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Entrevista al sacerdote Antonio Rodríguez de Rivera, postulador de la causa de Guadalupe Ortiz de Landázuri

—¿Quién fue Guadalupe Ortiz de Landázuri?

—Fue una mujer de una gran categoría humana, alegre y humilde, que gozó de mucho prestigio profesional y vivió siempre ayudando a los demás en sus necesidades espirituales y materiales. Fue una persona enamorada de Dios, llena de fe y de esperanza.

Nació en Madrid en la fiesta de la Virgen de Guadalupe del año 1916. Estudió Ciencias Químicas en la Universidad Central. En su promoción eran solamente cinco mujeres. Destacaba por su seriedad en el estudio y su sonrisa contagiosa. Después de la Guerra Civil, acabó la carrera y empezó a dar clases de Física y Química en el Colegio de las Irlandesas y en el Liceo Francés de Madrid.

A comienzos de 1944 conoció el Opus Dei. Su primer encuentro con san Josemaría la marcó profundamente. Más tarde afirmará: «Tuve la sensación clara de que Dios me hablaba a través de aquel sacerdote». En el mismo año pidió la admisión en esa institución de la Iglesia. Dirigió algunos centros del Opus Dei para chicas jóvenes en Madrid y en Bilbao. En 1950 se trasladó a México para empezar el trabajo apostólico con mujeres: fue una aventura vivida con generosidad y una fe enorme. Entre otras cosas, puso en marcha un centro de promoción humana y profesional para campesinas, en una zona rural del Estado de Morelos.

En 1956 se estableció en Roma, donde colaboró con san Josemaría en la dirección del Opus Dei. Después de dos años, por motivos de salud, volvió a España y reemprendió la enseñanza y la investigación. Concluyó su tesis doctoral en Química con la máxima calificación, que fue galardonada con el premio Juan de la Cierva. Fue pionera del Centro de Estudios e Investigación de Ciencias Domésticas (CEICID). Más tarde recibió la medalla del Comité International de la Rayonne et des Fibres Synthétiques, por un trabajo de investigación sobre fibras textiles.

Como consecuencia de una enfermedad cardiológica, falleció en Pamplona, con fama de santidad, el día la Virgen del Carmen del año 1975, 20 días después de la marcha al Cielo de san Josemaría. Tenía 59 años.

—¿Por qué la Iglesia decidió abrir su proceso de canonización?

—Porque quienes la conocieron en España, en México y en Italia, están convencidos de su santidad, es decir, de la ejemplaridad de su conducta cristiana. Y muchos otros que han tenido noticias, después de su muerte, de su vida heroica, acuden a su intercesión ante Dios para pedirle favores. ¿Qué dicen de Guadalupe las personas que la conocieron? Voy a citar algunas frases: «La considerábamos una persona extraordinaria que destacaba por sus virtudes». «Dejó un recuerdo imborrable de santidad»; «Transparentaba que era hija de Dios y quería vivir fiel a su voluntad»; «Se la veía enamorada del Señor, llena de profunda alegría que solo de verla, la contagiaba»; «Tenía una alegría desbordante, habitual; parecía que al reírse le comunicaba a uno parte del Cielo»; «Me impresionaba cómo se recogía al oír Misa y al comulgar cada día, cuánto rezaba y nos animaba a rezar»; «Su gran amor a la Iglesia la hacía pedir diariamente por el Santo Padre»; Trabajó «unida al Señor, tratando de querer y ayudar a cuantos la rodeaban, y con una vibración apostólica que ni la enfermedad consiguió disminuir»; «Deseo su canonización porque la considero santa y creo que su vida es un ejemplo importante para el mundo de hoy».

—¿Qué significa este paso: que la Iglesia haya declarado a Guadalupe “venerable”?

—Con este paso la Iglesia declara que Guadalupe ha vivido las virtudes en grado heroico, especialmente la caridad, y, por tanto, se propone como ejemplo de mujer cristiana que se ha santificado en su vida ordinaria. Esta declaración es el resultado de un largo estudio del abundante material recogido por el Tribunal de Madrid en el proceso diocesano: las deposiciones de los 54 testigos —hombres y mujeres de varios países—, numerosos testimonios escritos y otros muchos documentos. Estas pruebas procesales han sido valoradas detenidamente primero por los consultores teólogos, y posteriormente por los cardenales y obispos de la Congregación de las Causas de los Santos. Todos han llegado a la conclusión de que Guadalupe respondió extraordinariamente a la gracia divina. Después, el Papa Francisco ha ratificado el parecer de la Congregación y ha declarado la heroicidad de las virtudes y la fama de santidad de Guadalupe.

—Usted ha estudiado en profundidad su vida. Personalmente, ¿qué es lo que más le impresiona de Guadalupe?

—Lo que más me ha impresionado ha sido el “olvido de sí” de Guadalupe. Pensaba constantemente en el Señor y en los demás. Un ejemplo es lo que sucedió en México, en 1952. Fue durante un curso de retiro espiritual para estudiantes universitarias, en una casa recién construida y casi sin amueblar. El penúltimo día dio una charla sobre las virtudes cristianas. Ella y las demás estaban sentadas en el suelo. Notó un gran dolor por el picotazo de un insecto venenoso, pero no quiso interrumpir la charla hasta el final, para que no se preocuparan, y ninguna se dio cuenta de lo que había pasado. Se enfermó con fiebre muy alta y tuvo que estar en cama unos quince días. En ningún momento se quejó. Es más, desde la cama siguió sacando adelante sus deberes hasta que otra mujer del Opus Dei la sustituyó. Quienes la atendían fueron testigos, no solo de que no se quejaba ni hablaba de su enfermedad, sino de que se interesaba por quienes iban a verla e impulsaba el trabajo apostólico.

El olvido de sí, unido a su profunda vida espiritual, hizo que fuera un volcán de iniciativas y de actividades para ayudar a los demás, humana y espiritualmente.

En este hecho llaman la atención también su valentía y fortaleza. Esta fortaleza se fraguó humanamente, en parte, durante el tiempo que estuvo en Tetuán —con motivo del destino de su padre, que era militar— en una escuela en la que era la única chica. La fortaleza y la fe de Guadalupe se manifestaron de manera admirable cuando —con su madre y su hermano, en la noche del 7 al 8 de septiembre de 1936, en plena Guerra Civil— acompañó a su padre, que iba a ser fusilado en la madrugada. Fue Guadalupe quien le ayudó, sin una lágrima, a rezar y a prepararse al encuentro con Dios.

—¿Qué rasgos destacaría del carácter de Guadalupe?

—Muchas personas que la conocieron subrayan su alegría desbordante, su sonrisa habitual. Era acogedora con todos. Transmitía paz y confianza a campesinas y a universitarias, a señoras de cualquier nivel social. Su alegría no era fruto de un esfuerzo humano, sino consecuencia de saberse hija de Dios, de su intimidad con Cristo; es decir, un don del Espíritu Santo. Por eso era constante y serena, y eso le facilitó considerablemente su apostolado y su servicio a la Iglesia y a la sociedad.

Una joven universitaria, que conoció a Guadalupe al año siguiente de su llegada a México, comentaba: «Confieso que tenía curiosidad de conocerla, porque todos me hablaban de la risa de Guadalupe, de su alegría constante». Y su hermano Eduardo, describiendo sus últimos momentos, escribió: «Este fue el gran “secreto” de Guadalupe: aceptar siempre como bueno todo lo que le sucedía. A su alrededor, en aquellas horas de angustia mortal, todos quedaron admirados: la misma sonrisa inolvidable».

—Si su vida fue relativamente normal, ¿por qué piensa que puede ser un buen modelo para los demás?

—Precisamente por eso: porque su vida fue normal y al mismo tiempo llena de Dios, es un buen modelo para todos los cristianos, especialmente para los que están llamados a santificar las circunstancias ordinarias de su vida en medio del mundo. En la sociedad actual, donde hay quienes quieren imponer el egocentrismo y el relativismo auto-referencial, la vida de Guadalupe es una invitación espléndida a abrirse a los demás. Su ejemplo anima a sacudirse la comodidad para entregarse al servicio de los demás. En un ambiente pesimista, el optimismo de Guadalupe ayuda a sonreír. En una sociedad que parece alejarse de Dios, la figura de Guadalupe ayuda a descubrir que solo con Cristo se puede tener una alegría profunda y permanente.

—¿Cuáles son los siguientes pasos para la beatificación y canonización de Guadalupe?

—La declaración de las virtudes heroicas es la conclusión de un estudio crítico, profundo, realizado a la luz de la fe, sobre la vida de Guadalupe. Además de esto, para la beatificación y para la canonización, la Iglesia pide algo que los hombres no pueden realizar. Solo Dios puede obrar el milagro, concedido por la intercesión de Guadalupe, que abra la puerta a la beatificación. Y solo Dios puede realizar un segundo milagro, después de la beatificación, que abra la puerta a la canonización. Confiamos en que pronto se abra la primera puerta.

—¿Hay devoción popular? ¿Qué cosas pide la gente a Guadalupe Ortiz de Landázuri? ¿Hay algún milagro atribuido a su intercesión?

—La devoción privada a Guadalupe se está extendiendo cada vez más. Muchas personas escriben a la postulación para dejar constancia de las gracias que Dios les ha concedido, tras haber invocado a Guadalupe. En los últimos 10 años, hemos recibido relatos de favores provenientes de España, México, Bélgica, Italia, Portugal, Lituania, Kenia, India, Venezuela, Ecuador, Guatemala, Puerto Rico, Estados Unidos y Canadá. Otra muestra evidente de su fama de santidad es que en Zamora —en el Estado de Michoacán, en México— han intitulado una escuela primaria con el nombre “Colegio Guadalupe Ortiz de Landázuri”. Esta iniciativa ha sido promovida por algunas personas que leyeron su biografía y quedaron admiradas por su santidad, por su profesionalidad y por su dedicación a la enseñanza y a la formación de la juventud.

Las personas que acuden a la intercesión de Guadalupe han recibido gracias muy variadas: curaciones, favores relacionados con el embarazo y el parto, obtención de puestos de empleo, compaginar trabajo y familia, resolución de problemas económicos, reconciliaciones familiares, acercamiento a Dios de amigos y compañeros de trabajo, etc.

Próximamente la Congregación de las Causas de los Santos estudiará la documentación sobre un suceso extraordinario atribuido a Guadalupe. Se trata de la curación de un carcinoma basocelular, en la noche entre el 28 y el 29 de noviembre de 2002. El señor que sufría este cáncer, localizado en el ojo derecho, invocó a Guadalupe con fe e intensidad antes de acostarse y, al levantarse al día siguiente, descubrió que estaba curado: la lesión había desaparecido completamente y sin dejar ninguna señal. Los peritos médicos de la Congregación tendrán que juzgar si este hecho tiene o no explicación científica. Posteriormente, los consultores teólogos y, más tarde, los cardenales y obispos, valorarán si puede atribuirse a la intercesión ante Dios de Guadalupe.

Romana, n. 64, enero-junio 2017, p. 178-183.

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