Entrevista a Mons. José Luis Gutiérrez Gómez, postulador de la causa de Montse Grases
La entrevista se realizó tras la publicación del decreto sobre la heroicidad de las virtudes de Montserrat Grases (1941-1959), el 26 de abril de este año.
***
- ¿Cómo describiría en pocas palabras a Montse Grases?
- Cuando la Iglesia declara que una persona ha vivido las virtudes cristianas de modo heroico, indudablemente señala los rasgos más importantes de su personalidad. Por tanto, lo primero que he de decir es que Montse vivió en grado sumo la fe, la esperanza y la caridad, así como las virtudes cardinales y morales. Era muy piadosa y buscó a Dios con todas sus fuerzas, en perfecta adherencia al contexto ordinario de su existencia cotidiana.
Montse fue una muchacha como las demás, muy humana, que supo sobrenaturalizar las circunstancias más corrientes: las relaciones familiares y de amistad propias de una adolescente, el trabajo, la diversión, etc. Todas las personas que la conocieron, han coincidido en señalar que era una mujer de trato dulce —no dulzón— y, por eso, muy atractiva. De ahí que muchas chicas de su edad quisieran gozar de su amistad, que ella prodigó generosamente. Cuando conoció el Opus Dei, Montse aprovechó esos dones naturales para acercar más a Dios a esas mujeres de una forma muy natural, sin aspavientos o cosas extrañas, sino hablando de tú a tú con sus amigas.
Fue una chica profundamente feliz y, por eso, contagiaba alegría en todas las circunstancias que atravesó, incluida la enfermedad y la muerte.
- ¿Qué supone que Montse sea venerable?
- Los santos canonizados, con su ejemplo y su intercesión ante Dios, nos ayudan a los demás cristianos a recorrer el camino de la vida. La Iglesia afirma que la ayuda que nos ofrecen es un gran servicio: podemos y debemos pedirles que intercedan por nosotros y por todo el mundo.
Al declararla venerable, la Iglesia indica que Montse es un ejemplo que puede ser propuesto a la devoción y a la imitación de los fieles católicos; y también nos anima a acudir a su intercesión para obtener favores del cielo.
- ¿Destacaría alguna de las virtudes que Montse luchó por vivir heroicamente?
- Nos ha enseñado que seguir de cerca a Cristo no significa emprender cosas cada vez más difíciles o extraordinarias, sino realizar las ocupaciones diarias por amor y con amor, transformándolas en ocasión de servir a Dios y a los demás. Montse encarnó el espíritu que Dios confió a san Josemaría, fundador del Opus Dei.
Su vida demuestra también que no hay que esperar a ser «mayores» para alcanzar metas altas, y que la juventud no es un periodo transitorio de la vida, sino todo lo contrario: es el momento en el que uno puede donarse a Dios, amándolo con todo el corazón, para iluminar el mundo con la luz de Cristo.
San Josemaría recordaba a los fieles más jóvenes del Opus Dei que «los años no dan ni la sabiduría ni la santidad. En cambio, el Espíritu Santo pone en boca de los jóvenes estas palabras: Super senes intellexi, quia mandata tua quaesivi (Sal 119, 100), tengo más sabiduría que los viejos, más santidad que los viejos, porque he procurado seguir los mandatos del Señor. No esperéis a la vejez para ser santos: sería una gran equivocación». Este mensaje fue recibido por Montse en plenitud y pienso que moverá a muchos jóvenes a no dejar para más adelante las decisiones que transforman la propia existencia y le dan un sentido divino: decisiones de una mayor solidaridad, de apertura a Dios y a los demás.
- ¿Y hay, efectivamente, devoción a Montse por parte de los jóvenes?
- Sí, le rezan muchos. Llegan noticias de centenares de favores atribuidos a su intercesión. También acuden a rezar ante su tumba, en el oratorio del Colegio Mayor Bonaigua, de Barcelona.
Y es muy llamativo el número de estampas para su devoción que se imprimen en todo el mundo. Por ejemplo, según mis datos, en el año 2014 se editaron más de 40.000 en alemán, árabe, castellano, catalán, cebuano, chino, estonio, francés, inglés, italiano, japonés, lituano, neerlandés, polaco, portugués, sueco y tagalo.
- Durante un proceso de beatificación y canonización, se interroga a mucha gente, ¿quiénes han hablado de la vida de Montse?, ¿qué dicen de ella?
- En el proceso diocesano, que se desarrolló entre 1962 y 1968, se recogieron los testimonios de 27 personas, que habían tratado personalmente a Montse. En 1993, promovido por el entonces postulador de la causa, aunque no era estrictamente necesario hacerlo, se recogieron más de 100 relaciones testimoniales que habían dejado otras personas que conocieron a Montse.
Pienso que, tratándose de una chica de menos de 18 años, la búsqueda de testigos ha sido exhaustiva, bastante más completa de lo habitual. Efectivamente, nos han llegado muchos matices sobre su vida que han contribuido a darnos una imagen cabal de su santidad.
¿Qué han dicho estos testigos? Es muy difícil resumirlo en pocas líneas. Me limito a reproducir algunas frases textuales, sin indicar nombres: «Solía decirse a sí misma: “Soy hija de Dios”»; «Montse fue una niña que crecía y se hizo mujer sin problemas. […] Era alegre, limpia, buena y sencilla»; «Vivía muy bien el cuidado en las cosas pequeñas: los detalles de orden, de mortificación, de alegría, la preocupación por los demás, etc.»; «Montse encontró a Jesús en la Cruz; a un Jesús que se abandonaba en los brazos de su Padre, diciendo: “en tus manos encomiendo mi Espíritu”. Y como ella confiaba en su Padre Dios, y se sentía en sus manos, estaba serena, tranquila, feliz»; «Lo extraordinario de Montse era precisamente su normalidad. Supo llevar su enfermedad sin buscar ningún tipo de protagonismo, sin querer ser el centro de las preocupaciones de los demás»; «Lo que yo admiré más de la Sierva de Dios fue su alegría; una alegría constante y contagiosa. De sus visitas —ya estando enferma la Sierva de Dios y sabiendo quienes la visitábamos que estaba desahuciada— salíamos alegres y con gran paz interior».
- Para que Montse sea beatificada, hará falta que la Santa Sede reconozca un milagro obtenido a través de su intercesión, ¿existe algún milagro atribuido a Montse?
- Efectivamente, la etapa sucesiva, previa a la beatificación, es la demostración de la existencia de un milagro. Lo más frecuente es que estos milagros sean curaciones para las que la ciencia no puede dar una explicación, por el tipo de enfermedad o por el modo en que se ha realizado.
Han llegado ya noticias de muchos favores y también de curaciones. Como ejemplo, me limito a reseñar la siguiente: el 10 de marzo de 2003, en Barcelona, el doctor José O. salió de su casa para realizar una compra para su mujer. En la Rambla de Cataluña, sufrió un paro cardíaco. Dos médicos que pasaban por allí le realizaron un masaje y fue trasladado a un hospital. Su esposa y sus amigos encomendaron su recuperación a la intercesión de Montse. José afirmó después: «Nadie creía que me salvaría y todos pensaban que me quedarían consecuencias cardiacas o cerebrales. Podía haber quedado paralítico, ciego o simplemente como un vegetal». En cambio, se encuentra bien y hace vida normal.
No obstante, con la declaración de las virtudes heroicas, estoy seguro de que muchas personas acudirán a la intercesión de la nueva venerable, y se obtendrán abundantes gracias de carácter extraordinario, que servirán sin duda para llegar cuanto antes a su beatificación.
- Imagino que, aunque un proceso de beatificación y canonización es largo y requiere mucho trabajo, usted piensa que el proceso de Montse vale la pena, ¿por qué?
¡Claro que vale la pena!, como todos los procesos de canonización que se llevan a cabo en la Iglesia. Necesitamos ejemplos que nos ayuden a llevar una existencia cristiana, que nos enseñen a manejar la «realidad concreta» de nuestras vidas, como dice el Papa Francisco, en el n. 31 de su exhortación apostólica Amoris laetitia, «porque las exigencias y llamadas del Espíritu Santo resuenan también en los acontecimientos mismos de la historia».
El ejemplo de una joven atractiva, alegre, corriente, que se santifica en sus tareas ordinarias, «normales», será un imán que atraerá a otras muchas personas —especialmente entre los jóvenes— a tomarse en serio la fe y, por eso, a encontrar la felicidad.
Romana, n. 62, enero-junio 2016, p. 145-148.