotros —que somos pinceles en sus manos— obras maravillosas».
Paola Grossi Gondi mostró algunas de sus obras, de carácter realista, en las que trata de resaltar la belleza de las cosas comunes: un huevo frito, una ventana o un charco, por ejemplo, pueden despertar la admiración del artista. «Yo veía desde siempre la belleza en esas cosas. Pero no sabía por qué, hasta que conocí el espíritu de San Josemaría. Comprendí que en la belleza de la materia se puede intuir la belleza del Creador». Añadió que su sorpresa fue mayor «cuando además supe que aquello que pintaba formaba parte de mi camino al Cielo, como enseñaba el Fundador del Opus Dei».
El escultor irlandés Dony MacManus mostró también algunas de sus creaciones, como la imagen de San José y un busto de Benedicto XVI que será colocado en la Catedral de Saint Patrick (Nueva York). «En mis obras —dijo— trato de reflejar algunas de las enseñanzas que he aprendido del Fundador del Opus Dei, como el valor de la paternidad o de la familia, por ejemplo. Es cierto que la cultura actual atraviesa una crisis en estos valores. Pienso que el arte es una herramienta imprescindible para enriquecer de nuevo esa cultura».
Romano Cosci desgranó algunos recuerdos de su trabajo. Dedicó más de un año a la talla de San Josemaría que hoy se encuentra en la fachada lateral de la Basílica de San Pedro. «He recibido mucho de las enseñanzas de San Josemaría», dijo Cosci. «Anhelo que quien mire la imagen se pregunte si verdaderamente tiene sentido contemplarla, es decir, si remite más allá de sí misma y consigue ser mediación espiritual. Si es así, la imagen tendrá sentido». Cosci rememoró el día en que se colocó la estatua en San Pedro. «Cuando la vi terminada, toda blanca, cuando la vi joven y hermosa pero ya "desposada", sentí algo parecido a lo que siente un padre de familia el día en que, después de haber criado durante años a un hijo, lo ve emprender finalmente su propio camino. En esta estatua he querido dejar algo propio: algo mío muy personal, algo que va más allá de un estilo o una técnica. Creo que puedo decir que he procurado comunicar una parte de mi corazón: de mi corazón de artista que, como saben las personas que me conocen, se siente interpelado por el significado de la fe como camino y como diálogo. Por eso yo quisiera que quienes en el futuro miren la estatua se sientan involucrados en este flujo de comunicación personal, en este coloquio con Dios y con los hombres: en este coloquio en el que también participa San Josemaría, que intercede por nosotros».
El Rev. Guillaume Derville cerró el acto con una reflexión teológica en torno a la inscripción esculpida en la base de la escultura: «Et ego, si exaltatus fuero a terra, omnes traham ad meipsum (Jn 12, 32). "Y yo, cuando sea elevado sobre la Tierra, atraeré a todos hacia mí". Son palabras que se refieren a Cristo, Dios hecho hombre, en la Cruz. Cristo sobre la Cruz, —escribe San Agustín— después de la flagelación, de la corona de espinas, de los salivazos, de los clavos que traspasaron sus manos y sus pies no parece tener ninguna belleza. ¿Cuál es su belleza, su adorno? se pregunta, para responder inmediatamente: dilectionem caritatis, el amor de la caridad».
A partir de estas consideraciones, el conferenciante expuso algunas ideas sobre el amor del artista al arte, que le guía para que su obra sea bella y verdadera: «El artista comprende que la santificación del trabajo no es una especie de perfeccionismo, porque siempre está insatisfecho con su obra. Solamente Dios, por su amor, hace santos. El amor que Dios nos pide no busca una perfección como fin en sí mismo. Un día, San Josemaría comentó, observando la pintura de una capilla dedicada a la Santa Cruz, que nosotros nunca realizamos cosas que no se puedan mejorar. Lo importante es actuar por amor; esta intención supera de alguna manera la necesaria competencia técnica. Es quizás en este sentido como se puede comprender el comentario de un gran pianista sobre el virtuosismo de su joven colega de profesión: toca de un modo demasiado mecánico; no imita la voz humana».
Concluyó su intervención refiriéndose al hecho de que San Josemaría, en la escultura de Romano Cosci, aparece revestido con los ornamentos sacerdotales para celebrar la Misa. Y lo relacionó con la obra de arte de nuestra santificación, que también se realiza desde la Cruz de Cristo y se prolonga a lo largo de la historia a través del "arte supremo" de la liturgia sacramental: «Es así como Jesús nos mira, desde la Cruz, como hijos de Dios; es así como el cristiano ve en su prójimo a un hijo de Dios; así vemos el pan eucarístico, que se convertirá en el Cuerpo de Cristo. Así el artista ve en el mármol la estatua. Dios esculpe en nosotros una imagen, la de Cristo. En cada una de estas afirmaciones, hay una proyección hacia el futuro, o aún más, hacia el más allá. (...) Si es verdad que nuestras obras pueden sobrevivir a nosotros por un cierto tiempo, la Misa, opus Christi, opus Dei, es ya el cielo que desciende a la tierra. (...) Es en la liturgia, arte supremo quizás, donde nosotros somos liberados de la muerte. Los relojes deberían pararse durante la Misa, decía San Josemaría. En la lectura del Evangelio aún hoy sopla la brisa del lago de Genesaret y en Jerusalén los olivos continúan llorando dramáticamente».
Romana, n. 47, julio-diciembre 2008, p. 332-334.