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En el número de octubre de 1997, la revista “Mundo Cristiano” (Madrid) publicó un artículo de S.E.R. Mons. Javier Echevarría, en recuerdo de la Madre Teresa de Calcuta, titulado: «El rostro de la misericordia de Dios». Mundo Cristiano (Octubre de 1997)

El profeta Elías huyó en cierta ocasión, para salvar su vida, y se adentró en el desierto. Exhausto, se sentó bajo una mata de retama «y deseó morir». Pero Dios tenía otros planes. Un ángel tocó a Elías y, mostrándole un pan y un vaso de agua, le dijo: «Levántate y come». El profeta «se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquel manjar caminó [...] hasta el monte de Dios»(1 Re 19, 1-8).

No han desaparecido los desiertos de la faz de la tierra, y sigue habiendo hombres y mujeres desesperados que «desearían morir». Es superfluo repetir aquí la larga lista de infortunios y desgracias que pueden conducir a la desesperación: se han recordado demasiadas veces. La muerte de la Madre Teresa hace presente la otra cara de la moneda: el rostro de la misericordia de Dios.

Madre Teresa repetía a cuantos querían escucharla que ella pretendía llevar un poco de amor a los últimos de la tierra, para refrescar su memoria dolorida, y confirmarles que Dios les ama. Que Dios —Creador de la tierra y del universo entero— recuerda el nombre de cada uno de nosotros como si fuéramos su único hijo.

Sigamos leyendo el libro de los Reyes. Después de que el ángel consoló a Elías, Dios dice al profeta que suba a un monte, porque «va a pasar Yavé». Elías se dispuso a contemplar la insólita escena. Primero «pasó un viento fuerte y poderoso que rompía los montes y quebraba las peñas; pero no estaba Yavé en el viento. Y vino tras el viento un terremoto, pero no estaba Yavé en el terremoto. Vino tras el terremoto un fuego, pero no estaba Yavé en el fuego. Tras el fuego, vino un ligero y blando susurro. Cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto», porque Dios estaba pasando, Dios estaba en el ligero y suave susurro. Dios, rico en misericordia, no habla mediante la fuerza, sino con palabras pronunciadas en voz tan baja que sólo se pueden escuchar con el corazón.

También en el siglo XX ha mandado el Señor ángeles consoladores que, hablando en susurros al oído de cada uno, han mostrado a los hombres el luminoso camino del Cielo, el camino del Amor misericordioso.

Este susurro de amor se convierte para nuestros corazones en una llamada exigente: «obras son amores y no buenas razones». También a los que el Señor pide que no abandonen el mundo, sino que lo santifiquen desde dentro, les resulta lógico alabar y encomendar una labor tan benéfica para la Iglesia —es otro modo de hacer Iglesia— como la de Madre Teresa y su Congregación.

Romana, n. 25, julio-diciembre 1997, p. 306.

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