Entrevista en el diario El Debate, Madrid (22-VI-2024)
¿Qué se mantiene y qué ha cambiado en la Obra durante todo este tiempo?
En el Opus Dei hay un espíritu de fondo, un mensaje significativo sobre la santidad en medio del mundo, que no ha cambiado: es el núcleo inmutable que le da sentido, porque, como sucede en las instituciones, si el Opus Dei existe es precisamente para conservar y difundir en el tiempo un determinado mensaje. Al mismo tiempo, ya el fundador, san Josemaría, teniendo clara la necesidad de mantener intacto ese espíritu, decía que con el tiempo las formas pueden y deben cambiar. En cien años, la sociedad y la Iglesia han evolucionado mucho, y el Opus Dei también, pues es parte de la Iglesia y de la sociedad.
Las transformaciones que han implicado fenómenos como la globalización, la conquista femenina del espacio público, las nuevas dinámicas familiares, etc., encuentran reflejo en el Opus Dei como institución y en la vida real de sus miembros. Saber cambiar —modelando cualquier cambio desde lo esencial— es un requisito para poder seguir siendo fieles a una misión.
¿Cómo afectan al Opus Dei las nuevas disposiciones papales? ¿Inciden en el día a día de la institución?
Lo jurídico y lo vital son ámbitos que van unidos y que, al mismo tiempo, tienen sus distinciones. En el día a día de los laicos, que están inmersos en los asuntos de este mundo, las nuevas disposiciones no modifican el modo de vivir su vocación a la Obra. Por lo que se refiere al Opus Dei en cuanto institución, estamos trabajando con el Dicasterio del Clero para realizar las adecuaciones a los estatutos, tal como lo ha pedido el Santo Padre en el motu proprio Ad charisma tuendum. Como estamos todavía en el proceso de estudio de dichas adecuaciones, no le puedo adelantar el resultado. Sí le puedo asegurar que, en el desarrollo de estos trabajos, se ha establecido un clima de diálogo y de confianza, propio de la Iglesia en cuanto familia de Dios.
¿No se clericaliza una institución de la Iglesia cuya razón de ser son los laicos? ¿Hasta qué punto esas medidas pueden afectar al objetivo de los laicos de ser santos en medio del mundo?
El mensaje del Opus Dei se dirige principalmente a los laicos y laicas, hombres y mujeres en medio del mundo, que son desde el principio la inmensa mayoría dentro de la Obra, y su razón de ser.
Del mismo modo que no se deberían absolutizar los carismas, tampoco hay que hacerlo con el derecho. Por eso el Opus Dei ha pasado por diversas soluciones institucionales para encontrar la fórmula más adecuada, en la que se integre, por un lado, la custodia del carisma y, por otro, una figura jurídica que le dé un lugar en la Iglesia y refleje su naturaleza sin encorsetarla ni ahogarla.
¿Buscará el Opus Dei del siglo XXI un nuevo molde jurídico, en lugar de la prelatura personal, que se adapte mejor a las nuevas formas de vida cristiana?
La figura jurídica de prelatura personal se adaptó muy bien al espíritu del Opus Dei y a sus apostolados. Como le comentaba anteriormente, nos encontramos en pleno diálogo con la Santa Sede para la adecuación de los estatutos. Como comprenderá, no sería prudente que me refiriera a un posible nuevo molde jurídico antes de terminar el proceso en el que estamos trabajando desde hace casi dos años.
La elasticidad del derecho canónico puede ayudar a combinar el deseo de la Santa Sede y de la Obra misma de empujar la misión de la Iglesia en un mundo cambiante, encontrando soluciones adecuadas sin quiebras institucionales.
Camino del centenario, cuando el Opus Dei cuenta con obispos y arzobispos en todo el mundo, ¿no sería adecuado que el prelado sea también obispo?
Si me permite la aclaración, hay que tener en cuenta que los pocos obispos y arzobispos que proceden del Opus Dei en el mundo, lo son de las propias iglesias particulares y, por tanto, responden solo al Papa, no tienen ningún otro superior.
Pienso que el hecho de que el beato Álvaro y monseñor Javier Echevarría recibieran la consagración episcopal fue muy bueno para reforzar la comunión eclesial durante esos años, de 1991 a 2016. Actualmente, la cuestión estriba en seguir fielmente las disposiciones del Santo Padre, más que en detenerse en que sea más o menos adecuado.
¿Por qué una parte de la jerarquía eclesiástica ha visto al Opus Dei como un movimiento rival o una iglesia paralela cuando los fieles de la Obra lo son también de las diócesis territoriales?
Percibo, en general, aprecio por parte de la jerarquía y las demás instituciones de la Iglesia. Las personas de la Obra somos conscientes de navegar en la misma barca de la Iglesia, en la que conviven espiritualidades y sensibilidades distintas. Todos tienen su lugar en esa barca y cada uno aporta el carisma recibido de Dios y confirmado por la autoridad eclesial. Resaltaría más bien la relación fraterna entre instituciones y la aspiración a una verdadera comunión eclesial, en primer lugar con el Santo Padre.
Si ha habido recelos con alguna institución de la Iglesia, quizás se deba a las relaciones humanas imperfectas, que deberíamos intentar resolver día a día, con normalidad. A veces, los malentendidos también proceden de la comprensible dificultad histórica de dar espacio a nuevas realidades portadoras de una novedad que al principio puede resultar sorprendente. Me gusta pensar que son algo del pasado.
¿Cuál es la situación actual del desarrollo del Opus Dei en el mundo? ¿Hay planes específicos de expansión de cara al centenario? ¿En qué países hallan más dificultades?
Se podría decir que el desarrollo del Opus Dei transcurre como el del resto de la Iglesia en el mundo. La Obra en su conjunto ha crecido en los últimos años, pero eso no significa que crezca en todas partes o que lo haga de la misma manera.
Por ejemplo, la Obra crece en países como Nigeria, Estados Unidos o Brasil, mientras que su labor cuesta más en otros lugares, como en Europa y Asia. Los obstáculos externos provienen a veces de la secularización ambiental, de ciertos estilos de vida que dificultan formar familias duraderas o comprender el celibato o las vocaciones dedicadas al servicio y al cuidado. También hay obstáculos a los que todo cristiano en medio del mundo debe hacer frente, como el peligro de la mundanización. Como no existe un contexto de fe compartido, se requiere una especial finura de corazón para ser coherente con los propios compromisos familiares o vocacionales.
Desde el punto de vista geográfico, la diversidad cultural y religiosa es muy amplia. No es lo mismo encarnar una vocación cristiana en ciudades de mayoría musulmana como Mombasa (Kenia) o Surabaya (Indonesia), que en Lisboa o Varsovia. Como saben bien las personas de la Obra que viven en estos lugares, la siembra evangelizadora mira a un horizonte de decenios, como en China o Corea del Sur. En estos países, junto a las dificultades, se advierte también un fuerte dinamismo eclesial traducido en conversiones, bautizos de jóvenes y adultos, etc.
Por otra parte, la Obra se encuentra desde hace unos años en un momento de reestructuración de circunscripciones con el fin de mejorar el gobierno y la acción apostólica. En todo caso, con independencia de las programaciones y reestructuraciones, es Dios mismo el que se abre paso en cualquier tipo de sociedad, tocando el corazón de las personas, porque solo Él es la respuesta a los anhelos y esperanzas del ser humano.
El Opus Dei fue la primera organización católica que admitió como cooperadores a los no católicos. ¿Es, ante todo, un signo de ecumenismo?
En 1950, cuando san Josemaría obtuvo de la Santa Sede autorización para admitir en el Opus Dei, como cooperadores, a hombres y mujeres no católicos, el movimiento ecuménico llevaba ya bastante tiempo en marcha, tanto dentro de la Iglesia católica como en el marco de las demás confesiones cristianas. Fue una manifestación más de ese impulso natural a la unión de todos los creyentes en Jesucristo. Desde entonces, ha habido muchos frutos de amistad y diálogo con personas de otras confesiones religiosas.
¿Cómo deben actuar los cristianos ante el ambiente creciente de polarización política y social en tantas partes del mundo?
En lo opinable, con mucha libertad. Como cristianos, con caridad y comprensión. Y como decía san Josemaría: «Siempre como sembradores de paz y alegría», aunque a veces resulte difícil en ambientes encrespados y polarizados. Es importante querer y comprender a la gente, aunque a veces piensen distinto.
Romana, n. 78, enero-junio 2024, p. 82-85.