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Roma 9-X-2006

En la apertura de curso de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, Roma

Excelentísimas e Ilustrísimas Autoridades,

Profesores, alumnos y cuantos trabajáis en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz,

Señoras y Señores.

Permitidme una breve digresión inicial, con la que quisiera pediros una ayuda particular, no exenta de una dimensión material: sólo Dios sabe cuánto me ha costado dar inicio a este Año Académico sin poder celebrar la Santa Misa, para invocar la ayuda del Espíritu Santo. En efecto, la Basílica de San Apolinar, contigua a la Universidad, se encuentra aún cerrada al culto por los trabajos de restauración. Recurro, por tanto, a vuestra generosidad para obtener del Cielo que el próximo Curso tenga inicio con el más solemne de los actos que componen la apertura del año académico: el Sacrificio del Altar con la participación del cuerpo académico, de los estudiantes y de cuantos trabajan en esta alma mater.

Hoy ya podemos entrever el final del proyecto de restauración de este edificio y de la Biblioteca, que ha involucrado a tantas personas que comparten los ideales universitario que llevamos adelante: no debemos olvidar que son un reflejo de la fe en Dios que San Josemaría Escrivá supo transmitir a los fieles de la Prelatura; en primer lugar a Mons. Álvaro del Portillo, fundador y primer Gran Canciller de nuestra Universidad. Como Gran Canciller estoy muy agradecido a Dios por esta herencia, y por sus frutos tangibles al servicio de la Iglesia; estoy también agradecido a las autoridades y a todo el personal docente y técnico-administrativo de la Universidad, por la paciencia y el profuso empeño en encontrar soluciones a tantos pequeños problemas derivados del desarrollo de las obras.

En los últimos años, la Dirección de Promoción y Desarrollo viene organizando actividades con personas que ayudan a nuestra Universidad; también este año hemos tenido ocasión de compartir nuestras alegrías, durante unas jornadas romanas, con un grupo de benefactores. Estos han podido tocar con sus manos la mejora en las condiciones materiales, pero sobre todo han percibido el interés de los estudiantes por su propio desarrollo espiritual y humano. Por lo general, suelen hacer propias las palabras que San Josemaría dirigía a los benefactores de iniciativas realizadas en servicio del prójimo: los primeros beneficiarios de su generosidad son ellos mismos.

En el ámbito académico, como ya ha sido mencionado, se han abierto nuevos frentes para la investigación teológica con el inicio de la especialización en Teología litúrgica, a la que seguirá este año la especialización en Teología bíblica. Además, la creación de una Oficina de Comunicación, el año pasado, y la inminente activación del Servicio de recursos didácticos, muestran la vitalidad que la empresa universitaria requiere también para afrontar los desafíos de la nueva evangelización.

La continua renovación que pide el trabajo de estudio y de investigación, evidente para nosotros, nos ayuda a reflexionar sobre la capacidad regenerativa de la institución universitaria en su tarea fundamental, es decir, la dedicación a la verdad.

Al afrontar un esfuerzo de este género se deben tener siempre en cuenta las cualidades y los límites, tanto individuales como colectivos.

Uno de los límites evidentes de esta tarea es la imposibilidad humana de abrazar la realidad en todos sus aspectos. Ya en el mundo clásico se descubrió que esta limitación era debida más a nuestra indigencia que a una deficiencia intrínseca de la realidad. Aun así, se intuía la íntima unión entre la verdad, la belleza y el bien, de modo que nuestro descubrimiento del verum, aunque limitado, fue considerado una apertura a acoger también el bien, no como algo accesorio, sino como consecuencia natural de la inescindibilidad de esas características en la realidad. El desarrollo genuinamente humano se presenta, en consecuencia, como un entrelazamiento armónico de capacidades dirigidas a la contemplación y al goce del bien.

Para las personas y las instituciones que se inspiran en el mensaje evangélico, el esfuerzo por armonizar todos estos aspectos se resume en buscar a Jesucristo, Camino, Verdad y Vida. Más allá de la sabiduría humana, el cristianismo nos ofrece en la persona de Jesús y en su permanencia en la Eucaristía un camino original, cuyo elemento principal es la donación[1].

Desde esta perspectiva, la búsqueda de la verdad, como decía antes, no puede ser disociada de su comunicación a otras personas.

La primera encíclica del Papa Benedicto XVI es una llamada, dirigida a todos nosotros, a no escindir nunca la búsqueda de la verdad del amor por los demás. En efecto, el Santo Padre nos hace reflexionar sobre la originalidad de la caridad, pero también sobre sus diversas manifestaciones y sobre la inseparabilidad entre conocimiento y acción por el bien de los demás. «El programa del cristiano —el programa del buen Samaritano, el programa de Jesús— es un “corazón que ve”. Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia»[2].

Para los universitarios cultivar la caridad quiere decir ejercitarse con premura en la relación con los demás, porque es en el diálogo y en el intercambio de pareceres y experiencias donde se madura como personas y como investigadores de la verdad. En la vida universitaria, armonizar la dedicación a la verdad y la dedicación al desarrollo del prójimo es un imperativo irrenunciable para poder llegar a círculos cada vez más amplios. Con su palabra y con su ejemplo, San Josemaría nos ha incitado a procurar que los demás puedan empezar su trabajo en el punto donde nosotros lo hemos dejado. Un deber, si se quiere, estratégico, pero, sobre todo, una manifestación de la preocupación por el bien de las almas y el futuro de la sociedad.

Deseo de corazón que los acontecimientos a los que estamos asistiendo en este momento de la historia de la Iglesia y del desarrollo de nuestra Universidad sean para todos un estímulo a sacar adelante con alegría el encargo que Dios ha querido confiarnos.

A María, Madre que «nos enseña qué es el amor y dónde tiene su origen»[3], mediante la intercesión de San Josemaría, encomendamos estos auspicios para el año académico 2006-2007, que declaro inaugurado.

[1] Cfr. BENEDICTO XVI, Enc. Deus caritas est, 25-XII-2005, n. 13.

[2] Ibid., n. 31.

[3] Ibid., n. 42.

Romana, n. 43, Julio-Diciembre 2006, p. 209-211.

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