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Oratorio junto al “Taipei 101”

“El sábado 7 de julio colocamos los cuadros en la iglesia, a los lados del presbiterio”, escribe don Esteban en una carta a sus paisanos. “Hemos aprovechado unas molduras que ya existían y que tienen unos ángeles en la parte superior. Han quedado muy bien. En la misa del domingo los fieles ya los han visto. Ahora vamos a editar unas estampas con una oración y una breve biografía de los dos santos”.

Esteban Aranaz es un sacerdote que llegó a Taiwan desde la diócesis aragonesa de Tarazona. Vive en Taipei y su parroquia se encuentra al lado del edificio más alto del mundo: el Taipei 101. La pequeña iglesia es un lugar de oración y paz junto a ese coloso de 101 pisos, 502 metros de altura y un ascensor que sube a 16,83 metros por segundo.

La iglesia, dedicada a Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa (Miraculous Medal Church), fue fundada por los misioneros Paúles de Holanda.

Recientemente, el Obispo auxiliar de Taipei bendijo tres nuevas imágenes para la iglesia: una de San José, patrono de China; otra de San Vicente de Paúl, Fundador de los Padres Paúles; y otra de San Josemaría Escrivá de Balaguer, Fundador del Opus Dei.

Además del Obispo auxiliar, S.E.R. Mons. Thomas Zhong, asistieron al acto el Vicario regional del Opus Dei para el Sudeste asiático, el Provincial de los Padres Paúles y la Superiora provincial de las Hermanas de la Caridad.

El párroco explica lo que une a los dos Santos: «El 2 de octubre de 1928, el Fundador de la Obra se encontraba haciendo ejercicios espirituales en la casa de los Padres Paúles de Madrid, junto a la basílica de la Medalla Milagrosa, cuando recibió la gracia de “ver” el Opus Dei. Yo, que pertenezco a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, sentí este hecho como un regalo cuando llegué a esta parroquia de Taipei hace dos años».

La imagen de San Vicente muestra la santidad y amor a la Cruz del misionero francés, Fundador de los Padres Paúles y de las Hermanas de la Caridad.

La expresión con que San Josemaría aparece en el cuadro —con las manos abiertas, como provocando un diálogo— responde a un hecho casual que vivió hace años don Esteban en su tierra natal, en Aragón.

«Había ido yo a varios pueblos y parroquias para proyectar unos vídeos del Fundador de la Obra. Quería darlo a conocer y acercar su devoción a la gente, tratándose de un santo aragonés. En un pueblo, al comenzar una de las películas, una señora con gran espontaneidad y sencillez dijo a una amiga: “Maña, mira, ¡un santo que habla!”. Hasta entonces, para esta buena mujer, los santos estaban tranquilos y silenciosos en sus altares y hornacinas, pero éste era distinto. A mí esa anécdota me ha hecho pensar muchas veces que, efectivamente, San Josemaría es un santo que habla al corazón de la gente, habla con Dios y de Dios. Por eso cuando encargué estas pinturas le dije al pintor que quería una expresión así».

Romana, n. 45, julio-diciembre 2007, p. 308-309.

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